Mi idilio con la Violeta y la Mercedes.

Quisiera decir que el amor por ambas   nació en mi infancia o en mi adolescencia,  gritar con frenesí  que fue en los corredores de la universidad de Mis Amores donde las conocí, donde enloquecí por ellas pero no puedo porque no es cierto. Ni  en mi infancia, adolescencia o años de universidad yo escuché música de ellas.
A mí los amores profundos me han llegado después de emigrar.
Recuerdo que crecí con  mi mamá repitiéndome el rosario: “la mesa, la silla, el coche, el  perro”…, siempre ha dicho que es de mala educación tratar a las personas como cosas, “la fulana, la mengana”, en cambio yo que todo lo veo al revés y en mi nube opté por tratar de “la zutana, la perenceja” a las personas que amo con locura, que no son muchas entre ellas la Mercedes Sosa y la Violeta Parra.
Esta fecha es significativa en mi vida, nació la Violeta y murió  la Mercedes a la Violeta  me la presentó la Mercedes que solita llegó a mi vida, sabía que la necesitaba en mis primos años de migrante.
Como la mayoría llegué con una mano adelante y otra atrás y con la deuda de pagar el costo monetario de mi travesía hacia Estados Unidos, tenía también –como hermana-mamá que fui- la obligación que me impuse solita de enviar dinero para el estudio de los cumes. Aquí  gastos de apartamento, comida, gasolina,  -y no lo escribo como mártir sino como experiencia de vida de miles de latinoamericanos que emigramos y traemos a cuestas la responsabilidad de contribuir a gastos de la casa en el país de origen, sean hijos, hermanos, padres o abuelos quienes se quedaron: ahí radica la importancia de nuestras remesas-   hundida en la depresión post migración indocumentada -que nada que ver con viajar sentadita en un avión-  recuerdo que dividía los lenes en los pagos por hacer y las remesas por enviar, en los abonos al  préstamo de mi viaje  migratorio, mes a mes y me quedaban en la  bolsa de la pantaloneta diez dólares libres y cuando tenía suerte veinte.
No hablaba con nadie, en esos años  compartíamos apartamento con otra patoja guatemalteca apenas si la saludaba, no salía de la habitación en mis días libres, lloraba todo el día, las noches las pasaba en vela, mal humorada, con la  sangre convirtiéndoseme en hiel.
Un fin de semana fuimos a vitrinear y me topé con una venta de ordenadoras y  me emocioné con la idea de poder  saber de Guatemala a través del Internet pero no me alcanzaba el dinero para comprarla al contado, era tanto mi deseo que me tragué el orgullo –de niña independiente- y pedí favor a un matrimonio de conocidos para que me la compraran con su tarjeta de crédito  y yo les daría los pagos mensuales,  -por mi calidad de  indocumentada no puedo sacar nada a crédito y tampoco quiero- así lo hicimos y yo tuve por fin la ordenadora. Que me salió el triple del precio establecido, como buenos azadones sacaron su tajada. Se agradece el favor.
Entonces mis adentros ya no se enmohecían en el salitre de mis lágrimas secas en mis mejillas, encontraron aleadas en “la red”.  Trasteando y trasteando, comencé a conocer las funciones de la ordenadora, la desarmé como cuatro o cinco veces para verle las tripas y la volví a armar, al teclado me cuesta un poco agarrarle el  ritmo todavía, lo tengo que ver para escribir aun no memorizo en dónde está cada tecla   y su letra destinada.  Dejada que soy.
Una tarde de invierno del año  2004  apareció la magnífica Mercedes Sosa en la pantalla de mi ordenadora,  mi hermana y  la compañera de apartamento habían salido, sucedía así ellas salían y yo me quedaba en el apartamento no me daban ganas  ni de abrir la puerta quería estar sola, completamente sola.
Esa tarde en la oscuridad de mi habitación mientras caía nieve en el balcón escuché por vez primera Volver a los 17 en voz de Mercedes Sosa la canción escrita por Violeta Parra, fue  un dardo lanzado directo al corazón que lo sentí como un arpón anclado en  la aorta.  Ahí cortándola poco a poco como lazo viejo deshilándose con el viento de noviembre después de haberme podrido con el agua del invierno.
Hay un antes y un después de esa canción en mi vida de migrante. Me enamoré perdidamente de Mercedes Sosa y de Violeta Parra cuando escuché la misma canción en voz de la compositora. Nació el idilio que me ha de durar hasta convertirme en polvo.
Totalmente fascinada por las voces, por las canciones comencé a buscar más música de ellas y fueron apareciendo una tras otra, una tras otra. Regresaba del trabajo a encerrarme en mi habitación, me acostaba panza arriba en la cama y escuchaba la voz saliendo de la ordenadora, la letra se me metió en los poros, pronto me las aprendí de memoria. Un día junté para comprar un paquete de discos compactos en blanco y gravé canciones de Mercedes Sosa y de Violeta Parra los andaba a tuto, en el carro, en la memoria a donde iba los llevaba. En aquellos años limpiaba una mansión recién construida me llevaba toda la semana dejarla por fin limpia,  rara vez le veía la cara a los jefes era demasiado grande la casa como para toparnos por casualidad en algún piso o corredor, entonces yo cantaba las canciones recién aprendidas y lloraba mis recuerdos de frontera,  la decisión de haber emigrado,  el salario de miseria.   Cantarlas me quitaba el enojo de  trapear  el piso dos  o tres veces por día porque lo llenaban de nieve no tenían la gentileza de quitarse los zapatos en la entrada.  Lloraba de cólera recordando las madrugadas estudiando, haciendo deberes, quemándome los sesos para ser maestra y venir a parar a una mansión donde lo único que me recordaba que estaba viva era el cansancio en la espalda y los pies inflamados. Eran esos años de soberbia que los inodoros que limpié supieron cautelosamente evaporar. Aprendí a que en la vida nunca más he de repetir las palabras: de esta agua no he de beber. Yo me había jurado en la infancia nunca trabajar de limpiar casas, ¡primero muerta! Y aquí estoy con mi lección aprendida.
Los primeros años me daba vergüenza decir que  limpiaba casas me presentaba como niñera hasta que un día dije ya basta de mentirme a mí misma, lo que diga o piense la gente no debe de importarme. Yo también fui de esas personas que se presentaban con el título por delante. –Aquí no se trata de tirar la piedra y esconder la mano-. Y opté por  honrar mi oficio de limpiadora de inodoros de la misma forma en que he honrado toda mi vida la venta de helados que no dejó que me muriera de hambre en la infancia.
