El día de mi suerte.

Mis abuelos maternos se fueron a vivir una década a Ciudad Peronia, fue la década de los 90 que tanto marcó mi vida. Dejaron todo en Comapa, vendieron las gallinas y los marranos, la yegua la dejaron encargada con uno de mis tíos abuelos y los jocotes de agosto del palo del patio se los comieron los niños del Barro El Clavel, lo mismo que el café maduro lo cortaron las vecinas e hicieron en iguaste la flor de pito y de izote. Los guayabos rojos se cayeron maduros sobre el suelo de talpetate del patio, ahí se hicieron abono esperando a que regresaran los dueños de la casita de adobe en donde nací. Las vigas y horcones del corredor esperaron pacientes las tardes del retorno para que mi abuelo nuevamente guindara la hamaca. El polletón de mi abuela junto al comal de barro y la carga de leña se llenaron de nostalgia y moho, anhelando volver a ver las palmas de las manos de la mujer que me enseñó a tortear pishtones.
Ellos decidieron mudarse a Ciudad Peronia para ayudar a criar los hijos de su hija cume, no había tenido suerte con los esposos y necesitaba trabajar, mis abuelos entonces invadieron un terreno donde vivían con su hija cume y sus dos nietos. Pero el abuelo ya había estado en Ciudad Peronia años antes fue quien cuidó el material para la construcción del cajón que fue nuestra casa en aquella periferia. Hizo las zanjas con sus pulmones, piocha y pala. Años después haría lo mismo con la casa de otra de sus hijas. Sus yernos y nietos no le sirvieron para nada, malaya a unos se les hubiera pegado lo arrecho y otros lo hubieran heredado. Los hombres de mi familia no sirven para nada, más que para andar dejando mujeres embarazadas y desconociendo con descaro la paternidad.
Mi abuela entonces hizo en el patio del lote una pequeña parcela –que yo también tengo aquí en tiestos en el balcón de mi apartamento rentado- al estilo Comapa, todo tipo de hierbas, milpa, frijol –camagua- y las flores de nuestra tierra natal. También llevó algunas gallinas de las que sobresalía una gallinita inglesa de plumas colochas, de la que mis ojos de niñas se enamoraron. Le pedí dos huevos para ver si cuando se quedara una gallina en la casa podía ponerlos y tener hijos de la gallinita inglesa. En los pueblos de oriente es la tradición que cuando nace un animalito se le da a cada uno de las crías, como herencia, para que se haga responsable de la crianza y ahí que vea si lo vende o se queda para reproducir.
Mi abuela entonces me heredó los dos huevos de la gallinita inglesa y cuando se quedó otra gallina habada se los pusimos y a las semanas nacieron una pollita y un pollito, de plumas colochas. Me los llevé para mi casa, el pollito no se logró solo la gallinita, que era hermosa sus plumas chiltotas. A mí quien me enseñó que la palabra vale más que la firma fue mi abuelo materno, mi amado Tío Lilo que es el hombre más importante de mi vida. A pocos hombres he conocido con el valor de mantener la palabra bajo cualquier circunstancia y respetarla y defenderla con la vida misma.
Creció la gallinita y mi mamá sabía que era mía. Mi abuelo analfabeta y campesino me enseñó que lo que era mío no lo tenía que tocar, así me estuviera muriendo de hambre. Lección que aprendí a cabalidad. Un día que mandaron a mi papá que trabajaba como chofer del viceministro de salud pública, a dejar unas cajas de medicina al poblado de la laguna de Calderas resulta que regresó con una cabrita que venía preñada, allá la compró y como yo era la encargada de cuidar los animalitos ella me iluminó la vida, solo con ella podía conversar y después lo haría con sus hijas y las hijas de sus hijas y con la manada entera.
En su trabajo conoció a muchos copetudos y entre ellos un veterinario que pertenecía a la alta alcurnia de la clase social, mi papá siempre como alfombra puesto para que le pasaran encima para contar después que tenía las huellas en su espalda de un par de zapatos finos, hazaña.
El mentado veterinario tenía una finca enorme donde tenía todo tipo de animales y ya de regreso con mi papá en el camino vieron cabrito en el camino y se pararon para que mi papá comprara uno lechero, al que llamaron El fugitivo porque ese nombre leyeron en la lona de un camión de carrocería que iba delante de ellos en el carretera. A el fugitivo yo lo montaba como que era caballo, creció enormemente y con sus cuernos largos y arqueados. Era hermoso, a todas los animalitos yo les he puesto nombre. A él no pude porque ya lo habían salado, el par de dundos aventureros.
Mi papá entonces haciendo alarde de sus gallos de pelea invitó al mentado veterinario a que fuera a almorzar a la casa y después del banquete y de un par de botellas le terminó regalando algunos gallos giros –para variar- gallos que ni de loco vendería siguiera a algún vecino pobre de la colonia.
