Alejandra Pizarnik, un páramo de poesía….

…Y la loca de un arrabal.
Haciendo cuentas regresivas (no me alcanzaron los dedos ni de las manos ni de los pies) pensaba en, ¿ qué estaba haciendo yo el 25 de septiembre de 1,972? Y caí en la cuenta que no había nacido aún, estaría parte de mí entre los ovarios de mi madre y la cremallera de mi padre, -en la rabadilla diría mi mama- ni por asomar siquiera yo nacería siete años después de la partida física de Alejandra Pizarnik.
Hasta hace poco la descubrí como mucho de mi vida que hasta ahora se ha revelado y me he preguntado, ¿por qué hasta ahora? ¿Por qué no de adolescente? ¿Por qué tardío el manifiesto? Me siento de cien años, siento que muchas cosas han llegado demasiado tarde, ya sin fuerza, expiradas, extintas, otras agonizantes que he tratado de rescatar pero mustias quedaron en mis manos hasta  que las vi desaparecer completamente. Nunca es tarde me digo cuando abrazo la esperanza, en otras prefiero cerrar la puerta de aquella habitación ya vacía y lanzar la llave del candado allende, particularmente  he dejado algunas abiertas para ver de frente  el umbral, para dejar que corra el aire, para crear un puente, el vaivén, guindo una hamaca y me acuesto a mecer con la brisa y la fuerza de mis piernas  el polvo quedado de los demonios exorcizado a través de las letras, duermo entonces la siesta de la tranquilidad momentánea.  La del sopor  después del almuerzo, la que baja en tarde calurosa, la que nunca se va cuando suena la alarma del reloj en la madrugada, la de los domingos por las tardes, y  de pronto despierto de aquel paseo transitorio  por culpa del gallo cantando sobre el tapial de adobe,  las cabras saltando sobre los charcos de invierno, los jocotes maduros cayendo en las tejas de la casa de nía Juana, la gritería del mercado, las tardes de entrenos, las noches de tareas escolares, el frío del desierto, el sonido del tren transitando sobre las ferrovías, la tarde fría en el cráter del volcán de Agua. En los brazos de ella, en los labios húmedos de él, en el agua aclimatada de la piscina, en los vientos de otoño, en la nieve que puebla esta ciudad cuando el año finaliza.
Estoy viva me digo, respiro, toco mis venas, acaricio mis cejas pobladas, mi  cabello en tunas,  el cielo raso del apartamento se abre de par en par , sonríe  y extiende sus manos para ayudarme a subir, hay puesta una escalera de hojas en blanco y lápices, un borrador la sujeta,  de cuña para que no se balancee en el acantilado veo una caja de acuarelas y varios pinceles: la subo lentamente no quiero ver hacia el vacío, he observado  y habitado vacíos  toda  mi vida, vacíos en los que  yo misma no me siento ni me veo porque soy parte de él: invisible, imperceptible, evidente solo para mi caos de arrebatos,  la voy subiendo  y el vértigo es terriblemente abrumador, no me importa esta vez no voy a descender  arrepentida, voy a lanzarme al vacío desde la altura de mi  nube más lejana y  entonces extiendo mis alas y emprendo el vuelo hacia lejanos horizontes que solo las letras saben esbozar para  mi imaginación  y redención.  Desbocada yegua llanera corro libre entre los yermos de mis trastornos.
Pobre mujer me dijo mi hermana-mamá cuando en una noche salí de mi habitación solo para leerle el poema El Despertar había pasado horas encuevada leyendo poesía, luego le leí con la emoción desorbitada de una adepta a la esquizofrenia de la poeta,  los versos de La Jaula  mientras leí vi los ojos de mi hermana comenzando a introducirse entre mi piel lentamente hasta llegar a mi tímpano habiendo atravesado los desbordantes pálpitos de mi corazón,  y escupir las palabras retumbantes como agua de cascada entre mi aridez: “Negra esa pobre mujer estaba loca como vos, me asustás cuando leés esas cosas, qué triste ni se le entienden los poemas, por favor no te vayás   a terminar suicidando vos también”, eso último lo manifestó cuando le dije que Alejandra se había suicidado. Agarré mi libro y me encerré en mi cueva a contar las células  de Alejandra vueltas poemas.
