A orillas del río Suchiate una madre denunció.

En ocasiones es difícil sentarse frente a la ordenadora y tratar de convertir en letras los sentimientos que  se esconden. Esos que brotan de un dolor colectivo. De una denuncia social. No se tiene la suficiente fuerza y tenacidad para darle rostro y voz a lo innombrable. A las vejaciones, a las perversidades que perpetramos como humanidad.
¿Qué clase de seres humanos matan, secuestran y ultrajan a otros? ¿Qué clase de persona le niega el paso a otra que busca en otro suelo por necesidad? ¿Qué clase de pueblo esconde en la alacena, un vaso de agua, un pedazo de pan y se niega a compartirlo?
Tuve el privilegio de conversar con algunas mamás que están en  La Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos.  Escucharlas, sentir sus pesares, sus luchas, sus deseos, escuchar el grito de su interior y verme aquí frente a esta hoja en blanco, con    la oportunidad y responsabilidad  de poder contar lo que ellas están viviendo.
Sentirme inundada de su fortaleza, de su tenacidad, de su solidaridad, de acompañarlas y sentirme acompañada, en este andar migrante que tiene muchas formas y tonalidades. Algunas veces es ocre y crepuscular y en otras verde como el color de las esperanzas de verano. En este andar migrante de quienes nos vamos, de quienes se quedan, de quienes desaparecen, de quienes las buscan, de quienes las encuentran, de quienes jamás los encontrarán. De quienes jamás regresarán.
Lidia Diego: guatemalteca de 43 años de edad. Originaria del Ixcán, El Quiché. En la Infancia se vio obligada a emigrar como la mayoría de su comunidad, huyendo del conflicto armado interno que se vivía en el país. La acogió Quintana Roo y en aquellas tierras conoció a su esposo, otro joven originario del departamento de San Marcos de nombre Hilario Morales, tuvieron  una  hija en tierras mexicanas a la que le dieron el nombre de Leonora Morales Diego.
Lidia lleva seis años sin saber nada de su hija mayor. Cuenta que un día llegaron unas vecinas de la comunidad a pedirle permiso para que Leonora se fuera con ellas a trabajar a Benemérito, Chiapas como empleada doméstica, su hija insistió en irse y ganar unos centavos para ayudar a la familia en los gastos de la casa, pues son campesinos y venía en camino otro hermanito.
Leonora entonces se fue con las vecinas de la comunidad. Durante dos meses Lidia no supo de ella, hasta que un día regresó entrando el tercer mes de ausencia y llevaba consigo treinta quetzales, le explicó que no era ella la que cobraba el salario sino las compañeras de la comunidad, junto a ella regresó un joven que se presentó como originario de Tabasco y que se instaló en casa de las vecinas que llevaron a Leonora a México. El joven llegó  a pedir permiso para llevársela a vivir con él a Chiapas. Leonora nunca explicó a su madre del tipo de trabajo que realizaba en México, tampoco dejó ninguna dirección o número telefónico, solo le dijo que estaba enamorada del joven de Tabasco y a las dos semanas se fue con él, con el permiso de doña Lidia y don Hilario. Su madre recapacita en que sí la notó extraña en aquellos días que regresó, pero aunque le preguntó su hija le dijo que estaba bien y que no pasaba nada.
Doña Lidia tuvo a su  segundo hijo a los meses que ella se fue con el joven tabasqueño, la última llamada de Leonora fue para felicitarla por el nacimiento de su hermano. Nunca más volvió a saber de ella.
Lidia  acudió a las autoridades mexicanas por ser Leonora de esa nacionalidad y puso la denuncia,  no ha obtenido información alguna respecto al paradero de su hija. No sabe si está viva o muerta, si la secuestraron. Las mujeres de la comunidad que se la llevaron dicen que perdieron contacto con ella y tampoco le han dicho la dirección de la casa en donde trabajó porque nunca la conocieron.
Doña Lidia habla muy poco español su idioma es el Quiché, es analfabeta. Supo de la caravana de madres por medio de un compañero del Ixcán  que llegaba al poblado   a reuniones comunitarias y fue él quien al saber de la desesperación con la que  buscaba a su hija le facilitó el número telefónico de  una persona en México que anotaba datos y testimonios de familiares con personas desaparecidas en ese país. Es la primera vez en que doña Lidia asiste a la peregrinación. Su hija Leonora tenía 16 años cuando despareció, desde el año 2007. Espera encontrarla viva o  muerta, pero encontrarla.
Anita Zelaya. Salvadoreña. Primera vez en que participa ella y El Salvador en la caravana de madres. Tiene 11 años de no saber nada de su hijo.  Alejandro Rolin Zelaya que cuando emigró tenía 22 años de edad, lo hizo un  2 de mayo del año 2002.
La última vez que recibió una llamada telefónica suya , éste estaba en la frontera entre México y Estados Unidos, se comunicó para informarle que iba a cruzar la frontera.
