Halloween Party.

El sábado salí con un amigo europeo que desde hace ya mucho tiempo quería  ir a alguna discoteca frecuentada por latinoamericanos, quería conocer el ambiente. Lo llevé a dos. La primera  en la capa rasa lo más bajo de lo más bajo de clases  en esta ciudad. A donde asisten los emigrantes indocumentados llanos recién llegados al país. La segunda  a donde asisten los nacidos aquí de origen latinoamericano, los que ya no hablan español  o apenas palabritas mal mencionadas, donde la entrada es más cara por ende las bebidas y no dejan entrar si no vas con ropa de vestir,  en cambio en la rasa hasta con tenis entrás. Yo quería que viera las dos partes de la moneda.
Yo desubicada con la bulla de la Noche de Brujas no me percaté que esa noche era la fiesta oficial  en recintos de clubes nocturnos, restaurantes y en reuniones particulares, así es que entrando a la ciudad vimos momias, brujas, muertos esqueléticos caminando en las aceras.  Por todos lados se leía Halloween Party y la discoteca de porte raso no era la excepción.  El enorme rótulo en la entrada y el “plus” noyjuelagrán oíme a mí, ¡el plus! De concurso de disfraces: quinientos dólares el primer lugar.
A esa discoteca me llevaron cuando recién llegué a este país  tenía ya más de nuevo años de no ir, tan solo fui una vez. A esa discoteca asisten también magnates que saben muy bien que con treinta dólares en las manos se pueden conseguir una jovencita que no hable inglés y que se puede ir con ellos al hotel de la esquina porque se emocionan con la pinta del fulano, la ropa de marca, la bebida más cara y el carro de último modelo estacionado en la calle de enfrente.  Imagináte vos treinta dólares cuando una está recién llegada es dineral –para quien crece en arrabal y en los cerros- y si encima el tipo le dice que es soltero, que es empresario, que anda en busca del amor de su vida y en ella vio lo que nunca antes en ninguna mujer es tan fácil que ella piense que esa noche es la de su suerte y que jamás volverá a caminar descalza, ni a comer frijoles con sal y tortilla y que tendrá la residencia del país y que no trabajará y que se cambiará el apellido inmediatamente y que,  y que…. Sus mentes vuelvan y sus ilusiones se extravían entre el mar azul de los ojos del magnate.
Una discoteca a donde llegan las patojas a desatarse completamente,  las mujeres separadas, divorciadas, todas dejan sus complejos fuera y entran al paraíso, hacé de cuenta vos que han estado como gallinas encerradas en gallinero y de pronto les abren la puerta el campo, así las mirás a ellas: libres, seductoras, provocadoras, confiadas. Es sin duda una visión fantasmagórica que si no estás bien agarrada  los aires te arrastran.
Ahí están pues: centroamericanas, mexicanas, sur americanas, puertorriqueñas, cubanas, dominicanas, haitianas…  todavía con la piel tostada  con la que una llega a este país.  De igual manera los hombres les notás el modo de pararse y la timidez al bailar, campesinos y proletarios en sus países de origen y obreros aquí. Todavía con sus camisas chiltotas  y sus pantalones de lona ajustados o  de tela color verde botella  o negros. Mocasines y botas Caterpillar. El cincho que nunca va con el color de la muda. Pegados sobre la pared viendo nada más aun no se sueltan para ir a sacar a una mucha a bailar.
Las caribeñas son las más inquietas, las de los ritmos jocosos y armonía en las caderas, las sensuales, las que arrastran a los  hombres hasta lo más profundo del precipicio y los dejan ahí sufriendo sus calenturas después de haberles rosado durante horas sus carnes entre  las entrepiernas. Algunos no aguantan ni dos canciones y los mirás correr hacia los baños.
Imagináte vos un patojo campesino que solo ha visto monte, vacas, adobe y si  por mucho ha tenido por todo contacto sexual una mujer desnuda en una revista, que de pronto lleguen aquí y  una mujer les restriegue las carnes revés y derecho sin ningún tipo de consideración en medio de la pista que arde en llamas,   los termina matando en dos minutos, aquellos pobres palidecen, no hayan la forma de esconderse la excitación, se sacan la camisa del pantalón, se alejan de las caderas devoradoras y la mujer  que percatada más los arrincona,  entonces equivocadamente creen que encontraron la gloria y que es vida exclusiva de Estados Unidos y regresan una y otra vez a recibir el mismo castigo aunque con ello se les vaya lo poco que ganaron en los primeros días de trabajo.