Esas actitudes de mi papá y el grado de aprovechamiento de sus amigos ricos al ver la sumisión del hombre crearon prejuicios en mi cabeza y crecí afirmando que todos los ricos eran iguales, de aprovechados y de aventajados. Nadie me hacía pensar en algo distinto.
Aquella tarde cuando ya se iba vio en el patio a mi gallinita inglesa con sus plumas colochas y chiltotas, su lasciva de rico apoderado le clavó los ojos a la animalita y le dijo a mi mamá que se la vendiera a lo que ella contestó agradecida por el elogio que: no tenga pena llévesela, se la regalo. Yo brinqué y le dije que esa gallinita no era de ella sino mía, el tipo ni dos veces y agarró la gallinita y se subió en su carro de último modelo. Dijo que en su finca se vería mejor que en el patio de mi casa. Mi mamá le dijo que: sí, allá luce mejor que aquí, llévesela, me alegra que se pueda llevar algo que luzca en su finca. A mí me salía espuma por la boca, mi papá me agarró para que no corriera a patear al veterinario, canchito de ojos verdes y ropa fina. Me logré soltar y correr y saltar el tapial de adobe para salir a donde estaba el carro con el motor arrancado, ya iba en marcha y me colgué como pude de la parte de atrás pero el descarado y aventajado aceleró y me dejó tiraba a media calle, no sé cuántos escupitajos le lancé y le grité con toda mi cólera y dolor: ¡hijo de la gran puta!
Mi mamá me recibió con una tunda que ya ni me calaban de las tantas que me daba.
Ese día se rompió algo entre ella y yo que no hemos podido volver a pegar. Yo tenía once años. Ese episodio marcó mi vida, porque amada a la gallinita y porque ella no respetó algo que no era de ella y puso a disposición de un rico solo por el hecho de serlo que ni amigo nuestro era.
Y siempre que me quiere dar clases de moral – por mi grado de perversión en mi sinceridad para expresar lo que siento y pienso- le digo que en las mínimas cosas es donde se ve quién es quién. Yo de moral desconozco, doble moral no tengo, es decir carezco de moralidad. Lo que sí es que nadie puede decir que le he hecho daño a través de la traición, me he equivocado así, pero jamás he traicionado a nadie. He mentido así y me ha llevado el río cuando lo he hecho porque recuerdo las palabras de mi abuelo que fue inmutable en cuanto a eso, así es que he entrado en depresión de semanas cuando me ha tocado mentir.
Por ejemplo un día en los básicos yo estudié en un colegio católico que la fecha de su aniversario la cumple el 15 de agosto y llevan serenata a la virgen, con mariachi y todo, hacen una alborada. En esa ocasión mi mamá me dijo que no iba si nadie me veía a recoger a la casa, y yo ya lista para irme a las cuatro de la mañana y no había quedado con nadie de que me fuera a recoger, con las ganas de irme me inventé tocar yo misma la puerta de la entrada de enfrente y decirle a mi mamá que adormilaba en su habitación, qué ya había llegado la manada de patojos a recogerme. Ella me dejó irme, en la oscurana temiendo a que se diera cuenta de mi mentira zampé la carrera en la cuadra sintiendo que la mano peluda me metía zancadilla. No me la pasé bien en la alborada y tuve dos semanas caída en total depresión por haberle mentido a mi mamá. Así de fuerte me paga eso de mentir.
Los amigos ricos de mi papá abundaban, la vena por las letras la heredé de él y de mi abuelo paterno, también por las manualidades. Mi papá tiene una habilidad para hacer atarrayas que es admirable, lo malo es que siempre las hizo hermosas para regalárselas a sus amigos ricos que amaban ir a pescar. Lamento tanto no haber aprendido a hacer atarrayas porque en todo lo demás soy a su imagen y semejanza.
Cuando yo veía que mi papá regalaba sus gallos, que nos dejaba sin comer para comprar concentrado fino para que se mantuvieran en forma, cuando yo veía el grado de sumisión de mi mamá regalando animalitos que no eran de ella y ofreciendo comida que no teníamos solo por quedar bien con la gente, me preguntaba, ¿por qué nací en esta familia? Yo no pertenezco a este lugar. ¿Por qué no pueden ver que son utilizados nada más? Nunca me sentí parte de mi familia y soy la oveja negra en todos los sentidos, la desquiciada, la trastornada, la que siempre ha pensado distinto y ha actuado distinto. Para mi familia soy candil de la calle oscuridad de su casa, pensar distinto y actuar distinto me ha convertido en la loca que necesita urgentemente de ser internada en un hospital psiquiátrico. Antes pedían disculpas a la gente por mi actuar, ahora solo dicen: usted ya la conoce con ella no se puede.
