Mi parcela de fresas.

Nos quedó como resaca  bajo del muelle  del puerto de San  José, se nos quedò como goma de tres días con caldo de huevos. Se nos quedó en el paladar durante todas estas décadas. Sí, ahí quedó justo entre el cielo de la boca y un rincón del corazón.
Desde ese entonces me encanta comer en trasto plástico al contrario de mi hermana mayor que los aborrece una misma experiencia con diferentes recuerdos.
Fue una tarde después de misa en la capilla que llegaron albocando  que en la finca La Fresera necesitaban gente para cortar las frutas. Ciudad Peronia  comenzaba a emerger como periferia eran esos días en que invadieron hasta el campo de fútbol y el basurero del mercado.
La Fresera nos explicó el párroco de la iglesia quedaba en San Lucas Sacatepéquez pero bien podía también pertenecer a Bàrcenas la única forma de llegar a  nuestro alcance era perforando las montañas verde botella que nos separaban de San Lucas.
Se regó la noticia como pólvora y se apuntaron en el cuaderno crías, jóvenes y adultos. Fue entonces que mi hermana-mamá y yo formamos parte del peregrinaje de todos los días.
En dos recipientes plásticos llevábamos huevos revueltos con frijoles fritos y tortillas, nuestra comida de lunes a domingo y una cantimplora con agua pura. Otros llevaban tortillas que comían con sal o chile chiltepe.
Nos juntábamos a las tres y media de la mañana en la entrada de la aldea y juntos comenzábamos a caminar los veinte kilómetros entre bejucos, riachuelos y guindos. Éramos docenas el ishtslito por delante saltando entre los charcos de agua, los hombres con sus machetes y las muejeres con sus crías a tuto.
Era para finales de la década de los ochenta.
Entonces La Arenera no era la arenera sino un nido de loros y pericos, un pulmón de cipreses, pinos y encinos. Arena blanca y colorada se metía entre la suelas de nuestros zapatos rotos.
Al filo de las seis de la mañana llegábamos a la puerta de la finca ahí el caporal con su machete en la mano y la pistola en la cintura nos repartía los surcos donde debíamos cortar la fruta: niñas y niños al sector de la fresa zaraza,  mujeres y hombres al de la fresa madura.
Nos daban cajas al llenar la caja de madera ibas a una mesa donde estaban pesando por libras y las libras colectadas las apuntaban en un cuaderno que a fin de mes era de donde saldría tu pago.
Media hora para comer y un baño de pozo ciego a un costado de la finca La Aguacatera ahí pegadito a la aldea Sorsoyá.
Las tortillas frías con los huevos revueltos y los frijoles fritos haciendo intervalo con los tragos de agua pura, ahí pegado al cerco de alambrado sentadas en la tierra juntos a las docenas de trabajadores y trabajadoras.
A buscar un arbusto, hojas  y piedras para la necesidad a la que un baño de pozo ciego no se daba abasto.
Los gritos del caporal patán y la vaina de su machete reventando espaldas, en la mesa haciendo jarana con las libras pesadas. Nunca pagarían el trabajo a cabalidad. Entonces optamos por  tomar las  fresas y en cada surco cada quien apartaba sus montoncitos y a la hora de almuerzo los escondíamos fuera de la finca en costales y bolsas de manta.
Esa era la forma de cobrarnos el sueldo restante que los dueños de la finca se negaban a pagar.
A las seis de la tarde salíamos de nuestro jornal pasábamos recogiendo las fresas y nos perdíamos nuevamente en la oscurana de las montañas verde botella. A las nueve de la noche íbamos asomando a la entrada de Ciudad Peronia.
Mi Nanoj dijo que no tenía cuenta que sus hijas fueran a trabajar así entonces se le ideó que lleváramos pupusas de chicharrón y atol para vender al medio día y así los hicimos  dando todo fiado y cobrando a fin de mes. Yo recién cumplidos los ocho años y mi hermana-mamà los diez.
Nos acompañaba mi Tatoj y tío Lilo que también llevaban parte de la venta a mecapal.
Así durante años.
Hoy maduraron las fresas que sembré en mi parcela: unos tiestos y cajas de madera en el balcón. Es la primera vez que siembro desde que trabajé en la finca.  Respirè entonces su aroma dulce y me di cuenta que estoy a miles de kilómetros de aquella enajenación y a muchos años  de la niña que fui.
Loor a las niñas y niños que trabajaron, trabajan y trabajarán en las fincas y en  los mil oficios. Porque exista una sociedad que les permita una formación integral y una infancia digna libre de la miseria y de la explotación.
Ilka.
Mayo 26 de 2013.
Tabucolandia.

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