Estación el amatón.

Escucho tu canción y ahí aparecen de pronto tus ojos avellana
Mirándome saltar los tapiales corriendo libre entre la arada.
Lavando el nixtamal con mis manos de niña.
Acariciándote los murushos rubios en un descuido de tu cautela.
Mi imaginación te admira en los surcos de algodón
Cortando la flor con tus manos de güira, sangrantes las yemas de tus dedos.
Te escucha de adolescente llorando de dolor pariendo a tus crías.
Se esconde entre las parvas de leña y te mira con tu sombrero de paja
Astilladas tus manos, inflamadas tus venas, conversando con las cáscaras de encino.
Con tu cuerpo rollizo juntando el fuego en el polletón del medio tonel.
Desmoldando los helados antes de que cante el gallo.
Escucho tu canción y se me desploman los muros que impusimos
O que impuse quizás testarudamente –soy tuya no lo olvidés-
Y corro con mis piernas de niña sobre las vías del tren
Para salir a encontrarte después tu trabajo
Mientras caminamos bajo las sombras de las jacarandas de la Castellana
A un costado mi papa con la luz de tus ojos.
Tu canción, la escucho y desaparecen las fronteras
Lo que observo es tu jardín en flor
Con las varitas de San José, tus lirios que también son de tu hija mayor
Tus milpas en jilote, tus pascuas de todo del año
Los tomates mandarina rojeando esperando las caricias de tus manos
De campesina emigrada a la capital.
Ahí está pues el suelo de talpetate besando tus pies descalzos, blancos de calcañales agrietados.
Te veo tendiendo la ropa sobre el lazo y te escucho hablando con las gallinas
Encanto que te heredé por la gracia de tus genes campesinos.
La música de tu canción tiene el hechizo de traerte hoy a este invierno de enero
Y convertirlo en el tuyo, en el nuestro, en el de mis memorias empolvadas.
Ahí está él, cantándote al oído tu canción, como en los tiempos de mi adolescencia
Y ahí estás vos pegada a la bocina del radio de la casa, con tu escoba de bruja en la mano, suspirando, pensando en algún amor dejado, anhelado de tus tiempos de novia o quizá en mi papa.
Pareciera que el cantor hoy lo hizo adrede, eso de cantar tu canción, la predilecta por tu corazón de niña adolescente.
Te veo ahí en la ventana viendo hacia la calle y su encorvada bajaba que abraza el bulevar
Imaginando los potreros, los linderos y la quebrada donde las vacas ibas a aguar
Los guayabos rojos y los pitos y los chactés y los izotes algodonados sobre la teja de tu casa de adobe, donde creciste, donde me pariste.
Cortando el café, lavando sobre la laja, torteando los pishtones con tus palmas comapenses, acarreando los manojos de leña sobre tu yagual.
Esa música, tú música en la lejanía suena a melancolía
Como a aroma de atol de elote preparado por tus manos
Como a los titucos con orégano fresco, como al fresco de masa endulzado con melaza
Como a tus manos cuando me abrazan antes de dormir en mi aislado aposento
Como a tu voz de trueno cuando tu temperamento es mío y puebla mi ser
A tu carcajada sonora cuando llorás de alegría
A tu lozana rebeldía que me alimentó con tu leche materna.
Canta él tu canción y yo te pienso y mis letras brotan de pronto
No las puedo controlar, han derrumbado las barreras, te buscan, te hablan
Tan autónomas como tus pasos, como tus actos, como tus querencias.
Crean imágenes, trasforman los colores, escuchan la música y quieren llorar a moco tendido como cuando me quebraban los trompos los patojos jugando a los calazos y vos me decías, ¡aguantáte de eso se trata el juego!
Como cuando no me dabas permiso de salir a jugar porque tenía que lavar las ollas tiznadas con piedra poma, lo que querías evitar era que la noche me atrapara en sus recovecos . Y pasaban las horas y yo lloraba con el tizne en las manos y las ollas sin lavar. Berrinchuda la ishta, certera la mamá.
Esa melodía convierte esta habitación en el patio de la casa recién regado al atardecer
Aplacado el polvo, recién barrido con escobillo cortado en los barrancos de la aldea.
Canta él y te veo desde ésta única ventana donde mi alma respira las remembranzas que deambulan en mi ser
Ahí estás vos con tus cuatro crías almorzando en domingo por la tarde, tortillas doradas en aceite, con fresco de rosa jamaica, mi papá sentado sobre una cubeta plástica en la esquina de la puerta bordando su atarraya de cáñamo. El artista de la casa de raíz fecunda de un campesino que sembró tabaco en finca ajena, surcándose la vida y la espalda en la brasa del sol.
¿Cuántas atarrayas hay en el mercado? Ninguna que tenga las huellas de las manos de mi padre ni de las tardes en que juntos osábamos soñar con algún día ir de vacaciones. Sí, iríamos así se lo decíamos a las tardes de cielos rojizos que descendían a beber agua al estanque del patio. Cuando tuviéramos para el pasaje de camioneta iríamos, con un petate al hombro y un costal de tamales de viaje.
Escucho tu canción y despierto, el tiempo ha pasado de prisa en ninguna arista quiere reposar, lleva urgencia por llegar a su destino que no es el mío, que no es el nuestro, apeémonos pué en la sombra del Amatón, la estación donde se fusionan todos los tiempos, de todos los amores, de todas las nostalgias, de todas las fronteras, de todos los embrujos de nuestra Jutiapa natal.
Ilka Oliva Corado.
Enero 11 de 2014.
Estados Unidos.

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