Yo, marimacho.

Tocaron la puerta y asomé por la ventana vi que era Güisquil y su mamá, ella mal encarada lo tenía agarrado del pelo y de la nariz del patojo escurrían pitos de sangre que él intentaba tancar con un pañuelo. No quería abrir la puerta pero en eso apareció mi mamá en la sala y me dijo que abriera, lo hice. Se fue de espaldas cuando vio la playera del ensangrentado empapada en sudor y una mescla de polvo con sangre que le daba un aspecto de lodo con achiote.
Mire lo que le hizo su patoja a mi hijo, le gritó la señora a mi mamá; mi mamá me agarró del pelo y preguntó, ¿vos le hiciste eso al cipote? Y yo que aun tenía la sangre hirviendo y estaba con el dolor en el puño de la mano derecha y en las costillas, confesé mi delito. ¿Por qué le pegaste? Es que me dijo marimacho. A bueno siendo así merecido se lo tenía. Señora, le dijo mi mamá a la mamá de Güisquil : llévese a su cipote y edúquelo porque esta yegua le va a seguir sonando si le sigue diciendo marimacho. La señora se fue con su hijo y los pitos de sangre. En la casa mi mamá me metió la tunda del día por andar de peleonera, yo andaba alrededor de los 12 años de edad. Ya tenía historial con orejas de burro en la dirección del colegio Galilea en donde estudié los últimos años de la primaria.
Con Güisquil sucedió algo curioso, él pertenece a una de las tantas etnias del occidente del país, hablaba poco español cuando llegó con su familia a Ciudad Peronia, fue para el tiempo de las invasiones a principios de la década del 90, vivían en una choza de nailon y lepa, no recuerdo la cantidad de hermanos que tenía, usaba pantalón de vestir de esos que parecen de casimir, tenía tres nada más en colores: verde, negro y azul. Dos camisas una para ir a la escuela y otra para usar a diario. Sus zapatos rotos como los míos, era más bajo de estatura que yo, flaco, yo era más morena que él.
Estaba recién llegado a la colonia tenía como 10 años de edad, fue en la primera chamusca jugando con nosotros en mi cuadra que no le gustó que le quitara la pelota con una finta y se enojó y me gritó marimacho, los patojos que ya me conocían se hicieron a una lado y dejaron el terreno libre, un solo puñetazo y la nariz de Güisquil reventó en pitos de sangre. Los mismos patojos lo llevaron a su casa y le dijeron: es que vos te pelás a ella no le gusta que le digan marimacho, ahora ya sabés. El ensangrentado vivía a dos cuadras de la mía.
Fue esa la razón por la que su mamá llegó a darle queja a la nía Lila, mi progenitora. Lo de la condecoración del apodo Güisquil fue como en la quinta chamusca porque justo le dio un cabezazo a la bola y se pinchó, era una de plástico de esas que venden en las tiendas de colonia marginal. Lo que nos costaba juntar para comprar una. Al final decidimos ir al basurero y recoger pelotas pinchadas y meter una sobre otra para formar una sola que no rebotara pero que fuera resistente.
Jugar fútbol con pelota que no rebota es excelente para aprender dominio y conducción de balón, carecer de comodidades hace que las crías utilicen su imaginación y sus habilidades y destrezas se desarrollen de una manera sorprendente, no por gusto los mejores atletas del mundo han salido de los potreros y de los arrabales.
Pasados los días fui a la casa de Güisquil a pedir disculpas, él había dejado de ir a jugar con nosotros y lo veía caminar puro dundo en las cercanías de la arada, me tenía miedo. Agarré la pelota y el batallón de patojos se fue atrás de mí, los regresé de un grito: ¡se quedan que no necesito tecomates! Aquellos ya iban preparados por si la marita de la cuadra de Güisquil abría fuego con cáscaras de naranja y hules. Desde la arada –que hoy es la colonia Jerusalén- fueron espectadores del encuentro.
Su papá abrió la puerta y me dijo que no quería que estuviera molestando en su casa, le dije que llamara a su esposa y a Güisquil, pero se vino la retahíla de hermanos y hermanas así que tocó inflar el pecho y frente a sus papás y retahíla le pedí disculpas pero le dije que si me volvía a decir marimacho lo trompeaba de vuelta, le di la pelota y le dije que lo esperábamos en la cuadra. Al rato llegó. Lo abrazamos, le hicimos estrellita y pasadita. Le dimos la bienvenida a la marita de la calle Éufrates.
Güisquil se convirtió en uno de los 16 Hombres de mi Vida. Entrañable amigo. Se despidió la infancia y nos llegó la pubertad y la adolescencia y nosotros juntos en los barrancos, en las chamuscas y en las batallas campales.
