El desquite.

Me sucede todo el tiempo cuando asisto a reuniones sociales –que les dicen- aunque hace mucho que no acudo a esos eventos –comunitarios que les dicen- tampoco soy de salir a cenar en manada,  o  los cumpleaños a donde llegan docenas de personas,  realmente hay cierta incomodidad en mí cuando comparto con un grupo  de más de cinco macetas, una inquietud, cierta ansiedad cuando las personalidades salen de sus guaridas y los egos hacen de las suyas,  cuando hablan de cosas materiales, cuando la conversación se torna aburrida porque hay competencia  para ver quién tiene el carro de último modelo, quién compró la botella de vino más cara, el abrigo de moda, quién tiene casa en carretera a El Salvador, quién vive en suburbio,  quién es indocumentado y quién no, quién va de vacaciones a Europa y demás continentes…  Esas reuniones son desgastantes, no hay nada interesante de qué hablar, todo es una ambigüedad, apariencia y materialismo en su máxima expresión.
 
Tengo un amigo bandido el desventurado que siempre me va a levantar de donde esté sentada y me lleva arrastrada a presentarme con grupos de personas y  como ya lo conozco quiero soltarme y regresar en carrera a mi silla pero de nada me sirve intentarlo porque si lo hago igual él llevará el grupo hasta mi mesa, entonces  me presenta como si yo fuera una personalidad recién andada en alguna alfombra roja: ¡les presento a la escritora fulanita de tal! La sola cuña de escritora hace que los presentes saquen sus cámaras fotográficas y quieran retratarse conmigo, consiguen pedazos de papel y piden autógrafo. El incachable entonces me deja embrocada con el paquete, sabe de memoria lo que haré y se retira a una esquina para observar la escena desde el mejor ángulo.  Por lo regular me presenta con cónsules,  esos licenciados –que les dicen-, empresarios, -ladronzuelos de saco fino- docentes de universidad y algún riquillo que se autodenomina artista. De esos artistas que compran sus  mudas de ropa en  tiendas de la avenida Michigan –dicen, pero en realidad en tiendas de segunda mano- yo los dejo estar, me dejo tomar la fotografía y les firmo los autógrafos.
Y es el mismo rezo, ¿de qué país soy? De Guatemala. No me creen. Dicen que parezco caribeña, hindú, filipina. Antes me sentía ofendida cuando no me creían que era de Guate, ahora me da igual, he comprendido que las fronteras son puro invento  así que si quieren que sea filipina, seré filipina, hindú, del Caribe o de donde gusten.  Tampoco creen que sea jutiapaneca,  no soy la típica estampa de la mujer de oriente.
Me atacan con preguntas, unas tras otra, están emocionados, ¡están hablando con una escritora! Las escritoras son apariciones de luna llena, ¡jodás que se van a perder una amena conversación con una “intelectual”! ¿Y usted cuántos libros lleva publicados? Ninguno. ¿En qué universidad de Estados Unidos estudió letras? En ninguna. ¿Entonces en Guatemala? No, tampoco.
Lentamente comienza a surtir efecto por lo que ha estado esperando mi amigo en la esquina. Sus rostros comienzan a desencajarse. Entonces si no ha publicado ningún libro, ¿en dónde escribe? Tengo una bitácora. ¿Qué es eso?  Perdón se me olvida que hemos aprendido terminologías en inglés  y las hemos hecho propias, tengo un blog.
¿Un blog? Qué interesante. ¿Y de qué trata? Temas varios. ¿Cuál es el nombre de su blog? Aquí me apeo.  Me miran con esos ojos que se les salen de las cunetas,  mi amigo escucha mis carcajadas hasta su esquina.  Les aclaro que era broma, el nombre es tal…
Siempre -y por mal propio de la gente de Guatemala, Centroamérica y México- tienen el mal gusto de preguntar en qué trabajo, y yo que no tengo empacho en negarlo les digo que limpio casas y que soy mil oficios. Termino de fulminarlos. Sus rostros cambian de colores, palidecen,   se percatan de que  han estado perdiendo el tiempo con una simple mucama. Como pueden se sacan de las mangas la forma educada de despedirse y  me dejan sola, mientras se retiran tiran los papeles con mi autógrafo y borran las fotografías de sus cámaras.  Mi amigo está en la esquina llorando de la risa, se ha divertido tanto viendo las expresiones, escuchando los tonos de voz cambiados, viendo agonizar las galanterías  de machos en pre conquista, de mustias ataviadas entre joyas y zapatos de tacón. Porque las vieras toman champagne, vino blanco y tienen diez tarjetas de crédito.  Yo siempre con mi cerveza en botella. –Chara a morir-. El vino tinto que me encanta  de vez en cuando  lo bebo  en público, me  divierto tanto  porque me da la  apariencia de sosegada y fina… Y las personas se van con la finta. Pobres morirán engañadas.
A mi amigo lo  sentencio  que si lo vuelve a hacer lo  voy a colgar de la viga más alta y le voy a quemar las patas con leña verde, él lo vuelve a repetir y yo estoy tentada a hacerlo en serio.
