Una mujer llamada Nanoj.

Camino distraída sobre la acera de la avenida principal de un poblado vecino, en el arriate que divide las dos vías los arces comienzan a cambiar de color en los cogollos tiernos se observan las hojas chiltotas y en los más sazones las que lentamente van tornándose color mostaza, pronto serán tonalidad cáscara de zapote y achiote. Fresco de rosa jamaica y atol shuco. Habrá también las amarillo manzanilla, las verdes botella, las musgo montaña, las tierra mojada, las tierra de Salamá y también para finales de octubre las arenilla roja, ocote y corazón de conacaste y madre cacao. Para inicios de noviembre quedarán las caparrosa.
Las bocinas sujetadas a postes de luz ya no ronronean música de verano en su lugar tienen easy listening: instrumental, flauta, guitarra, piano y si hay interpretación será de clásicos de Broadway. Alguna de Frank Sinatra, Elvis Presley. Por ahí los Blues. En las bancas bajo las sombras de los arces que adornan las banquetas hay parejas compartiendo un helado, conversando, revisando sus teléfonos celulares.
Personas disfrutando nada más el aire fresco de las tardes de octubre.
Camino con las manos metidas en la bolsa de la chumpa, de las puertas de la boutiques entran y salen personas con las compras para la noche de brujas. La decoración de los parques, casas y centros comerciales tienen algo de aire fantasmagórico, algo tétrico que anuncia la festividad.
Ya no hay personas vestidas en colores pastel, hoy  visten de largo con abrigos, guantes y sombreros, con bufandas tonalidades chiltoto.
La época del frío está acomodándose en la mejor butaca.
Sigo caminando,  de los restaurantes y cafés sale el olor a comida y a capuchinos, a chocolate con leche y a pie de manzana y pera. Para noviembre serán los de ayote.
Cruzo la avenida y en la banqueta de enfrente me espera el olor a papas fritas y a hamburguesas, algo me hace detener la marcha, bajo el ritmo y observo por medio de las ventanas de vidrio:  hay comensales en cantidad  mordiendo hamburguesas, bebiendo gaseosas, sumergiendo las papas entre la mayonesa, conversando. Una tarde domingo habitual en octubre.
Volteo y decido continuar pero, la banqueta ya no es la misma alarmada busco alrededor los arces ya no están, tampoco escucho las música de easy listening, la bocina de  una camioneta me avisa que me quite del camino porque me va a pasar llevando de corbata.
Salto asustada estuvo a punto de atropellarme va llena a reventar y atrás viene otra y atrás otra y pasan taxis acelerando y motos se suben a la banqueta para adelantar el camino y evitar la atrancazón, alguien sujeta la muñeca de mi mano siento su presión en mi brazo y escucho su voz diciéndome: no te soltés que vamos a cruzar. Volteo a ver y la persona que me sujeta con todas sus fuerzas es mi Nanoj quiero hablar y no puedo sólo la observo y quiero que salga mi voz y no puedo.
La mujer sujeta  de las muñecas a dos niñas -la otra es mi hermana mayor- están por cruzar la avenida Bolívar de los últimos años de la década de los ochenta. Es una familia de cuatro miembros que alquila un cuarto en una vecindad a escasos pasos de la iglesia La Divina Providencia en la zona ocho capitalina, ese día está de  descanso y decide llevar a sus dos hijas a virtrinear para que les de aire y no pasen como gallinas  en tapesco dentro de la vecindad.
Su esposo es policía privado trabaja en Alarmas de Guatemala y ella de cocinera y mantenimiento en la cafetería de Paiz Montufar en la zona nueve, de su casa se va caminando se hace media hora por toda la avenida Castellana, en marzo se tarda más porque se queda inmersa en el color lila de las jacarandas que florean para Semana Santa. También en invierno porque los aguaceros la hacen irse buscando refugio bajo los tejados de las cornisas.