Por Güisquil me tocó romperme la nariz con más de tres porque en los encuentros futbolísticos con patojos de otras cuadras lo llamaban indio pisado patas rajadas, en aquellos años yo no hablaba así es que no lo podía defender racionalmente, solo empuñaba las manos y a repartir y se formaban las batalles campales de todos contra todos. Güisquil era un niño dulce y tierno y lloraba con tanto sentimiento, yo lloraba también pero de cólera.
Pasada la pelea y mientras nos curábamos los raspones con saliva , nos íbamos a la arada a platicar de la estrategia y a contar quiénes se habían ido de baja: de baja era que debido a los golpes no podían jugar chamusca por lo menos una semana; entonces les tocaba de alcanza bolas y de técnicos. En nuestra mara siempre hubo más de un técnico, todos hablaban de estrategias que al final nadie dentro del campo –la cuadra- seguía.
Güisquil fue el último que se incorporó a la marita de la calle Éufrates, no pertenecía a esa cuadra pero en la suya no le daban juego porque era indígena. Le asombraban mis músculos marcados y mi cuerpo robusto, aquellos le contaron que yo vendía helados y que caminaba con mi hielera muchos kilómetros todos los días. Me dijo que los quería tener igual a los míos. Entonces se nos alumbró el foco al verlo tan flacucho que decidimos hacer una pesas con botes vacíos de leche que fuimos a buscar al basurero, los llenamos con cemento que nos regaló don Nayo –el albañil oficial de la cuadra y mi maestro en el arte del repello- e hicimos nuestro propio gimnasio en la calle.
Las pesas dormían y amanecían en el tierrero, solo las hacíamos a un lado para que pasaran los carros y a la hora de la machusca. Tengo más afinidad por el ejercicio anaeróbico que aeróbico. En aquellos años era la única niña de toda la colonia jugando con varones: naipe, pelota, barranqueando, cincos, trompos y levantar pesas en plena vía pública, que ni chiches tenía andaba feliz sin playera y más cuando la chamusca se trataba de al gol la camisa.
Mi vida cambió tanto cuando emergieron dos botones en mi pecho y sangre bajó entre mis piernas, era diferente a ellos y tan parecida a la vez. La única diferencia era ésa la sangre y las tetas. Bueno y mi largo cabello murusho que a la hora de las batallas campales me lo trenzaba y lo hacía un chongo. La regla era que ningún adversario podía pegarme en las tetas ni agarrarme del pelo y yo a ellos respetarles los testículos. Reglas que siempre se respetaron. El resto del cuerpo era terreno libre.
A Güisquil lo discriminaban por indígena y a mí por negra, mujer y vendedora de helados. Razones siempre tuvimos para terminar en batallas campales, cuando no era una cosa era otra. Pero cuando me decían negra pisada heladera, los 16 Hombres de mi Vida se transformaban y repartían parejo. Cuando me decían marimacho la pelea era individual, quien me había ofendido y yo; el resto se hacía a un lado.
A un lado nos hacíamos cuando a otro le decían harinero , aquel trabajaba haciendo pan. A los que trabajan partiendo leña les decían los astillados y ahí era batalla campal. Los basureros, otra partida de jeta. Todos éramos de trabajar en oficios y así seguimos. La única que pasó de tercero básico fui yo. Entre los entrañables amigos de mi infancia hay choferes de camioneta, ayudantes, carniceros, lustradores de zapatos, recolectores de basura, albañiles, repartidores de gas propano, panaderos, son ellos los 16 Hombres de mi Vida.
Güisquil es cargador de bultos en el mercado La Terminal y es ayudante de albañil. Es más bajo de estatura que yo, nunca pudo tener mi cuerpo rollizo -sus huesos no son anchos como los míos- sigue flacucho, habla el español con ese acepto de su idioma materno que es otro, es padre de cuatro hijos. Los años le han caído encima de golpe, parece de más edad, pero sigue siendo un niño tierno y dulce.
Un día jugando chamusca un cipote del equipo rival me dijo marimacho y Güisquil no me dio tiempo ni de empuñar la mano, lo vi agarrar aviada y volar por los aires con las manos empuñadas que dieron un golpe certero en el rostro del atizador. Aquella batalla campal fue memorable porque después de la despeltrada, caminando hacia la guarida de la arada nos encontramos un billete de veinte quetzales y nos fuimos despepitados a la cantina Las Galaxias, allá nos bajamos entre todos cuatro litros de cerveza, fue nuestra primera borrachera juntos, le seguirían muchas más durante varios años. Nos regresamos al filo del anochecer caminando en hilera practicando ejercicios de equilibrio.
Eran los años de pubertad y Ciudad Peronia se engalanaba con su recién construido mercado. Las crías crecían como flores en un jardín abonado, retoño tras retoño. Fue para aquellos días que una segunda niña formó parte de la marita de la calle Éufrates, la bautizamos Salchita por flaca y elástica. Todas las tardes se sentaba en la banqueta de su casa a verme jugar hasta que un día se armó de valor y me dijo que quería aprender a dominar el balón como lo hacía yo. Lloré de la emoción y no tuvo necesidad de trompearse con medio mundo para abrirse camino, yo ya estaba ahí y la recibí con los brazos abiertos.
