La desconocida.

Durante años me senté frente a la hoja en blanco a tratar de escribir este relato y me fue imposible: no fluía, me llenaba de estrés, me enojaba, volvía empezar e intentaba de nuevo al siguiente día y me pasaba lo mismo. Hasta que hace poco que  tomé una de las decisiones más importantes de mi vida: dejar ir…, comprendí muchas cosas de las que antes no tenía siquiera noción. Paciencia me dije, en algún momento tendrá que salir, nunca imaginé que sería hoy.
Gracias Gurú por soltar mis cadenas me has hecho libre.Te amo.
Llegó un medio día de finales de enero de 1,990 con un maletín negro guindado de un hombro. La desconocida.
Crecimos escuchando su nombre a lo largo de los años y quien lo mencionaba era mi mama –así sin acento-  constantemente se lo repetía a mi papa y a él le daba por silbar –como a mí cuando estoy como los mil demonios y la misma canción- le decía: Claudia es tu hija, la niña necesita tu apellido, dáselo entonces mi papa le contestaba que ella no era su hija que era hija saber de qué hombre de los tantos con los que se había acostado su mamá –pobre mi Tatoj cuando le pase la lista de los míos-.
Claudia fue como una sombra inamovible a lo largo de los años  hasta el día en que el mito de su existencia se hizo realidad: tocaron la puerta de la  casa de Ciudad Peronia  fui yo la que abrí y cuando vi a la mujerona quedé petrificada  sosteniendo el mango de la chapa de la puerta  fue como una aparición, un retrato de mi padre hecho a mano, supe que era ella, Claudia la primogénita de mi papa, no necesité preguntarle ella es el vivo retrato suyo  tiene hasta lo velludo –que yo me muero por tener-  que si yo tengo la voz ronca ella la tiene el doble, solo que  su piel es  blanca como la leche recién ordeñada así como  la de su mama, no pude reaccionar y me quedé con  mis once años de edad convertida en piedra frente a  la aparición y fue hasta que ella me saludó que caí en la cuenta de que no había muerto por la impresión; “hola Negra soy tu hermana mayor me llamo Claudia” y me extendió los brazos y  yo me colgué de su cuello como racimo de guineo maduro me dio por llorar y no quería soltarla, me entró sentimiento de culpa, pena, alegría, emociones y sentimientos encontrados porque sabía que la ilusión de un nuevo hogar que ella llevaba se le acabaría en un suspiro cuando viera que aquello donde vivíamos no era ni por donde pasó un refugio.
Claudia tenía dieciocho años recién cumplidos, nació  en un poblado cercano al río Pasabien en Zacapa, la mayor de trece hermanos  e hija de una mujer que trabajaba desde las tres de la mañana a las once de la noche vendiendo empanadas de loroco y queso en la orilla de la carretera hacia Zacapa.
Después del largo abrazo y de limpiarme los mocos entró y se presentó con el resto de la familia, mi madre le dio la bienvenida a la casa de locos y presentó de una en una a sus tres crías restantes: Evelyn, Guayito y Flor de María los cumes apenas si estaban aprendiendo a caminar –les llevamos diez y nueve años respectivamente- Evelyn –mi hermana-mamá- tenía trece años, edad inolvidable en su vida, día inolvidable como inolvidable es para mí su expresión facial de aquel instante: sus  celos a flor de piel, llegaba quien le iba a quitar el trono de hermana mayor.
Le dio un abrazo por no dejar pasar y se fue a seguir lavando la ropa  en la pila del  patio allá lloró en soledad. Claudia durmió esa noche aperchada con el resto de las crías hasta que le compraron un catre e hicimos un espacio  a la par de la cama de metal que tenía una pata coja, así nos acomodamos las cinco crías de Eduardo Oliva, -hay siete más que no conocemos- bajo el techo de lámina oxidado.
La desconocida tenía el anhelo de estudiar y como mi mama siempre lo tuvo y no tuvo la oportunidad se la dio a ella y la inscribió en la escuela nocturna ya que en la jornada vespertina no la aceptaron por ser ya mayor de edad, Claudia trabajaba durante el día como nosotras y en la noche estudiaba, por las mañanas se iba a vender helados o ayudaba a mi mama en la venta de leña, torteaba las panas de masa y lavaba su ropa y así se turnaban con mi hermana-mamá para lavar la de mi papa.
Los fines de semana se iba con Evelyn a vender helados a la entrada del zoológico la Aurora, ganaba lo mismo que nosotras: cinco len por helado, de ahí ahorraba para comprarse ropa y zapatos, como nosotras.  El despelote se formaba cuando llegaba mi papa en sus visitas de días durante el mes, ella y Evelyn se peleaban el primer abrazo, una celosa de la otra. Evelyn quedó desbancada en su totalidad porque Claudia se convirtió en la confidente y en la mano derecha de mi mama.
Era ella la que viajaba a realizar los pagos de la leña a Teculután y Salamá, era ella la que llevaba la rústica contabilidad del negocio de los helados, por las tardes se sentaba con mi mama y pasaban horas conversando, solamente en aquellos años vi a mi mama tan feliz y relajada, mucho de la vida de Claudia era el propio reflejo de la suya.
Claudia no me dejaba irme a estudiar sin llevar el cabello en canelones, por las noches cuando regresaba de la nocturna nos contaba historias de su pueblo y de su infancia, tenía ese acento del oriente que nosotras nunca tendremos, se volvió gallina poshoroca protectora de sus pollitos, a los cuatro nos mimaba por igual. Nos hacía dobladas de loroco con queso y flor de ayote.
