Una galleta.

Cuando nació mi hermana mayor mi mamá cuenta que mi papá por poco se infarta decepcionado porque él quería varón, cuando nací yo otro tanto, ya tenían dos niñas y el hombre se moría por un heredero de su falo, para eso de continuar con el legado de la sangre y el nombre, el famoso apellido. Pasaron diez años desde que nací hasta que convenció a mi mamá para que se preñara otra vez e intentaran por última vez engendrar un varón y así fue que tuvieron a mi hermano Guayito: canche de ojos grises y cabello de colochos aguados. Ver a mi mamá. Pobre mi viejo, su hijo no salió prieto como él, la única cría prieta de la casa soy yo y soy toda él hasta en lo necio, no tengo el tan admirado falo eso me resta prestigio e importancia ante sus ojos, aunque me haya formado los primeros años de mi vida a su imagen y semejanza. Soy el varón de la casa.
Cumplida la cuarentena mi papá literalmente obligó a mi mamá a hacer la cita con el doctor para operarse y ya no tener más crías, el hombre estaba feliz con su hijo varón pero ahí está que cuando llegó el mero día la mujer se arrepintió y dejó pasar la cita, al mes nos compartió la noticia de estar embarazada de nuevo, ahí se coló mi hermanita Flor de María, la cume de la familia. Los dos cumes son uña y mugre, apegados a morir se llevan tan poco tiempo de edad. Mi hermana mayor y yo nos llevamos dos años de distancia. Digo que soy el varón porque los primeros diez años de mi vida eso fui para él, viví como un niño a su lado, hasta que llegó el verdadero y me desbancó. Eso me marcó, porque yo andaba pegada al pantalón de mi papá y desde el mismo día en que nació mi hermanito dejé de existir para él, me convertí en invisible y sigo siendo invisible hoy en día es mi decisión ser invisible, estoy tranquila siéndolo, encontré mi paz interior siéndolo.
Cómo olvidar el día en que nació mi hermanito, lo que enloqueció de la felicidad mi papá porque fue varón, le agradeció a su esposa el regalo enorme que le había dado, mi papá seguramente pensó que ya podía morir en paz con su legado en esta tierra. Tan distinto de cuando nació mi hermanita que fue decepción nuevamente por ser niña. Así es que en la casa somos tres mujeres y un varón.
Eso del concepto de patrones de crianza yo lo escuché la primera vez estudiando en la universidad antes no tenía idea de que existía pero sí desde niña quise cambiar muchas cosas en las normas impuestas en nuestro remedo de hogar y en la cuadra, colonia, comunidad…
Por parte de mamá y de papá venimos del oriente del país, aquello allá truena de machismo y de imposición de la palabra, entre otras cosas. A la mujer le suena el marido y cuidadito decir algo porque derecho de matarla tiene, es habitual que a la hija la viole el padre y los hermanos, ningún hombre tiene derecho a probarla primero antes que ellos y hasta que ellos se cansen de ella deciden si dan el consentimiento para que se case o no. Es habitual que si hay algún muchacho rondándola y a ella no le gusta éste se sienta ofendido y desee limpiar su honor de macho, violándola y robándosela obligándola a ser su mujer, ya una vez la mujer jugada no vale nada, entonces la devuelve a la familia o se queda con ella, como su fuera mercancía comprada en mal estado. No quiero decir que no sucede en otros lugares del país, pero en el oriente es tan normal que la gente ni se inmuta.
Una cuestión abrumadora con los estereotipos y prejuicios mucho más de lo que hay en al capital y en el resto del país. Hay que recordar que la gente del oriente se cree de sangre azul y de pertenecer a una casta prodigiosa. Imperdonable que un hombre se case con una mujer indígena de Totonicapán, o que una mujer se case con un indígena de Huehuetenango, es la deshonra total, es la salación de siete generaciones. Se les olvida que la diversidad es hermosa, que nadie tiene sangre azul, que nadie es más que nadie, que tener herencia milenaria en la sangre es una honra.
