Obero.

 Historias de un silbato. I.

Con este relato yo inicio la serie » Historias de un silbato» , donde escribiré de mi experiencia dentro y fuera del terreno de juego. Ya era hora…

Ese día cuando llegué al pueblo de Obero, -en las cercanías del Puerto de San José- salió a encontrarme un puño de patojas, era la feria del lugar y yo iba a dirigir dos encuentros amistosos como parte de las actividades del festejo, uno de hombres y otro de mujeres. Los dos compañeros asistentes ya estaban ahí, uno vivía en el pueblo y el otro en Escuintla, yo iba de la capital. Era árbitra federada y no podía dirigir ningún encuentro ajeno a los nombramientos de la Comisión Arbitral de la FEDEFUT por lo que la gente del pueblo tuvo que enviar una carta con la invitación para que yo fuera a dirigir.
Bajé del bus, crucé la calle y comencé a caminar eran las ocho de la mañana y un calor de eterno verano anunciaba que la jornada sería agotadora, en la entrada vi al patojal que salió a encontrarme ¡Ilka, Ilka!, gritaban mientras me ayudaban con mi maletín caminamos por un calle de terracería donde había más gente, hombres y mujeres que aplaudían y me decían ¡bienvenida¡, yo los saludé levantando las manos, llegamos al campo que estaba en medio de cepas de plátano, guineo y bananos. Encendieron una ametralladora y anunciaron con un megáfono que había llegado la árbitra que dirigía los encuentros de la feria. Las personas me rodeaban y me pedían tomarme una fotografía con ellas, mis compañeros reían y esperaban en los vestidores.
Lo emoción creció cuando salimos a calentar antes de iniciar el juego yo ya estaba vestida con mi uniforme, antes de iniciar el primer encuentro que era el de hombres, la madrina del equipo me entregó un ramo de flores, la gente en las gradas gritaba, ¡Ilka, Ilka!, cuando finalizamos los partidos me quedé unos minutos conversando con las jugadoras del segundo encuentro, muchas eran ya mamás adolescentes todas. Les escribí en una hoja algunos ejercicios que podían hacer para fortalecer el cuádriceps y para mejorar la velocidad, también la recepción y conducción de balón.
Finalizado el encuentro nos invitaron a almorzar a la casa de una de ellas, ya nos esperaban con caldo de gallina de patio, sentí un no sé qué cuando vi una pared de la sala tapizada con hojas de papel periódico que tenían enmarcadas en cuadros, eran las entrevistas que me habían realizado en algunos medios escritos. Ahí estaban mis fotografías y ellas las tenían como si yo fuera miembro de sus familias. Me enteré que no solo en esa casa, también en varias del pueblo.
Después del almuerzo varias personas pasaron al frente decían que me seguían de cerca, por medio de mi compañero árbitro se enteraban de mis nombramientos y mis pasos dentro del arbitraje y que se sentían orgullosos de que una mujer estuviera haciendo historia. De las personas de la localidad solo mi compañero había terminado diversificado, el resto trabajaba en los ingenios y las mujeres eran amas de casa y vendían a la orilla de la carretera que conduce al Puerto de San José: cocos, caña de azúcar, papayas, mangos, plátanos…, pocas habían terminado sexto primaria.
No entendía la fascinación que tenían conmigo, para mi era habitual estar dentro de un campo de fútbol y rodeada de hombres pero para ellos era algo extraordinario ver a una mujer sacar tarjetas amarillas y rojas. Me abrazaban, tocaban mis piernas, las señoras de tercera edad me nalgueaban. Con lo del caldo me preguntaron qué comía porque habían hecho caldo de gallina pero no sabían si los deportistas comían como la gente normal, les dije que comíamos de todo.
Lo cierto es que yo llevaba una dieta estricta: todo lo comía hervido, nada frito, no comía pan ni pastas, si comía pollo le quitaba el pellejo, mis cenas de lunes a domingo eran una taza de té de manzanilla y de vez en cuando la mitad de una galleta salada. De cuando en cuando me daba un gusto y comía de todo, pero el entreno al siguiente día debía ser doble.
Crecí comiendo tortilla con sal y sopeándola en caldo de frijoles, melindrosa nunca he sido.
Cuando me fueron a dejar a la parada del bus ya me habían puesto un costal con plátanos, crema, queso, caña de azúcar, huevos de gallina y una gallina asada.
Ese día es memorable en mi vida, se creó un lazo con la gente de ese lugar que con su humildad tocó las fibras más íntimas de mi corazón, a partir de esa fecha yo regresé en muchas ocasiones durante los años siguientes, iba a entrenar a las patojas y a los patojos por la pura fascinación de verlos tocar el balón y salir de sus responsabilidades diarias, verlos recrearse y escucharlos reír y gritar de felicidad anotando los goles. Eso llenaba mi alma.
Para ese tiempo me hacían invitaciones de parte de muchos colegios de alcurnia, empresas, iglesias, CDAG, Comité Olímpico, para ir a dar charlas motivacionales a personas que lo tenían todo, no acepté ninguna, agarraba camino para Obero y me pasaba el día entero entre ordeñando vacas, torteando, ayudando a preparar las docenas de plátanos que salían a vender a la carretera las patojas y entrenándolos por la tarde cuando los cipotes también terminaban los oficios. No tenían camas, dormían en hamacas. No alcanzaba el dinero para esos lujos.
Los fines de semana que no llegaba ellas escuchan la trasmisión de los partidos en los radios de baterías que ponían sobre los canastos junto a los plátanos y cocos, a la orilla de la carretera donde vendían. Para fin de año hacían convivios y me empanzaba con pura agua de coco. Dejé de ser la árbitra que habían visto por televisión y me convertí en parte de la manada. Antes de emigrar fui a visitarlas sin decirles que me iba del país, quería llevar conmigo sus abrazos y aquí los tengo en mi corazón. Obero es uno de los amores que me dio el arbitraje. De esas querencias atemporales.
Ilka Oliva Corado.
Marzo 22 de 2014.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Ilka, encantó este sabroso relato, mujer si casi que siento el sabor del caldo de gallina de patio. Yo todavía mantengo mucho de mi dieta esa más o menos como la que vos hacías. Y cuando tomo caldo de gallina pues simplemente me atengo a algunas «consecuencitas».

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