Pero mi mamá le tuvo que enseñar a cocer frijoles porque no podía, entonces comenzaba pues mi mamá con su rosario: tiene que aprender porque ahora está bajo mi cargo y si un día se desposa y no sabe cocer frijoles no van a hablar de usted sino que de mí dirán, que la Nana no le enseñó ni a cocinar. Rosario que Evelyn y yo ya nos sabíamos de memoria.
La desconocida compartía la ropa con mi mama pues eran de la misma talla y también los zapatos,  en esos días mi mamá optó por acompañar a mi papá en algunos viajes en el tráiler y cedió  las riendas del hogar a Claudia que ésta llevó muy bien hasta las llegadas de regreso de mi mamá.
En las navidades se iba para su pueblo a pasarla con sus otros hermanos –que jamás conocimos- y su mamá. Mi mamá le daba dinero para que les llevara porque su mamá era madre soltera y eran tantas las crías.
Cuando Claudia se paraba a la par de mi papá era como ver el clon de mi Tatoj en forma de mujer, idénticos, idénticos, siempre le reclamamos –yo hasta el día de hoy- haber tenido la cobardía de negarla.
Mi padre nunca quiso darle su apellido y cuando se decidió Claudia ya no lo quiso.
Claudia nunca recibió un len de mi padre mientras vivió en su pueblo y fue hasta que llegó a nuestra casa que mi madre se convirtió en su apoyo moral y económico dentro de sus posibilidades, se hicieron  muy buenas amigas.
Hasta que Claudia se enamoró a mediados de año cuando cursaba tercero básico, en una de sus visitas a su pueblo, mi madre logró convencerla de que terminara por lo menos tercero básico y que si tenía paciencia también podría ayudarla con la carrera de diversificado pero a Claudia le ganó el amor y a final de año de 1992 agarró el mismo maletín negro, metió sus mudas de ropa y se despidió de todos, regresaba a su pueblo a casarse con su novio.
Mi madre le dio un abrazo, le rogó que se quedara para terminar diversificado, y le habló de lo dura que era la vida para quien no tenía estudio, pero a Claudia la niebla del amor no le dio oportunidad de pensar en la escuela, las tres crías la abrazaron y fui yo la que la acompañó a la parada de autobuses, caminamos lentamente abrazadas por la calle Danubio y bajamos al bulevar por el Pinito hasta llegar a la estación, ahí la abracé con todo mi ser y la despedí. Vi el bus alejarse con el pedacito de mi alma que vivió con nosotras durante tres años.
Un dolor profundo y una depresión compartida vivimos durante semanas en la casa de locos, un silencio fantasmal que ni a los cumes les daba por llorar cuando no estaba la pacha de leche lista: todos la extrañábamos.
Mi madre lloró durante días ensimismada en su venta de leña, entraba a la casa solo para dormir, se pasaba el día en el patio, contando rajas de leña, costales de astillas y de cáscaras de encino. Jamás volví a ver a mi mamá tan relajada y alegre.
Yo ya no tuve quien me peinara e hiciera canelones, y las cuatro crías quien nos abrazara y nos  consintiera con dobladas de loroco y queso, tampoco quien coloreara las noches con historias de su pueblo.
A los dos años Claudia regresó para un 25 de diciembre, de sorpresa con su esposo  mi madre saltó de felicidad y nos mandó a matar el chumpe de la casa, nosotras que nunca habíamos comido chumpe y mucho menos pensar en el lujo de matarlo, le dimos en el ayote y lo echamos a la olla, no queríamos perdernos un instante de la plática   y de abrazar a Claudia,  hasta cuando fuimos a ver la olla para echarle la verdura al caldo nos dimos cuenta que no le sacamos el buche y las piedritas que se había comido el animalito en la mañana flotaban en el agua hirviendo, corrimos a la pila a vaciar la olla con todo y chumpe y a llenarla de nuevo con todo y animal solo que ya sin el buche.
Ese 25 de diciembre ha sido el más feliz que hemos tenido como familia, nunca volvimos a matar chumpe, nunca reímos tanto, nunca mis papás volvieron a estar sobrios para esa fecha, y nunca  se volvió a sentir el calor de hogar. Desde entonces Evelyn  y yo no hemos vuelto a ver a nuestra hermana mayor.
Claudia se divorció de su esposo y tiene  un hijo que nombró como mi papá y  mi hermano: Eduardo. Claudia trabaja en una finca de hortalizas en la Sierra de las Minas, cortando chiles pimientos: anida en mi corazón la esperanza de volver a verla y de conocer a mi sobrino que cuentan es el  vivo retrato de mi Tatoj. También  abrigo la ilusión de conocer a los otros siete hijos de mi Tatoj que están dispersos entre Guatemala y Centro América. No me he de morir sin antes haberlos conocido,  y si me muero sé que alguien les leerá estas letras y sabrán que la más trastornada de sus hermanas guardó en su alma la quimera  y hasta el último instante de su vida un mar de abrazos donde todos pudieran nadar.
El amor nos hará libres.
Ilka.
Junio 17 de 2013.
Tabucolandia.

4 comentarios

  1. Extraordinario relato es usted una escritora que emociona y lanza el trancazo a la yugular me hizo recrear mi propia infancia, gracias. Saludos a su Gurú que ha de ser un hombre como los que usted merece.

  2. Solo deseo que puedas conocer alos otros 7 y que ejemplo de amistad la de tu mamá Ilka sabes que me encanta leer tus historias aparte que me gusta leer mucho tambien

  3. Tan linda tu mami que pudo llevar una relación bonita de amistad, no se ve muy seguido tal cosa, un abrazo Ilka! Linda historia la de hoy!!

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.