Nació varón pues hay que criarlo como “ hombrecito, bien machito”. Nació niña, pues “mujercita bien hembrita”.
En mi casa no fue la excepción. Siempre se ha servido la comida primero a los hombres que ya esperan sentados en la mesa y en los platos más grandes, en abundancia, si sobra come la mujer, allá apartado se amontona a las crías que coman solitas o las mujeres les dan de comer. El hombre no recoge su plato, es la mujer quien lo hace. El hombre no puede agarrar una escoba y barrer porque eso es cosa de mujeres, él se sienta a ver el partido de fútbol. Repito, no solo en el oriente ni solo en Guatemala. Pero, en el oriente es un santo y seña. Las cuatro hijas de nía Juana y don Cirilo están casadas con zacapanecos. Jutiapa y Zacapa en sobrinas y sobrinos, patrones de crianza pasándose de generación en generación.
En mi casa la mamá, las dos hijas mayores y los dos cumes. El trabajo era repartido entre mi hermana y yo. Mientras ella lavaba la ropa yo pastoreada las cabritas, los marranos y les daba de comer a las gallinas y patas. Barría el patio, lavaba el baño, limpiaba el chiquero y gallinero, me iba al mercado a buscarle desperdicio de hojas y frutas a los marranos. Les preparaba el chilate y ponía las tortillas tiesas a remojar para que darles la cena. Nunca he podido sostener conversaciones de más de cinco minutos con humanos, en cambio conversando con los animalitos enloquezco, el año pasado por casualidad me topé en las afueras del Estado con una pequeña granja donde tenían cabritas, no te imaginás lo que fue para mí verlas, acariciarlas, besarlas, mi alma revivió, mi infancia vino a mí, la arada, los barrancos y las largas conversaciones de las tardes desmoronándose sobre mis montañas verde botella.
Cuidada el jardín. Mi hermana se encargaba del oficio de adentro, lo de las camas y cuando tuvimos piso en la sala restregarlo de rodillas cuadro por cuadro.
Los cumes fueron creciendo y el privilegio del varón también.
Padre y madre por igual, sentenciaba mi mamá: ¡el niño que no toque los platos porque me lo van a poner mampluzo! ¡Eso es cosa de mujeres! Por otro lado mi papá: ¡el niño es el varón de la casa con eso es suficiente! Pero mi hermana mayor y yo nos dispusimos a cambiar esos patrones de crianza así es que un día nos paramos frente a mis papás y les dijimos que: ¡aquí todos hijos o todos entenados! ¡Todos tenemos los mismos derechos y responsabilidades! Guayito no tiene corona alguna por ser varón y nosotras no somos menos por ser mujeres. Siguieron días y meses de peleas con mi mamá y papá cada vez que delegábamos responsabilidades a Guayito.
De acuerdo con su edad le tocó agarrar la escoba y aprender a barrer, lavar los platos con jabón y arenilla y quitarle el tizne a las ollas. La lista la hacíamos mi hermana mayor y yo. Y por más que brincaran mis papás no había modo de que Guayito se salvara de sus obligaciones en nuestro remedo de hogar, teníamos un arma poderosa: mi hermana mamá y yo manteníamos a los cumes, razón más que suficiente para tratar de cambiar muchas cosas en la casa, pues voz y voto porque aportábamos en lo económico.
Cuando el año pasado leí por primera vez Una Habitación Propia, de Virginia Woolf, lloré emocionada cada palabra, a nuestra manera mi hermana y yo hicimos una revolución en la casa, es decir nuestra infancia fue un timonel, no estábamos equivocadas. Sin saber que existía esa clase de independencia tan necesaria para la mujer que menciona la escritora, nosotras la visualizamos de niñas, esa equidad que debe de existir entre ambos géneros.