Estamos por cruzar la calle vamos a chotear las ventas de muebles con los que sueña mi mamá, en el cuarto tenemos una mesa de pino y dos sillas, dos camas de metal: en una duermen mis papás y en la otra mi hermana y yo, esos son todos nuestros muebles.
Vamos de almacén en almacén viendo las camas, los amueblados de sala, los chifonieres, roperos, amueblados de comedor, camas de doble colchón y patas de madera. Mi madre pregunta los precios mientras nosotras las probamos acostándonos para verificar la comodidad, la suavidad del algodón y luego salimos tal y como entramos porque los salarios de mis papás no alcanzan para esos lujos. “No se preocupen algún día vamos a tener un  amueblado de sala y uno de comedor” nos dice mi mama siempre a salir de las mueblerías.
-Cuando nos graduamos  mi hermana mayor  y yo le hicimos el sueño realidad, una compró el amueblado de sala y la otra el de comedor, los llegaron a dejar el mismo día. Cabe decir que fue a crédito-.
Pasamos frente a Pollo Campero y las tripas nos lloran de hambre ni siquiera nos atrevemos a preguntar si podemos entrar porque ya sabemos la respuesta de memoria: no porque no hay dinero además es ir a regalarle el dinero a los ricos aquí hay bananos. Se saca dos bananos de la bolsa y nos da uno a cada una, comemos los bananos mientras dejamos atrás el olor a pollo frito y el olor a pastel de la Superpan.
Bajamos por la avenida Santa Cecilia y mi mamá nos recuerda que no hay que tomar aguas gaseosas porque hacen mal a la salud: «después se anda muriendo la gente de diabetes y ni pisto tienen para curarse».
Saca una botellita de agua pura que llenó del chorro de la pila de la vecindad y nos la bajamos entre las dos con mi hermana. «En la casa les hago fresco pero si azúcar es lo que quieren pueden hacer agua azucarada que es más saludable».
Lee nuestras miradas de decepción al no haber comido pollo frito y papas con mayonesa.  Comienza su rezo habitual mientras vamos dándole vuelta a la bomba de agua de Empagua: » si hamburguesas quieren yo se las hago es más saludable y no tirar el dinero en los restaurantes y si quieren pollo frito también».
Eran esos días en que el caldo de res lo hacíamos con un quetzal de desperdicio para perros que comprábamos en la carnicería de la esquina y el caldo de pollo era de menudos y pezuñas, todo lo pedíamos fiado para pagar a fin de mes, hasta la bolsita de Picarones que compartíamos con mi hermana.
El pan lo comprábamos  frío de tres días en la panadería que estaba a un costado de  la iglesia y lo pasábamos sopeando con la taza de café. Por un quetzal nos llenaban una bolsa de la Despensa Familiar de todo tipo de pan   hasta bocados de reina.
Entonces mi mamá hacia las hamburguesas en el apartamento y freía las papas y tomábamos fresco de carambola, de tamarindo o de rosa jamaica. Tal vez era un lujo de dos veces por año.
Decía que: » hartarse tanta carne es malo» y una vez al mes era el caldo de desperdicio para perros que le llamábamos caldo de res.
Crecimos comiendo verduras cocidas decía que fritas era mucho aceite para el cuerpo, nos daba el agua a tomar en un vaso plástico.
Eran los años en que salían todas las madrugadas a correr con mi Tatoj antes de irse a trabajar,  veía sus piernas rollizas y musculosas. – Por eso corro para que no muera ese recuerdo de los dos atletas campesinos que tengo como Tatas, jamás tendré sus piernas rollizas porque las de ellos se hicieron en el monte y en las fincas de tabaco, en los guindos aguando las vacas y en los surcos cortando algodón-.
