Colocadores.

Hace algunos años andaba comprando la comida de la semana en un supermercado recuerdo que como es habitual saludé a los muchachos que estaban colocando las frutas y las verduras en las estanterías,  en aquella ocasión  una conocida escuchó cuando los saludé y me interceptó en uno de los pasillos, me dijo algo más o menos así: ¿para qué estás saludando a esa gente, no mirás que son los que están limpiando las verduras? Ella limpiaba casas como yo y mi respuesta fue: ellos limpian frutas y verduras y nosotras limpiamos baños, ¿qué trabajo es más sucio?  Además que la educación no pelea con nadie, ¿ a caso a vos no te gustaría que en invierno cuando estás trapeando el piso en una de las casas que limpiás llegara tu patrón y se quitara los zapatos al entrar, los pusiera sobre el tapete para no ensuciar con nieve donde ya has trapeado y de paso te diera las buenas tardes o un mísero hola?
Las palabras de aquella persona nunca se me olvidaron,   ni su expresión facial  cuando le dije que el trabajo de nosotras era más sucio.
Se me metió entre ceja y ceja la idea de entrevistar a los “colocadores” del supermercado que frecuento. A todos los saludo  de uno en uno por estantería, me encanta darle la vuelta al supermercado solo para saludarlos, ver cómo por un instante salen de la absorta nube de su trabajo y responden al saludo con una sonrisa de oreja a oreja. En el trabajo de limpieza vos estás así,  inmersa en el silencio entre trapeadores, botes de basura, ropa por lavar, ropa por planchar, escaleras, sótanos, cocinas, bañeras  y si no hablás con tus adentros enloquecés, a mi siempre me ha dado por cantar las canciones de Mercedes Sosa y Violeta Parra aunque ningún sonido exteriorice.
Llevo taloneándolos tres meses pero me salieron más tímidos que novio de mano sudada en su primer beso.  Me ha tocado practicar la paciencia –algo que me cuesta mucho- y robarles dos ó tres minutos a cada uno sin que dejen de colocar las frutas y verduras para que no los regañe el “encargado”  y hacerme la desentendida como si estuviera preguntando más bien por el estado del producto. Así es como he logrado ir de adoquín en adoquín, conociendo un poco más de ellos:  de sus sentimientos, de sus frustraciones, de sus familias, de cómo fue que llegaron a Estados Unidos,  cuántos años llevan aquí…
Ha sido un proceso de años que en los últimos tres meses aceleré un poco más,  se negaron en los primeros tres intentos a concederme la entrevista aunque me conocen desde años tienen miedo de expresar, de que sus nombres y sus rostros salgan a la luz pública porque son indocumentados  y temen a que si se entera el patrón los deporte.  Yo di mi palabra de no dar nombres concretos, ni mencionar el nombre del supermercado. Temían a la grabadora en miniatura que ando siempre, entonces ofrecí llevar una libreta y un lapicero nada más.
La entrevista se dio en un día inesperado para mí, fue una tarde en que fui a comprar y me resultaron con la sorpresa que sería  la hora de salida,  de dicha tenía tiempo acababa de regresar del trabajo, el calor del verano estaba en su máxima expresión.  Dijeron que si no me molesta que por ser día viernes se iban a refrescar el cansancio con unas cervezas  así que hicimos la coperacha para una caja, compramos tacos, -todos son mexicanos- y yo me atravecé tortillas con aguacate que me bajé con cerveza.
Fui a dejar el carro a la casa y me regresé a pie, nos juntamos en el estacionamiento del edificio en donde renta apartamento uno de ellos en las cercanías del supermercado, nos sentamos en la banqueta y  la amena conversación –que terminó siendo terapia en grupo- inició.
Me encontré con muchas nostalgias, muchas vivencias que aquellos hombres cargaban enraizadas en el alma,  entre casados, divorciados y solteros el grupo se compactaba en ocho personas. El mayor de cincuenta y cinco y el menor de veintitrés. Todos mexicanos, cada uno hablando de sus pueblos, entre campesinos, cortadores de nopales, albañiles, leñadores, ordeñadores, zapateros, ninguno terminó sexto de primaria.