Mi hermanito fue aprendiendo a planchar su ropa, a hacerle los quiebres a las mangas de su pantalón para ir a estudiar, a remendar sus calcetines con ayuda de un bombillo, aguja e hilo. ¡A tortear!, para eso me pinto sola, adoro ese ritual que hay entre el fogón, la masa, el comal y las palmas de las manos. Aquí torteo de vez en cuando aunque el comal es de teflón y sobre una estufa es mi forma de retornar al polletón de nía Juana en mi natal Comapa y al medio tonel con parrilla en mi amado arrabal. Siempre le dije que él que por ser hombre no tenía ninguna distinción y que no estaba por encima de nosotras, que tenía que pensar muy bien lo que iba a decir antes de hablar de una mujer, porque al hablar de cualquier mujer estaba hablando de su madre, de sus hermanas, de su abuela, de la vida misma, de la leche que lo nutrió, de la menstruación que lo formó. Y que cuando pensara o hablara de una vagina tenía que tener presente que por ahí nació o que de haber nacido con cesaría la vagina no era un espacio exclusivo para el placer del hombre, era algo compartido con una mujer que es un ser de luz.
Así es que Guayito lava, plancha y cocina. Aunque hay una frustración en mi vida muy aguda como hermana y es que por más que me vieron practicar deporte no pude despertar en ninguno de mis tres hermanos el hábito por la actividad física, enloquezco por el fútbol y jamás jugué con los cumes porque mi mamá no lo permitió, me decía que para garañona yo solita y que a sus hijos no se los tocara. Mi hermanito no sabe ni cómo enrollar un trompo, ni tronar los dedos para calentar antes de jugar cincos, porque nunca los jugó. Ni técnicas al paredón, no conoce de perderse tardes enteras en los barrancos ni de treparse a árboles frutales. Ni de hules con cáscaras de naranja. La cume, menos. Aparte de la diferencia de edades el no compartir actividades recreativas –dentro de lo que se podía por nuestras múltiples obligaciones- me dividió mucho de ellos.
Esa pequeña circunstancia hizo en gran parte que yo creciera distanciada de la familia, en mi propio mundo, en mi nube, corría junto a las cabritas en la arada, hablaba sola –lo he hecho todo el tiempo- me cuesta permanecer diez minutos sentada en el mismo lugar, soy demasiado activa, me encanta estar en movimiento, me aburro en esas reuniones en que la gente está sentada bebiendo café o té y se le van las horas en el mismo lugar sin parpadear. Y así es mi familia muy tranquila, mientras ellos respiran yo agarro fuego. Soy un punto perdido en medio de la nada. No encajo en ningún lugar, solo en mi nube.
Entre mis locuras y mis propias revoluciones que en muchas ocasiones me valieron palizas por parte de mi mamá, por andar de, “¡depravada!” –En sus propias palabras- fue la de tratar de enseñarle a mi hermano a ver el cuerpo de la mujer sin morbo alguno y a mi hermanita a hacer lo mismo con el cuerpo del hombre.
Yo he visto más cuerpos desnudos en mi vida que estrellas en el cielo. Desde niña con los cipotes con que crecí igual les daba verme un pezón tierno que yo a ellos el pito. Cuando nos íbamos a barranquear y a los ríos, todos desnudos bañándonos y nunca hubo malicia en sus miradas ni en la mía. Qué hermosa infancia tuvimos mis 16 hombres y yo. Me llevo mejor con los hombres que con las mujeres y siempre soy la única mujer del grupo.
Después cuando jugué fútbol en los vestidores todas desnudas e igual. Cuando estudiaba magisterio hombres y mujeres por igual cambiándonos en el salón para ponernos la calzoneta para recibir natación.
El estado mental de cada quien, la belleza o el morbo está en los ojos de quien lo mira. Alguien puede ver un par de pezones como unas tetas normales, como un brazo, un codo, como parte del cuerpo sin mayor importancia y otro puede ver en esos dos mismos pezones la provocación para una violación, la lujuria y el deseo. Porque nos han enseñado milenariamente que para eso son los pezones, que los glúteos son para acomodar el placer de un orgasmo, entre más nalgas tenga una mujer es más hermosa, entre más grandes los pezones es perfecta para novia, amante, o esposa. Nosotras entre las mujeres también nos vemos así, envidiamos las caderas de la fulana o el garbo de la mengana, las tetas de la zutana. Lastre mental.