Eran aquellos años tan hermosos en mis recuerdos de infancia. Alquilábamos un cuarto de adobe y  la vecindad tenía un solo  baño y una regadera para todos los inquilinos, fueron los años en que me enamoré de las patojas de Quiché que vendían carbón a un costado del mercado la Terminal yendo por la entrada de la Bolívar. Me escapaba de la vecindad y me iba a jugar con ellas sobre las redes de carbón, todas vestían corte y güipil y andaban descalzas, las mamás vendían tortillas y ellas despachaban el carbón. No hablaban español y yo no hablaba su idioma eran las redes de carbón las que traducían los juegos inventados entre la ceniza y el tizne, entre el ocote y el humo del polletón. Era tal vez la  inocencia de la infancia que desconocía de racismo la que nos  sumergia en un encanto de cuento contado a orillas del río Motagua por cipotes pescadores que iban a  las vegas a cortar mangos por allá de los años de infancia de mi Tatoj.
Algo me duele el la muñeca  mi    mirada la busca y se percata que  es mi otra mano la que la  tiene sujeta tan fuerte que ha empezado a dolerme, estoy sentada en una banca frente a los arces chiltotos del ariate, el aire trae la música de las bocinas está cantando Frank Sinatra.  No hay autobuses ni pasarelas, ni venta de muebles de pino barnizados. No está la iglesia La Divina Providencia, ni la panadería, tampoco la carnicería ni la bomba de agua. Ni la tienda de doña Mary donde comprábamos el menudo de pollo y los picarones. Ninguna red de carbón tampoco las niñas del Quiché. Ni mis  Tatas en pantalonetas, ni estamos cruzando la avenida Bolívar  con sus cornisas de casas con zaguán,  no veo Guatemala Musical, ni la venta de tornillos, tampoco la venta de lanas, ni la pasarela.
Tampoco la escuela José María Fuentes, ni la escuelita de párvulos, ni los resbaladeros del parque,   no caminan  en manada los patojos de la mara El Infiernito. No hay  nada solo el dolor en mi muñeca y el otoño botando las hojas agónicas de octubre.
Una pareja pasa frente mío tomada de la mano hablando un idioma que por momentos capto y por otros no entiendo, conversan sobre un juego de béisbol  hablan inglés.
A mi espalda están las ventanas del restaurante de donde sale el aroma a papas fritas y a hamburguesas.   A un costado una pizzeria. Tengo un nudo en la garganta y agua estancada en el umbral de mis ojos. Agua cuajada como la gelatina que poníamos a orear en el sereno de la noche sobre la lámina de la casa en Ciudad Peronia.
Suelto mi muñeca y veo que la mano que la sujeta no es la de mi Nanoj y que tampoco soy una niña y que han pasado tantos años y dos fronteras y mucho resentimiento y culpas y señalamientos y que hace más de dieciocho años que  me bajó la primera sangre y que sigo comiendo verdura cocida y que no tomo gaseosas y que no  compro hamburguesas ni papás fritas.
Que me como un banano antes de salir y que siempre ando uno en mi morralito y también una botella de agua. Y que mi cabello se pobló de canas. Y que he sido necia, necia y necia.
Y que tengo el privilegio de tener una madre nutricionista. Y que el rencor no sirve de mucho solo para desgraciar las vidas de quienes lo cargan a mecapal. Y que la vida es corta. Y que soy intensa y que la vivo poro a poro.  Y que la diáspora quema. Y que la migración enseña. Y que la mente se abre. Y que el dolor se va. Y que se aprende de los errores. Y que cada experiencia es un escalón más. Y que se aprende de todo.
Y que extraño tus ojos color avellana y tu piel suave y tus colochos canches. Y que cada vez que te  deseo cerca toco mis pómulos pronunciados que me heredaste de tu sangre garífuna y xinca. Y que ambas tenemos el mismo carácter del demonio que nos impide razonar.
 
