“Hija del demonio”.

La madrugada del once de noviembre de 2003 cuando llegué a Illinois después de viajar tres días con sus noches desde Arizona en una destartalada camioneta caravan junto a otros 19 inmigrantes indocumentados, llegamos a una gasolinera donde se hizo la entrega, me reencontré nuevamente con mi hermana-mamá y mi tío Jorge y su esposa.
Mi tío Jorge es hermano de mi padre, le lleva cuatro años de edad y ha sido el padre y la madre de sus hermanos mayores y menores, es el más cuerdo de la manada que creció durmiendo en las calles debajo de una carreta de bueyes que cargaba mi abuelo alcohólico en las calles de la aldea La Palmilla. Vendía racimos de guineos y era domador de bestias, lo que le pagaban se lo gastaba en la primera cantina que encontraba y se olvidaba que cargada tres niños menores de seis años de edad.
Cuentan que los niños se arrinconaban debajo de la carreta y ahí se dormían, los vecinos les regalaban comida. Mi tío Jorge que era el mayor de los últimos tres, se hizo cargo de mi papá y de mi tío Juan, el cume: el más apuesto de los hermanos, el más enamorador, el bueno para las peleas callejeras y para dejar hijos regados. Ya adelantó su viaje y se reunió con sus otros hermanos y mis abuelos.
Supe con el tiempo que eran apasionados para el fútbol y para la bicicleta, no me sorprende que sean esos dos deportes los de mis amores y tampoco lo de mis peleas callejeras. Soy la única sobrina que practica deporte, contando hombres y mujeres por igual por esa razón les parezco un marimacho completo y se reservan los comentarios –no a mis espaldas- pero cada vez que me miran me estudian de pies a cabeza, ha de ser porque también soy la única que enloquece por las pantalonetas cortas, como también les sucede a ellos. Soy la más Oliva de los Oliva y la más Corado de los Corado, pobre de mí, soy una rara mezcla del oriente guatemalteco, agregándole la sangre xinca y garífuna y el enfado es que a pesar de los pesares no actúo como ellos.
Mi abuela se divorció de mi abuelo porque era alcohólico y dejó a los hijos menores a su cargo, ella se volvió a casar y tuvo otro hijo lejos de Teculután en una de las fincas algodoneras de La Gomera en el sur guatemalteco.
Los hijos mayores que ya pasaban de los nueve años de edad se criaron solos, entre las calles y los surcos de algodón, se volvieron tractoristas y la vida les enseñó de la manera más amarga a ganarse cada bocado de comida que se llevaban a la boca.
Pronto también los tres últimos agarrarían camino en busca de los surcos de algodón, las tabacaleras, sandilleras, meloneras y cuanto trabajo les saliera en el camino, llegaron niños y salieron vueltos hombres de aquel enjambre de cuadrillas que vieron pasar la vida entre las flores de algodón. Ahí también pasé los primeros tres años de mi vida.
El único de los hermanos que no dejó hijos regados y al que nunca lo he escuchado hablar con la típica petulancia del hombre zacapaneco es mi tío Jorge, aunque mi madre cuenta que el fallecido tío Minche era un caballero que no parecía de oriente y fue el único que emigró a la capital con el afán de aprender a leer y a escribir e hizo mucho más que eso. Ya lo he contado en otro relato.
A tío Jorge no lo veía desde que yo tenía diez años de edad, tal vez en Guatemala lo habré visto en unas tres ocasiones cuando íbamos de visita a su casa y nos trepábamos a los palos de mango y nos bañábamos en río Hondo.
Por mi carácter fuerte y mi rebeldía desde niña no fui de sus sobrinas consentidas en cambio mi hermana mayor que es obediente, es la luz de sus ojos, es la hija que nunca tuvo, sus hijos son varones. Mi hermana y yo somos muy parecidas físicamente pero en cuanto a personalidades, carácter y formas de pensar somos dos polos opuestos. Ella es conservadora, religiosa rematada, amorosa, dulce, servicial, diplomática, cálida, amigable y tiene una sonrisa encantadora se echa a la bolsa a todo mundo desde el primer instante. Yo soy ordinaria en todo y de obediente no tengo nada, para constancia hay que preguntarle a mi Nanoj a quien le encané el cabello recién entrando a los treinta. Desde siempre he sido así: indomable, como ella.