Hasta el sol de  hoy  me presento como limpiadora de casas, quien quiera conocerme sabe de antemano que está tratando con alguien que limpia inodoros. Decir la verdad de mi trabajo funciona como escudo, como repelente porque las personas se alejan inmediatamente no desean tratar con empleadas de   última categoría, y a mí me permite mantenerme a salvo de truhanes  y de mustias.
Fue ese invierno largo del año 2004 que lo pasé acompañado de mis dos amoras,  (un año después llegaría  a mí Isabel Allende que terminó de desahuciarme,  con Mí País Inventado, la que terminó el amarre de mi amor hacia Chile)  andaba un radio  con espacio para tocar discos compactos  y ahí las cargadas entre el  primer y segundo nivel, entre el sótanos y  la lavandería, entre la habitación principal y la cocina. Entre los botes de  basura y las regaderas.
Ya no lloraba tanto porque cantaba, cantaba con ellas para que sanara mi alma. La Mercedes me decía en la segunda canción del disco compacto: “Y dale alegría, alegría a mi corazón…” me abrazaba con: “Todo cambia”, canción a la que hasta hace poco le encontré su significado real. “Mirar, rasgado patitas chuecas María va…” me hablaba de la María del tabacal y de la suerte que le puso un niño a su soledad… después contaba de El Cosechero y cantaba en mi oído: “El viejo río que va, cruzando el atardecer, como un gran  camalotal  lleva la balsa en su loco vaivén…” canción que me hace pensar en mis padres y en sus viajes hacia la finca de algodón en los años de su infancia, pienso en mi madre que optó por salir de la finca para darnos un futuro con oportunidades que jamás  hubiéramos tenido de habernos quedado  cortando algodón, a la mayoría de las crías de mi edad (un añito) se las llevó la malaria del invierno de aquel año pocos sobrevivimos a la  peste de la miseria impuesta por el patrón.
Seguirían los años y los veranos, los otoños y los inviernos en compañía de Violeta Parra que me consentía con su guitarra tocando para mis oídos escondidos en un sótano entre bodegas de papel, utensilios de limpieza y ropa  por planchar: “ Volver a los diecisiete después de vivir un siglo, es como descifrar signos sin ser sabio competente…”  y en mis instantes de tormentas emocionales acudía presurosa con su: “Maldigo del alto cielo la estrella con su reflejo maldigo los azulejos destellos del arroyuelo…” , y cuando me quería calcinar lo hacía pronta, urgente: “Run-Run se fue pal norte no sé cuándo vendrá, vendrá para el cumpleaños de nuestra soledad…”.
Repertorio cuando me tocaba quitarle el moho a las esquinas de las paredes de vidrio y mármol en las regaderas, llegaba y se sentaba en la esquina de la bañera y tocaba y cantaba: “ Me mandaron una carta por el correo temprano y en esta carta me dice que cayó preso  mi hermano y sin lástima con grillos  por la calle lo arrastraron…”
La Mercedes que asomaba en la puerta mientras yo me enrollaba el pants para no mojarme las mangas con el agua de la regadera mientras limpiaba el cloro del piso de piedra en el sauna de la habitación principal: “Becho toca el violín en la orquesta  cara de chiquilín sin maestra  y la orquesta no sirve no tiene  mas que un solo violín que le duele..” seguía su repertorio con: “No permanecer y transcurrir  no es perdurar no es existir  no honrar la vida…”. Me dijo: “ me preguntaron cómo vivía me preguntaron, sobreviviendo dije sobreviviendo…” Cuando salí  y dejé los utensilios en la bodega me dijo que la acompaña a cantar Canción con Todos.
Y así fue como asistí a su concierto en la ciudad de Chicago en el  verano del año dos mil siete  y canté todas y aplaudí todas y lloré todas y bailé todas con ella y con todos. Fue la primera y última vez que la vi en persona, rozagante sobre el escenario del auditorio de la Universidad de Illinois.  Ahí estaba también Violeta Parra que salió al escenario con su guitarra y cantaron ambas en acústico Volver a los 17, solo para mí, esa canción era para mí y las luces se apagaron y el público guardó silencio y los corazón enardecidos coreaban la canción.  Seguida de Me gustan los Estudiantes con la que pusieron al público a bailar y a chiflar y aplaudir despidieron la velada con Gracias a la Vida.
Después de semejante  obsequio  –dijo Mamita que nací  con suerte-  retorné a mis labores de limpiadora de casa y ellas junto conmigo. Poco a poco me fueron  presentando a otros trovadores, a otras folcloristas que hoy en día me acompañan en mis noches de lectura en mis mañanas de escritura y en la carretera mientras conduzco por las autopistas de la ciudad.  Nunca olvidaré que la Mercedes Sosa y la Violeta Parra estuvieron conmigo día y noche en los años más agrios de mi experiencia migratoria,  cuando yo buscaba en el alcohol el aire que era incapaz de mantener en mis pulmones por mí misma, cuando yo maldecía mi suerte, mi experiencia de vida, mi propia vida. La Mercedes y la Violeta Parra me cobijaban entonces con sus trovas, con sus denuncias, con sus poesías,  y me repetían constantemente cuanto yo les preguntaba, ¿por qué seguir cantando? Porque “Si se calla el cantor calla la vida, la vida misma es todo un canto…” Porque: “Tantas veces me mataron tantas veces me morí sin embargo estoy aquí resucitando…” La Violeta  que siempre supo que me quemaba el alma la poesía optó por recitarme sus Décimas y Centésimas. Al escucharla no pudo  más mi amor que se convirtió en contrariado recité los apartados de mi corazón oscuro con los guantes en mis manos lancé al piso el cepillo y declamé los estribillos que nadie ha de entender más la Violeta y la Mercedes han de comprender que son versos ajetreados, urgentes y entusiasmados, confiados a mi parecer.
En un día como hoy  del año 1917 nació en San Fabián de Alico, al interior de San Carlos, en la provincia de Ñuble, en el Sur de Chile –el país de mis amores que no me he de morir sin conocer- la Mujerona  Violeta del Carmen Parra Sandoval.
Un día como hoy a los 74 años de edad  se inmortalizó la Mercedes Sosa –nuestra Negra-  yo le canto para consentirla Luna Tucumana y Tamborcito Calchaquí.  A  la Violeta con quien compartimos raíz campesina   sin injerto alguno  le canto  de cuando en cuando La Jardinera,  Que pena siente el alma, Porque los pobres no tienen  y la Cueca de los poetas. Para que nunca olvide sus Décimas y Céntimas.
De mi idilio con la Mercedes y la Violeta puedo sembrar varios vástagos en prosa y florearán las rosas de la nostalgia en invierno, serán  botones tiernos que la luciérnaga alumbrará en noche de tormenta que después escampará.
Ilka Oliva Corado.
Octubre 04 de 2013.
En mi idilio.

