Cristian.

Hondureño de 18 años de edad, anda  en diecinueve.
Cruzó a la primera  hacia México. Abordó un autobús en su natal Honduras junto a tres amigos y los cuatro emprendieron la aventura de albergar la ilusión de llegar a tierra estadounidense. Con mochila sobre el hombro y lo del pasaje atravesaron Guatemala y llegaron a tierra mexicana por el lado del Naranjo y fueron a dar a Tenosique, Tabasco.
Recién adentrados en tierra mexicana sin más documentos que los de su nacionalidad hondureña fueron interceptados por un grupo de hombres armados a Cristian lo separaron del grupo porque pensaron que era el pollero, lo llevaron a un callejón y tres hombres lo entrevistaron, lo basculearon y golpearon. Lo querían hacer confesar quién era el dueño de la supuesta organización que transportaba indocumentados pero Cristian  era nada más uno de esos miles que atraviesan todos los días  y a todas horas las vertientes espinadas del trayecto clandestino.
Le robaron el dinero que llevaba y lo sentenciaron que si de atreverse a denunciarlos lo matarían.
Cristian sin embargo se armó de valor y fue a solicitar refugio al Albergue la 72 ubicado ese mismo poblado, ahí lo guiaron para  ir a denunciar lo sucedido y por medio de las gestiones realizadas por la gente del  albergue Cristian logró conseguir una visa humanitaria para transitar por territorio mexicano sin dificultad.
Sus tres amigos decidieron continuar el viaje por su lado.
Cristian fue reubicado en el Distrito Federal para salvaguardar su vida ya que los tres hombres que lo amedrentaron fueron detenidos y encarcelados, vil bajeza solamente durante tres semanas después salieron en libertad y lo buscaron para matarlo pero él ya estaba lejos de Tabasco.
En el Distrito Federal estuvo hospedado en el refugio llamado Casa de los Amigos, para mientras su familia desde Honduras envió a como pudo algunas  remesas para ayudarlo con los gastos de diario, estuvo en ese lugar quince días después buscó trabajo y se ubicó en casa de una joven mexicana que lo conoció en el refugio y no dudó en ayudarlo.
Después de veinte más en casa de su amiga decidió continuar con el viaje, Estados Unidos lo esperaba con los brazos abiertos -o por lo menos eso creía él- contactó  a un coyote en el D.F. y éste lo hizo transportar en un tráiler para que viajara en absoluta clandestinidad aunque Cristian tenía la visa humanitaria,  llegó a Monterrey y ahí lo instalaron en un “bodega” así son llamadas las casas en  donde encierran a las personas indocumentadas las organizaciones de traficantes.
Cristian recuerda que en cada garita  de policía que encontraban con el trailero, éste lo hacía bajar del camión y rodearla a pie para no presentar ninguna especie de declaración si lo aceptaban la visa humanitaria como documento que acredita la estadía legal  en el país.
Quince días permaneció en “la bodega”  y de ahí junto a otros tres salvadoreños fueron enviados en autobús a Tamaulipas  en busca del río Bravo por donde cruzaría hacia Estados Unidos.
En el primer intento por cruzar lo lograron y tocaron el monte y la tierra de McAllen, Texas, pero la policía de migración estadounidense estaba demasiado cerca y los rastrearon y para no ser detenidos y deportados tuvieron que cruzar inmediatamente el río de vuelta.
Estuvo nuevamente en Tamaulipas en “la bodega” esperando que llegara un coyote que los hiciera atravesar el río por seguridad de llegar a tierra estadounidense y no ser localizados y detenidos por la policía  de ese país.
Después de dos semanas en espera llegó finalmente el coyote que los hizo cruzar el río y llegaron finalmente a tierra estadounidense, al mismo pueblo de McAllen, caminaron hacia una carretera y ahí los recogieron en carros de último modelo y fueron llevados a otra “bodega” en tierra gringa. Cristian cruzó el río junto a otras veintidós personas en su mayoría centroamericanas. Iban  sujetadas a pequeños flotadores de esos que abundan en las llanteras.
De los veintidós que llegaron a la bodega  y fueron transportados esa misma noche a otra en Houston fueron entregados  a sus familiares de uno en uno en estacionamientos de centros comerciales pero Cristian no tenía el dinero que le pedían solamente lo acordado con el coyote que localizó en México, le sucedió lo que a la mayoría que ya estando en territorio estadounidense lo extorsionaron con más dinero y la amenaza de regresarlo al río o de matarlo. Sin embargo Cristian que ni por asomo quiso alarmar a su familia en Honduras y al ver que en la primera llamada telefónica la que tenía en Estados Unidos le volteó la espalda, se aferró a su palabra firme de no poder pagar más que lo acordado.
