Korean family.

Mi primer trabajo en Estados Unidos fue con una familia coreana. Me lo consiguió una muchacha mexicana amiga de mi hermana quien hacía limpieza en esa casa. Yo tenía dos meses de haber llegado al país y no hablaba ni hola en inglés. Habló con mi hermana y durante unos días fui a ayudarle a limpiar la casa, por todo el día me daba $10 y ella ganaba $60 se quedaba con los otros $50. A la señora le caí bien y le preguntó si necesitaba trabajo, ellos no necesitaban a nadie pero les caí bien –eso me lo dijeron años después- y fui el relevo para que los abuelos que cuidaban a los nietos tuvieran más tiempo libre. Y lo que más creo es que a como los llegué a conocer, ellos quisieron devolver a la vida la ayuda que habían recibido de otras personas cuando fueron migrantes de paso.
El problema es que no hablaba inglés, situación que yo vi como muro pero para ellos fue invisible porque también eran migrantes y llegaron al país ya de grandes sin saber nada de inglés también.
La familia la conforman: el abuelo, la abuela, mamá y papá –abuela y abuelo padres del papá- y los tres críos de 7, 5 y 2 años de edad.
Abuelo suena en coreano algo muy parecido a esto: Jarabulli. Abuela: Jamoni.
Los abuelos son los encargados de cuidar a los niños mientras los papás trabajan en el hospital de otro suburbio.. Jarabulli se vino al país cuando sus dos hijos eran niños, atravesó todo el continente Americano que le llevó dos años, de mojado, hasta que llegó a Estados Unidos y sin documento alguno comenzó a laborar en fábricas donde ganaba $2 la hora. Fue juntando como pudo y envió dinero a Jamoni para que también emigrara con sus dos hijos. A Jamoni y a sus dos críos les llevó diez años llegar a Estados Unidos, viviendo de mojados en el continente Americano no hay país del en el que no hayan vivido. Así fue como aprendieron a hablar español, viviendo y trabajando en las sombras de la clandestinidad.
Mil oficios como millones de emigrantes en el mundo entero. Panaderos los niños, ella limpiando casas, comiendo dos tiempos por día, moviéndose de lugar cada seis meses debido a su apariencia asiática gente los denunciaba con migración y tenían que cambiarse de colonia, pueblo y de país. No duraron más de un año en cada país, la estadía fue de meses.
Cuando llegó la amnistía Jarabulli pudo obtener los papeles del país pero sería hasta muchos años después que él lograría traer a sus hijos y a su esposa pues lo que ganaba en la fábrica no alcanzaba, trabajó en los tres turnos durante años, en más de una docena de ocasiones tuvo que abandonar todo y salir corriendo porque la migra hacía redadas constantemente.
Los críos salieron niños y llegaron entrando a la edad adulta, inmediatamente Jarabulli los puso a estudiar para cuando yo llegué a su casa , Ompa –papá- y Onma –mamá- estaban pagado los préstamos que habían sacado para estudiar, a Onma Ompa la conoció en la iglesia evangélica a donde asistía, ella emigró solita no tiene familia en Estados Unidos, algunos conocidos de Corea nada más. Se enamoraron y así fue como se casaron y tuvieron a Mike, Joshua y Paul que yo cuidé y amo como mis propios críos.
Tres días por semana mi labor es arreglarlos para irse a estudiar, darles desayuno, llevarlos a la escuela, irlos a recoger a la salida y llevarlos a sus clases de piano y natación. Jugar con ellos en las tardes. ¿cómo hacerlo si no hablo una palabra de inglés?
Jarabulli, Jamoni y Ompa hablan español perfecto pero no quieren hablarlo conmigo porque entonces no aprenderé inglés y debo aprender para sobrevivir en el país, me lo han dicho desde el día de la entrevista. Algunas palabras me hablan para que yo logre captar las instrucciones, el resto me lo dejan escrito en inglés sobre una hoja de papel y junto a ésta un diccionario inglés-español que tengo que descifrar durante el día para saber qué es lo que toca hacer con los críos.
Los abuelos ya cansados y de mayor edad, van al sauna, a nadar, a yoga, a la iglesia y con justa razón Jarabulli tiene astillada la espalda de tantos años que trabajó en fábricas y de pasar toda su infancia y adolescencia en su natal corea metido en los surcos de campo de cultivo –ahí otra similitud con mi familia-. Pasan los abuelos de los 74 años de edad. Hamoni camina con lentitud una caída le hizo añicos cuatro vértebras de la espalda.