Como buenos caballeros  -porque en nuestra cultura nos educaron que el hombre es el que paga- pagan las bebidas, la entrada y el hotel. La cena, el desayuno y el taxi. Porque cierran las discotecas rasas hasta las cinco de la mañana y ahí va la mara a comer tacos y a bajarse otra cerveza o una taza de café para irse directo al trabajo así sudados y todos, llevan el  uniforme de la fábrica en el asiento trasero del carro de  último modelo que acaban de enganchar. Lo que nunca han tenido lo ven aquí tan cercano que les  crea esa equivocada idea de lo que es el éxito y la superación.
Ahí están las separadas, las divorciadas que pasan de los cuarenta años y que recién emigraron, las mirás encandiladas  con   patojitos de veinte: una mexicana con un dominicano, un ecuatoriano con una guatemalteca, un puertorriqueño con una peruana y así las culturas se revuelven y danzan y se besan y se tocan y fornican entre ellas.  Las mayores de cincuenta van urgidas al hotel de la esquina –que nunca se va a declarar en quiebra-  con sus patojos potentes y bien ejercitados –son albañiles la mayoría tienen aquellos músculos bien marcados de solo cargan bloques- regresan relajadas media hora después a seguir con la bailada.
Ellas también creen equivocadamente que han llegado a la puerta del cielo que desde allá arriba las nubes algodonadas no las dejarán caer.
Mi amigo está fascinado con tanto baile exótico. Ahí está la fila de patojos topados a la pared y las patojas de espaldas con las nalgas puestas entre el zíper del pantalón,  bailan reggaetón al cual yo le tengo mucho respeto y  no bailo porque ya  de cipota me di la grande bailando las del General  y Vico C, Los Ilegales, Sandi y Papo y Proyecto Uno. De dicha no me desarmé y sobreviví a las toques de la cuadra Usumacinta en mi amado arrabal.
Están ahí disfrazadas de: brujas, caperucitas, mujer maravilla, novias vestidas de blanco, enfermeras, y ellos de jinetes, soldados, salvavidas, don Juan Tenorio. Ellas en competencia subliminal enseñando a más no poder las muslos, las tetas, las carnes de las caderas, erróneamente piensan que la que más enseña es la más hermosa, las más deseada, las más popular, la más  exótica, la más mujer.
Mi amigo tiene los ojos clavados en las caderas de una brasileña que baila la  bachata como una diosa la desventurada tiene ardiendo la pista en llamas, yo ahuevada pensando en la sola idea de que un chispazo  de algún asoleado con la idea de encender un cigarro  pueda  hacer explotar el recinto y quedemos vueltos ceniza todos, la brasileña tiene dinamita pura  para hacer volar la cuadra entera.
En un descuido va al baño y la sigo le pido de favor si puede bailar con mi amigo que está que se le cae la baba y me dice que sí, así es que ambas ya de acuerdo hacemos intercambio de pareja y mi amigo siente desmayarse cuando toca las manos de la morena que en un santiamén le enseña que en Brasil aparte de la zamba las mujeres tienen brasa viva. Mi pobre amigo bailó con canciones y hasta sin habla quedó.
Ahí están hombres y mujeres por igual emocionados con la tradición de Noche de Brujas, es algo irreal, pronto olvidarán la celebración del Día de Muertos y las flores de crisantemos, y las ofrendas y los camposantos y serán pues comprados y compradas por culturas extrañas que adoptaran como propias.
Nos vamos a la siguiente discoteca ubicada en el corazón de la ciudad.  El triple de los precios en todo. Ahí es aquello de como te ven te tratan.  Totalmente distinto el recinto, el ambiente, el tipo de personas que lo frecuentan. Ahí asisten estudiantes extranjeros, gente recién egresada de la universidad,  por ahí ingenieros, doctores, arquitectas. O por lo  menos eso es lo que dicen cuando se presentan. Estas personas llevan puestas mudadas que con todo zapatos no  bajan de tres mil dólares. El inglés refinado y los ademanes y la forma de tomar las copas  pertenece exclusivamente a la clase pudiente.
