Sinopsis.

Anoche mientras escribía se formaba dentro del lado oscuro de mi inconsciente  una sinopsis que hasta hoy por la mañana pude descifrar a cabalidad. Como una especie de expresión aritmética entre: números, letras y otros símbolos que eran para mi consciente  indescifrables.
El lado oscuro del espejo. Y  pude ver su reflejo cuando escribí la palabra medicina. Medicina y me acosté a dormir mientras mis neuronas mandaban señales de SOS a mi subconsciente. Amaneció y ésta alborada otoñal trajo consigo la llave para abrir la puerta que se mantuvo cerrada durante muchos años.  Qué extraño poder tienen las letras en mi vida, lo que no logro hablar, asociar de ninguna otra manera las letras lo hilan, lo descubren y lo canalizan: una catarsis como ninguna otra.
Recuerdo que cuando vi la película El Cisne Negro sentí que me estaban jalando las orejas, luego que me bofeteaban una y otra vez. La escena de los espejos me erizó la piel, estaban ahí respirables y palpables todos mis miedos: los conscientes, los que no se ven, los sumergidos en el subconsciente. Los que preferí ignorar. Los que intenté bloquear. Los que me engañaron y que jugué a engañar.
Los miedos aparecidos en todos lados. El no aceptar. El  miedo a ser diferente, la complejidad de  obligarme a ser normal. Tantas cosas que afloraron en mí cuando vi esa película recuerdo que pasé después como tres días en el limbo total intentando ver de frente el rostro de mis miedos pero no se dejó ver, sería años después sin planearlo, sin percibirlo, sin intentarlo siquiera que aparecería con toda su fuerza, con toda su ira, con  todo su poder ejercido sobre mí. Me tomó desprevenida, me botó, me arrastró y me hizo despertar. Resultado. Aceparme. Conocer la famosa autoestima. Ser. Temía ser.  Al final la única persona que  vive dentro de mí soy yo misma y no tengo por qué castigarme para poder agradar a alguien  más, para encajar en un mundo que no acepta las diferencias.
Castigo. Culpa. Vaya palabritas con tanto significado. Bloqueo. Mecanismos de defensa.
Medicina. Yo desde niña supe que quería ser doctora. Nadie me lo dijo, yo lo sentí en el corazón. Yo vivía, respiraba, soñaba y comía esperando el tiempo de estudiar medicina. Me imaginaba con mi  bata blanca. Salvando vidas. Nombrando órganos. Fue hasta mucho después ya de adolescente que supe que  a mi mamá le habría gustado estudiar medicina.
Entonces  de niña le decía a mi mamá que quería ser doctora y ella me contestaba  que eso era imposible porque solo los ricos eran doctores. Era una carrera muy costosa.  Desperté a la realidad a muy temprana edad.  Eso de pensar positivo todo el tiempo y declarar -como buena creyente católica- que todo va a estar bien  es guión de telenovela de  horario nocturno. Todo va a estar bien pero las tripas te lloran de hambre,  el frío se cuela por el techo de la casa y se mete entre tus huesos por  medio de los hilos de la sábana. Pensar que el frío no existía y que estábamos frente a una chimenea. Tengo fascinación por las chimeneas, de niña deseaba que el frío se fuera por el embudo de ladrillo y se largara por el mismo techo donde había entrado, nunca tuvimos chimenea por supuesto pero yo me imaginaba nuestra casa con una enorme en medio de la sala. Como en las películas navideñas que pasaban por Canal 3. Cuando conocí la nieve lloré  recordando las  contadas noches  que en familia mirábamos las películas especiales de fin de año en el televisor en blanco y negro al que mi mamá le compró una pantalla a colores,  yo subía a cada rato al techo de la casa a mover la antena para lograr señal, a veces un manotazo en el costado y el televisor de componía solito.
Para cuando conocí la nieve estaba lejos entonces en otro  país  era migrante y diciembre no era de manzanillas, pino, tamales y ponche, era de soledad, frustración, castigo  y hielo cayendo en alfileres desde el cielo. Paradójicamente amo con locura el invierno muchos cambios en mi vida se han suscitado en  ese tiempo.
