Ojos de espejo azul.

Ha salido el sol en La ciudad de los Vientos, después de tres días de gélidas y mortales temperaturas el clima empieza a ser benevolente con nosotros. Se ha conmovido quizás por tanto rostro triste y empañado como vidrio sin limpiar, ojos de miradas muertas y lágrimas que prefieren quedarse en el umbral, para guardar tibias el calor de las tristezas contenidas. La soledad se ha instalado en las puertas de los edificios en donde vive el proletariado de esta enorme urbe. El desempleo se ríe a carcajadas, como diciendo: el infortunio del fallido sueño, como repitiendo: vaya emblema. Como restregando en la cara de los emigrados y escupiéndoles: aquí no hay más que las sobras de las sobras, ¡tómenlas, parias! Llévense los desperdicios y bébanlos y cúbranse con los rastrojos de lo que fue y ya no es. O de lo que nunca fue y les vendieron el engaño por abonos que fueron pagando con remesas.
El hielo negro ha decidido no acabar con más vidas, cansado está de llevárselas en accidentes automovilísticos y por hipotermia. En los cajones fríos de las morgues se guardan los cuerpos de los emigrados sin documentos, esos indigentes del infortunio a los que nadie da trabajo, a los que la calle les brinda el único calor con el que pudieron soñar después de la frontera. Ahí congeladas se quedan entonces las quimeras que les contaron que se dejaban abrazar y que nunca pudieron siquiera acariciar.
Parvadas de nieve convertidas en bloques de hielo mortal. Cenizo el cielo bajó a los techos de cemento para empañar los vidrios de las ventanas rotas y observar cómo las madres obreras alimentan a sus crías a deshoras, después de haber salido a buscar el pan, restregando baños de hoteles cinco estrellas donde el salario es una limosna que apenas alcanza para hervir en la jarilla el café ralo y engañar al hambre con una tortilla que huele a filete de un día con suerte.
Claro que sí, más allá del embuste están los parias. Quienes sacan el trabajo sucio, quienes cargan en sus hombros las enormes columnas que astillan sus espaldas trabajadas, están las manos que limpian las mansiones en donde se cuentan los millones que sustraen del corazón de la tierra, más allá de la frontera amurallada con peste gringa.
La ola polar ha dejado desnudo y mostrando sus miserias a este sistema que vapulea al alma más oprimida que ningún camino tiene, que ninguna salida encuentra, a la débil y acomedida que en diáspora languidece. Nunca falta el puñal de piel oscura y del mismo idioma materno que se ensarta por la espalda, aprendió pues a ser más explotador que el maestro gringo y con saña desangra al hermano que al igual que él creció viendo las mismas montañas desde otro cerro, también en la miseria.
Ahí está la aprovechada que con avaricia y encono hace de su hermana la esclava más golpeada por un puño opresor. Maldita la sangre que respira con traición. Maldita la entraña de las aventajadas.
De las chimeneas de la casa del patrón sale humeante el desperdicio de vida lujosa mientras su empleada limpia las baldosas, es una niña adolescente que emigró desde centro del continente, el patrón un hijo le dejó en las entrañas y obligada la tiene a guardar silencio, para que no se entere la esposa que sus noches de videojuegos en el sótano fueron de violación en el cuarto de la servidumbre. Cuando la panza se note será despedida y denunciada con migración acusada de robo de alguna joya fina. Maltido el hombre que desgracia la vida de un ser indefenso.
Con una pala mano camina el jornalero, es quien limpia el estacionamiento de casa y edificio, no importa la deshora su arrecha valentía no es cobarde y aunque el frío amargue hasta la hiel más desgraciada, el hambre no se espera y las crías que duermen en las literas esperando están el pan.
Con unos guates rotos las manos guardan los recuerdos de otros paisajes muertos que revive el corazón, agria conmoción la que embarga al desterrado que sin querer también es esclavo en la tierra del dueño de su terruño.
Están pues las Marías y las Adelitas milenarias que solo hablan y entienden sus lenguas maternas, en país extraño, con sus manos despiertas y con sus pies cansados, los que también son esclavos de horarios extenuantes que no hay cuerpo que los aguante sin llorar desolación.
Tibieza de alma pura no es suficiente para calentar el nido de quien emigró. El dinero no se estira, el hambre se pronuncia, el desempleo denuncia: quieren calefacción. Un taza de café caliente y un pan con mantequilla para alimentar a la ironía de la migración.
Y nadie los escucha y nadie los defiende. Y nadie se pronuncia salvo el delincuente de credencial autorizada que ríe a carcajadas cuando a sus costillas se enriquece mientras promete y más promete que la reforma llegará. Maldito quien construye su casa con la desgracia ajena.
Las cajas de cartón con hortalizas californianas cargan en sus hombros los esclavos del supermercado, todos emigrados que ningún hielo detuvo. Con la vista baja trasportan la mercadería, la colocan en las estanterías y sueñan con descansar diez minutos por lo menos pero el derecho laboral es tan ajeno que no lo pueden saludar.
En las fábricas se edifica la urbe de revista vanidosa mientras que entre las manos callosas se escapa el progreso del migrante que está preso entre los fierros y el horario que no tiene calendario ni derecho laboral.
En la teta de la madre que aun escurre leche se han quedado marcados los labios de las crías que dejó, allá en la lejanía de la patria –que también es mía- que a emigrar la obligó. Maldito el sistema de un país que obliga a emigrar a sus hijos e hijas.
El sol ha despertado en La Ciudad de los Vientos y los corazones de migrantes sin documentos están atentos a la oportunidad de soñar con el futuro que otro destino traerá, en los ojos de espejo azul que parece el desnudo cielo, que por muy grande el desconsuelo tiene la magia de abrigar.
Yo: neciamente, yo. A ellos y ellas que son mi voz. Siempre.
Ilka Oliva Corado.
Enero 08 de 2014.
En mi tabuco.

2 comentarios

  1. Pingback: Crónicas de una inquilina (Ojos de espejo azul) por Ilka Oliva - Resumen Latinoamericano

  2. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Reportándome como tu lector. Y que el Sol salga para todos, les bride el calor de vida y alumbre el camino de los sueños. Besos, Chente.

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