El entrenador de mi cuadra.

Fueron tantas las ocasiones en las que salió a defenderme de los patojos hasta que yo opté por utilizar los puños. Lo recuerdo con sus piernas rollizas, velludas, siempre en pantaloneta y playera, con el balón de fútbol pegado al pie.
Así en las tardes después de misa, a misa iba con su esposa y su hija entonces andaba puesto un  pantalón de lona o de vestir, con la infaltable camisa lisa o a cuadros, siempre con su guitarra colgada del hombro pues tocaba en el coro, doña Irma su esposa con la biblia en la mano y la Lupita caminando junto a ellos. Fueron fundadores junto a doña Lucy y don Lázaro –otra familia de las primeras de mi arrabal-  del grupo carismático de Ciudad Peronia.
Don Chuz fue el entrenador oficial de la cuadra, llegaron con su familia a Ciudad Peronia mucho antes que nosotros, una de las dos primeras familias de la colonia.
Trabajaba de piloto de un camión repartidor de cerveza para inicios de la década de los noventa, nunca lo vi beber alcohol o fumar su único vicio es el fútbol,  pocas veces lo vi uniformado, se iba de particular en las madrugadas, algunas veces cansado por las tardes regresaba con el uniforme aún puesto, que se quitaba a las carreras y salía  a jugar la chamusca con los patojos. Para aquellos años despertaba en mí la pasión por el balompié.
Veía jugar a los patojos en la cuadra mientras pastoreaba mis cabritas y los marranos en la arada. Salía con mis animalitos formados en hilera, les hablaba de vos, solamente con ellos conversaba, me pasaba la tarde volando lengua cosa que nunca logré con los humanos.
Mi energía era demasiada que  a pesar del trabajo y de las responsabilidades yo quería salir a respirar y  a patear la pelota. Don Chuz andaba rondando los 30 años y nosotros el  cipotal no pasábamos de los diez. Era entonces la única  niña que aspiraba a jugar pelota, las demás jugaban muñecas, yax o liga. Nunca me llamó la atención jugar muñecas, creo que una nos compró mi mamá  para las dos y le terminé arrancando la cabeza porque no hallaba que hacer con ella. Ni tiempo que había para jugar.
La primera vez salté el tapial de la casa y fui a pedir juego, los patojos no me quisieron dar porque era niña y no niño y me dijeron que las niñas no jugaban pelota, que fuera a jugar muñecas o a lavar los trastos a mi casa.
Don Chuz entonces abogaba por mí y decía que si quería jugar que no había problema que jugara. Los patojos se enojaban porque no sabía dominar el balón y por mis equivocaciones nos metían goles. Entonces comenzaban a discutir y  a culparme, hasta que un día empuñé las manos y los reté a las trompadas,  ni dos veces y nos dimos gusto. Don Chuz no pudo hacer nada porque los retos se daban cuando él andaba trabajando.
Una sola regla teníamos y ésta era que no me trataran como niña, que me dieran con todo y yo con todo también les iba a dar. Así fue como aprendí a boxear aunque mi papá años atrás me había entrenado para unos cuantos toques por si había necesidad. Eran 16 los patojos a los cuales les reventé la nariz uno por uno, yo nunca me dejé tocar la cara en cambio siempre andaba magullada de las costillas y de las piernas, ellos con los moretones en los ojos y las narices torcidas. Mi técnica fue siempre meterles zancadilla y cuando estaban en el suelo lanzarme con todo encima de ellos hasta hacerlos pedirme disculpas,  la pelea era cabal: uno a uno nadie se metía para no entorpecer. Siempre fui rolliza y con los músculos marcados eso fue sin  duda alguna un punto a mi favor.
Las peleas callejeras se extenderían a lo largo de las cuadras y años, me convertí en defensora de mis amigos de occidente que cuando alguien les llamaba indios patas rajadas me lanzaba con los puños cerrados,  hasta que los hincaba frente al ofendido y los hacía pedir disculpas.  Los pitos de sangre me dejaban manchada mi veintiúnica playera, tenía que lavarla antes de que se diera cuenta mi mamá de lo contrario otra tunda por andar de peleonera. No sabía de otra forma de sacarme la cólera  y de expresarla la única era a través de la agresión  física.
Pasados los años algunos pretendientes confesaron que nunca me declararon su amor por temor a que me volviera cavernícola y los trompeara en plena declaración.
Así fue como nos enamoramos profundamente y formamos un grupo de 16 hombres y una mujer, inseparables a pesar del tiempo y de la distancia.
