Egoísta sin culpa.

En la casa cuando nos daba por reírnos por cualquier tontera y estaba mi mamá presente nos decía: “cállense muchá porque Dios las va a castigar y algo les puede pasar por estarse riendo”, con esto aplacábamos la alegría y nos silenciaba la cordura. Así crecí, sintiendo culpa por todo hasta por lo que me causaba una fugas felicidad.
Me sucedía cuando salía a dirigir juegos de fútbol a los departamentos que la mitad del pago me lo gastaba en frutas y comida que llevaba a la casa porque no cabía en mi cabeza comerme una naranja y que en la casa no hubiera. Siempre regresaba con costales de naranjas, mangos, piñas, bolsas con quesadillas y manías. Mis compañeros hacían bromas me decían que ni ellos que eran padres de familia se preocupaban por andar cargando con paquetes y yo acarreaba con mi maletín donde llevaba los uniformes y con las bolsas o costales. Se alegraba mi corazón cuando en la casa partíamos las piñas y comíamos todos, entonces sí las disfrutaba. Si me comía un pedazo de quesadilla tenía que comprar para llevar a la casa de lo contrario no compraba para mí. Si lo hacía se apoderaba de mi estado de ánimo la culpa y la pasaba muy mal.
Aunque en la casa siempre he sido catalogada como la egoísta, amargada y loca de las cuatro crías. Si leyeran esto pensarían que estoy contando una de vaqueros, porque la culpa no se me nota ni examinándome con lupa, es algo muy, muy interno.
Nunca pude comprar si quiera un pedazo de pizza para mí porque no me alcanzaba el dinero para comprar para el resto del clan y no me imaginaba saboreándolo y ellos en la casa comiendo tortillas con sal.
Sentí culpa cuando estudié diversificado porque mis amigos y muchas crías de mi arrabal no tuvieron esa oportunidad. Graduarme fue agridulce. Lidiar con sentimientos de alegría y de tristeza al mismo tiempo.
Me declaré culpable cuando me enamoré y un sentimiento desconocido se apoderó de mí, pensé que no era merecedora de que alguien me quisiera y que mi piel despertara y se encendiera en llamas con una caricia, de que compartiera conmigo el mismo sentir. De que entendiera mi alma. Sentí culpa de amar y de que alguien sintiera algo parecido por mí. Esto nunca nadie lo ha notado –creo- y he sido tildada de egoísta. Pienso ahora que efectivamente he sido egoísta pero conmigo misma.
Hasta ahora recién me doy cuenta de que se ha tratado de culpa, antes no pude entender ese conflicto interno.
Cuando tuve mi primera relación sexual sentí culpa. Sentí que había traicionado a mi mamá, en el momento justo del orgasmo vi el rostro de ella maldiciéndome y viéndome ahí desnuda con un hombre, sentí vergüenza y me dio por llorar, llorar internamente porque aprendí a reprimir hasta las lágrimas. Me sentía culpable por permitirme vivir mi sexualidad. Pasó mucho tiempo para que lo asimilara, para que soltara esas cadenas emocionales y viviera la sexualidad sin ataduras.
La culpa me decía que yo no servía más que para trabajar como mula. Culpa sentía cuando me agarraba la tarde para ir a vender helados o cuando un fin de semana no iba a dirigir juegos de fútbol. Me sentía inservible, toda mi vida había girado alrededor del trabajo desde niña. Mi mamá nos decía que no trabajar era de haraganes y que muertas íbamos a tener todo el tiempo del mundo para descansar, por la misma razón robábamos horas al día. La vida era para trabajar, yo lo memoricé y lo hice parte de mi día a día aun cuando ya de grande pude cambiar muchas cosas.
Nunca tuvimos vacaciones en familia primero por la escasa solvencia económica y cuando pudimos por lo menos ir un fin de semana a alguna playa no lo hicimos, mis papás decían que eso de vacaciones era solo de ir a gastar el dinero que no había y preferían ir a trabajar. Fuimos hechos pues para el trabajo, ellos trabajaron desde niños y sus dos crías mayores también. Las dos mayores nos encargamos de que los dos cumes no tuvieran la misma suerte. Ellos vivieron una infancia distinta en mínimas cosas pero diferente.