Cuando llegaba el día en que las señoras de la tienda iban a tocar la puerta para cobrar los litros de cerveza que fiábamos porque mi mamá no los había pagado cuando había prometido, recuerdo que ella miraba por la ventana y me decía: ahí viene doña fulana a cobrar decile que no estoy. Cuando tocaban yo abria la puerta y le decía a la señora: con mucho gusto ahorita se la llamo, ¡mamá te busca doña fulana! Mi mamá salía con los colores en la cara y me hacía una mirada que me atravesaba, se disculpaba con mil excusas y volvía a prometer que para tal día pagaba. Cuando se iba la cobradora yo ya sabía que mi lomo y mis canillas pagarían las consecuencias por mi desacato. Siempre le dije que una tenía que hacerse cargo de sus acciones, si daba su palabra de pagar tal fecha tenía que hacer todo lo posible por pagar un día antes, como mínimo porque la palabra se tenía que respetar. Otra tunda. ¿De dónde has salido vos tan insolente? ¿Quién te creés que sos? ¿Ahora los patos les tiran a las escopetas? A mí me respetás porque soy tu nana y te parí. ¡Já, faltaba más!
En otros de mis errores que me llenaron de hiel fue pensar en que los amigos ricos eran los que causaban nuestros problemas en la casa, los económicos y de todo tipo. Ellos eran los culpables de que mi papá se gastara el dinero en peleas de gallos y mujeres. Escuchar hablar a mi papá de mujeres con sus amigos me llenaba de rabia, siempre hablaron de nosotras como las putas que sirven solo para coger. En sus borracheras hablaban de las patojas que servían los tragos en el palenque y cómo se las habían conseguido una noche pagándoles tal cantidad de dinero y que les hicieron tal cosa y que las pusieron de tal forma. Mi mamá escuchaba y cuando yo le decía que hiciera algo me contestaba: dejálos que son hombres.
Una vez más me preguntaba, ¿estaré mal yo?, ¿seré loca de verdad? ¿Por qué soy la única que se enoja cuando escucha esto y nadie de las mujeres de mi familia reacciona? Porque lo mismo pasaba en las reuniones familiares. Crecí escuchando decir por los hombres de mi familia –y solapado por las mujeres- que mujer que tiene relaciones sexuales antes de casarse es puta. Yo he de ser re puta, seguramente. Puta libre, porque las otras son putas a puerta cerrada. La confianza que tengo con mis tías, primos y primas me da la libertad de escribir esto.
Un primo poco faltó para que le sacara el hijo a patadas cuando se enteró que su hermana estaba embarazada sin haberse casado, la trató de lo peor y el día en que ella se casó con su panza ya de meses, se encargó de destruirle la fiesta. Pero él se casó con su novia vestida de blanco, pulcra y santa en una iglesia elegante e hicieron la fiesta en salón, ella con su velo de virgen sobre el rostro pero ya estaba embarazada de dos meses y le hicieron creer a todo el mundo que la cría nació antes de tiempo. Pero ella no es puta, por supuesto que no.
A otro primo se le ocurrió la brillante idea de fornicar con su novia en la casa de ella, estando los papás en la sala, se despidió y se fue y entró por el tapial del cerco de atrás, en la habitación del final de la casa lo esperaba la novia, cuando él se enteró de que no era virgen le dio por agarrarla a golpes herido en su orgullo de macho, planaceado lo hizo el papá de la novia y con toda la razón. Ahí terminó la relación y el baquetudo se encargó de regar en toda la colonia que la fulana no era virgen y que a él le constaba. Cuando mis tías, mi abuela y mi mamá se enteraron dijeron: pero ella se lo buscó porque quién la manda a andar de caliente.
Otro primo preñó a una patoja y tuvo gemelitas idénticas a mi tía, luego otra vez otro hijo idéntico a mi tía, él jampón dijo que no soy suyos y negó toda ayuda en la manutención, se dedicó a contar en el pueblo que la fulana se acostaba con media departamento.
–Un día me voy a discutir un escrito de las bajezas cometidas por los hombres de mi familia, estoy segura que no distan de la bajezas cometidas por hombres del 99% de la población mundial-.
Cuando salían mis tíos con que al patojo hay que llevarlo a un bar para que se haga hombre y desarrolle bien, tiene que probar mujer, yo les decía que entonces también llevaran a sus hijas a que probaran hombre para que se hicieran mujeres y desarrollaran bien. Cuando mi papá salió con sus once ovejas conoció a una hija que jamás había visto, quería llevar a mi hermanito y salté con mis garras afiladas y se las ensarté en la arteria aorta: vos que te atrevés a llevarte al patojo a un bar y yo que también me voy a uno para que me hagan mujer, ahí ve vos qué escogés, si dejás al patojo que viva su vida en su tiempo y como debe de ser o seguís de violador pagando por servicio de muchachas que de seguro a la fuerza las han de tener ahí. Cuando le pedí a mi mamá que interviniera me dijo: pero si eso hacen ellos, es cierto así se hacen hombres y desarrollan mejor. Solo me faltó tirarme de cabeza desde el tapial.