Comenzaron los  entrenos cuando llegaba don Chuz nos ponía  a correr en la cuadra para calentar, algunas abdominales, sentadillas, estiramientos, dominio de balón, pases, técnicas en parejas y finalmente la chamusca. Siempre fui la única niña de la marita. Don Chuz me trataba como otro igual, nunca hizo distinción ni para bien ni para mal.
Descubrió que tenía habilidades para delantera y me mandó a meter goles, me esperaban para entrenar cuando me tardaba en las labores de la casa y del trabajo, fueron innumerables ocasiones en las que me salté el tapial de la casa a escondidas de mi mamá para salir a jugar, que cuando se daba cuenta me entraba con el chicote en una mano y con mis greñas en la otra. Tremendas tundas que nunca me hicieron desistir de jugar, yo no creía que el balompié era solo para los niños, también las niñas podíamos jugarlo y lo demostré. Mi papá decía que algo malo pasaba conmigo pues cómo era posible que jugara pelota en lugar de muñecas, mi mamá le decía que ella fue igual de potranca cuando niña y que él también era futbolista, que de dónde más podía haber heredado yo mi locura por el fútbol.
Nací en el género femenino pero crecí siendo mitad y mitad no puedo imaginarme como  mujer en la cabalidad de la palabra, hay tanto de hombre en mí que sería traición no aceptarlo.
Aprendí a andar pues barraqueando, don Chuz con su corvo y nosotros con las cáscaras de naranja, nuestros hules y los corvos cutos. A buscar leña a los barrancos. Íbamos con lazos, mecapales y matates.
No sé en cuantas ocasiones don Chuz abogó para que mi mamá no me pegara por haber jugado fútbol, mi mamá sin embargo siempre pensó que era una forma de perder el tiempo, había tanto que hacer en la casa que jugar no era para nosotras. Sin embargo yo me revelé y busqué las formas de escaparme y jugar, aunque sabía que si me descubría la paliza sería doble, pero más fuerte fue mi amor por el balompié que desde que lo conocí se convirtió en la pasión de mi vida y lo es y lo será hasta que muera.
Tengo un agradecimiento profundo por esa disciplina deportiva que en la adolescencia me salvó de muchas cosas, me aferré a ésta como náufraga y no solté el balón ni en los momentos más oscuros de mi vida. Y ahí estuvo él que fue mi entrenador, que fue el entrenador de los 16 Hombres de mi Vida.
Con don Chuz y los  de la marita de la calle Éufrates formamos la primera liga de fútbol femenino de Ciudad Peronia, yo estuve a cargo. Entonces  entrenaba a las niñas y adolescentes, también mamás que se unieron. La liga sigue y  muchas  niñas, adolescentes y mamás de mi arrabal practican la pasión de mi vida que es también la pasión de sus vidas.
Don Chuz nunca faltó a la iglesia, tampoco nunca faltó a las chamuscas, junto a Abel  que era bombero organizaban las chamuscas. Hacíamos campeonatos en la cuadra, ellos dos compraban las aguas y jugábamos parejas de técnicas – o dominio de balón- de muslo, pies y cabeza. Técnicas al paredón.
Luego las competencias fueron contra las otras cuadras, los otros equipos decían que si jugaba una niña ellos no jugaban y que el reto estaba perdido, entonces los 16 Hombres de mi Vida, sacaban las garras y ponían el pecho por mí y sentenciaban que si no jugaba la niña no jugaban ellos.
Así fue como la niña aprendió a trepar  árboles y jugar pulsos, cincos, trompos y a dominar el balón sin parpadear. Así fue como ella  creció sintiéndose mitad hombre y mitad mujer.
Cuando pienso en aquellos días  viene a mi mente don Chuz que siempre me  apoyó, que nunca me discriminó por ser niña, que sintió una felicidad propia cuando me hice maestra de Educación Física, gracias a que él y doña Irma su esposa en múltiples ocasiones me prestaron dinero para los pasajes cuando llegaba a tocarles la puerta a las cinco de la mañana,   a quienes  les dolió en el alma cuando emigré.
Hoy tomé mi pelota de fútbol, la acaricié, me quedé sentada un momento observándola y retorné fugazmente a los años de mi infancia y adolescencia en que tuve un entrenador exclusivo, que me enseñó a anotar los goles de chilena, el juego limpio  y a dominar el balón sin parpadear. Y sobre todo a vencer la adversidad.
Para usted don Chuz, con el agradecimiento de siempre, con el amor de siempre. Su Negra. Para doña Irma y Lupita por la complicidad.
Ilka Oliva Corado.
Diciembre 19 de 2013.
En mi tabuco.

Un comentario

  1. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Ilka linda: Eres única. Te felicito por vivir tu vida sin concesiones. Besos navideños, Chente.

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