A mi hermana le asusta que  converse con los libros y con las paredes,  encontrarse regadas en el apartamento hojas con anotaciones, libretas por todos lados, lapiceros y lápices hasta en la estufa. ¡Negra salí de tu nube! ¡Negra te estoy hablando! ¡Negra la comida ya se enfrió! ¿Por qué no sos normal?
Fui normal durante muchos años de mi vida, tiempo en que pasé gestando en mis entrañas las letras que hoy  paro como dolor de primeriza, acuclillada  en soledad sin ayuda de comadrona, enfermera o doctor, silvestremente como mis ancestras, sin la inyección epidural,  bebiendo agua de hojas de paterno, hojas de mango y de flor de azahares.  Observando la cría salir de mí envuelta en  el líquido de la inexpresión de décadas, del encierro emocional, de los miedos, de mi propio desencanto al verme al espejo como un ser astillado, un madero añoso  al que la melodía de un quinqué convirtió en violín.
Hoy se cumplen 41 años de partida física de la mujer que  ha venido a transformar mis noches,  la veo repesada en la pared leyendo sus poemas  la observo desde mi tabuco, no quiero interrumpirla su voz es tan cálida, tiene el caos que embellece la poesía. No me ve  porque está absorta escribiendo los versos que yo leeré décadas después de su muerte, los escribe para mí y para miles de almas astilladas, oscuras, grises, para miles de desubicadas, rebeldes, sustanciales, profundas olas de mares que en calma un día sin avisar despertarán en tempestad.
Hoy  como parte del agradecimiento a su grandeza poética se puede ver y descargar el documental   llamado Alejandra donde su hermana y amigos relatan sucesos de la vida de la poeta.
Hay similitudes entre ella y yo. Tartamudeamos ambas, ella por asma y yo por ansiedad que me ataca cuando alguien me gusta, cuando  un instante de felicidad me toma por sorpresa.
Su forma de vestir, distinta desencajando con la moda, con la sociedad, con el entorno frecuentado y habitado. Lo mismo sucede conmigo busco a toda costa la comodidad, estoy dentro de la ropa que me abriga, que salta conmigo, que camina conmigo, no me importa cómo me vea la gente exteriormente, la apariencia no me interesa, no soy un escaparate no tengo nada en venta.  Tengo dos pantalones de lona color azul y son mi ropa de lavar y poner la gente me ha dicho que parezco retrato, así retrato me siento bien, un par de zapatos  de invierno de hace ocho años y ahí los ando pelados y despeltrados son mi fascinación, no serán los nuevos de la moda de paso, son al contrario los que cubren mis pies del frío, los que sienten mi cansancio después del trabajo, los que acarician la lana de mis calcetas. Tengo más ropa y más zapatos pero esos dos pantalones tienen un hechizo conmigo y hay un idilio melancólico entre ese par de zapatos y yo.  Retrato ella y  retrato yo.
Pensamos los mismo de Nueva York, es una ciudad caótica  yo no podría vivir ahí, fascinante para el paseo pero no para  la vida de diario, para el trabajo, para las noches de lecturas y las madrugadas de escritura.
Distintas, ella es nocturna yo soy de madrugada, escribo la mayor parte del tiempo en las madrugadas mis noches  han sido concedidas al sueño que nunca pude conciliar en la infancia  y adolescencia por el trabajo continuo. Ella fuma yo detesto el olor a cigarro pero me atrae en sobremanera la sensualidad de  una mujer con un cigarro abrasado entre sus labios, es una imagen provocativa  una obra de arte.