En una ocasión en una de esas reuniones sociales me presentaron a un grupo de diez personas todas con la elegancia  y el garbo de pertenecer  a la clase dominante en Guatemala, de esas camisas blancas que cargan el foco en la loza y que no  hay manera de que pasen desapercibidas, ellas: con el cuerpo de pasar cinco horas metidas en el gimnasio para mantener la nalgas paradas para  que los esposos no las dejen por otras, mantenidas de esas que para comprar una copa de vino blanco tienen que decirle al esposo que les preste la tarjeta de crédito,  vestidas con esa ropa elegante de boutique de Giorgio Armani, Gucci, con bolsas Prada, Versace, con joyas de oro de no sé cuántos quilates,  con lociones de Coco Chanel, de esas de tez clara pero cabello negro y que se lo tiñen para parecer gringas. Ellos: hijos de papi y mami que pasan los fines de semana en Miami, de esos charas, drogos y zoquetes  que no sirven para nada.
La escritora,  volvió a mencionar mi amigo y se retiró como siempre. Me dejó con tremenda tarea por deshierbar. Las preguntas de siempre, ellas graduadas de la universidad Francisco Marroquín con maestrías en no sé dónde,  hablaban tres idiomas y yo apenas empezando a balbucear el inglés.  Totalmente excitadas con la idea de estar conversando con una  celebridad sacaban sus teléfonos celulares y se fotografiaban conmigo, el mismo ritual, les firmé autógrafos a todos en servilletas,  me invitaron a una copa de vino que la cambié por cerveza y yo la pagué, -no me dejo invitar- me abrazaban como si fuera parte de su manada, a todos los traté de tú, -el vos es exclusivo- traté de ser amable –la educación no pelea con nadie dice mi Nanoj- me besaban en la mejilla con esos ademanes de que te besan pero realmente los labios van a dar al aire, -típico de mustias y arribistas-  ya se sentían amigas íntima de la “escritora intelectual” les jugué algunas bromas  mientras estudiaba el punto preciso para darles el gancho al hígado, y el momento llegó cuando aparecieron tres  preguntas: ¿Y cuándo vas a Guatemala? No puedo ir, no tengo documentos. ¿En qué lugar de Guate vives? En Ciudad Peronia. –Realmente ya no vivía allá cuando emigré pero Peronia es y será mi hogar siempre-.  ¿Y en qué trabajas? Limpio casas, cuido niños, soy mil usos. La tres respuestas los noquearon, les movieron  el piso, les quitaron  las sillas, los abofetearon, los sacudieron. Entonces se dieron cuenta que la celebridad no existía, que cualquier cholera podía escribir y que habían besado, abrazado y compartido un trago con  una chacha igual a las que limpiaban sus casas, la huida fue fenomenal en cuestión de segundos se despidieron con la sangre raleada y vi la misma escena: borrar las fotografías del celular y lanzar al bote de basura las servilletas con mi autógrafo. A mi amigo le iba a quemar con ocote la mechitía esa a la que le vuelva el pellejo  de vez en cuando el zíper del pantalón.
Pero como todo lo que sube cae y como nada es para siempre  y como el dinero va y viene y  porque los hombres al final buscan la de nalgas más paradas cuando se aburren de la mantenida que ya no va al gimnasio, de la  que nunca se atrevió a estrenar el cerebro,  como se cansan de estar pagando con sus tarjetas de crédito las bolsas de Prada, las bebidas exóticas los hoteles de cinco estrellas y los viajes a Europa, como son ellos los hijos de papi y mami mantenidos también y pueden sacar y sacar de la montaña de dinero –robado- de sus papás, se dan el lujo de cambiar de esposa como de zapatos.
Y como el desquite siempre llega, la vida te devuelve todo lo que das, con creces. El tiempo de la revancha: al gol la camisa, último gol gana y quien pierda invita las aguas. A mí me llegó sin esperarlo.
La semana pasada andaba por un centro comercial y de pronto escuché que alguien me llamaba insistentemente, ¡Ilka, Ilka, Ilka! Volteé y era una de aquellas lozanas  esposas de riquillos mantenidos a quienes conocí en una reunión social, sorprendente ya no tenía el cuerpo que te dejaba ver que asistía cinco horas al gimnasio, ni la sonrisa jacarandosa de poder tener lociones de Coco Chanel sin trabajar para pagarlas –salvo en la cama y tragarse las ofensas y la pasarela de amantes del esposo- desaliñada, con ropa de  tienda de  segunda mano, el cabello rubio  con las raíces oscuras, una bolsa de tienda de partida, gritaba ¡Ilka, Ilka, Ilka!
Me detuve me saludó emocionada y me presentó a sus amigas, ya no era  ninguna de las que la acompañaban cuando la conocí, éstas parecían trabajadoras de casa de cambio, ninguna alcurnia asomaba en sus miradas y en sus ropas.  Me contó que se había divorciado. Me  presentó como la escritora fulanita de tal. Emocionada me preguntó si se podía tomar una fotografía conmigo  y que si podía firmarles un autógrafo a cada una de sus amigas, dijo que leía  mi bitácora y que esperaba por mis escritos todos los días. Entonces salieron mis espinas de cactus zacapaneco en Sierra de las Minas,  la honra de limpiadora de casas y de indocumentada, la decencia de mi arrabal y   de mi clase obrera, campesina y  proletaria, agradecí la oferta pero le dije que yo no me fotografiaba con licenciadas y mucho menos les firmaba autógrafos. Di la media vuelta y seguí mi camino.
No fue por arrogancia, ni por altanería, mucho menos por soberbia pero a la gente hay que enseñarle a respetar.
 