Entre ellas mirás a latinoamericanos  que emigraron ya casados con algún gringo o gringa, que en sus países de origen también pertenecen a este tipo de escalafón social pero que aquí el apellido del esposo o los ojos azules de la esposa se les suben a la maceta y no hay quién los baje.
La música es distinta, salsa y  merengue en vivo. Los pasos de baile marcados porque los aprendieron en una escuela de baile. No son capaces de dejarse llevar por el ritmo de la música.  Los disfraces también varían un poco aunque la mujer siempre sin importar grado de escolaridad ni clase social cree que enseñando más carne se ve más hermosa.
En este recinto abundan los meseros que están atentos a cualquier gusto del cliente. Las  sillas de las mesas son de cuero, del techo raso guindan cortinas que forman  paredes de pequeñas habitaciones en la pista de   baile cuando a más de una pareja se le sube la temperatura y necesitan con urgencia algo más que un beso y una caricia, entonces los mismos atentos meseros bajan las cortinas y amablemente los invitan a entrar, no se ve nada desde fuera y adentro existe la privacidad absoluta obtenida nada más en discoteca exclusiva.
A mi amigo no mucho le cuadra el lugar más bien el tipo de gente que lo  frecuenta me dice que es demasiado lujo, demasiada apariencia.
Las latinas y latinos que son los más pelados de quienes lo frecuentan siempre se ponen sus mejores ropas para buscar la manera de impresionar y llamar a la suerte para buscarse un  buen partido, una buena esposa: adinerada, graduada de universidad y de ojos azules o verdes.
Los hombres lo saben disimular  mejor pero a las mujeres se les nota que están en venta y en oferta  por cierre de la tienda.  Una total degradación.  Claro todo esto con la propiedad de la alcurnia y la clase.
Ahí están en la pista de baile haciendo de todo menos disfrutando de la noche. Todo es actuado,  minuciosamente manejado, analizado. Ante todo la apariencia  y el garbo. Nadie olvida que va a la discoteca en plan de conquista, no por pasarla  bien y divertirse. Algunas como un trabajo serio, con las trabajadoras sexuales de exclusividad que por noche cobran no menos de quinientos dólares.  Damas de compañía y trabajos alternos. A ellas no las tienen obligadas, no han sido secuestradas  y tampoco ningún red de trata de personas las adiestra. Están ahí con su gusto y con su gana,  prefieren ser objetos del placer de algún gringo adinerado que trabajar en otros menesteres.  Es para ellas más fácil una noche se sexo vendido y al siguiente día tener para comprar una bolsa de marca y un pantalón en la avenida Michigan que por ejemplo ir a limpiar una casa y ajustar solo para la comida de tres días.
Y si tienen suerte podrán encontrase ahí al amor de sus vidas, al príncipe de sus cuentos de hadas. A quien les compre casa con piscina, jacuzzi y sala de teatro. Quien les obsequie el apellido raro, tres tarjetas de crédito y vacaciones alrededor del mundo. Todo esto a cambio de bailar bien el tubo, de  realizar el mejor sexo oral del mundo y dejarse penetrar por cualquier agujero visible –o no- en el cuerpo. Agregado,  el polvo en la nariz, la inyección en el brazo y el cigarro de hoja en la boca.
Halloween Party leo en la entrada de ambas discotecas y dos mundos distintos y  a la vez paralelos convergen en una noche de fiesta, placer y compra y venta.
Noche de Brujas leo en ambas discotecas y las realidades distintas  de las diferencias sociales. Al final de la noche: los tacones cansan, el disfraz cae al suelo, el maquillaje se corre, las ilusiones terminan  al llegar la alborada y cada uno despertamos en una sola realidad: el emigrado raso a trabajar en la fábrica, la trabajadora sexual fina con semen entre las piernas y lo del taxi, la emigrada divorciada sin el joven al lado, el campesino excitado sin las carnes entre sus piernas. Y la cronista inquilina que se niega con todo su ser a cambiar el ayote en dulce por un disfraz. -Agria que soy-.
Ilka Oliva Corado.
Octubre 30 de 2013.
En mi tabuco.

Un comentario

  1. Espectacular crónica de la inquilina que embrujados nos tiene con el arte de su estilo narrativo y la certeza de lo que escoje para mostrarnos realidades sociales de la vida cotidiana en el exilio…

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