¿Qué preguntarles? Quería preguntarles tantas cosas.  No hubo necesidad solitos comenzaron a hablar y yo a escribir. Aquello se convirtió en una especie de juego como el de la papa caliente, se lanzaban el turno uno a uno mientras yo me atravesaba las tortillas con aguacate.
Ganan menos del salario mínimo, trabajan horas extras y no se las pagan como tal.  Les exigen no cruzar palabra con los clientes. No pueden ingerir sus alimentos en el área donde lo hacen las cajeras o la gente que trabaja en la sección del deli. Ellos no pueden optar a ingresar papelería de solicitud de trabajo para la sección del deli, porque son latinomericanos, ahí solo trabajan europeos, estadunidenses, asiáticos y africanos, -por lo general son personas europeas-  que por supuesto devengan un salario mejor.
Tampoco cajeras latinoamericanas, es decir emigradas, las dos que trabajan son nacidas en este país. El rostro latinoamericano no tiene presentación como para trabajar en esos puestos.  Las cajeras son emigradas europeas que no hablan inglés o lo hablan muy poco, que no pasan de los veinticinco años de edad, flacas, altas, rubias y de ojos claros.  El salario es mayor al que devengan ellos.
Los he visto cargar caja tras caja, subir y bajar entre estanterías, limpiar el polvo, trapear el piso. En la sección de la cafetería solo las he visto como ellas y al personas del deli.  Que tienen rebajas si compran ahí sus alimentos. ¿En dónde comen ellos? ¿Tendrán también descuentos? No, nos los tienen. Y comen en la bodega donde están las cajas del producto recién llegado, cerca de los botes de basura, entre los quintales de arroz,  tienen terminantemente prohibido acecarse al área de la cafetería y utilizar sus mesas. Tampoco tienen horno microondas para calentar sus alimentos como lo tiene el resto del personal. Solo tienen diez minutos para comer,  el resto del personal media hora.
No tienen derechos laborales, -como nos pasa a cualquier persona indocumentada- con esto me refiero a que no gozan de vacaciones, días de enfermedad, ningún aumento de salario y al tercer día que falten los despiden.
Les sobrecargan el trabajo, cuando la fruta está por descomponerse se quedan noches enteras limpiándola para que esté en las estanterías a la mañana siguiente como fresca, no les pagan la cena,  tampoco como horas extras y a la mañana siguiente trabajan de corrido, sin que se les remunere lo del desayuno, si es que tienen la suerte de que alguno de ellos salga en un descuido a comprar pan en las cercanías y café de lo contrario de corrido sus ocho horas sin alimentos.
No tienen los diez minutos que la ley exige  de descanso entre intervalo de dos horas. El encargado les habla golpeado, arreándolos como ganado.   Lo he escuchado en innumerables ocasiones  y en las mismas he sacado las garras.  Como clienta exijo un trato humano al personal que está colocando las frutas y las verduras que compraré y serán mi cena. Les mencionás la palabra clienta y les cambia la expresión y se disculpan.
Nos hemos tomado la primera ronda de cerveza y estamos por iniciar la segunda –y mi tope- Jaime logra soltar la timidez de la lengua y comienza a hablar sin que nadie lo interrumpa, llegó a Estados Unidos cuando recién cumplió los cinco años de edad, viajó con sus padres y hermanos, a esa edad comenzó a  trabajar en los campos de cultivo en California, hoy en día tiene 43 años de edad, y ha pasado de California a los campos de manzana en Washington, en los de naranja en Florida,  nunca tuvo la oportunidad de ir a estudiar, apenas sabe leer y escribir. Habla el inglés machacado como todos los que estamos ahí.
José Felipe que es el más joven va al gimnasio cuando sale del trabajo y en las noches a estudiar inglés, se cruzó de mojado a los 17 y ha trabajado de albañil, de recogedor de latas y en su último trabajo como colocador de granos en las estanterías de cereales y producto enlatado. Soltero, sueña con comprarse un terrenito y regresar a su natal Nayarit.