Y que quiero brindar con chicha de máiz y piña a la salú de aquellos años hermosos que hoy en día me permiten tener los pies sobre la tierra. Y que te amo con locura y que tu voz ronca es mi delirio. Y que estás en mi almohada cuando las noches me traen el sonido de tu sonrisa y tus carcajadas cuando hay vendaval.
Y que soy tuya aunque  sea Negra y no saliera canche como vos y aunque no saliera coqueta y no destilo sensualidad y no parezca ni de Zacapa ni de Jutiapa, y aunque no tenga la chiches de tecomate ni las caderas de yegua salvaje. Aunque no sea alta ni tenga garbo ni porte de oriente.
Y aunque siempre haga todo al revés y aunque sea la que pone en vergüenza a la familia siempre. Aunque tenga la maldita maña de no aparentar. Aunque no encaje en sus normas  familiares.  Aunque siempre te hable de mis aventuras sexuales como si fueras mi hermana y no mi mamá y aunque siempre te prometa un arsenal de tienda de juguetes sexuales y nunca te los mande – porque tu hija mayor me sentencia que me va a quemar las patas con leña verde si me atrevo a tal falta de respeto a mi Tatoj- y aunque ambas tengamos una muy distinta visión de vida,  y aunque sea rebelde y no decente y aunque te haya decepcionado saliendo calle de doble vía y no me veás casada con un buen partido: canche, ojos azules, adinerado y con carrera universitaria y aunque no me veás ser madre y llenarte la casa de nietos. Y aunque es muy probable que sea tu hija quedada,  y que también es probable que si un día me animo a intentar vivir en pareja sea con una mujer y que seguramente no será: canche, ni de ojos verdes, adinerada ni con carrera universitaria.  Que sea pobretona como yo, loca, desquiciada y que tenga su nube propia. ¿Qué  harás con una nuera en lugar de yerno? ¿Qué hará el resto de la familia? Es solo una probabilidad lo más seguro es que siga en esta misma  línea  así como hasta hoy que estoy bien sola.  Seré la tía abuela  lunática. Si es que llego a la edad de los cabellos dorados a fuego lento.
Y aunque y aunque, en cierto momento de peleas nos pese a las dos que vos seás mi madre y yo tu hija.
Y aunque siempre para enojarte me bajaba la pantaloneta frente al televisor en el momento más emocionante de la novela para que me viera la familia entera las nalgas prietas,  y después lo apagaba y salía corriendo para el patio celebrando mi venganza. Y vos salías atrás mío con la yina en la mano.
Y aunque siempre sea la que te saque canas verdes. Aunque sea la que ahora los ande en boca de  toda la colonia por las babosadas que escribe en su blog, y aunque ahora todo el mundo sabe la vida privada del clan Oliva Corado. Y sepan de las toallas sin alitas y de  ponernos en las axilas limón porque no había desodorante. Y de surcir las calcetas con ayuda de un bombillo. Y de tus ojos color avellana. Y de tus labios carnosos. Y de tus manos trabajadoras. Y de tu espalda cansada y de las venas en tus piernas. Y de tus pies rajados.
Y de tus ojos avellana y de tu mirada de pícara que heredé. Ajá porque al igual que vos me trastornan los hombres     de barba espesa y de pelo en pecho. Y que me gusta bailar socadito así como a vos. Y que también me gusta la cerveza. Que tenemos el mismo sazón en la cocina. Que añoro el atol shuco y los tascales.
Y que deliro con tu voz ronca. Y que la distancia de tierra nos permite ver cualidades en donde la cercanía solo nos deja ver defectos. Pero que prefiero estar lejos  porque la distancia es la única que nos permite sentarnos en la misma hamaca cuando hay luna llena.
Y que tu colochera canche. Y que éstas letras no son planificadas, que lastimosamente son letras y no mi voz. Que lastimosamente están en mi blog donde media Ciudad Peronia se da cuenta de la vida íntima de las heladeras, ésas que se fueron  para los estados.
Y que te agradezco que  me enseñaras que los “caminos de la vida  no son como yo pensaba, como los imaginaba, no son como yo creía”.
Que si algún día regreso tené por seguro que lo primero que haré es bajarme la pantaloneta frente al televisor para que me veás las nalgas prietas. Y  que si de visita en tu casa me da por bañarme también caminaré desnuda por toda la casa como lo  hice de niña y de adolescente.
Y que soy Ilka Ibonette Oliva Corado, nacida en Comapa, parida en tu casa materna y salida de tu vientre. Que soy campesina y que al igual que vos hablo con las plantas. Que soy   tu hija y que sos la mujer más importante de mi vida.
Y que si me voy antes que vos y el abrazo del reencuentro nunca se logre como pollito peluco recién nacido, quiero que sepás que los pocos abrazos que tuve de tu regazo los guardo tibios  en la parte más íntima de mi alma. Y que es mi orgullo tener una madre que  peleó con garras y dientes para que sus hijas no cortaran algodón y tuvieran acceso a la escuela, gracias a  tu esfuerzo y tu ímpetu hoy  puedo escribirte estas palabras, de lo contrario nunca te enterarías de lo que siento porque es la letra mi expression más honesta y clara.
Salú Nanoj, tu siempre lunática, berrinchuda y rebelde Negra. Tu única tiznada y ahumada de las crías que pariste. Es tu culpa, ¿a quién se le ocurre parir cerca del polletón cuando se está cociendo el atol de elote?
 