Cuando llegué a este país trabajé sin descanso de lunes a domingo, la misma rutina con la que crecí. Horarios extenuantes, noches enteras sin dormir, sin ninguna ilusión que me hiciera pensar en algo distinto, una vida de frustraciones y de culpas. Segura estaba que no servía más que para el jornal.
Cuando me enamoré de una mujer nuevamente la culpa se apropió de mí, culpable de sentir con tanta intensidad, pensé en la decepción que se llevarían mis papás, típicos de oriente. Toda mi vida he estado en resistencia huyéndole al amor, corriendo lo más lejos posible para que no me alcance, para no despertar en nadie ni en mí esa pasión y la ternura y los infiernos que con él nacen y mueren. Y cuando a pesar de mi resistencia ha sucedido, ha sido más fuerte el sentimiento, cuando el amor me ha alcanzado he sentido culpa. Culpa de ver con otros ojos y percibir cómo mi mundo cambia cuando esa otra alma a se instala en mi ser. Creo que por esa razón fui más de aventuras sin compromiso que de relaciones serias.
Hace dos años aprendiendo a patinar me lesioné un ligamento cruzado de una de las rodillas, me dijo el doctor que tenía que tomar una decisión muy importante si continuaba trabajando en el arbitraje por el nivel de exigencia física que había llevado ya durante 13 años en esa profesión más los años de fútbol y las múltiples lesiones, mis rodillas estaban cansadas y los ligamentos , tendones y meniscos; si seguía así lo más probable sería una operación que no me permitiría ni siquiera trotar mucho menos correr o jugar fútbol el resto de mi vida. Esas mismas palabras me las había dicho ya un doctor en la Confederación Deportiva de Guatemala en el año 99. El mismo ligamento me lesioné pero de la otra rodilla, en un ascenso que tuvimos al volcán de Agua cuando entrenábamos en la pre temporada de fútbol. Desistí de la operación en aquel entonces me recuperé y continué.
La noticia fue dolorosa y no imaginaba todo lo que ganaría mi ser con esta renuncia. No había otra oportunidad o lo dejaba o me atenía a consecuencias realmente serias. Guardé los uniformes, el silbato, los zapatos, las tarjetas. Lo tomé con culpa por estar perdiendo de trabajar. Las primeras semanas fue de pasar enojada porque para mí no trabajar un solo día era sinónimo de haraganería, porque así crecí con esa mentalidad memorizada y actuada. Desistía del tiempo de ocio, me sentía culpable solo de pensar en tomarme un día libre. La pura idea me castigaba. Siempre dije: pero si ni de niña viví mi infancia por qué ahora de adulta tengo que perder el tiempo. Qué equivocada estaba. No es pérdida de tiempo: es vida.
Dejando el arbitraje poco a poco le fui encontrando sentido a los fines de semana que nunca en mi vida había descansado. Abrí la puerta a otras actividades, hoy en día mi cámara fotográfica y mi bicicleta son las compañeras de los fines de semana en que recorro las ciclo vías de la ciudad desde abril hasta octubre. En invierno el letargo invita a otra invención.
Hace dos años decidí dejar de trabajar esos horarios extenuantes entre semana hoy en día trabajo menos y saco justo para el pago de la renta y me sobra solo para la comida, cosa que era igual cuando trabajaba esos horarios extenuantes y enviaba las remesas hacia mi país de origen, no para apelmazar fortunas sino para obligaciones de mamá de crianza. Cuando cumplí con esa responsabilidad dejé de enviar dinero y opté por trabajar menos.
En la casa un lujo era comprar un aguacate y partirlo en seis pedazos y comerlo con tortilla, un pedazo para cada miembro de la familia. Me ha pesado tanto cuando parto un aguacate y estoy sola, ¿qué hago con un aguacate entero? Es demasiado para mí, siempre lo vi partido en seis porciones iguales. Una culpa terrible por comerlo entero.
