Las putas de mi cuadra.

Aclaro que yo no soy puta, vaya a creer usted que yo ando inmiscuida  en esas suciedades, promiscuidades y todo lo que termine en ades.   Eso de tocar hombres ajenos no va conmigo santa que nací y santa que me he de morir, pulcra y casta de pies a cabeza. Por eso dentro del manto de la dobla moral y los sopotocientos golpes de pecho lanzo la piedra más grande, terronazo, talpetate en ladrillo y piedra de río sin haberse convertido en piedrín molido toavía. Porque ya con filo vuela el ayote.
A propósito estoy escuchando música de Abracadabra y me recordé  de un mi tráido con el que salíamos a correr (también en lo que pensaste) juntos y jugábamos fútbol y yo le modelaba los zapatos de tacón y los trajes estilo sastre y él bailaba merengue  para consentirme,  era mi amigo, que fungía como cachspean, amante, novio de mano sudada –cuando andaba en mis días porque  paso con eso de  la lívido  y  su alto alto voltaje – me vino el recuerdo (vaya que el recuerdo y no la mestrua de lo contrario estaría echada como gallina quedada)   de aquel lugar que estaba cerca de Los Capitol, Concierto de los Setenta creo que se llamaba, la cosa es que tocaban en vivo música de Abracadabra,  Los Iracundos, Los Galos, Los Ángeles Negros, la Banda Raudales  y yo atizaba siempre para ir a ese lugar, nunca fui de andar en manada,  nunca tuve novios de mi edad siempre fueron mayores que yo,  (bueno mi primer novio era un año menor que mis huesos pero en los dos años que duró el noviazgo lo vi tres veces nada más y me quería dar para mis dulces, lo mandé a buscar miel a otro panal ), así que mientras mi camada se hacía un queso saltando y sobijéandose en las discotecas de la Zona Viva y La Antigua yo andaba metida en El Concierto de los Setenta, él tenía cuarenta y yo veinte y era mi locura, mi fascinación con el único hombre con el que pensé la bobada esa romántica y preciosa de formar  un nidito de bajareque y teja, puso mi mundo de cabeza y así de cabeza lo quería pero lo quería con él y solo con él,  y así la ilusión  hasta  el instante mismo en que  me despedí con un abrazo y un beso en la mejilla en el aeropuerto el día en que me convertí en extranjera, lo liberé de mis tormentos y emigré.
El otro día haciendo limpieza en el apartamento  puse en el televisor el canal de música de los años noventa, cuando ishta solía hacer limpieza en la casa con las puertas de par en par y encendía el radio a todo lo que daba de volumen y bailaba con el palo de la escoba y el del trapeador, las de merengue de Jossie Esteban, Los Hermanos Rosario, Wilfrido Vargas, y las salsas de Sonora Carruseles, Joe Arroyo, Celia Cruz, Héctor Lavoe, Grupo Niche, Eddie Santiago, y  ya entrada en calor me discutía las de Bronco, Los Temerarios, Los Tigres del Norte, las últimas las terminaba aullando cuando limpiaba el chiquero de los coches y el gallinero.
Pues encendí el televisor y  retorné de un cocotazo a las  calles de mi arrabal y a los toques en las cuadras, entrada gratuita chis la droga, sacábamos dos bocinas un aparato de sonido y poníamos los casetes con  los “mix para grabar” que pasaban los fines de semana en Radio Fiesta y Tropicálida, para cuando llegaba la hora del toque teníamos pino regado en la cuadra  bien barrida, empezaban a las siete y nos amanecía, así sin comer me iba  vender helados  al otro día bien zangoloteada, llegaba a la  casa  me guacaleaba con el agua del tonel  me cambiaba de muda y empezaba el trabajo de diario a las tres de la mañana, a las ocho en punto  jule canela  a vender helados.   ¡Qué va a llevar, qué va querer, helados, helados, helados!  De aquella camada de  bailarines y bailarinas quedan nada más las nostalgias, a la mayoría se las llevó la Limpieza Social, en tres meses aparecieron treinta cuerpos entre los barrancos, los callejones, en ataúdes en el estacionamiento de camionetas, porque a alguien se le ocurrió que Ciudad Peronia estaba convirtiéndose en nido de ladrones, drogos y putas.  Nunca volvimos a bailar en las cuadras. Me salvé  porque nunca supieron que una de las niñas heladeras también era una de esas putas, como todas las de mi arrabal.
La vez pasada iba para el gimnasio después del trabajo, quería nadar un poco justo estacionando mi carcacha cuando ronroneó desde las entrañas del radio un popurrí de música ranchera y norteña: “bonita finca de adobe…” cantaba Ramón Ayala y de ahí siguió “Tragos de Amargo Licor”, Los Cadetes de Linares, Cornelio Reyna, Los Tigres del Norte, Lucha Villa, Las Jilguerías, Chelo, Cuco Sánchez, Yolanda del Río, Lola Beltrán, jueputa cuando sentí ya estaba acostaba sobre el sillón que recosté para que nadie me viera llorar, llegaron hasta el estacionamiento del gimnasio las tardes de arrear las gallinas  y de ordeñar las cabras, de mi Tatoj silbando las canciones de Radio Ranchera, de verlo bailar con sus botas, sus pantalones de lona y camisas a cuadros, estiraba una mano y me sacaba a bailar mientras el sol caía en la espalda de las montañas verdes botella, nos entraba la noche y nosotros bailando en el patio que aún no había regado con las panas de agua por estar entretenida bailando con el cortador de algodón y tractorista. Descalza siempre descalza me encantaba sentir la tierra en mis pies, es algo que extraño.   Las canciones de mi Nanoj en voz de Chelo y Las Jilguerías,  añoré tanto aquellas tardes, aquellas noches, la infancia despojada, quedada atrás sin retorno. Suspiré, me sequé las lágrimas y fui  a nadar.