Ilka Oliva Corado.
Octubre 14 de 2013.
En mi locura.
 

13 comentarios

  1. hoy si te mandaste ilka.
    hace poco fuimos con el Coro Nacional a ciudad peronia,
    fuimos a un evento que se llamaba «Peronia ya no es zona roja»
    y me acorde de vos.
    yo te sigo y reenvio tus charadas a todos mis cuates (como mll).
    y estoy seguro de que a ellos tambien les encanta tu forma de escribir.

    • Edwin, mucho gusto. ¿Primera vez que comentas? Bienvenido al blog, y gracias por tus palabras. Ciudad Peronia nunca ha sido roja y ninguna periferia lo es, lo que sucede es que les encanta encasquetarnos nombres viles a los más humildes del sector social… Quitáte de la cabeza la palabra «zona roja» y si es que existe alguna está en los lugares esos donde emergen las casitas del barrio alto. Abrazos y gracias por ir a mi arrabal precioso.

  2. querida Ilka…me identifico con ese retrato de calles, situaciones, emociones, encuentros y desencuentros…con ese amor por tu mamá que se te sale por los poros y que nos regalas en este hermoso texto…abrazos emocionados.

  3. Hay Ilka, tenes el don de la expresion, definitivamente!! Adoro la forma transparente en q torneas tus ideas para luego mostrarselas al mundo. Te admiro mucho. Como quisiera conocerte muchacha

    • Bueno y vos paracés cometa, desaparecida completamente, va agarre vara pues porque se le extraña. Te mandó un fuerte abrazo mi chula, No me provoqués porque agarro camino y me voy a verte. Abrazos y gracias por pasar saludando.

  4. Letras salidas del corazón, de la transparencia, de la grandeza y del poder ser genuino, que muy pocas personas son capaces. Felicitaciones. Mujer exitosa, le ha ganado a la vida.

    • Elsy: mucho gusto. Tan linda usted gracias por sus palabras. Mire pues, si para qué andar escondiendo las verdades atrás de las puertas, mejor que les de el sol así se secan rápido ( antes del aguacero) como la ropa sobre el lazo. Un fuerte abrazo y gracias por comentar, no se pierda.

  5. Luis Estrada Ronquillo

    Te pelaste, Ilka. Esas locuras tuyas son las que me roban el corazón, seguí escribiendo así que solo Dios te pudo haber dado ese don y al ejercerlo no lo desperdiciás. Bendiciones.
    P.S.: Me hiciste recordar a mi difunto padre y los amores que aún a la enorme distancia me unen con él.

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