Llego a las 6 de la mañana cuando Onma y Ompa están saliendo para el trabajo, me exigen desayunar en su casa y comer lo que guste, ahí aprendo a comer coreano y mi paladar se enamora de las sopas, del kimchi con arroz blanco, del pollo con jengibre y del té verde, ellos comen lo fuerte en el desayuno y toman té verde en la noche con algún ligero bocado de algo.
Me acostumbro a comer kimchi con arroz blanco en el desayuno y sopa de algas de mar. Un licuado de fruta y verdura –que hasta el día de hoy todo en el desayuno- .
Y lo de comer en su casa es verdad, porque aunque llegue desayunada de la mía me invitan a comer en la suya, así es que me toca llegar con el estómago vacío.
Todos comen juntos, el té lo toman juntos en la sala. Todos los días se sientan en la posición de loto, meditan durante 20 minutos.
Me cuentan de Corea, de la infancia de la abuela y del abuelo, todo aquello Jamoni me lo cuenta en inglés y Jarabulli lo traduce al español. Cuando Onma habla de su infancia y adolescencia todos lloramos, fue tan difícil. Ha encontrado una nueva familia en Estados Unidos, tiene esposo, suegros, hijos, cuñado, pero extraña tanto a su hermana que quedó cuadripléjica cuando tuvo un accidente en la adolescencia, vive conectada a tubos, mangueras, cables, las 24 horas del día. Sus papás viven en la alcantarilla, ella envía la mitad de su salario para pagar los gastos médicos. Se resisten a pagar una enfermera y son los padres quienes la cuidan. Ella envía entonces para todos los gastos, de vivienda y médicos.
A Mike le cambio el nombre por Miguel, a Joshua por Josué y a Paul por Pablo, los niños felices con sus nuevos nombres, ellos me enseñan a jugar béisbol y yo balompié, en las tardes los llevo al parque y les enseño a trepar árboles y a que digan en español el nombre de la calle en donde viven y el número de su casa, a decir: buenos días, cómo está, yo muy bien gracias, buenas noches, que le vaya bien. Ellos hacen los mismo conmigo pero en inglés, es así como voy aprendiendo a modular algunos vocablos en idioma extranjero.
Para el tiempo de otoño llevamos bolsas plásticas y nos trepamos a los árboles frutales del parque y bajamos manzanas y peras, cosa que pone de cabeza a la directiva de vecinos el suburbio exclusivo, inmediatamente llaman a los papás de los críos para decirles que sus hijos se han vuelto locos que una mujer negra los carga trepados en los árboles como monos y eso nunca se ha visto en el sector, los árboles son de adorno y los niños se comportan como personas y no como animales salvajes. Hamoni y Jarabulli lloran de la risa cuando cuelgan el teléfono. Cómo se ve, me dicen, que para ellos todo es de adorno.
Con las frutas Hamoni hace pie.
A los niños los nalgueo en todos lados, cuando se bajan del carro para ir a la escuela, cuando los voy a traer, cuando hacen un home run o cuando anotan un gol.
A los meses han aprendido a decir cada uno sus nombres en español y a presentarse: buenos días mi nombre es Pablo, tengo dos años.
Las maestras de la escuela admiradas y los papás y abuelos realizados. Yo también hago todos los días las tareas que ellos me dejan, me escriben en un papel nombres de cosas que tengo que aprender en inglés y llevar memorizadas al siguiente día: pelota, bate, árbol, calle, sonrisa, buenos días, escuela…
Pablo es el que tiene el carácter del demonio y Josué y Miguel lo secundan cuando él hace berrinche, entonces Ompa se levanta una mañana y los sienta en los sillones de la sala, me entrega una regla de geometría y me dice en inglés que después traduce al español: les das tres reglazos a cada uno en las nalgas cuando no te hagan caso, se las déjas pintas por favor. Mi sangre se hiela, en mi vida le he tocado un cabello a un niño y me niego rotundamente a recurrir a los golpes como ayuda en la formación de un ser humano. Nunca la utilicé pero el simple hecho de estar la regla a la vista de todos hizo a los críos enderezar el carácter de Pablo que en lugar de kimchi prefería hamburguesas.
Por las tardes los abuelos les daban clases de coreano, una hora los tres sentados haciendo las planas y pronunciando, aquella casa tenía todo en la decoración, platos, camas y hasta el jardín al estilo coreano. Ahí conocí la pascua coreana y me embrujó.
Una paz de familia que nunca he sentido en otra en donde he trabajado.