Aquella madrugada llegamos al apartamento de mi tío y su esposa, mi hermana dormía en una cama acomodada atrás de un sofá en la sala, trabajaba limpiando una casa en los suburbios del norte del Estado y se quedaba a dormir en el sótano de lunes a viernes y dormía en el apartamento de mis tíos los fines de semana.
Yo llegué jueves en la madrugada y nos recostamos dos horas mientras amanecía y nos levantábamos para irnos a su trabajo donde dormiríamos la noche del jueves y del viernes para regresar sábado en la mañana a donde mis tíos.
Llegamos a la casa donde trabajaba y me recibió su jefa, una estadounidense muy amable que inmediatamente al ver mi estado físico ayudó a mi hermana a que me llevara a la cama del sótano donde dormí de corrido hasta el día viernes al medio día.
Mi cuerpo entero estaba lleno de tunas de cactus que se me habían incrustado cuando crucé los desiertos de Sonora y Arizona, mismas que me tenían hirviendo en fiebre desde que llegué a la casa-bodega en Phoenix. La fiebre me bajó entre el jueves y viernes, la receta fue de baños de agua fría, jarabes y pastillas.
Las tunas duró mi hermana tres meses sacándomelas con pinzas de hospital.
Tengo el defecto de ser perceptiva aguda y algo me decía que con mi tío no irían bien las cosas y no me equivoqué. Crecí escuchándole decir a mi mamá que: “bien me lo decía Jorge, que eras muy necia y berrinchuda y que ibas a terminar matándonos a todos de la pura bilis”.
Mis berrinches o necedades siempre fueron las de preguntar, ¿por qué? Si yo no preguntaba y obedecía todo estaba bien, pero no era esa mi naturaleza y cada vez que preguntaba era la chicoteada del día, “¡por desobediente!” me decía mi mamá cuando yo recibiendo la tunda le pregunta, ¿por qué? Yo exigía razones no pretextos. Aun lo sigo haciendo con la vida y aunque han cambiado de forma los trancazos, en lugar de doblegarme me han enseñado a nadar contracorriente.
Con mi tío Jorge ambos tenemos el carácter fuerte y además pensamos rotundamente distinto, yo confío plenamente en la equidad de género y él que es pastor evangélico y criado en la cuna del machismo guatemalteco: el oriente del país, sintió que con mi llegada un huracán que destruiría su casa y su iglesia. “El hombre es cabeza de familia y la mujer obedece”, profesan en muchas religiones y yo creo que la cosa no es de machismo ni de feminismo mucho menos de religión, es sin etiquetas yendo hombro a hombro queriéndonos y disfrutándonos diversos, buscando el camino hacia la equidad del ser humano.
Pensar así me destierra del oriente guatemalteco, de ser mujer casadera, de ser una buena madre y al contrario ser totalmente un mal ejemplo para la juventud. Por esa razón cuando visito a mis tíos y están ahí sus nietas el saludo es lejano porque mi enfermedad es contagiosa. No me lo tienen que decir con palabras, hay cosas que se entienden en el aire que se respira.
La mañana del sábado fuimos con mi hermana a una tienda de ropa usada a comprar una mudada de ropa para mí, recuerdo que fue un pantalón y una blusa de color verde, ella quería comprarme vestido o falda larga por gusto de mi tío y su esposa, además porque iríamos a su iglesia pero yo dije que ni amarrada me hacía disfrazarme así.
A ella ya la habían doblegado, siempre vistió de corto y fue irreconocible cuando la encontré en el extranjero totalmente transformada. Ella ama las pinturas, las lociones, el escote, las faldas cortas, los pantalones tallados, es la feminidad andando y en casa de mi tío era un harapo de retazos que le llegaban hasta el ojo del pie, sin una gota de pintura en el rostro y el cabello peinado de la manera que le gustaba a mi tío y a su esposa. Desde ese instante supe que tenía que liberar a mi hermana de esa cárcel a como diera lugar, ¡y lo hice! Aun no me lo perdona y tampoco mis tíos.