El otro día fuimos a acampar con mi hermana-mamá, éramos las únicas en casa de campaña el resto andaba  en casas rodantes,  estacionadas en cada espacio mirabas vos entonces en las noches las luces de colores guindadas de las cornisas de metal, las mesas plásticas con mantel a cuadros, flores en florero,  parrillas,  y nosotras al final de terreno frente a un lago en calma teníamos nuestra casita de campaña que compramos en Target, un par de chamarras, una parrilla, libros para leer, un quinqué y el monte quito para nosotras.  Ya había oscurecido  y nos fuimos a cepillar los dientes, el área de regaderas estaba en el otro extremo del terreno nos tocaba caminar como quince minutos para llegar,  lo recuerdo patente, pasamos  a un costado de una de las casas rodantes vimos a la pareja sentada frente a la fogata y de pronto  se dejó venir hacia nosotras un olor profundo a tabaco, a puro, no era el olor de un cigarro, era el olor de un puro. Sentí que el aire me faltaba, comencé a tratar de inhalar, estiré los brazo hice sentadillas,  abracé un árbol y apenas pude musitar “es mi abuelo, tío Lilo está aquí, él está aquí” vi a mi hermana y tenía los ojos llenos de agua, le dije: no me digás que estoy loca, decime que vos también sentís el olor a puro de mi abuelo,  me abrazó y me dijo, sí Negra él está aquí.  Un  chicotazo de fuego me dio en la espalda, los vecinos de la casa rodante estaban fumando puros,  eran alrededor de las diez de la noche, me senté frente al lago y retorné a los días en que  vi a mi abuelo ( tío Lilo el hombre más importante de mi vida) cargar la  hielera de helados  y perderse en la montaña, maldije esta puta  vida de pobreza porque el hombre regresaba con la espalda partida después de haberse atravesado los cerros  hasta San Lucas Sacatepéquez a ofrecer los helados y no regresaba hasta haberlos vendido todos (cosa que le aprendimos mi hermana-mamá y yo)  tan cabal que si se le deshacían llevaba los palitos como prueba, siempre andaba un su matate  y corvo, regresaba con chipilín, quilete y bledo que cortaba en el camino.
Campesino toda su vida, también dejó la yema de sus dedos en las fincas de algodón, fue mozo del patrón, trabajando desde niño. Es pisado tener el valor de enfrentar la pobreza, el hambre, el frío, la realidad. Tío Lilo agarraba farra de semanas enteras, buscaba en el licor evadir su miseria, el frío de las noches colándose por las tejas quebradas,  su espalda cansada, sus pies ampollados de tanto caminar, sus manos agrietadas, nunca lo vi ahuevarse por nada, salvo por la puta realidad de miseria que no le daba ni para comprar la media botella de gas para el candil.  Nos tocaba irlo a sacar cargado de las cantinas, le escondíamos el machete y lo bañábamos con agua fría del tonel, nunca lo desnudamos para no humillar al patriarca de la familia, era mi abuela la que lo cambiaba.  Tío Lilo me dejaba subirme a los palos frutales nunca creyó en esas  bobadas de  que las mujeres argeñamos las frutas. Me enseñó a rajar leña,  a cargar a mecapal y en el hombro.  A agarrar bien el mango de la piocha, del chuzo, del hacha.  A amar el monte, soy montuna, terriblemente silvestre gracias a él.
Aquella noche  cuando acampábamos sentí el olor a puro, y los años de infancia y de adolescencia se me vinieron de golpe, estaba tan lejos de mi terruño, de mi arrabal, de mi natal Comapa,  pero tan cerca del hombre que me enseñó que la  palabra vale más que la firma.
¿De qué hablábamos? ¿De qué iba a hablar? Ah de las putas de mi cuadra, disculpas muchades se me fue en tiempo en cavilaciones prometo que en otro viaje cuento de las pulcras, ¿o de las putas? Ya no me recuerdo, ¿del baratillo de La Terminal? Va, promesa que a la otra vuelta cuento del baratillo de La Terminal.
De Héctor  Lavoe siempre me gustó aquella que decía: Pronto llegará, 
el día de mi suerte, 
sé que antes de mi muerte, 
seguro que mi suerte cambiará”.
 
Ilka Oliva Corado.
Sep. 24 de 2013.
En mi tabuco.
 

2 comentarios

  1. Ilka, su mejor recurso literario es traer al presente esas emotivas reminiscencias cargadas de amor, de lucha y de coraje. Vaya, pues, nuevamente mi felicitación y mi admiración, así como mi respeto para esta literata de nuestros días que está dejando huella e, indudablemente, un mundo mejor que el que encontró. Ud. es buena, Ilka, nuestra Negra.

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