Cuando se iban a la escuela los críos yo arreglaba sus camas, arreglaba la ropa en sus gavetas, lavaba los platos y limpiaba la cocina, después lo iba a traer y los llevaba a sus distintas actividades, cuando los recogía en la escuela me salían los tres al encuentro y se me tiraban como monos y en segundos los tenía encaramados en la espalda, el cume siempre iba a tuto, Miguel a cucuche y Josué en mi regazo abierto de piernas: éramos una mamá mica y sus críos. Los enseñé a pararse de manos y a trepar en la bicicleta al pedalazo, a saltar en bici sobre obstáculos. Aquellos niños enloquecían.
Pablo aprendió a fintear, Josué a utilizar también la pierna izquierda para patear y Miguel despertó una creativad para anotar los goles de chilena. Yo aprendí las palabras en coreano que ellos me enseñaron: abuelo, abuela, mamá, papá, hola, buenos días, buenas noches, perro… Les enseñé a anotar los goles de taquito y a hacer la finta llamaba bicicleta. Lloraban de alegría cuando lograron realizarla a la perfección, nadie los bajaba de la nube, solo ellos podían hacerla en la escuela. Pablo de dos años empezaba a dominar el balón.
Cuando llegaba en las mañanas me recibían todos en la puerta con un abrazo y beso en la mejía y al retirarme también me salían a dejar al estacionamiento: todos los días de dos años sin faltar uno solo. Aprendí a saludar con ese reverencia de inclinar la cabeza, también al despedirme, reverencia que aun mantengo y así saludo y así me despido, es mi forma de honrar a aquella familia de emigrantes coreanos. El enlace de mi alma con la de ellos.
Han pasado 8 años de aquel mi primer trabajo en este país, dejé de trabajar con ellos porque se movieron de Estado hoy en día viven en Nueva York y todavía nos mantenemos en comunicación, los críos mayores ya son adolescentes, Pablo es el más alto y el menos coreano de todos, cuando me llaman para saludar me dicen: hola, cómo estás, te saluda Pablo… Josué… Miguel y yo les contesto en inglés y cuando pregunto por los abuelos les hablo en coreano.
Cuando les dejan tareas en la escuela que tienen que ver con emigración y Latinoamérica me llaman para que les ayude. Cuando la maestra les pregunta la fuente información ellos dice que una amiga guatemalteca se las dio.
Me han invitado en infinidad de ocasiones para ir a visitarlos, Jarabulli, Jamoni, Ompa, Onma, y mis tres críos, podría ir en un fin de semana porque no estoy lejos del lugar, pero soy la mujer más arisca del mundo y no me gusta importunar, así es que los veo por fotografías y escucho sus voces vía telefónica.
Los papás finalmente terminaron de pagar los préstamos que hicieron para estudiar medicina. Les asombra lo mucho que he avanzado con el inglés, les entristece que sea indocumentada porque me dicen que sería una excelente maestra de Educación Física en las escuelas de este país.
No saben que tengo una bitácora y tampoco les contaré que hoy antes de irme a trabajar cuidando a otro crío de herencia asiática, que también es hijo de mi corazón, escribí un relato recordando mi primer trabajo y que Jarabulli, Jamoni, Onma, Ompa, Paul, Joshua y Michael han sido los protagonistas.
Es mi forma de hacer inmortal la decencia, el amor, la solidaridad, la humildad de aquella korean family.
Ompa y Jarabulli tocaban guitarra en el coro de la iglesia, por las tardes Harabulli tocaba para alegrar mi alma y a mí me daba por llorar. Decía que cuando el alma llora es porque se está limpiando de toda maleza. El día en que se fueron me regalaron las dos guitarras, que tengo aquí en mi cuarto y una frente a mi escritorio. Docenas de poemas he escrito acariciando sus cuerdas. Nunca les dije que ese instrumento musical es mi favorito, seguramente lo leyeron en mis ojos. ¿Cuál otra razón para que me regalaran sus dos guitarras? Algún día aprenderé tocarlas.
Sean pues estas letras la que viajen en el tiempo y los abracen desde las aristas de mi corazón migrante.
Ilka Oliva Corado.
Febrero 03 de 2014.
Estados Unidos.

3 comentarios

  1. Hermoso tributo a una famila especial.

  2. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Ilka linda: Gracias por compartir tan bello relato. Creo que lo hiciste con el corazón en la mano. Besos, Chente. http://www.prensalibre.com/vida/perserverancia-tortuga-cuento-valor-valores_0_1075092608.html

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.