Anita al ver que eran tantas las familias con hijos e hijas desaparecidos en México, los invitó a que se organizaran y así fue como fundaron  el Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos y Fallecidos de El Salvador. Tiene en sus registros archivados más de 600 testimonios y pruebas de ADN, de los cuales han sido recuperados 29 cuerpos que han sido encontrados en fosas clandestinas en México y en morgues.
Cuentan con la ayuda de  un banco forense, de la Cancillería de El Salvador, con  una comisión de derechos humanos,  con un equipo forense argentino que los ayuda en territorio mexicano.
Hay archivados más de 350 casos en las oficinas de la organización en El Salvador.
Anita es madre de tres hijos  de los cuales dos están entre Canadá y Estados Unidos, uno en El Salvador y su Alejandro desaparecido.
Anita es una mujer que habla con mucha fortaleza, con claridad, con aplomo de líder y con la persistencia y constancia de empujar a las otras madres de la caravana a que no decaigan, a que sigan buscando, tocando puertas, exigiendo a las autoridades involucrarse.
Cuando le pregunté si los cónsules en México se han involucrado y apoyado la caravana de madres me cuenta que solamente en un Estado se presentó uno a un acto protocolar, quien está en Arriaza. Estuvo unos minutos, las invitó a las oficinas del consulado donde conversaron y pidió algunos datos.
Cuenta Anita quien  es una de las   líderes de la caravana quien no por ser la primera vez en que participa se duerme en sus laureles, que tocaron puertas para que las dejaran entrar a los presidios de Chiapas para intentar conversar con quienes están detenidos en esos lugares. Fueron a cuatro cárceles, una de mujeres y tres de  hombres.
Escucharon testimonios, hay muchos centroamericanos que no han cometido delitos y que si embargo los tienen encarcelados y no los dejan salir, están ahí hacinados sin el mínimo de higiene y de atención, muchos con enfermedades como la diabetes, otros con  partes mutiladas que fueron arrancadas por las vías del tren cuando cayeron o los arrojaron. Les niegan el servicio telefónico para comunicarse con los familiares y los consulados en esos Estados nunca envían personal para que por lo menos tome sus datos personales.
Me recordó la ocasión en que fui a sacar mi tarjeta consular al consulado de Chicago y quien me atendió recibió una llamada telefónica en este instante, una mujer angustiada pedía ayuda de un abogado de migración porque a su esposo lo habían detenido en un retén, el tipo del consulado pidió los datos personales y un número telefónico para comunicarse enseguida y ofreció buscar lo más pronto posible un abogado y atender la necesidad de la ciudadana guatemalteca, cuando colgó lo que hizo fue tirar el papel con los datos, dentro de la cesta de la basura. Indignada le pregunté por qué hacía eso, me contestó que había tanto qué hacer en el consulado como para perder el tiempo con esos casos. Pero eso sí, el consulado de Guatemala en Chicago está en el corazón de la avenida Michigan, allá en lo alto después del piso número 20. Para qué más está un consulado sino para atender a sus connacionales en tierra extranjera.
Anita con voz firme y carácter de plomo persiste  anuncia que el trabajo ha sido arduo y es de antes, durante y después de la caravana, que no van a descansar, porque el dolor es colectivo, no de una ni de dos, es miles de  madres y de hermanas y hermanos que extrañan a los seres queridos que se tragó la migración.
Exigen a los consulados en México que hagan el trabajo que corresponde y que se involucren porque es mínimo lo que hacen para ayudar y atender a migrantes centroamericanos que pasan por tierra mexicana y que se ven en aprietos con la ley por no tener documentos.
Tomasa Sacajoc Cipriano Guatemalteca. 32 años de edad. Originaria de Chichicastenango, El Quiché. Busca a su esposo Pedro Morales de 37 años que emigró el 9 de marzo de 2007. Tienen un hijo en común, de 7 años.  La última vez que supo  de él,  fue el 26 de abril de ese mismo año cuando le avisó que estaba en Camargo, Tamaulipas. Le contó vía telefónica que estaba junto a quince personas más y que hacía  falta juntar otras cinco para completar el grupo de 20 así lo había dispuesto el coyote.
Ella volvió a llamar a los días al teléfono que él le facilitó que era el de coyote, éste le contestó que ya había cruzado  y que volviera a llamar en diez días, a los diez días Tomasa volvió a llamar en esta ocasión el coyote le contestó de mal modo y le dijo que no sabía nada de su esposo, que saber si los habían agarrado los delincuentes o la migra porque el grupo completo desapareció.
Escucho a Tomasa desde el otro lado de la frontera, en el diciembre nevado del invierno estadounidense, tengo  el teléfono celular en una mano y con la otra anoto en una libreta, quiero volverme voz y traspasar el inalámbrico  al otro lado de la muralla,  la escucho angustiada, desesperada, se le ha quebrado la voz, tiene el grado de ansiedad que no le permite hablar claramente en ese español impuesto, su lengua materna es el Quiché. Suspira, respira. Yo guardo silencio, mientras se recupera.