Ilka Oliva Corado.
Octubre 21 de 2013.
Estados Unidos.
 
 
 
 

6 comentarios

  1. Pingback: Crónicas de una inquilina: El desquite (por Ilka Oliva) - Resumen Latinoamericano

  2. Una vez leí algo así como: «El conocimiento te dará poder, pero el carácter de dará respeto» (creo que es de Bruce Lee), un abrazo y sigue tan única como eres.

    • Es algo que me cuesta controlar, el carácter del demonio. Mi amigo dice que me pone en esas encrucijadas para que yo aprenda a tratar con personas de todo tipo y a moldear el carácter porque nunca es tarde para eso. Con ese fin lo hace y -y para divertirse con la bateadas jajaja- pero sí, la gente se pasa se clasista entre otras cosas. No se imaginan que arrieros somos y que de hasta la piedras necesitamos, que no somos autosuficientes.En fin. Un fuerte abrazo, por cierto conocí a una jovencita de tu país anoche en una conferencia que bridó Isabel Allende, «estuvo vacan» le escuché decir a tu paisana. 🙂

  3. Dicen por alla, en nuestro pueblon, ADELANTE! QUE ESTA SIN TRANCA.

  4. Estimada y admirada Ilka Oliva Corado, he leído muchos de sus textos y, créame, me han encantado. Felicidades. Cordialmente, Elder Exvedi

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