Quería ser doctora. Un día desperté púbera y escribí en un papel las opciones reales que tenía frente a mí,  la única oportunidad que se me dio en la vida fue la de decidir aprender a leer y a escribir pero  me la sudé con lomo curtido y a pulmón, las otras las  busqué bajo las piedras y las fui encontrando conforme las necesitaba no cuando  yo quería. Muchas por supuesto fueron simples apariciones, visiones…
Después de  que bajó  mi primera sangre recuerdo que corté toda idea y toda ilusión de estudiar medicina y entonces entré en el juego  que siempre he detestado y fue el de  inventarme como mecanismo de defensa que le tenía miedo a la sangre, esa fue mi respuesta durante muchos años cuando me preguntaban por qué no iba  a estudiar medicina: es que le tengo miedo a la sangre. Con esa respuesta oculté mi frustración y no me atreví a decir que había en la lista de prioridades otras emergencias por cubrir y responsabilidades más serias en la casa como para perder el tiempo soñando con estudiar medicina. Yo  no era niña rica. –Siempre me dije por qué putas no me sangré las yemas de los dedos buscando esa oportunidad que era por la que yo respiraba, pero lo pasado, pasado es de lo que he aprendido en este año: dejar ir lo que lastima-.
Era una adolescente frustrada: mis deberes, la escuela, todo en mí estaba enfocado a estudiar medicina pero la responsabilidad de  hermana-mamá estaba primero y habían crías con hambre a las que había que salir a buscarles el sustento. Con las crías  cumes nos llevamos diez y once años de diferencia propiamente. Entiendo perfectamente cuando hablo con  mi Nanoj y ella me cuenta que de poder tener la oportunidad de decidir nuevamente tener hijos ella optara por un no. Mi madre parió siendo adolescencia se juntó con mi papá apenas de cipota si nos mirás juntas parecemos hermanas es bien jovencita.
Nunca nos  ha tratado como madre e hija sino como hermanas.  ¿Por qué tuvieron hijos? Le pregunto, ella contesta que porque eso era el matrimonio, que para eso se casaban las mujeres: para parir, su pensamiento cambió después de los treinta cuando  parió a la cume, entonces se emancipó.
La recuerdo sentenciándonos en la adolescencia: “hijas de la gran puta ni se les ocurra salir panzonas porque las echo de la casa primero tienen que estudiar ya después habrá tiempo para hijos, aunque sea una bolsa de la Despensa Familiar se meten”.
Cuando me bajó la primera sangre recuerdo que el día anterior me había ido a barranquear con los patojos y me caí de un palo de jocote pensé entonces que el dolor en el vientre se trataba del golpe pero cuando vi la sangre entre mis piernas salí corriendo del chiquero  a buscar a mi Nanoj y le enseñé alarmada la tremenda herida  -según yo- que me había hecho saber ni cómo. La cara de mi  mama y sus  palabras no se me van  a olvidar nunca: “a la gran puta ahora tenés que cuidarte de no salir embarazada, andá jalá un trapo de la gaveta y te lo ponés”.
Hasta después supe y no por ella, que se trataba de la menstruación, años después llegaría a nuestra casa el lujo de la toalla sanitaria para mientras eran trapos de chirajos viejos que cortábamos y lavábamos con agua caliente, cloro y limón. Por eso cuando veo a las patojas loqueando encaprichadas por la ropa de Los Secretos de Victoria  me digo, éstas cómo se nota que no han tenido que vivir con un calzón de lavar y poner.
Así literalmente un calzón lo lavábamos y  a exprimirlo a más no poder y a ponérnoslo. Lujo cuando tuvimos dos. Se secaba en las carreras que pegábamos en el Caminón de la arada yendo para  el colegio, la hora habitual de camino nos la hacíamos en diez minutos con zancadas de gacelas llegábamos sacando las tripas  al  Galilea.
Las escucho  mientras escogen la lencería: es que al fulano no sé si le guste este color, lo enloquece tal bikini… Y digo para mis adentros, si el fulano te quiere te verá hermosa  aunque tengás puesto un calzón de manta que te llegue a las rodillas, no se trata de la ropa, de lo visible, se trata de lo interno hasta para fornicar. No te vistás para el fulano, vestíte para vos, para tu comodidad, para tu gusto. Si estás a gusto  con vos misma no necesitás ninguna lencería que intente seducir otras mentes, si te gusta a vos y tenés los medios comprátela pero para seducirte a vos misma, para encantarte a vos misma no a  nadie más,  no hay belleza más pura que la del cuerpo desnudo con cicatrices, estrías, ajaduras y vida propia eso ninguna lencería fina lo puede ocultar.
Le tengo miedo a la sangre repetí una y otra vez  frente al espejo. Le tengo miedo a la sangre. Pero realmente significaba:  no podés estudiar medicina.
Descartada totalmente la opción por la medicina opté por estudiar bachillerato  con especialidad en turismo, yo quería ser guía turística para andar hablando de Guatemala y sus bellezas naturales a todo extranjero que quisiera escucharme –ahora lo hago por escrito y no solo  de las bellezas naturales hablo- me fui a hacer el examen  en octubre y para la segunda semana de enero tenía que empezar. Para la primera semana de enero me dijo mi mamá –un día  de nuestras tantas discusiones- que no merecía estudiar esa carrera, ni que me pagara un colegio privado y que no tenía el cerebro para estudiar inglés ni francés –que se requerían en la carrera-  me dijo que si quería estudiar que buscara una escuela o instituto público.
