Un mate y un vino tinto.

Quisiera, cuánto quisiera compartir un vino tinto, un mate y un atardecer, como tantas veces lo dijimos que si lo permitía el destino lo íbamos a hacer.
¿Qué destino es este que de tajo se robó el tiempo? Ingratas circunstancias te despediste tiernamente y me dejaste aquí enamorada de tu voz. De tus ojos de cielos desnudos de verano argentino, de tus manos ajadas que guiaron mi caminar de patoja recién emigrada que condenaba su adversidad. Me dejaste habitada de vos, colmada de tu encanto.
Tu ojos que me vieron entre la multitud de la diáspora, tu corazón que escuchó lo que nunca dije pero que tu alma añeja interpretó magistralmente. Leíste entre líneas mis acantilados. Tocaste la hiel que devoraba cada centímetro de mi ser y como ancestral curandera preparaste un brebaje de azúcar y miel que me diste a beber a gotas para que no me empalagara.
Bruja vos de mil hechizos un conjuro tuyo fue suficiente para que la Martina de por vida regrese adepta y frágil a declararte su amor. Esa niña que no quiere crecer para mantenerse segura en el albergue de tu regazo en redimido manifiesto. Paisaje vos de La Pampa argentina. Silvestre como mi alma montuna. La lluvia de agosto es la fiel celestina de nuestros encuentros a escondidas, bajo el perenne torrencial. Como dos cipotas jugando saltando sobre los charcos en medio de la neblina de cielos cenizos, tiznada fascinación que solo nuestro agosto es capaz de concebir.
Inconclusos los versos de poesía en desarraigo que mis manos proletarias crearon para vos. Y no la escribo y no la pronuncio, se queda en silencio refugiada entre mis poros en donde mismo te impregnaste vos. En mis poros de adolescente de periferia, de aprendiz de mujer migrante.
Me hablaste de tu patria, la Argentina que amo yo, ese deja vu tuyo y mío no es un estribillo de trova dedicada, sin ninguna resonancia que armonice en melodía las coplas y los días te han vuelto impostergable en esta letra afable que te respira y contempla y que trata de cautivarte, como las tardes flor de fuego en el estío de enero a tu añorada Esperanza, provincia de Santa Fe.
Ese Sur tan nuestro, tan exquisitamente delicado que acaricia las nostalgias con la nobleza de un suspiro. Iré, un día iré a tu provincia Santa Fe no dejaré que el destino se ensañe en robarme la lindeza de lo diáfano y tendré conmigo el vino tinto y el mate y nos acompañará un rojo atardecer, conversaré con tus instintos, entre las huellas que tus pasos de niña dejaron indelebles en las ancianas calles de nuestra Argentina. Te diré entonces que tu Martina sigue siendo la frágil niña que busca tu voz, tus palabras certeras, tus ojos hermosos y tu piel ajada que surca tu rostro de mujer del Sur.
Iré a tus inicios de la misma forma en que vos veniste a los míos y emergerán de mis poros todos los poemas que guardan por recitar frente a tu rostro de mentora. Frente a tu sonrisa que alberga las tardes yertas cuando me buscabas y yo no me dejaba encontrar.
Iré a tu árbol de duraznos y descansaré bajo su sombra cantaremos juntas las trovas de nuestra Mercedes Sosa: la Zamba para no Morir, y yo evocaré nostálgicamente mi Luna Tucumana, tal vez vos me consentirás pidiendo a nuestra Negra que cante Serenata para la Tierra de Uno y entonces sí verás llorar el desarraigo de mi alma. Estaremos ambas, migrantes con los vientos del Sur postrados a nuestros pies descalzos cansados de caminar.
Te diré entonces que ha pasado el tiempo tan de prisa y que tu Martina a la que vos llamaste escritora innata cuando nadie más se había percatado de su existencia.
Tu escritora sui géneris sigue hablando sola como cuando la conociste, largas conversaciones con sus ancestras en las que vos aparecés de pronto y la emocionás de tal manera que en sus ojos se le empoza el agua que forma pequeños riachuelos que resbalan sobre sus mejillas cuando corre radiante y niña hacia tu regazo buscando tu calor. Tu perdurable proeza de mentora.
Quisiera, cuánto quisiera compartir ese mate, el vino tinto y un atardecer a tu lado mi amada Ana María Pedroni.
Ilka Oliva Corado.
Enero 19 de 2014.
Estados Unidos.

2 comentarios

  1. Ana María Pedroni, maestra, de minifalda la recuerdo, con su acento argentino. Siempre pendiente de sus alumnos, y viendo la vida con irreverencia. Estudié con su hijo Sergio en Psicología, y eran tan destartalado como su mamá. Pasaron los años y Sergio huyó al exilio y yo también, y volvimos a coincidir en México. Ana María llegó a verlos, a su hijo, nieto y nuera. Me dió consejos por primera vez en la vida: Donde les ha tocado hagan de todo ahora, no esperen a cuando sean grandes, lean, disfruten vivan.
    Y ahora que ya no está nos acompañan los personajes de nuestra historia. Qué bueno que la recuerdas y también es parte de tu historia.

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