El primer desencanto de mi tío fue cuando me nos vio entrar a la iglesia que estaba llena de feligreses que esperaban ver a su otra sobrina y darle la bienvenida a Estados Unidos y a la hermandad de la iglesia – y con lo yo que detesto que me anden llamando “hermana” y que por la espalda claven los puñales- miró a mi hermana en vestido largo hasta el ojo del pie y a mí en pantalón tallado. No soy religiosa, fui bautizada en la iglesia católica pero tengo años de no visitar una iglesia y desisto de confesarme más bien soy la confesora de varios amigos sacerdotes que la vida ha puesto en mi camino y son tan humanos y atrabancados que ningún feligrés creería que ellos también tienen esa olla de grillos en ebullición, a uno de ellos con gusto le quitaba la sotana a tirones…
Por consentir a mi amiga del alma que es evangélica antes de emigrar asistí a un retiro espiritual, entonces cuando llegué a la iglesia de mi tío estaba en sintonía con el discurso…
Las miradas de los feligreses me desnudaron de pies a cabeza, las sentí pegadas en mi piel, unas frías y otras lascivas, escuché el murmullo y vi el rostro de mi hermana desencajado cuando observó el ceño fruncido de mi tío que en ese momento estaba con el micrófono en la mano y estaba a punto de presentarme como nuevo miembro de la iglesia –que jamás sería porque mi misión era liberar a mi hermana-.
Pasó el servicio religioso pero él no estaba tranquilo con mi forme de vestir y llamó al frente a quien quisiera sacarse al demonio de su corazón, yo me quedé sentada en la banca hasta que el me pegó un grito por el micrófono diciendo: ¡Ilka pasa el frente oraremos por ti! Yo desistí pero el pellizco de mi hermana en la pierna me hizo levantarme y pasar al frente, oraron y me levanté y volví a mi banca.
Eso bastó para desatar la furia de mi tío que comenzó a decir que reprendía al demonio y le ordenaba salir de mi cuerpo, lo siguieron los feligreses que comenzaron a hablar en lenguas y a entrar en trance, todos pedían para que el demonio saliera de mi cuerpo – y que me volviera pura y casta y que me encontrara un esposo que me pusiera en cintura- mi tío comenzó a gritarme, ¡hija del demonio!¡Desobediente! ¿No quieres recibir a Jesús en tu corazón? ¡Sal de ella demonio, sal! Yo cometí el error de levantarme y decirle – lo que había escuchado en el retiro espiritual en Guatemala- para calmarlo pero el efecto fue otro: “ya acepté a Jesús como mi señor y salvador”.
Me levanté de la banca y salí, atrás de mi iba mi hermana que me decía: “qué te costaba Negra por la gran puta, qué te costaba quedarte callada, si ya sé que no sos religiosa pero enfadar así a mi tío es el colmo, lo avergonzaste delante de sus feligreses, lo retaste” mi hermana lloraba a mares cuando nos subimos a su automóvil, me acusaba de haberla dejado en mal con mi tío y con su iglesia, que a donde iba todo lo desgraciaba por mi intransigencia, yo le dije que una noche en casa de mi tío no la pasaba, ¡y qué querés aquí no estás en Guatemala para que hagás tus berrinches! ¡Aquí te toca hacerle huevos como todos los que venimos! ¡Ni una puta semana tenés aquí y ya estás causando problemas!
Gritaba ella y gritaba yo, la noche comenzaba a entrar y nevaba fuerte.
En una explosión de cólera me gritó, ¿y ahora a dónde nos vamos si no conozco a nadie? Le dije que durmiéramos en el carro pero que a casa de mi tío yo no me regresaba y que tampoco iba a dejar que la siguiera manipulando, en una hora discutimos hasta de nuestras peleas de infancia, gritaba ella y gritaba yo, finalmente nos calmamos ambas y ella llamó por teléfono a una guatemalteca que también limpiaba casas en el sector donde trabajaba, ella le dijo que nos fuéramos a su casa y que dormiríamos en la alfombra de su sala y que al siguiente día hablaría con una amiga rusa para que nos alquilara una habitación en su condominio y así fue.