Ella escribe y reescribe sus poemas, yo  no tengo  la paciencia para releernos, para modificarlos, para corregirlos, no sé de adjetivos apelativos y calificativos, ni de diptongos, mucho menos de entrelazar esdrújulas con rimas. De romances diría que los   encuentros  casuales con hombres con quienes he compartido la cama jamás  el otero de mi corazón. Fácil que resulta abrir las piernas y lo complicado de abrir las ventanas del alma. Recién estoy aprendiendo a decir no cuando es no, a no buscar en el lugar equivocado sabiendo de antemano que no encontraré nada.
Mis poemas son chabacanos, urgentes, caóticos, rústicos, que salen encolerizados muchas veces y en otras jampones al primer hervor, saltan desde la primera arista que asoma para alcanzar el sol naciente en los potreros de mi natal Comapa,  buscan sin duda la leche recién ordeñada para  comerla con tortilla caliente y frijoles cocidos.
En ocasiones prueban el sabor de la sangre de mis venas, la  succionan, se empachan y deambulan sonámbulos entre versos que nadie entiende salvo mi vena que los nutrió.
Ella es una intelectual yo estoy a años luz de serlo. Ambas con la negatividad rotunda de la madre hacia el oficio de la hija como escribana, como poeta. Ambas con la sensación gélida de la orfandad, ese tocar puertas en casa propia que se abren  para los demás pero no para una. La mesa ajena en donde se come pero no se alimenta. El café hirviendo que bebés a sorbos de pie, urgente, mientras los otros conversan y lo convierten en un ritual  vos solo tenés el café quemando tus labios, sos el café y vos. Entonces te cuenta que ya lleva dos días con los mismos pozoles en la jarilla que por vida tuya abogués para que lo cambien, vos le explicás que no hay  dinero y que por favor apoye en la economía de la casa, que solo será un día más y que al tercero no se preocupe que viene café nuevo de las bolsitas compradas en la abarrotería del final de la cuadra. Sí, que no se preocupe le guardarás el secreto para que no lo acusen de berrinchudo como vos.
La loca de la familia, la rara, la extraña, la ensombrecida, la inexpresiva, la homosexual, la bisexual.  Calle de doble vía ambas, rechazadas por ser las de las  bajas pasiones aberrantes  del seno familiar, las que arden en calenturas cuando ven a otras mujeres, impropio somos impropias. Un disgusto, la letanía de acusaciones, de señalamientos por escribir  y  lanzar a los cuatro vientos las fiebres  que nos lanzan en cama durante cuatro días cuando una mujer  nos sacude la nube donde habitamos con su sola presencia en la banca solitaria que solemos frecuentar.
La musa de cabecera,  siempre hay una  que es dueña y señora de tu poesía, la que  ha  dejado la  huella imborrable de un antes  y un después en tu vida, nada volverá a ser igual, entonces  tu pluma  es su adepta y tu hoja en blanco se desmorona en versos que solo ella sabe entender.  Versos que son inalienables, los únicos que brotan del alma, los que son ajenos al deseo, a la fiebre  corporal, al arrebato de alcoba, los únicos versos transparentes, tímidos, agradecidos, los nunca despechados, los jamás evidenciados en la banqueta de un zaguán. Los codificados que ningún intelectual puede descifrar. (Son esos los que te escribo).
Ella tenía su Silvina Ocampo (yo te tengo a vos) y yo a una extraña nube que creí inalcanzable desde el zanjón de mi ladera. Entonces descendió convertida en niebla y es el vaho subliminal de mi poesía tardía de adolescente germinada en el  caos.
Firmaba al principio como Flora ,  después lo hizo con su segundo nombre Alejandra yo siempre he querido firmar como Ibonette mi segundo nombre que es el que me encanta, es francés  y lo relaciono  con  la música de  Edith Piaf   mujer que me enloquece, otra de las oscuras ensombrecidas… Mi favorita: “Non, je ne regrette rien” No me arrepiento de nada.