Hoy día son docenas de niñas las que juegan chamuscas en las polvorientas calles de mi amado arrabal. Ya no hay batallas campales. Ya no les llaman marimachos, son: las futbolistas.
Para finales de la década del 90 era ya Maestra de Educación Física, no fue fácil en mi colonia porque me tachaban de marimacho por haber escogido una carrera de hombres, fui la primera que parió Ciudad Peronia; hoy en día hay más de una docena.
Para ese tiempo yo ya había jugado futbol profesional en la capital y mi sueño era ver una liga de fútbol femenino en mi alcantarilla, hablé entonces con mi marita de la calle Éufrates e hicimos una convocatoria, escribimos las bases de la liga, las reglas de la competición, transcurría el año 98 y el primer campeonato tuvo la participación de seis equipos.
Yo ya no vivía en la colonia pero regresaba para verlas jugar; una emoción incontrolable se apoderaba de mi ser, ya no era solo yo la única niña pateando una pelota, eran varias y también madres de familia que dejaban a sus hijos con sus esposos y jugaban. Ellos mientras les daban pacha gritaban y trataban de ser los por siempre técnicos y árbitros dentro del público.
Cuando iba asomando al campo recuerdo que corrían las niñas a abrazarme, llegaban varios sectores de la colonia: La Cuchilla, Terrazas II, La Surtidora, El Asentamiento, también de la aldea La Selva y El Calvario. Una multitud viendo a las mujeres jugar. Me pedían autógrafos, se fotografiaban conmigo, yo ya salía en televisión, fui la primera jugadora de fútbol profesional que salió de Ciudad Peronia, la primera árbitra de fútbol también.
Aquellos años entre la polvareda viéndolas jugar en los campeonatos de la liga femenina, mi corazón lloraba emocionado y los 16 Hombres de mi Vida me abrazaban, no preguntaban porque sabían que no iba a contestar. En cada una de esas niñas me reflejaba.
El campo está en la que fue la arada de mis amores, donde anduve con mis cabritas y marranos, la guarida con mis amigos, todos los fines de semana hay jugada, son docenas de niñas, adolescentes y mujeres que tienen la oportunidad de practicar fútbol.
La palabra marimacho no tendría que existir si tuviéramos la capacidad de aceptar que todos y todas tenemos derechos a las mismas oportunidades y que no hay absolutamente nada que sea exclusivo de un género –salvo parir-.
Si tuviéramos la capacidad se luchar por la equidad en todo el sentido de la palabra. De saber que la belleza de esta humanidad radica en la diversidad.
Pero bueno, según el concepto yo soy marimacho. Porque tengo más amigos hombres que mujeres, me encantan las actividades al aire libre, el deporte, no soy femenina. Ya no me enojo porque aunque la terminología se utilice para denigrar u ofender a quien es diferente a lo ordinario…, o normal…, efectivamente soy marimacho y con el privilegio de ser luna y sol. No cualquiera.
Hoy que pienso en esa palabra me pregunto, ¿cómo les iría a las ancestras, a las pioneras de todos los movimientos sociales que impulsaron estas revoluciones que con sangre han logrado que las mujeres hoy tengamos derechos que a ellas les fueron negados? A ellas que buscaron salir del yugo patriarcal. A las brujas, anarquistas, rebeldes, socialistas, comunistas, soñadoras… Y pensar que el camino por recorrer aun es tan largo para que seamos seres en equidad de derechos.
Pienso en las ancestras marimachos deportistas, en las pioneras en el deporte que con su resistencia lograron que la mujer pueda practicar y participar en este tipo de disciplinas. En los hombres que en su mirar, pensar, sentir y actuar lucharon y luchan contra este patriarcado dominante y de exclusión.
Para: Los 16 Hombres de mi Vida. Con el alocado y fiel amor de siempre. Yo, marimacho. ¡Qué la pasión nos haga libres!
Ilka Oliva Corado.
Marzo 12 de 2014.
Estados Unidos.

8 comentarios

  1. Gustavo Adolfo Celada Robles /Totonicapán, Guatemala

    Desde que empecé adentrarme en las circunstancias que han rodeado tu vida, no he tenido otro pensamiento que rendirte tributo por esa capacidad de poder recrear cada uno de los momentos de tu existencia y de tu naturaleza tan especial, te admiro y espero seguir conociéndote a través de la hilaridad de tu pluma y de tu pensamiento. Saludos desde tu Guatemala.

  2. Una de las Pioneras en el reclamo de los derechos y de las ilusiones de una generación, eso es lo que sos numada.

  3. Gracias!

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