El mayor, don Joaquín  tiene el cansancio del trabajo afincado en la piel, las manos agrietadas, la espalda encorvada, ha trabajo de albañil, de paletero, de limpia vidrios, en limpieza de edificios.
Se van por otra caja de cerveza, yo prefiero una botella de agua pura. Sigo anotando en mi libreta y ellos en una catarsis que no es habitual ver en hombres tan recios. Uno de ellos me pregunta por qué no estoy casada aún  si ya estoy en edad. Yo le contesto  que por mensa. Todos ríen. Se ofrecen a presentarme primos y amigos para que me saquen a bailar los fines de semana y para ir al cine, dan sus palabras empeñadas que son hombres de fiar.  Yo los sentencio que si no bailan bien se los voy a ir a devolver a las estanterías en horario de trabajo para que los despidan, por mentirosos. Todos ríen.
Me preguntan por qué todo el tiempo estoy sonriendo, yo les digo que sonrío cuando veo sus sonrisas, porque son contagiosas. Dicen que no soy como las otras mujeres, que tengo una facilidad para hablar con los hombres  yo les digo que eso se debe  a que soy una de ellos. Están a punto de desmayarse cuando les cuento de los cincos, trompos, idas a barranquear, las competencias de orinar parada y las trompadas, la guinda en el pastel es cuando les  hablo de fútbol. Es mi técnica favorita para lanzar el anzuelo  a los hombres, caen rendidos a mis pies.
Tres han dejado hijos y esposas en sus pueblos, los hijos ya no quieren hablar con ellos por teléfono pero tampoco es tiempo de regresar aún porque hay que darles el apoyo para que terminen la escuela, terminar de construir la casita, poner el agua potable, y ahorrar un poquito para el futuro. La catarsis comienza a exteriorizarse en lágrimas, la tercera cerveza está surtiendo efecto liberador… Yo los observo sin poder expresar palabra alguna, hay momentos en que el silencio es la mejor forma de apoyo.
La mayoría comparte apartamento con grupos de hombres  para ahorrarse lo del alquiler, viven en apartamentos con doce o quince personas, duermen en el piso o donde les toque todo es conforme a los horarios en que vayan llegando de trabajar, compran la comida entre todos, el que cocina lo hace para todos y cada quien lava su ropa por su cuenta.
El día de descanso se alistan con sus mejores ropas y salen a pasear al corazón de la comunidad mexicana, otros van a venerar la Virgen de Guadalupe.  Aun no han perdido el acento, ni los sueños aunque a veces estos  se escondan entre las tardes de nubes encapotadas cuando el invierno está por asomar.
Una reforma migratoria sería la salida de emergencia a tanta frustración acumulada durante años  no solo para ellos sino para todos  y todas las que vivimos en las sombras de la vida indocumentada.
Termino mi botella de agua, agradezco la compañía y la confianza  y me despido con un abrazo, ellos se quedan en el estacionamiento   todavía falta por compartir la tercera caja de cervezas,  yo comienzo a caminar sobre la banqueta, con las manos metidas en la bolsa de la pantaloneta y escuchando el canto de chicharras. Es bonito escuchar a otras personas hablar cuando lo hacen desde el fondo del corazón, con humildad y con coraje.
Ilka.
Septiembre 02 de 2013.
Aquí.

6 comentarios

  1. Cómo lo inspira este escrito, seguiremos con la esperanza y mil razones mas para seguir luchando por un mundo mejor. Gracias.

  2. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Ilka linda: Lo dicho con anterioridad, tienes un gran corazón. Sigue así y se la voz de los indocumentados. Qué Dios te bendiga. Chente.

  3. No hay palabra más sincera que la que es dicha relajadamente con la fianza plena del cumplimiento de la reserva. Sé que nunca traicionarás tus Promesas. Ánimo, el_ju(Who?)

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