Alejandra era asexuada decían,  soy también asexual soy  la calle de doble vía,  cara y escudo, luna y sol, noche y día. Me  perturban las mujeres en medias negras y zapatos de tacón de la misma forma en que los hombres  altos, atléticos de barbas cerradas, pelo en pecho y cabello cano. La  misma placidez de sosiego cuando el regazo es sincero no importa el  género.
Rechazada por ensimismada. Yo igual. Recuerdo que mi mamá decía que si me no me componía me iba a meter a un internado porque ya no me soportaba, era demasiada la energía,  hiperactiva,  mi distanciamiento emocional de la familia. Un día llegó con sus once ovejas y dijo que había  encontrado un internado en Chimaltenango y que para allá me iba a mandar y que sólo irían a verme una vez al mes. Me dio igual la idea de irme a un internado porque estábamos  bajo el mismo techo pero a kilómetros de distancia en cuanto a compartir.  Entonces pensé que en el internado dormiría ocho horas diarias, ya no me levantaría a las tres de la mañana a desmoldar helados, a preparar las pachas de los cumes, ni a limpiar chiqueros, ni  barrer el patio y a lanzar las parihuelas de basura al barranco. Dormiría sin frío, jugaría con otros niños. La idea de   un internado me agradaba, deseaba que se cumpliera.  Nunca sucedió.
Porque era necesaria en el aporte económico de la familia para alimentación y estudio de las crías cumes. Porque al desaparecer yo nadie más limpiaría el chiquero de los coches, ni cargaría los desperdicios de verduras desde el mercado para ellos. Ni limpiaría el gallinero y abonaría las plantas con la ñusca, tampoco quien ordeñara ni pastoreara las cabras. Al desaparecer yo nadie lavaría el inodoro con paishte por dentro y fuera, tampoco nadie se echaría a mecapal los costales de basura, los podría en la parihuela y atravesaría media colonia para lanzarlos al barranco. Al quedar internada se iría la  de los trabajos sucios, los que no eran para las manos de mi hermana mayor, ni los de mi madre y mucho menos del ausente de siempre: mi padre.  A mi hermana mayor también le tocó su parte, lavar a mano baños y baños de ropa sucia. Dejó el lomo en el lavadero de la pila chiltota. Pero jamás ni por castigo (que nunca tuvo) respirar el estiércol de los marranos mucho menos tocarlo ese trabajo solo lo hacía yo.
Cuidar a los animalitos no es sucio nunca lo vi así, me llevé mejor con ellos que con mis hermanos  y mis Tatas, pero sí para mi madre era una forma de castigo decretar la limpieza del chiquero, gallinero y demás solo para mis manos de rebelde enloquecida, berrinchuda y tiznada. Aparte mi color oscuro de piel sirvió para ser  receptora de adjetivos -calificativos que les dicen-,  en boca de mi madre: negra morada hija de puta, tiznada, del basurero te fuimos a recoger por eso sos diferente a los demás, negra moronguda ya me lavás los platos o querés  otra calentada (calentada llama mi mamá a las chicoteadas), caliente vas a dormir otra vez si no les arreglás el tapesco a las gallinas.  (Los patrones de crianza pasados de generación en generación  así le tocó a ella, así educó).
No quiero más calentaditas de esas, ahora tengo una hoguera ardiendo en letras que se gestaron en aquellos años de silencio, de estiércol entre mis pies, de calcañales grietados, de canillas cenizas, de piernas pintas por las chicoteadas, de hablar con los animales y  contarles mi sentir. Hoy tengo una llamarada en braza viva,  un rescoldo que ningún aguacero apaga, le llaman locura, inestabilidad, vesania, esquizofrenia, alienación, demencia. Yo le llamo, poesía. Le llamo,  hoja en blanco.