Un mes en  cautiverio bajo amenazas que nunca se cumplieron,  hasta que un día el coyote encargado de la seguridad de la casa y de las entregas se apiadó de su condición y le prometió que en el  menor descuido de la próxima entrega lo llevaría a otra casa donde estaría a salvo.
Para mientras personas llegaban  recién cruzadas de la frontera, de distintas nacionalidades. El día llegó y Cristian fue trasportado por el coyote a casa de una amiga que también le ayudaba a ocultar indocumentados en su casa.
Llegó entonces a una tercera “bodega” ahí encontró a una familia de ocho miembros, los padres y seis niños.
Cristian no imaginaba lo que se le esperaba en esas tercera “bodega” y fue a los días de esta compartiendo con la familia que llegó la policía de migración a realizar un requisa, porque recibieron una llamada anónima con queja de que en ese lugar entraban y salían demasiadas personas desconocidas para los vecinos y entre los detenidos por no tener visa ni residencia legal en el país  se fue Cristian y el propio esposo  de la dueña de la casa que era indocumentado.
La policía de migración lo tuvo encerrado tres días en interrogatorios extenuantes q pretendían que denunciara con  nombres de los coyotes y direcciones de la bodegas pero como sabía del poder de las organizaciones de traficantes se negó a dar información, entonces fue deportado hacia México porque dijo que era mexicano.
Ya del otro lado llamó regresó a la “bodega” en Tamaulipas.  El coyote le dijo que le cobraba mil dólares para cruzarlo nuevamente pero él no contaba con ese dinero.
Solo logró llamar a Honduras para contar a grandes rasgos lo que había sucedido y  para avisar que se encontraba sin novedad y que lo volvería a intentar.
Buscó el refugio para migrantes Señora de Guadalupe  y ahí se quedó unos días, llamó por teléfono entonces a la única esperanza que le quedaba: la dueña de la casa en donde fue detenido por migración, ella le comunicó que su esposo estaba preso y que sería deportado también y le dijo que no se preocupara que haría todo lo posible por ayudarlo a cruzar de nuevo.
Una mañana  uno de los colaboradores del albergue le avisó que afuera lo buscaba  una mujer con un niño de nombres fulanita y zutanito, ¿los conocía? Emocionado Cristian contestó que sí, eran efectivamente la dueña de la “bodega” en Houston y sus hijos, el hondureño corrió a encontrarlos y los tres se fundieron en un abrazo de felicidad, lloraron todos. Ella  y sus hijos son ciudadanos estadounidenses.
Inmediatamente ella lo puso en contacto con otra organización para que lo cruzaran de  nuevo hacia Estados Unidos y ella pagaría los mil dólares que cobraban.
Cristian fue a dar a una “bodega” a donde llegaban hombres armados con pistolas y metrallas, en carros de último modela, vestían de negro y portaban chalecos antibalas que tenían en letras grandes Cartel del Golfo.
Un guía los intentó cruzar y estuvieron en espera entre el monte pegado al río, dos días y dos noches y no lo lograron había mucha vigilancia de la migración gringa, helicópteros, patrullas, motocicletas.
Otro guía también lo intentó y no se animó  porque había patrulla con perreras al otro lado esperándolos.
El tercero si logró cruzarlos  y a él lo entregó en el estacionamiento de un centro comercial donde doña fulanita entregó el dinero cuando se realizó el canje.
Cristian duró tres meses en llegar finalmente a Estados Unidos, contando una deportación. Tiene dos meses de estar en tierra gringa y piensa quedarse durante dos o tres años y ahorrar lo que se pueda después regresar a su natal Honduras donde lo espera el abrazo de la familia umbilical que lo vio partir con una mochila al hombro donde guardaba la ilusión de llegar a Estados Unidos y averiguar  y vivir en experiencia propia, qué tiene el país que a tantos embruja y llama.
Es como la mayoría: mil usos, arrecho y atrabancado, chispudo y trabajador.  Vive en casa de doña fulanita que ya no alberga  como “bodega” a indocumentados,  ella está en espera de que su logre cruzar la frontera  nuevamente para estar juntos en familia, mientras tanto Cristian  ha sido aceptado y abrigado como hijo mayor, encontró por azares de la vida la familia que no es de sangre sino de corazón.
Para Cristian y para todos aquellos allá afuera que ya cruzaron, que vienen en camino, los que han quedado y los que cruzarán las fronteras de la muerte…
 
Ilka Oliva Corado.
Octubre 25 de 2013.
Estados Unidos.

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