Es tan hermoso cuando se ve el cuerpo humano como una maravilla de la naturaleza, esa conexión de células, ligamentos, músculos, vísceras, huesos, una kinesiología total. O la fascinación de una mujer embaraza, cuando ella ha tomado la decisión de embarazarse y no ha sido producto de una violación y no ha sido obligada a parir, ¿las has visto? Ella son las Venus que hacen levitar a cualquier alma, yo las veo en la calle y se paraliza mi corazón, tienen un esplendor inexplicable, una armonía que hace florecer cualquier jardín. En lo particular me encantan las pasadas de cuarenta años, con esas estrías, con esas marcas del tiempo en la piel y en sus cabellos, una mujer embarazada a esa edad es una obra de arte. Me desbarranco por ellas. O el cuerpo desnudo de una mujer de la tercera edad que es toda una vida recorrida, son un embrujo, más hermosos y loables que los de las jovencitas. En cada poro hay descubrimientos, poesía, memoria, esas ajaduras en la piel son inspiración que hacen enloquecer a cualquier armonía.
Eso cuando se respeta el cuerpo humano y la edad, el tiempo, las circunstancias de vida, de cada ser humano. El traición verlo con morbo, como algo inmundo que perturba. Eso es desleal. No entiendo cómo un hombre puede disfrutar tanto desnudar a una mujer y no ayudarla a vestirse después del coito, hay más placer en ayudarla a vestirse que en quitarle la ropa, porque hay menos urgencia en lo segundo. Es más seductora cuando acaricia su cuerpo cuando lo humecta con crema y se está alistando para salir, que cuando está en lencería. Porque cuando está en lencería es un acto de seducción para los ojos de la otra persona, un preámbulo… En cambio cuando está sola en la inmensidad de la sutileza de acariciarse así misma, descuidada, es una fascinación.
Mi pequeña revolución en la casa consistió en andar desnuda después de bañarme, salía del baño con la toalla en la cabeza, iba al patio a traer mi ropa del lazo y después me iba al cuarto a cambiarme. Mi hermanito que ya rondaba los ocho años de edad repetía las palabras de mi mamá, ¡negra no me faltés el respeto! Mi mamá decía: ¡no le faltés el respeto al niño! Para mí no era ninguna falta de respeto, era solo mi cuerpo desnudo y ya. Le dije a mi hermanito que me viera las tetas, que así eran las tetas de una mujer, que no tenían nada de sobrenatural, para que después no quisiera andarle metiendo mano a la novia por pura curiosidad de saber cómo eran, por lo menos sabido ya iba a estar si lo hacía era otro el objetivo.
Igual con los glúteos, nalgas son nalgas y la función no es estética sirven para que no se lastimen los huesos cuando la persona se sienta, para amortiguar. Punto. Así que durante el tiempo que viví en la casa de mis papás siempre me vieron desnuda después de bañarme, fui la única de las hijas que hizo esa locura. Hasta que decidieron no ponerme asunto por loca, yo no era normal.
El acabose sucedió cuando un día llamé a mi hermanito para que me pasara una toalla sanitaria, yo estaba en el baño y le pegué el grito que se escuchó en toda la casa, mi mamá lo escuchó y reclamó: ¡pero vos loca pisada qué te has creído, a mi niño no me lo vas a amumplazar! ¡Yo no quiero hijos fustanudos! Ella me pasó la toalla sanitaria y me sentenció que si otra vez le volvía a pedir semejante aberración a mi hermanito me iba a meter una tunda que no la iba a olvidar. No sé cuántas tundas me metió porque lo seguí haciendo hasta que mi hermanito le perdió el asco a los paquetes de toallas sanitarias.