Mustia, oscura, astillada, suicida. Suicida,  esa gente está enferma dicen. Enfermos estamos todos y todas, unos  prefiriendo vivir en apariencias, otras en matrimonios arreglados, unos de serviles de traidores, otras de putas  de oficina peleando el ascenso de un puesto a piernas abiertas pero no con el cerebro y  la capacidad.
¿Enferma? ¿Enferma porque decidió terminar con un fin inaplazable? ¿Porqué lo hizo ella y no otro contra ella? ¿Porqué  no se postró ante el perdón y los pies del altísimo para la limpiar su alma de todo pecado? ¿Porqué decidió irse a los infiernos inventados por la iglesia? Si los infiernos están en la propia vida y descendemos tan hondo hasta tocar fondo, quemarnos, convertirnos en polvo y volver a renacer  para continuar el viaje.
Amaba el ambiente de las librerías y yo también. El olor a libros, los mundos existidos antes que el mío…  Pero aún no he leído a ninguno de los escritores, escritoras, poetas, poetisas de su biblioteca. Voy pero con aquella choya, en retranca.
Enamorada de los poetas suicidas, los infernales.  Yo de toda persona que se atreve a escribir poesía, es un verdadero acto revolucionario en el ser interior. Librar las propias guerras.
Un día tal vez me ahogue con mi propia saliva, me resbale en una cáscara de banano y me quiebre la maceta y como mal irrevocable regrese a la normalidad, entonces habré muerto, muerto en vida. Vegetaré inventando una vida de apariencias, me casaré, pariré hijos, seré la señora de tal, olvidaré mi homosexualidad, mi bisexualidad, las medias negras y los zapatos de tacón,  me bajaré las calenturas con duchas de agua fría y no me permitiré que otra mujer me provoque pensamientos pecaminosos.   Me encerraré en el hogar a limpiar la casa, a complacer a mi esposo en todo lo que guste, me olvidaré de  vivir y me dedicaré solo a existir.
Existiendo no habitará en mí la poesía y las letras quedarán desterradas de mi cama, de mi sala, de mi cocina y de todo recuerdo impulcro que delate algún indicio de obscenidad. Entonces habré muerto. Tomar pastillas y suicidarse no es morir, es trascender. Cambiar de piso, saltar de nube en nube, liberarse, emanciparse de la esta vida de carne y hueso, de pan y agua, de deseo y ardor, de amor y de dolor.  ¿Cuántas personas en esta vida de carne   y hueso que en lugar de oler apestan? ¿Qué en lugar de crear destruyen? ¿Qué en lugar de dar roban? No, no me jodan que la mujer es la poesía en carne viva, leal, honesta, transparente. ¿Cuántas personas se atreven a escribir de sus infiernos y dejar que otra las lea? Pocas, porque aun habitamos los calabozos de los prejuicios, de los estereotipos, de las vergüenza que nos has inculcado, la que nos han soloqueado en la hostia de misa y en canto del culto. En la letra de La Tora y del  Corán.
Finjamos felicidad, orgasmos, estabilidad, mintamos, seamos descarados con nosotros mismos. ¡Papo! Ya lo hice y no me gustó.
No busco el suicidio, mi liberación ha llegado de otra forma inesperada, ya no espero impaciente el abrazo de mi madre, ni la aceptación de la familia,  tal vez nunca llegará la la frase: «estoy orgullosa de vos, gracias por tu aporte,  te lastimé y no sabía que lo estaba haciendo» moriré o morirán y quedará en el aire sin aterrizar la frase que esperé con ansias durante mi infancia y adolescencia, ya hoy mujer, vieja y vivida me vale pura estaca que llegue, si quiere que toque a mi puerta, que pase y se instale, el impacto ya no es igual, porque ya  no lo necesitás como soporte emocional para seguir echando punta.