3 comentarios

  1. Ilka: Muy interesante sus comentarios y experiencias. Compartimos el gusto por la trova, al igual que a usted, tambien ha acompanado en todos estos anos de migrante. Un abrazo fraternal.

  2. Para una escritora que lava inodoros. Me tocó conocer Chile como migrante obligado, tuve que abandonar este nuestro país para no morir. Así, pude escuchar y ver a los hijos de la Violeta, a Isabel y a Ángel, en la «Cueva de los Parra». Ella, la Violeta, vivía en Europa y sólo llegaba para los veranos en plan de conquista, eso por lo menos decía la leyenda. Tengo los mejores recuerdos y la mayor deuda con ese país, no te lo perdás. Pero fuera de todo esto, lo que me interesa es decirte que no dejés de escribir, hay indudablemente madera de escritora en lo que he leído. Felicitaciones por tu dura vida, esa dureza que nos hace mejores y seguramente vos sos de la meras buenas. De paso, te digo que en ese país siempre se dice la fulana y la zutana. Abrazos solidarios

    • Gilberto muchas gracias por sus palabras, bienvenido al blog. Y mire pues efectivamente muero por conocer ese país, digo conocer en persona porque por medio de libros y música ya lo recorrí. Le envío un fuerte abrazo, cuídese mucho y no se pierda.

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