Me llevó mucho tiempo de cuestionamientos, esas eternas preguntas sin respuesta que dan vuelta en la cabeza y no encuentran sosiego. ¿Qué es esto que se apropia de mi y no me deja ser? ¿Ni querer ni aceptar que me quieran? ¿Qué es esto a lo que no logro darle nombre? ¿Por qué evitar? ¿Por qué huir? ¿Por qué inventarle sobrenombres? ¿Por qué darle otros significados? Cuando realmente es culpa. Algunas veces pensé que era miedo y tal vez sí en algún momento el miedo también actuó, pero la culpa y éste son distintos, el miedo aterroriza y la culpa castiga. Un autocastigo por sentir algo distinto porque se supone que era hecha solo para el trabajo y no para pensar ni sentir.
Recién decidí que la culpa no me esclavizaría más y en eso estoy. A principio de año compré un aguacate y lo partí en dos y fue el primero que me comí, sentirme culpable. Yo cumplí. No tengo por qué sentir culpa. Cumplí con la vida. Con mi misión de mamá de crianza desde niña. Como hija no sé porque me imagino que he decepcionado en más de una ocasión a mis padres. He hecho toda mi vida lo que a mi criterio es lo justo. Seguramente también me he equivocado y he fallado y he herido a personas pero nunca ha sido con intención.
Nunca faltó de mi parte la remesa correspondiente a mis responsabilidades cuando emigré y tampoco cuando fui niña y adolescente. Dejé de vivir y eso es injusto, en eso fallé. Injusticia conmigo misma. Un desequilibro mental que no pude manejar.
Vivir implica: amar, desear, sentir, soñar, cosas a las que me negué, por culpa. Porque no creía que tuviera derecho a eso, que mi existir era solo de trabajo, de ser marginada, de vivir siempre para los demás y olvidarme de mi existir.
El año pasado tuve mis primeras vacaciones, debido a la situación migratoria no podemos viajar inclusive dentro del país, pero un día al azar busqué un área dónde acampar y reservé el lugar en Wisconsin un Estado vecino nos arriesgamos con mi hermana a conducir así sin licencia del Estado, total que lo hemos hecho durante 10 años y cuando toca, toca. Arreglamos para que una conocida nos cubriera en el trabajo y nos fuimos una semana a acampar frente a un lago. Montañas de pinos y cipreses, yo sentí que estaba en la aldea con las montañas verde botella de mi infancia. Reviví. Esas vacaciones fueron mi primer decisión de perder el miedo y vivir. Le tenía miedo a la policía y me congelaba cuando miraba una patrulla en la carretera. Hoy las veo y no me angustio. La deportación llegará y no hay forma de evitarlo, ¿por qué angustiarme entonces?
Muchos años me preocupé de la deportación, angustiada por que esto podría suceder en cualquier momento y no tenía ni dónde caerme muerta. Sigo así, trabajé como mula para cumplir con una responsabilidad moral, nunca para mí. Ahora tengo la claridad de poder decidir si sigo trabajando como mula para mí –que nunca se sabe porque la muerte llega también de sorpresa y otros se quedan gozando lo que el difunto en vida logró juntar- o si vivo. He decidido vivir, vivir sin culpa.
Lo único que me llevaré de este país cuando llegue la deportación será lo vivido ya experimenté la oscuridad del silencio y de la culpa. Ahora es mi turno, ahora me toca a mí; quererme, disfrutarme, conocerme, compartirme, respirarme, esto no lo puedo hacer si estoy esclavizada trabajando robándole horas al día, sintiendo culpa por todo.
El tiempo libre también es necesario y vital, para los sentidos, para el alma, para el espíritu. No voy a dejar escapar los instantes de felicidad fugas que puedan llegar a mi vida, lo hice muchos años y ya conozco ese sinsabor.
Esto no sólo me convierte en haragana sino también en egoísta porque ya no hay remesas para enviar, ni para poner un negocio, comprar un sitio y construir una casa para cuando llegue la vejez . Bueno, ser egoísta sin culpa no está nada mal.
Sigo canalizando mis procesos… A mi manera.
Ilka Oliva Corado.
Marzo 20 de 2014.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. oooh Fenomenal, bien por vos, saludos

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.