Cuando llegamos a la casa de la guatemalteca –que nos cobró el favor con creces durante años- me abrazó y me dijo: ¡vos sos la famosa Ilka, ya veo que sos de armas tomar, qué bueno que veniste a salvar a la bruta de tu hermana! ¡Bien que sos de Jutiapa vos, arrecha!
Al día siguiente con dos bolsas plásticas donde estaban las pocas pertenencias de mi hermana que tenía en casa de mis tíos, -que fuimos a recoger saliendo de la iglesia- agarramos camino en busca del condominio de Raiza, la rusa de más de setenta años que nos alquiló una habitación donde vivimos tres meses antes de pasarnos a vivir al apartamento que rentamos hasta el día de hoy.
En aquel cuarto vi a mi hermana sacar sus santos y sus rosarios, el cuatro del Señor de Esquipulas y la virgen de Guadalupe, cosas que tenía guardadas en casa de la señora donde trabajaba porque mi tío se las había tirado a la basura porque lo católico es cosa el diablo.
Mi hermana tiró los vestidos y las faldas largas y compró ropa a su gusto, nuevamente la vi con sus pantalones ajustados, sus faltas cortas, sus blusas de escote y su rostro pintado, bañada en loción, volvía a ser la misma de antes, también agarramos camino a discotecas, fuimos a fiestas, al cine, brindamos con vino y cerveza. ¡Cosas del demonio!
En el apartamento de Raiza por primera vez en la vida conocimos lo que era comer en familia, cenábamos juntas las tres todas las noches, mi hermana traducía todo lo que la rusa contaba de su pueblo natal. Una mujer hermosa, galana, entrada en carnes, de ojos azules color cielo desnudo de verano, blanca como la carnaza de coco y una nostalgia apilada por años en sus párpados cansados.
Mi hermana fue a visitar a mi tío después de un año en el que no se comunicaron ni por teléfono, yo había sido la causante de esa ruptura, a mí me tomó cinco años ir a visitarlo y nunca hemos hablado del tema.
Podría decir que en casa de mi tío dormí dos horas nada más, cuando recién llegué a este Estado.
Sigo vistiéndome con pantalonetas cortas y así lo voy a visitar, él tiene que aceptar que todos tenemos el derecho de decisión y que se debe respetar. Mi hermana sigue vistiéndose decorosamente cuando lo visita. Sigue siendo la obediente y yo el demonio huracanado que rompió el hechizo.
,
Con los años mi tío que se ha dado cuenta que es por demás no hay forma de cambiarme, ha aceptado que mi naturaleza es distinta, y sabe también que soy la única que se empeña en rescatar las memorias familiares, es por esa razón que tengo grabados audios de horas y horas de entrevistas interminables donde me ha relatado los inicios de la familia Oliva Ramos, y los suyos propios que no tengo la autorización de escribir ni de publicar. La vida de mi tío es una obra de arte que merece ser contada, espero que algún día me conceda esa venia, hay una receta de pan de bollo que se la han pedido sobrinos habidos y por haber y no la ha compartido con nadie, ni con la sobrina que es la luz de sus ojos, este año lo hizo conmigo y juntos preparamos el pan que tantas nostalgias trae a su vida, estuvimos solos todo el día conversando mientras lo preparábamos, tengo vocación de cronista y él de contar relatos. Creo que con ese gesto mi tío me ha dicho lo que nunca podrá con palabras y yo lo valoro, aunque siga siendo indudablemente una “hija del demonio”.
Ilka Oliva Corado.
Abril 22 de 2014.
Estados Unidos.

5 comentarios

  1. Reitero algo archisabido: sos una guerrera.

  2. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Hermana Ilka: Como siempre, una narrativa impecable que atrapa. Te felicito por tu individualidad. Besos castos, Chentof

  3. jajajajajaja, ve que hija del demonio¡!, hoy si me hiciste reír un montón con tu crónica de hoy, pero lo peor de todo es la angustia que me dejas, espero nunca me encuentre tu tío Jorge que me va a querer exorcizar a mi también. Feliz martes Chilipuca.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.