Ya era la  primera semana de enero cupos llenos en todos lados.  La segunda semana del mes  dos compañeras de los básicos fueron a realizarse las pruebas  a la Escuela Normal de Educación Física,  me fui con ellas para ir a apoyarlas, estaba tan deprimida recuerdo, tan encolerizada que me agarraba a somatar la cabeza contra la pared según yo para que me salieron los sesos volando y desparecer de este mundo con todo y mis frustraciones, para mi sorpresa ya estando en la escuela también hice las pruebas y  las gané y entonces como salida emergente decidí estudiar  magisterio de Educación Física que conste las y los maestros de Educación Física podemos impartir cualquier otra materia pero tenemos especialidad en la actividad física y deportes por esa razón estudiamos jornada doble de siete de la mañana a seis de la tarde, como las y los de Formación Musical. Me hice maestra entonces.
Mientras estudiaba magisterio entrenaba halterofilia, atletismo,  -eventos de campo: lanzamientos de jabalina, martillo y disco mi especialidad era la jabalina- fútbol y bádminton,   me llamaron para ser parte de las selecciones – en sus respectivos años nunca todas juntas- y mi mamá no me dejó –era menor de edad era necesario su permiso- porque me dijo que era pérdida de tiempo y que tenía que trabajar para llevar sustento a la casa.  Mi cólera me la tragaba, me raleaba la sangre me la espesaba se me hacía un nudo en el corazón y se quedaba rezagada en la aorta. Siempre tartamudeé pero en la adolescencia el problema creció, nadie me entendía lo que decía. Siempre anduve sola,  siempre he practicado deporte que es mi pasión de pasiones. Mis cóleras me las sacaba sudando –ahora escribiendo-.
Mandé la idea de estudiar medicina al cajón más escondido de mi inconsciente. A la parte de los recuerdos que se desean olvidar. Borrar  como el avioncito mal dibujado sobre el pavimento. Como la ecuación sin terminar sobre el pizarrón.
Tengo una  conexión emocional muy cercana, en donde me encuentro cómoda y  es con quienes han estudiado medicina y realizan trabajo comunitario y no porque sea una nerda ni porque  quiera hacerme pasar por habitante de las grandes esferas de la educación superior, sino por la ilusión que he guardado en secreto,  puedo pasar horas y horas conversando, indagando, saliendo de dudas  y siempre me dicen que si estudié algo que tenga que ver con medicina y les digo que  algunas clases tomé en magisterio sobre: anatomía, fisiología y kinesiología. En la universidad biología.  Pero me encanta leer libros sobre medicina. Detesto a quien se presenta como el doctor, la doctora fulanita de tal.  Esos que tienen en sus chequeras el título antes del nombre. De esas personas me alejo. En cambio quienes se presentan con sus nombres desde la entrada son quienes ganan mi corazón  y de quienes aprendo tanto.
Un día fui a realizarme el examen del Papanicolaou  la doctora era cubana recuerdo  y me preguntó si podía servir de trabajo de campo a veinte alumnos de la universidad de Illinois que estaban realizando sus primeras prácticas, le dije que sí entonces entraron pues y me encontraron de piernas abiertas de par  en par y con guantes puestos comenzaron a preguntar, palpar, tocar, meter y sacar dedos de mi cuevita expuesta al público, las preguntas eran dirigidas a ellas pero como era yo la que sentía los dedos metidos en mi cuerpo contestaba campante, todos reían a carcajadas, el examen que no pasa de diez minutos se  convirtió en  una cátedra de cuarenta y yo los acusé de haberme convertido en una exhibicionista teniendo orgasmos en público, todos reían a carcajadas.  Para cuando salí de la consulta todos estaban en el pasillo esperándome para agradecerme con beso en la mejilla, abrazo y la invitación de ir un día a visitarlos a su salón de clases, agradecí pero nunca fui. Para ese tiempo ya entendía un poco de inglés y lo hablaba a trastabillones,  la  mayoría de estudiantes eran de origen europeo y asiático.
