Taís.

Está parada en  la estación acaba de descender de un  autobús, ninguna maleta en mano solo la muda puesta y los zapatos lleva el rostro  y el cabello cubiertos por un pañuelo, no quiere que nadie la reconozca por la avenida y le pregunte o se desmaye por la impresión de verla.  Frente a ella imponente  sobresale en la periferia  la  Favela da Maré lugar en donde está su hogar, sus recuerdos de infancia y toda su familia.
Cuatro años han pasado desde la noche en que cinco hombres la secuestraron en el callejón Esquinó. Taís regresaba de haber vendido tapioca en la tienda del final de la calle cuando desconocidos  le salieron al paso, le taparon los ojos y se la llevaron.
Está por llover tendrá que subir pronto hasta la cima o se mojará, ¿mojarse? Hace mucho tiempo que no siente la lluvia acariciando su rostro, comienza a caminar lentamente entre los callejones  que conducen hacia su casa,  su cuerpo tiembla, hace cuatro años que la creen muerta posiblemente,  un nubarrón de preguntas la asalta las mismas que le han perforado los sesos durante todo ese tiempo, ¿estarán bien? ¿La estarán buscando aún? ¿La creen muerta acaso?
¿Cómo reaccionarán cuando la vean? ¿Qué  hará  ella al verlos? ¿Les podrá contar  del maltrato vivido  durante su tiempo de ausencia? No, no podrá estropearles la vida con tanto tormento,  se lo guardará y no se lo contará a nadie pero, ¿cómo regresar después de cuatro años de ausencia sin contar en dónde estuvo? ¿Sin llamar ni una sola vez para avisar que estaba bien? Tendrá que contarles definitivamente pero tomará su tiempo, que no la presionen, sí que no la vayan a presionar porque no podrá con tanto.
¿Su hija? Su pequeña Carió ha de estar grande, ¿cuánto habrá crecido en cuatro años? ¿La extrañará? ¿Quién la estará cuidando? Su compañero fue asesinado seis años atrás en un pelea callejera entre dos bandos que se peleaban la venta de drogas en la favela, Taís quedó sola con su hija de dos años de edad, tenía dos años y tres meses cuando la secuestraron, lleva la cuenta exacta de su edad, de los meses y de los días. El recuerdo de su sonrisa y el calor de sus abrazos la mantuvo viva durante ese tiempo. Por ella resistió, por ella no se dio por vencida, por ella siguió respirando, por ella que es su razón de existir.
Camina sobre la cuesta de gradas con la cabeza baja con su llanto salado mojando sus mejillas, con su corazón palpitante, con sus tormentos anudados a la espalda, camina, camina…
La noche en que la secuestraron le dijeron que fue por una deuda que dejó sin pagar su esposo y que el jefe del cartel exigía como pago enviarla fuera del país y alejarla de su hija, sería ése el cobro para que el difunto se revolcara de dolor en su tumba.
No solo la enviaron fuera del país sino que la entregaron a una red de trata de personas, Taís fue esclava sexual  en diez países latinoamericanos y en Estados Unidos.  Golpeaba con  látigos y lazos, sodomizada con tubos de metal,  obligada a  practicar la zoofilia para clientes que pagaban  fuertes cantidades de dinero por el espectáculo.
Muchas de sus compañeras murieron en manos de clientes que disfrutaban con el masoquismo y las torturaron hasta verlas fallecer sin aliento alguno por la vida.
Ha comenzado a llover Taís siente el agua mojando su pañuelo y su cuerpo, siente las gotas de lluvia acariciando sus brazos. Lluvia, lluvia en la favela…
¿Cómo les contará que escapó? ¿Qué fue un golpe de suerte? Nadie le creería la forma en que escapó pero fue real, así fue como escapó.
Fue una noche cuando las trasladaban de lugar   hacia otro centro de prostitución las llevaban de Arizona hacia Nuevo México, iban cuarenta de ellas entre: asiáticas, europeas, africanas y latinoamericanas,  escondidas en un camión de mudanza, el piloto se durmió y volcó en la carretera,  por el golpe las puertas del camión se abrieron y salieron corriendo despavoridas, quienes estaban heridas fueron ayudadas por las que no sufrieron mayor percance, corrieron entre el desierto durante horas  hasta que exhaustas   encontraron una casa escondida en medio de la nada,  se atrevieron a tocar la puerta, resultó ser la de una de una familia de la tribu Comanche quienes inmediatamente les brindaron auxilio.
No avisaron a las autoridades migratorias del país y al contrario se reunieron con los y las ancianas de la tribu quienes decidieron buscar  sus propios medios para que las transgredidas retornaran a sus países de origen.
Taís ha llegado a la puerta de su casa, está empapada, se despoja  del pañuelo que cubre su cabello y su rostro. Tiene diecinueve años de edad. Siente que ha envejecido veinte durante ese tiempo fuera de casa. Extiende el brazo y toca la puerta de madera enmohecida. Nunca contará a nadie cómo fue que viajó desde Nuevo México hasta Brasil, ése es un secreto que  comparte junto a las cuarenta adolescentes  y la familia  de la tribu Comanche, un secreto en común que guardarán hasta el día en que la vida se les convierta en cenizas.
Una voz  de mujer pregunta desde dentro, es la de su madre, ¿quién es? Soy Taís.
Ilka.
Junio 10 de 2013.

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