Un girasol en mi balcón.

Lo girasoles son las flores de agosto en mi pueblo rentado, son las flores del verano. Cuando aterriza agosto los campos se visten de amarillo, los mirasoles embellecen cualquier parque, cualquier extravío, son mi alucinación en mi reserva forestal rentada, ahí están de pie a la orilla del camino.
Cuando florece un girasol también cantan las chicharras y las noches eternas bailan con el concierto de los grillos, en mi balcón siempre se posa una luciérnaga amiga a la que le ha dado por iluminar los gladiolos que huraños aun no se atreven a florear. Ella no pierde la fe ahí está desde el invierno. Sí, desde el invierno derritiendo la nieve con su fulgor, ahí ha estado abrigando los bulbos volviéndolos poesía con su amor.
En mi balcón rentado he inventado una hortaliza a base de tiestos, hay hierba buena, cebollín, albahaca, culantro, fresas, chile jalapeño, chile dulce y tomates. Las flores son jurisdicción de mi hermana-mamá.
El año pasado fue la primera vez que sembré tomates, antes no me daba por donde tocar tierra, ni raíces, ninguna ilusión que me regresara el amor por las hortalizas, hablo de haber pasado 15 años sin tener ningún tipo de contacto con nada de lo que yo amaba hacer en mi amada Ciudad Peronia.
Este año nada más se derritió el último copo de nieve y fui a comprar mis plantas de tomate y demás hierbas – y ahí sí que no literalmente- de nuevo resurgió en mí la ilusión de llenarme las manos de tierra, medir la profundidad de la raíz y conversar con mis preciosuras como lo hice en antaño. Aparte de hablar sola también hablo con mi bicicleta, con mi cámara, con mis hortalizas y con las flores.
En mi reserva forestal rentada me detengo a cada rato me da por hablar con los venados que se cruzan en el camino, a veces con el río que va a mi lado a lo largo del trayecto, las flores silvestres que siempre me saludan, con las manzanas tiernas que en octubre rojearán, hablamos de la vida en la gran ciudad.
En años anteriores solía ir al campo de girasoles que estaba a dos cuadras de donde vivo, horas caminando y conversando con los pétalos amarillos, contando las abejas, los colibríes, veía el ocaso desmoronarse en color flor de fuego y caer en finos y débiles rayos de sol que se tornaban en noches azuladas, en lunas calladas iluminando en la inmensidad, era poesía sobreviviendo en la gran ciudad.
El otoño pasado en el campo de girasoles entró la mano del patrón y con maquinaria los arrancaron, les mataron la ilusión, desde una esquina los vi marchitos, con sus raíces desnudas y sus pétalos enlutados, ellos, los hombres se robaron la poesía de aquel jardín que jamás retoñará.
Arrancaron también entonces una parte de mí, llegaron tractoristas, contratistas, excavadoras, han hecho de aquel campo un obra en construcción, pudo más la ambición de crear muros de concreto, edificios de madera y cartón, montañas de podrido algodón para la calefacción de invierno, son esas las hazañas de la industrialización.
Entonces cuando menos lo esperaba llegó, estaba ahí en la cajita de mi correo, un sobre que embelleció mi primavera. Una sorpresa inolvidable, era poesía palpable, fina brisa de abril. Leí el nombre del remitente: Karolina. La Karoll mamasota, no sé por qué me gusta escribir su nombre con una ele extra, la pobre ya se acostumbró.
Admiré los detalles del sobre, con florecitas, hojas de arces, tiestos, semillas, y pinceles, la delicadeza de la Karoll desde la presentación.
A la Karoll no la conozco personalmente, nuestra comunicación es cibernética, habrá leído tal vez si mucho uno o dos escritos míos, de ahí pal real todo fue un puro hechizo de magia negra, ella en California y yo en Chicago.
Ambas amamos la naturaleza, aquella sale a caminar en las montañas de su pueblo, hace bicicleta, nada, va a acampar, el olor del monte también como a mí le trastorna los sentidos y admiro tanto que ese respeto y pasión se los inculque a sus crías, ellas también disfrutan de las actividades al aire libre.
La Karoll es rareza, de esas que vos aunque las busqués no las encontrás, es de las rarezas que llegan solas y para quedarse. La Karoll también es emigrada así que también realiza los viajes esos de vaivén, seguramente en los instantes de nostalgia, y cuando va a su tierra me acarrea patria y me la envía por correo, la otra vez me mandó canillitas de leche, nuégados, conservas y una postal. En la cajita de madera donde venían hoy guardo los inciensos y las hojas de sage que son parte de la magia negra y de la hechicería cuando me da por entrar en trance…
En el sobre viene un atrapa sueños y un sobre más pequeño lleno de semillas de girasol. Una nota escrita con su fascinante letra en carta. Un separador de libros, con una pintura de un pájaro cardenal.
¿Cómo supo que adoro los atrapa sueños? No lo sé, nunca se lo he dicho. Hoy ya tengo dos, uno que hizo una nativa Potawatomi que me hablaba en Potawatomi -¡ me alucinó!- que me contó historias de sus ancestras con el atrapa sueños la lavanda y el sage. Y el segundo el que la Karoll me mandó.
Leo la notita llena de amor y acaricio las semillas de girasol. Ella no sabe que con esas semillas trajo de vuelta a mi vida la belleza de los girasoles en el campo que solía frecuentar. A mediados de mayo las sembré, las he regado, hemos conversado, todas las mañanas y todas las noches, he visto los tallos crecer, poblarse de hojas, buscar el rostro del sol y plantarse con rebeldía de vida, hoy amaneció el primer botón con su primeros pétalos vueltos poesía en mi balcón.
¡Qué emoción tan grande siente mi corazón! Hoy la Karoll y yo compartimos los girasoles de las semillas de su jardín, ella en California y yo Chicago.
Sigo posponiendo el viaje para visitar su covacha –ajá covacha- hasta que le componga los frenos a mi bicicleta y me aviente la travesía, porque la patineta ya dijo que no y la yegua Picapiedra renunció a tal hazaña dijo que los cascos no los tiene tan ligeros.
La Karoll y yo hemos hecho planes de ir a acampar, de caminar en las montañas de su pueblo, de atravesarnos unos pishtones que seguramente yo voy a tortear y de bajarnos unas cuantas botellas de vino, ¡que ella va a comprar! yo dije que llevaré mi libreta para escribir poesía en la mesa de su jardín, ella de prestarme su hamaca…
En fin… Sueños y quimeras de por si algún día nos conociéramos en persona, estoy segura que no haríamos nada de lo prometido y dejaríamos el encuentro a merced de la invención del momento.
Lo que sí es cierto es que hay un tiesto que ha embellecido mi balcón y que en sus entrañas tiene la raíz de un campo de girasoles.
Para vos Karoll mamasota, gracias… Ya sabés que te adoro. Si algún día la venia nos permite el encuentro, alistáte porque no te voy a dejar respirar.
Ilka.
Julio 20 de 2013.
Tabucolandia.

4 comentarios

  1. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Ilka linda: La poesía aflora en tus letras. Siempre es un placer leerte. Besos, Chente.

  2. Me fascina tu forma de expresarte. Quisiera poder tener tu talento para poder decirte lo mucho que te admiro y te quiero. Somos almas gemelas! Compartimos el mismo espíritu de aventura, el amor por la naturaleza.y la infinita nostalgia por nuestra tierra. Que la belleza de las girasoles sea el símbolo de nuestra linda amistad. xoxo

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