Según mi hermanito nunca ha ido a un bar ni con mi papá ni con nadie, solo él en su corazón sabe si lo ha hecho, en mis manos no quedó porque yo no dejé la infancia botada para criar hombres mediocres y abusadores, mi esfuerzo hice pero solo él sabe si es de los hombres que hacen la diferencia.
Mi padre siempre llamó a sus amigos ricos como: jefe. Y yo como la gran puta, “papá qué putas te pasa a vos en la cabeza, él no es tu jefe”, ellos se pavoneaban cuando él los llamaba así. Yo ni de señores los llamé: el tío, el nía lo utilizo como una reverencia solo con personas que merecen ser llamadas así. No cualquiera es tío y no cualquier es nía. ¡Faltaba más!
Crecí entonces en base a mis vivencias familiares, con enormes prejuicios hacia la gente de clase social más holgada que la nuestra, pensado que todos eran iguales. Cortados con la misma tijera. Actuando unánimemente. Aprovechados, aventajados, avaros.
A mediados del año pasado decidí agarrar un borrador, buscar dentro de mi cerebro la memoria: a largo plazo, a corto plazo, sensorial, semántica, episódica, de reconocimiento, declarativa y procedimental. Las puse sobre la mesa y borré la parte de cada una de ellas que me hacía daño, que no me dejaba fluir y no me permitía ver las cosas más allá del blanco y negro, borrando estas partes logré ver los distintos colores y tonalidades, los prejuicios que decidí eliminar de mi vida no me dejaban ver la grandeza de seres humanos que hay más allá de mi experiencia personal.
Lo mismo hice con mi corazón, con mi alma y con mi espíritu. Ahora están esos espacios vacíos que se empiezan a poblar de serenidad, de una visión distinta y más clara, ya no encolerizada y de rechazo. Ya no prejuiciosa. Decidir eliminar los prejuicios me ha dado una libertad de pensamiento y de análisis que desconocía.
Desde niña he enloquecido por la música de Héctor Lavoe, mi himno siempre fue El Día de mi Suerte. Yo quería que mi suerte cambiara, que mi realidad fuera distinta, no vivir encerrada en las oscuridad de una habitación. Dejar de ser necia, testaruda. Aprender a respetar el por qué del actuar de mis padres pero sobre todo a ser una persona que rompiera el molde, que descontinuara los patrones de crianza, a no imitar, a ser yo misma, a crear. A ser fiel a mi palabra y a mi sentir.
A poner el corazón en cortar con tanto machismo y patriarcado, con tanta sumisión, a no ver con prejuicios a personas que no crecieron en un arrabal. Para lograrlo tuve que recurrir a un borrador, tener la capacidad de aceptar que estaba equivocada y que había mucho en mí de negativo y de rencor hacia muchas circunstancias que no me dejaron ver y pensar con claridad. Que en todas las clases sociales se pierden y se ganan batallas, que se luchan también por la equidad. Por la justicia. Que quien no creció en un arrabal no tiene la culpa de las circunstancias de mi vida. Que es digna la persona que lucha desde cualquier trinchera por hacer de este mundo, un oxígeno de equidad.
Mi suerte ciertamente cambió, mi suerte interior, gané espacio en mi cerebro, abrí la mente, estoy aprendiendo a abrir el corazón, aclaré lo empañado de mi alma, mi espíritu hoy es más libre que nunca y más indómito que en todos mis tiempos de rebeldía.
La suerte no me hizo cambiar. Yo hice que cambiara mi suerte. ¿Qué más ventura en la vida que la de un alma tranquila, un cerebro redimido y un espíritu indómito? Hay todavía espacios dentro de mi cerebro y corazón que debo limpiar, como deshierbar la parcela para sembrar fertilidad y ver crecer la milpa, el maicillo y el frijol camagua. Abonarla, regarla, cuidar la siembra, disfrutar de hacerlo. De el olor a tierra mojada y de la flor del milpal, de la hoja del maicillo y del color pitayo del frijol camagua. Me ha ayudado mucho leer a una escritora que con cada palabra suya limpia el sendero en mi mirar, tiene esa magia sui géneris de las grandes emancipadoras.
Sigo cantando la canción El Día de Mi Suerte. Como una reverencia a los tormentos que me habitaron y que aprendí a respetar.
Ilka Oliva Corado.
Febrero 02 de 2014.
En mi tabuco.

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