Cree una canal de comunicación entre él y yo referente a las toallas sanitarias, les cambié de nombre y solo él y yo sabíamos de qué se trataba: galletas. ¡Guayito pásame una galleta! Mi hermanito ya sabía que se trataba de una toalla sanitaria. También un día lo llevé al centro comercial y le enseñé las marcas y las diferencias entre cada una: las de alitas: largas, cortas. Sin alitas. Las delgadas y gruesas y las nocturnas. Le dije de cuál me gustaban y lo dejé ahí en la estantería le dije que las compara y que lo esperaba afuera, el pobre patojo cambiaba colores, desde fuera observé cómo la gente se lo comía con la mirada, él haciendo cola para pagar con el paquete de toallas en las manos.
Así lo hice muchas veces hasta que se acostumbró ir a comprarlas. Le dije que si en lugar de toallas sanitarias lo que llevara fueran condones la gente ni se inmutaría. En eso también hice mi revolución, yo siempre he comprado los preservativos y me encanta la expresión estupefacta de la gente cuando me mira con la cajita en las manos, haciendo cola para pagar.
Han pasado tantos años desde aquellas lecciones de una loca a su hermano menor que, ya es tiempo que mi mamá se entere en qué consistía el famoso grito de: ¡Guayito una galleta! No sé si mi hermanito aprendió, si mira a la mujer sin morbo, no sé si la ve como un ser en equidad, si la trata con respeto, eso solo lo sabe su corazón, pero yo preferí aguantar tundas de mi mamá antes que quedarme de brazos alimentando patrones de crianza que tanto daño nos han hecho como humanidad. Preferí ser la loca antes que ser la normal. Preferí se inadaptada antes que solapar.
Mi razón para intentar cambiarle el panorama a mi hermanito, fue porque no quería que creciera igual que mi papá, que desnuda a las mujeres con la mirada, la puedo leer muy bien, cuando las está fornicando y la lasciva le moja los labios. Es mi padre y lo amo, pero la realidad es una y no es un maldito, es el producto de los patrones de crianza, del patriarcado, del machismo. Son cuestiones que se pueden cambiar y para eso hay que hacer algo desde donde estamos, en nuestras circunstancias.
Y no, un cuerpo desnudo de una hermana no incita a la perversión, al incesto, a lo precoz, a la falta de respeto. No hay que llenarle la cabeza de basura a las crías. Yo carezco de todo tipo de pudor, soy una alma silvestre a la que se le ocurrió llamarle galletas a las toallas sanitarias y así también les he cambiado el nombre a tantas otras cosas. Desde niña vengo procurando cambiar la inmundicia y convertirla en un jardín, me moriré intentándolo, es mi forma de honrar la vida. Sea vista con desaprobación mi forma de proceder, no me interesa, cómo ojos ajenos me juzguen, a mi manera y en mi locura yo buscaré que este mundo tan descompuesto sea de equidad entre ambos géneros, de lo contrario habré sido un esperma y un óvulo que jamás debieron unirse.
No lamento no haber nacido varón, aunque sea la frustración de mi padre, con ojos de mujer he aprendido a observar más allá de lo patente, -estar en desventaja todo el tiempo y ser constantemente agredida te agudiza los sentidos- aunque negar que en mi corazón y en mi experiencia de vida también soy hombre, sería traicionar mi a mi infancia y adolescencia, ¡y eso jamás! A la salú de las niñas “marimachas”, que son rarezas que puede ver en la luz y en la oscuridad.
Ilka Oliva Corado.
Enero 30 de 2014.
Estados Unidos.

3 comentarios

  1. Me encanto tu experiencia, busca la forma de cambiar la idiología patriarcal en la vida de mis hijos, pero a veces se me complica. me sirvio para reflexionar y seguir haciendo cambios…

  2. ES UNA HISTORIA DE MUCHA VALENTÍA. HAY QUE TENERLOS PARA ARMAR UNA REVOLUCION EN CASA. ME ENCANTÓ.

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