Continúa. No quiero preguntar nada, quiero que se desahogue, quiero que hable todo lo que quiera contar, ya habrá tiempo para preguntar. Me habla del campo, de cómo viven, de lo  que obligó a su esposo a emigrar, me habla consternada de que a veces tienen para comer y en otras hacen solo un tiempo al día, que su comunidad es campesina y a veces se da la cosecha y en otras no. Que la mayoría es analfabeta y que ella a duras penas terminó sexto primaria.
Llora cuando me habla de las estafas que les han hecho a varias familias de la comunidad, vía telefónica les han llamado de México para decir que tienen a sus familiares secuestrados  y que necesitan dinero en dólares para el rescate, más de tres mil dólares por familia. Lo que han conseguido con préstamos y vendiendo adelantadamente la cosecha. Han depositado los miles en dólares y no han recibido noticias de sus familiares. Están enjaranadas con los pagos por hacer que ni para comer les queda.
Cuenta que el primer año fue un infierno que la consumía, porque no había nadie a quien contarle que su esposo estaba desparecido, nadie que la escuchara, nadie que le creyera, le decían que tal vez la había abandonado por otra mujer. Fue entonces  que supo de otras mujeres de la comunidad que estaban viviendo en las mismas circunstancias y que también nadie les creía ni las socorría.
Yo fui la semilla, me dice Tomasa con voz entrecortada. Yo fui la semilla y ahora ya habemos diez  de Chichicastenango que estamos en esta caravana de madres.  Yo la convencí de que vinieran porque hay que buscarlos, muchas tiene a sus hijos, otras a sus hijas, a sus esposos. Tenemos que unirnos. No es fácil porque por ser indígenas no nos creen, ellas no hablan español, hablan un solo idioma y yo les traduzco, algunas hablan palabritas más que otras. Son analfabetas. Pero sienten el dolor y la necesidad de encontrarlos vivos o muertos.
Yo he  hablado con mi hijo de 7 años y le digo  que tengo que salir a buscar a su papá aunque solo encuentre los restos, pero llevarlo a Guatemala para enterrarlo allá. Él tenía miedo porque me dijo que si ya había muerto su papá tampoco quería que yo me muriera y lo dejara solo, pero yo le expliqué que nosotras viajábamos con permisos migratorios. Al niño lo dejé con mi hermana. La mayoría de las que andamos aquí somos cabeza de familia y con nuestro trabajo mantenemos a nuestros hijos.
¿Cómo se animó a venir en la caravana? Le pregunto, contesta que cuando descubrió que no solo ella estaba viviendo ese dolor, que son más compañeras que lo están sufriendo también, de otros países y que tuvo la oportunidad de encontrarlas y que juntas se animan unas a las otras a seguir luchando. No es fácil, más para nosotras indígenas porque las autoridades nos ignoran.
Tomasa me cuenta que ha iniciado un grupo, es ella la fundadora y aun no tienen nombre pero sí se reúnen en Chichicastenango y están comenzando a crear un archivo con los testimonios  de familiares y los datos de quienes se fueron. No tienen ningún tipo de ayuda de ninguna entidad, son madres solas las mayoría ya que los esposos emigraron o los hijos mayores.
Exige que las autoridades consulares apoyen,  porque ellas no pueden estar viajando constantemente por no tener dinero para los pasajes y estadías, agradece que en la caravana les dieron alojamiento y alimento gratuito.  En esta ocasión, me cuenta que no llegaron hasta la frontera de México, Estados Unidos pero que esperan hacerlo en la siguiente. Quieren entrevistar coyotes o conocidos de coyotes para  saber si han visto a sus familiares, quieren ir a hospitales, morgues, cárceles para  preguntar si saben algo de ellos. No piensa desistir y aunque nunca encuentre a sus esposo no dejará de acompañar la caravana porque las otras mujeres también necesitan apoyo.
Ayuda, necesitamos ayuda, que nos escuchen, es lo último que me dice Tomasa antes de terminar la entrevista. En estos momentos en los que yo escribo sus palabras ellas están conmemorando el Día Internacional del Migrante, a la  la orilla del río Suchiate, la frontera entre Guatemala y México. Dándole fin a la caravana de este año,  -donde se lograron 8 encuentros de madres con hijos- para continuar el trabajo cuando crucen las fronteras de vuelta a sus países de origen, a sus pueblos y a sus comunidades.
Ayuda, ¿usted escucha el grito de socorro?
Nota: gracias a quienes hicieron posible que este año se realizara la  caravana. Gracias a quienes son voz de los sin voz. A quienes abrazan, cobijan y guían a las y los migrantes clandestinos. Gracias a quienes sin haberlo vivido en carne propia, tienen la sensibilidad y la conciencia de ayudar… Por ustedes y gracias a ustedes hay esperanza de un mundo mejor.  ¿ Y usted que me lee, cuándo se une?
 
Ilka Oliva Corado.
Diciembre 18 de 2013.
Estados Unidos.
 

2 comentarios

  1. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Ilka linda: Te felicito por tu sensibilidad y por dar a conocer estas historias que de algo han de servir en la localización de los desaparecidos. Besos, Chente.
    Este Domigo sale el cuento.

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