Victimizarme. Esa palabra victimización la he escuchado miles de veces pero nunca la asocié conmigo, ni con mi experiencia de vida, ni son mis borracheras, ni con  la necesidad de buscar  el brazos ajenos lo que no encontraba dentro de mí,  esa palabra estaba lejos de mi vida hasta que mi  una habitante de mi nube pasajera me lo dijo, una Gurú creada por mi imaginación, y  me negué rotundamente a siguiera imaginar el término dentro de mis venas   hasta que deletreé v-i-c-t-i-m-i-z-a-c-i-ó-n ahí pude ver  y entender a cabalidad su significado y la conexión que tenía con mi vida. Cuando le sentí el pulso salieron a flote mis infiernos todos de un junto, mis miedos, mis temores, mis cóleras, mis depresiones, mis frustraciones, la goma de mis borracheras de años, mis orgasmos fingidos, los abrazos deseados, los buscados,  el reflejo en el espejo,  todo, todo de un junto y  formaron un fantasma gigante que  me esperaba día y noche en mi habitación, que se acostaba y despertaba conmigo, que me quitaba mi almohada y la agarraba para él.
Entonces descubrí el valor y su significado. Fue batalla campal, a muerte. Salí despellejada, con heridas reabiertas, con cuñas lanzadas al vacío, con las cicatrices expuestas, con mi saliva espesa, con las flemas que no salían de mi boca y vomité enardecida. Descubrí el valor y su significado.
Nunca supe que mucho de mi actuar tenía enraizada la victimización,  ni siquiera lo imaginé. Pensé que ser fuerte, agresiva, inexpresiva,  y controlar cada paso dado era mi manera de ser. No dejar que nadie se acercara a mi corazón era para mí señal de fortaleza. Compartir cama pero por ningún motivo dejar asomar los sentimientos.
Por ningún motivo dejar ver mi vulnerabilidad.
Hoy por la mañana deletreé frente al espejo del baño mientras me cepillaba:  m-e-d-i-c-i-n-a y me percaté que lo hice despacio, serena, tranquila, y que es una palabra como cualquier otra, descubrí que dejé ir esa frustración de años, que ya no me pesa, que ya no me controla, descubrí que no tengo que decir que le tengo miedo a la sangre para aceptar que no se puede controlar lo que está fuera del alcance de tus manos, que hay prioridades que  he tenido oportunidades magníficas en mi vida que no me permití ver por andar con el rosario de “que le tengo  miedo a la sangre”.
Que estoy aprendiendo en mi caminar de migrante, que  estar fuera me  ha ayudado a ver y a descubrir qué hay más allá de las montañas verde botella que abrigaron mi infancia.
Medicina y he descubierto que estoy viva, que respiro, que he dejado de sobrevivir melancólica, desdichada,  victimizada. Medicina y me he dado cuenta que la carga emocional de años ya no existe. Que aquellos infiernos desaparecieron. Que ya no necesito el alcohol para jugar a olvidar. Que ya no necesito buscar en camas ajenas la paz que hay en la mía. Que mis brazos me abrazan. Descubrí que mucho de mi penar realmente no tuvo más importancia que la que yo le di en mi papel de víctima. ¡Vaya tragedia! Medicina y he aprendido que no soy auto suficiente y mucho menos la mujer maravilla que miraba en las caricaturas.
Medicina y veo que esto de vivir es un caer y levantarse constantemente, es un aprendizaje y des aprendizaje, reaprendizaje continuo, que no hay camino real que no tenga atajos y que los atajos también tienen su propia forma de explorar. Que soy calle de doble vía y no me avergüenzo.  Medicina y me percato que no   en la vida no está todo resuelto, que cada minuto es una invención por conocer. Que soy  finalmente después de haber jugado a no ser. ¿Y vos sos o te hacés?
La magia de la hoja en blanco, que me hace expresar lo que no me atrevería nunca  con mi voz.
Ilka Oliva Corado.
Octubre 13 de 2013.
En mi sinopsis.

4 comentarios

  1. Simplemente bravo! Por el valor y por aportar a nuestra curación , a mi curación. Gracias doctora!.

    • Emilia: tememos exponer esa parte vulnerable, por el qué dirán, porque nos deja expuestos. Es mejor aparentar, imaginar que no existe, que no está ahí aunque lo sintamos latente, respirable. Pelar a otros es nuestra especialidad pero pelar la a nosotros mismos y hacerlo público es clavo grueso… Se alejan amistades, » que dicen que eran» la gente se entera del tornillo safado y del lugar donde se desprendió. Pa’ lo que importa lo que digan los demás.
      Abrazos!
      Abrazos

  2. Te hiciste y sos. Bravísima… con cadaq escrito surgido de tu puño y letra al después de tu inteligencia y gran corazón: Te has hecho M-E-D-I-C-I-N-A para millares de lectores quienes hemos leído en tus narraciones muchos pasos de nuestras vidas y tu forma de razonar tus propias expecativas y logros NOS HA CURADO. ¡SALUD! el_ju(Who?)

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