Felipa y Antonia.

A las cuatro de la mañana en punto cientos de policías rodean la  lavandería, dentro se encuentran mil quinientas personas laborando en el primer turno, lavan ropa de hospitales  y de fábricas.
A la señal de una alarma abren las puertas sin aviso alguno y entran docenas de policías a realizar la redada, los y las trabajadoras corren despavoridos buscando un lugar donde esconderse o la puerta de salida de emergencia pero las han cerrado todas, cada persona es atrapada por dos o tres policías que se lanzan sobre ella con toda la fuerza humana que da un entrenamiento de alto rendimiento.
En el lugar no hay ningún delincuente –aparentemente- , porque  ellos no van en busca de delincuentes van al contrario a arrestar personas honestas y trabajadoras que no cuenten con los documentos legales que agencien la estadía en el país de la eterna hipocresía.
Los inmovilizan y luego les colocan las esposas, los enchachan y los suben a los autobuses para llevarlos a un centro de detención migratoria, sin abrirles proceso alguno sino a la espera de un espacio en un avión para lanzarlos como confeti  fuera del país.
De los miel quinientos trabajadores  ochenta son indocumentados, entre ellos Felipa y Antonia dos menores de edad: Felipa de origen boliviano que tiene quince años y Antonia de origen panameño que tiene catorce.
Ambas realizaron el viaje  de indocumentadas desde sus países de origen, perforaron más de una frontera y acuñaron más de una vejación vivida en el trayecto, llegaron a tierra de La Jaula de Oro con la ilusión que al final consume a millones y se convierte en penar: la jaula no tiene puerta de salida.
Tan indocumentadas como la Estatua de la Libertad.  En el centro de detención son abusadas sexualmente por dos policías que eliminan toda evidencia, no hay forma de comprobar la transgresión.  Pero mucho antes que ellos,  han sido violentadas durante meses por el supervisor de la sección donde laboran: secado y planchado.
Un estadounidense de cuarenta años de edad, racista e hirviente en xenofobia, abusó a cuanta jovencita llegó a solicitar trabajo, siempre indocumentadas porque sabía que en la tierra del capitalismo una persona sin permiso de trabajo y sin la tarjeta verde es polvo en tarde de vendaval.
Antonia y Felipa no han sido la excepción las ha abusado dos veces por semana en la bodega y con la sentencia de que si te atreven a hablar llamará al departamento de migración para deportarlas.
Felipa vive con sus padres que también son indocumentados, Antonia con una tía y tres primos, temerosas de toda reacción deciden callar y soportar la transgresión.  Las golpea con toallas mojadas cuando se resisten a tener sexo rectal, él las desfloró y luego invitó a tres supervisores más al festín de la carne tierna.
Les ha dicho que sabe en dónde viven y que sus familiares no tienen documentos, que al menor intento de denunciarlo llamará la migra para deportarlos a todos, que tiene contactos importantes y que nada de lo que ellas digan tendrá valor alguno ante un juez.
Sus palabras fueron ciertas porque los familiares de ambas recurrieron  inmediatamente a los servicios de un abogado  cuando ellas se atrevieron a contar la verdad, se realizó la denuncia formal y se abrió un juicio legal contra la empresa y los supervisores,  Antonia y Felipa fueron dejadas en libertad con un grillete electrónico puesto en los tobillos, no podían salir de sus casas, largos años de trámites y de declaraciones repetidas una y otra vez.
Los supervisores mantuvieron a pie junto la versión de que ellas solicitaban  insistentemente con sed de verano, ser las queridas. La defensa fabricó tarjetas de identificación falsas con números  de seguro social falsos y denunciaron que éstas fueron presentadas por las empleadas como identificación formal cuando fueron a solicitar los trabajos, que los pobres supervisores fueron seducidos por dos mentirosas que se hicieron pasar como mujeres mayores de edad. Que de haber sabido que eran apenas unas adolescentes ellos jamás las hubieran tocado.
Sin embargo después de cuatro años de litigios  y zancadillas impuestas por los abogados de la empresa de lavandería, los testimonios de Felipa y Antonia no fueron tomados en cuenta y al contrario señalados por el juez como falsos.  Como falsos también sus denuncias de violación por dos policías de migración. Como falsas también sus denuncias de explotación laboral, fueron obligadas a trabajar horas extras que no les remuneraron en ningún momento.
Ya habían cumplido la mayoría de edad cuando el juicio se dio por terminado y  fueron deportadas a sus países de origen inmediatamente, sentencias por el juez de querer  estafar a la empresa de lavandería con una indemnización millonaria. Ningún tipo de cargo fue se les adjudicó a los supervisores y en  ningún momento dejaron de laborar en la lavandería. Al contrario fueron advertidas de que si seguían en la necedad de querer estafar a la empresa con mentiras entonces se les impondrían cargos e irían inmediatamente a la cárcel a cumplir una condena de años y después serían deportadas.
Ninguna ley que ampare el testimonio honesto, sufrido y transgredido de una mujer que como pecado capital atravesó la frontera por la vía de la valentía, la necesidad y el hambre.
 
Ilka.
Julio 03 de 2013. (En las vísperas…)

4 comentarios

  1. Luis Estrada Ronquillo

    Buenísimo, Ilka. Este es el género que mejor te queda, eres insuperable. Decídete ya a salir en grande, hoy es el momento, si alguien tiene visión que le financie este género y ya verán.
    Bendiciones para quienes lean y, especialmente, para Ilka.

  2. Malditos gringos no se que ven en usa todas estas personas en nuestros países hay oportunidades solo hay que saber buscarlas y hacerlas bien. Saludos Ilka

    • No hay oportunidades para todos, créeme que quienes se vienen en su mayoría son personas trabajadoras que se han despulmonado trabajando en sus países, pero que por no tener la oportunidad de superación que le niegan los gobiernos, la buscan en otro lugar… ahí si comparto lo que dices:» hay que buscarlas» y por eso se van lejos.

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