Prisci Casasola, La Flor de Guayacàn.

Y siempre en momentos como este pienso en el Decálogo del Perfecto Cuentista,  de Horacio Quiroga y  en uno de sus rezos: “no escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala y evócala luego.”  Tratar de hacer una especie de introducción o de presentación a la entrevista que leerán a continuación me subleva las nostalgias, me arrastra, me desbarranca, me despeña en recuerdos de esa parte del oriente que apenas conocí, ella las hace emerger de la nada, del ocaso, del vacío, las hace palpables con su voz, con su acento, con su humildad.  Con su forma de ver la vida, de lucharla, de quererla, de defenderla. Con su forma de  guiar, de educar y de emancipar alumnos y alumnas. De empujarlos a que piensen, pregunten, investiguen, duden, a que creen, debatan, opinen, actúen.
Cómo quisiera ser su alumna física y asistir todos los días a su salón de clases para empaparme de sus conocimientos y experiencias, de su alegría, de su fuerza, de su honestidad, de su memoria histórica, de su identidad, de su conciencia, de su mente abierta.  Compartir un fresco de  semilla de melón y uno salpores.
Tiene la percha de títulos  de universidades extranjeras en las que ha estudiado, licenciaturas, maestrías, doctorados, habla más de dos idiomas. Es una intelectual, tan intelectual que  no anda asomando desde la alturas de las terrazas, ella es mujer de pies descalzos, que ama el monte, que siembra la tierra, que bebe café de màiz de un batidor  y que tiene polletòn, y sabe  qué hora del día es con solo ver el sol. ¿Cómo una persona con tanto estudio puede tener los pies sobre la tierra? Será acaso porque como lo dijo José Martí: es culta para servir. Y se hizo maestra que fue hacerse creadora. Me enamoré de ella, como las golondrinas del horizonte rojizo en la tardes de Escuintla, como las parvadas de loros en mañana nubosa de montaña sin deforestar, como las chicharras, del bochorno, como las libélulas, del agua fría de la quebrada, como las tomas de agua bajo los palos de tamarindo, como las tunas, de La Sierra de las Minas. Me enamoré de ella como el verso nocturno, de la noche sin luna, como octubre, de la tapisca, como la nostalgia, de los recuerdos, como la esencia, del alma. Como la aldeana de su igual, como la campesina, de quien la acompaña a acarrear agua del río. Es una mujer que admiro y de quien he aprendido mucho, yo también soy una de sus alumnas, a distancia. Compartimos  nostalgias,  quimeras, de caminos que se encuentran por causalidad.
Mi bitácora se viste de: Sierra de las Minas, flor de guayacán, río Motagua, de ocote, de flor de tamarindo, de tunas, de papayal en flor, para presentarles a Prisci Casasola, antropóloga, catedrática de la carrera de Trabajo Social en la universidad Rafael Landìvar de Zacapa. Agradezco la confianza depositada en mi chaveta locadia y en mis letras migrantes…, por aceptar ser entrevistada, sé que sos arisca como yo. Ella es otra de las amoras que me ha regalado –paradójicamente- la migración. Les dejo con la pequeña charla compartida con  La Flor de Guayacàn nativa de La Palmilla, Usumatlàn, Zacapa.  
 
