Fiesta patronal.

A veces usted pareciera un intruso, un vagabundo sin rumbo que asoma de pronto a mi ventana y con su tierna mirada me acaricia en la ingenuidad, del tiempo detenido  del  nunca transcurrido,  del que seduce a la inmensidad.
En otras usted, se manifiesta en mis nostalgias de cipota pueblerina nacida en el barrio El Clavel, al final de la colina de aquel altozano que también lo parió a usted.
Yo, en casita de adobe. Usted, en una de bajareque. Yo, en la entrada del pueblo rodeada de izotes jilotes, cafetales, jocote corona sazón, guayabos rojos, matasanos, la laja de la quebrada, el polletón.  Agosto encapotado de lluvia torrencial, el clavel rojo floreado entre neblina y lodazal.  ¿Usted? Cuénteme tío Lilo, ¿quién lo abrigó a usted cuando la entraña de su madre lo lanzó al mundo? Fue un huérfano confinado a no vivir su infancia, no le temió al trabajo de prematura madurez. ¿Fue así abuelo? Por favor cuénteme usted.
Dirá que mi locura es fecundada en este éxodo de mi añoranza que por muy lejana me alcanza el deseo de volver, a las visitas de sorpresa y  junto con usted  andar por los guindos y veredas, en las empolvadas alamedas que lo vieron crecer.
Desbrozar la maleza del sitio en el peñón, no hay  ninguna omisión aquel potrero es lozanía de mi algarabía  de güira que no tiene redención.
Afilar su corvo con la lima sentado sobre la piedrona y  yo acostada en la hamacona del viejo corredor. Humando su puro con la mirada extraviada en el ocaso, buscando tímido el regazo del oriente por dormir, vaya tardes y celajes de fuego vivo acurrucado en la cuestona de Escuinapa, Las Crucitas  y San Miguel.
Por si creído está usted que lo he olvidado, no se siena azareado que su recuerdo es mi vergel, campesino de arrecho caminar, su estampa es de hermosura, sus manos de criatura vuelto mozo en la   premura de la necesidad.
Su nobleza y la proeza no de renunciar a la austeridad de la decencia de un aldeano, un labrador y rústico campesino que por muy fino que fuera el abrigo del la engañosa alevosía,  se quedó entre las astillas de un árbol nunca cortado, fue la sombra  del matasano donde agua iba a beber, en el cutumbo cerca de la quebrada, desde donde divisaba el caudal del río Paz.
Su fidelidad con el encino y su amor por el conacaste, abuelo no es ningún lastre  haber heredo lo  trastornado por aquel añoso encinal, la calina y el guatal donde las vacas iba a aguar. Aquí desde esta lejanía mis versos son ironías de capitalina de ladera,  la periferia me espera profundamente enamorada de esta emigrada  que se fue sin despedir y sin embargo me atrevo a delinquir  y a hurtar los empolvados caminos, los esbozos de los niños que a la escuela quieren ir.
Las mujeres descalzas andando entre las zarzas  buscando La Pilona, la alcaldía y a nía Adelona para fiar  una libra de sal, dos candelas y tres onzas de mantequilla, un salpor y media quesadilla, gas para el candil.
Las panzas preñadas de niñas obligadas a ser Nanas  y esposas.  A amamantar con las tetas guindadas en boca de un cipote que cargan adherido más allá del ombligo  y que las cansa en el camino cuando agua van a acarrear, un yagual y en la cintura la tinaja y el canasto, en el pecho los quebrantos de la invisibilidad.
Los ancianos olvidados, los hijos emigrados a la capital, algunos más discretos se lanzan sin avisar a la travesía de  las fronteras más lejanas. ¿Quién por ellos abuelo? ¿Por los abuelos que se quedan humando sus puros en sus hamacas? Rajando leña con sus espaldas encorvadas. ¿Quién por las abuelas silenciadas que tienen ganas de morir? ¿Las de los vientres ancestrales?  ¿Las nías, los tíos?
A veces pareciera que usted me habla  cuando nieva, cuando la bulla de la feria está por asomar, la fiesta patronal de nuestro potrero consentido, abuelo ¿Cómo fue cuando era güiro? Yo  lo imagino descalzo subiendo por el peñón a vender su carga de leña, el quintal de máiz y el de frijol en algún puesto de la feria frente a la alcaldía a un costado de las ironías de la gentileza del festín.
Abuelo: tres jocotes tronadores, una media de chicha de máiz, un jabón de aceituno, un salpor y el disimulo de no pretender extrañar, su presencia de patriarca, su hermosura de rural, las caricias de sus manos ampolladas, su  piel ajada que siempre me fue a encontrar,  cuando del bus me apeaba, en el convite  de diciembre cuando alegre llegaba la  fiesta patronal.
Creído está usted que lo he olvidado,  porque su cuerpo descansa en el camposanto de los glorificados, allá en  lontananza  donde ninguna postergación es  comprendida. Desconoce acaso que sigo siendo irracional y que es ésta demencia colosal la que me concede toda propiedad para acudir a su amparo, de abuelo admirado que me enseñó a amar; la entraña de la tierra donde un día  he de sembrar las mismas chilipucas, los chipilines, el izotal. Los chactés y los pitos. Donde un día las cuitas que hoy adormecen en esta diáspora invernal, serán jocotes tronadores que comeré en la fiesta patronal.
A: Tío Lilo, mi abuelo materno. En las vísperas…
 
Ilka Oliva Corado.
Diciembre 08 de 2013.
Estados Unidos.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.