Soy la distinta de color y de pensamiento, soy la lunática, la irreparable. Me costó mucho dolor y culpa sobre todo culpa, entender que nacemos en los hogares  que no escogimos, con padres y hermanos que no escogimos, que es absolutamente válido pensar diferente, que ellos mismos también parieron y criaron hijos que no escogieron y que han de tener su dosis de infelicidad y de reproche a la vida por  las raíces tan diferentes emergidas de sus retoños. Pero ya pagué muy caro mi culpa. Me confieso desacato.
Ya no espero ninguna aceptación, (ni de familia, amigos y mucho menos de mi entorno)  ninguna muestra de cariño, ya no  soy la orfandad de años atrás, ya no soy la voz del suicidio taladrando mis sesos, el desamor propio, ya no soy mi renuncia,  ya no soy mi vergüenza,  ya no soy la humillación impuesta y aceptada con desgano y sosiego, aceptada como parte de mi ser. (Algo que vos jamás hubieras leído en mis escritos de hace cinco años, es un proceso esto de canalizar…).
Ahora soy la poesía, la letra viva, soy mi denuncia, soy mi canto, mis alas extendidas, soy el cielo abierto que no tiene puerta ni cercos, soy mi propio horizonte, con el rostro que no se esconde.
Estoy recién con el borrador en la mano, eliminando de mi cerebro lo que tanto daño me hizo en otrora. Viendo desde mi tabuco la debilidad de mi ser por haber permitido semejante ofensa, te pueden lanzar veneno pero vos decidís si lo tragás o no, podés moverte de lugar para que no te caiga, pero si te roza, te empapa, si tus poros se abren para imprimirlo sacálo inmediatamente sudando, escribiendo, creando, denunciando, quemándolo.
Alejandra Pizarnik la poeta alucinada, la fastidiosa, la recurrente, la discrepante, la acosadora, la aburrida, la sumisa me ha enseñado tanto, me retrata a la perfección en los años en que yo habitaba aquel enorme vacío de mi vida. Gracias le doy  por cada poema escrito, por cada palabra de su diario, por cada prosa. Gracias le doy por haber sido revolucionara en época de tortura, enfrentando sus propios fantasmas.
Gracias por la subjetividad, por el habitar las tenebrosidades del inconsciente, por rasguñar las paredes del subconsciente, por dialogar con el surrealismo y contarnos lo conversado.
Gracias  te doy a Alejandra Pizarnik por despertar en mí una vena no conocida, que me intimidaba, gracias por llenar mi alma, por calmar mi hiperactividad  con tu compañía.
No quiero ser igual vos, como ninguna otra poeta, no quiero imitarte, no lo necesito, tengo mi propio caos, mi propia nube, mi cielo abierto. Pero quiero agradecerte ser mentora, ser guía, ser ancestra, te agradezco tu vena abierta, tus ojos vivos, tu cabello corto, tu cigarro en la mano, tus noches eternas, tu timidez, agradezco tanto tu paso por esta vida vos golondrina de páramo en gélido invierno. Vos te podés ir y venir (como en tus orgasmos solitarios deseando a la mujer amada)  cuando querrás, sos dueña del tiempo, los relojes suspiran a tus pies, se detienen adeptos los años y  se abren las persianas de las décadas para verte transcender hacia la inmortalidad, con la que naciste vos estrella que ilumina los sótanos donde respiramos  quienes hemos hecho de vos nuestro oxigeno.
Gracias por Ser y Estar para las generaciones que no conociste pero que te están conociendo.
Aquí el enlace del documental Alejandra: http://vimeo.com/55576286
Posdata: (Para mi nube) Hoy iré a buscar a Proust.
Ilka Oliva Corado.
Septiembre 25 de 2013.
En mi tabuco.

2 comentarios

  1. Cuando hablas de tufamilia y de tu personalidad me hace pensar en el libro de Pinkola Estés women who run with wolves..
    Un abrazo desde Francia,
    Camila

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