¿Te graduaste de una universidad en Estados Unidos, en California específicamente, por qué regresar al tierrero?
Va a parecerte raro, pero mi estancia en las universidades de Estados Unidos fue mi incentivo para regresar a mi tierra. Bueno, también mi estancia en la UNAM en México. Me hicieron identificarme más con ese guatemalteco interno que todos llevamos, pero que algunos lo asociamos con los tamalitos, el atol de elote, el mantelito típico, la Antigua, o hasta Panajachel, si querés. Nunca de los nunca con el hambre del pueblo, las injusticias, la falta de educación, etc.
 ¿Por qué si podés nuevamente emigrar te quedaste allá en la aldea bajita la mano trabajando en la educación?
Hay quienes, cuando ya tienen residencia, les falta poco para creerse gringos, y los que cuando ya se han naturalizado son más papistas que el papa y defienden a Estados Unidos como si fueran de allá. Yo en lo particular, opté por la ciudadanía. Fue una opción puramente utilitaria. Me ubiqué en esta aldea porque quiero ayudar a la gente del campo, a la que solamente se acercan cuando es tiempo de elecciones, a la que nadie quiere educar y formar, porque son “ignorantes”. No quiero vivir en la capital porque hay mucha gente, que conoce y que sabe, pero que no arriesga sus comodidades.. Es decir, soy valiente pero no tanto.
 ¿Acaso la hiel del exilio calcina el alma?  ¿Cuántos años pasaste fuera? ¿Qué aprendiste en gringolandia y qué desaprendiste?
¡Qué bonita frase, la hiel del exilio! Yo te diría otra, el fuego del olvido. Los que hemos salido en un exilio, voluntario o no, obligado o no, tenemos dos caminos, recordar u olvidar. Si vivís recordando tu tierra y sus luchas, no te despegás de lo que ocurre en ella, y no lo digo en forma retórica. Si, como mejor opción, olvidás, cerrás todas las puertas, ventanas y portillos que te traigan el olor a ella, a ese pasado.
Pasé fuera 24 años, de ellos 3 en México. En Estados Unidos aprendí sobre racismo y discriminación, sobre un sistema que te marca el paso y no hay tales de hacerse el loco. Para mantener mi salud mental me dediqué a estudiar y a luchar porque mis hijos no se alienaran tan rápido. ¿Desaprendí? Más bien dejé ser emocional, a ver las cosas con lucidez y a pensar antes de hablar, a ceñirme a los hechos. Eso creo.
Sos antropóloga  y con una percha de títulos en cuestiones de Trabajo Social creo y cuando querés hacer uso de tu léxico distinguido y  de la elegancia de tu intelectualidad  lo hacés y me dejás con la boca abierta, pero me cautivás cuando andás descalza pegadito a la tierra, ¿qué es lo que te nutre del monte?
Yo admiro a las personas que saben andar con estilo, que saben combinar zapatos, que entienden de moda. Y las admiro porque yo no soy así. Me gusta ver nacer la milpa, saber que ese grano te va a alimentar, me gusta el olor a lluvia porque así las siembras se nutren y hay la esperanza de la cosecha. Me nutre la sencillez de la gente que te ofrece unas “memelas” hechas con aprecio con sus manos recias, me llena saber que puedo escucharlos y conocer sus quejas.
A veces cuando hablo de la tierra húmeda y de la injusticia sos la única que te pronunciás y que  me escribe, así con tu amor de campesina sin finuras ni distinciones, ¿qué hay en la aldea y en la Sierra de las Minas que te hace florecer en verano?
Me rebelo ante la injusticia, y es que en el campo la palpás diferente que en las ciudades. Aquí ves a las mujeres levantarse a las tres de la mañana para preparar el bastimento de sus maridos, hijos, hermanos, y a esos hombres ir a trabajar en bicicleta, arriesgando el cuero, para regresar con un mísero salario de 50 pesos, quetzales, al día. ¿Cómo no voy a llorar la injusticia de las meloneras, de las empresas que explotan a los hombres y mujeres? Sin embargo, esas mismas caras, retostadas por el sol, sonríen cuando los saludas y cuando creen encontrar en una esperanza en uno. No cambiaría mi vida en el campo, ni mis días de clase en la universidad, donde los y las estudiantes que casi nunca salen de sus comunidades pueden aprender a apreciar el mundo el día que los llevo a visitar museos, a Tikal, a Chimaltenango, a los mercados, a la 6ta avenida, a recorrer el cementerio general, para luego regresar y sentir que se ama a este país.
Cuando escribo las historias de Transgredidas por ejemplo a las de los migrantes, la gente solo dice: pobrecitos como sin con esto ya pusieran su granito de arena para erradicar tanta mansalva. Vos que sos como una vidente te adentrás en las venas y vez el problema con raciocinio y corazón. ¿Cuál es tu opinión respecto a la constante migración indocumentada de personas Centroamericanas hacia Estados Unidos? Y no digamos mundialmente.
La migración, para muchos, es el escape a un mundo de miserias, con la promesa de un salario si no seguro, por lo menos factible, que le permita dar a la familia que quedó atrás un poco más de alimento (me molesta esa frase de “seguridad alimentaria”). La falta de empleo, el engaño de los políticos que ofrecen y no cumplen, la explotación y el abuso en los trabajos, así como la inseguridad y la violencia son algunos de los detonantes para que este flujo no pare. Por otro lado, hay también migración interna, del occidente al oriente, de la capital a los departamentos, etc.
¿Qué opinión te amerita esta palabra: indignados?
Indignación, o sentirse indignado, por las mujeres violadas, por los niños abusados, por los salarios tan bajos, por el robo abierto de las empresas coludidas con los políticos, por la falta de servicios de salud, por la mala educación. Todo eso y me quedé corta.
Estas otras tres  palabras, ¿en qué te hace pensar: aborto, matrimonio homosexual?
Serán dos palabras: derechos humanos. Hay que darlos a todos por igual.
Si hablamos de hambruna, trata de personas y negación,  ¿qué conclusión tendrías?
Que no hay peor enemigo del hombre que el hombre mismo. Vos creés que hay derecho en dejar a la gente morirse de hambre, o que se deba vender a los seres humanos, a otros que dudo que sean humanos. Cada vez nos estamos volviendo más violentes.
¿Cuál es  el principal problema que vos creés que está afectando a la juventud guatemalteca en asuntos de desmemoria y de identidad? ¿Por qué alude involucrase y siquiera debatir un punto y exponer su criterio?
La falta de educación. Si los que ahora los educan no tienen esa capacidad, menos las van a tener los jóvenes. Una cosa es cuidar el chance, y otra muy distinta hacerse maje, para no entrar en discusiones para las que no se tiene capacidad. Ah, y la falta de lectura, porque aunque lo pida el Ministerio de Educación, no hay libros baratos no bibliotecas suficientes en Guatemala.
¿Por qué la juventud no se indigna salvo que les corten el Internet o les roben sus celulares inteligentes?
No lo sé. ¿Será porque ya estoy vieja y me perdí esa parte del desarrollo de la juventud en Guatemala? Creo que en gran parte se debe a los padres, que no tiene criterio y prefieren fingir demencia y no recordar de dónde vienen.
Sos docente, ¿cómo está la encrucijada de poder enseñar a unas jovencitas que no tienen noción siquiera de dónde están paradas?
Soy docente, como vos decís, pero sobre todo estoy viva. Eso les digo, no cierren los ojos, vean más allá de lo común, piensen y denle vuelta a las situaciones, ¿sería todo igual? Las ayudo y las invito a conocer nuestro país.
Con el asunto de las mineras, los Estados de Sitio y de la jugarreta con el caso de Genocidio, me gustaría saber tu opinión.
Puedo decirte que eso de las mineras no es nuevo. Las comunidades se han opuesto desde hace mucho tiempo, lo que pasa es que ahora, con los medios de comunicación y la tecnología, se da a conocer porque no se puede tapar el sol con un dedo. Estados de sitio también, si no, solo hay que ver la presencia del ejército en ciertas áreas. Sí hubo genocidio. Si los ciegos no ven, eso no quita el color a las flores, o la oscuridad a las noches.
Sé que sos parte de Fraternidad Palmilleca, contáme de qué se trata. Qué actividades realizan, he visto varias fotografías en las que donan medicinas al centro de salud, cómo se realiza toda esta labor.  Sé que tenés la ilusión y no dudo que tus compañeros y compañeras de equipo, de tener una biblioteca comunitaria en la Aldea La Palmilla, ¿cómo va el proyecto?
La Fraternidad Palmilleca es una asociación formada por varias personas oriundas de la aldea La Palmilla, hace 40 años. Humberto León Vargas, un tío fue el que más la promovió. Se ha podido hacer poco porque en sus inicios tenía sede en la capital y la ayuda se encaminaba a la aldea, especialmente para la feria. En la actualidad, tenemos muchos proyectos pero ha faltado apoyo, de  los vecinos, y de las autoridades. Seguimos, porque creemos que se puede encontrar personas honestas que desean ayudarnos. Es una historia larga, sin un final a la vista.
Ilka Oliva Corado.
Octubre 21de 2013.
En mi tabuco.

Un comentario

  1. Lo mas hermoso de éstas historias es que esta gran señora nos ha sembrado un semilla que tarde o temprano dará frutos muy hermosos.

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