Benita.

Ese día por la tarde Benita regresó  de la escuela estudiaba en la jornada vespertina y caminó lo de diario ocho kilómetros  en atajos, su madre  no estaba en casa tampoco sus hermanos, su padre había emigrado desde hacía dos años  a la capital trabajaba como agente de seguridad privada y regresaba solamente un fin de semana al mes.
Benita  lavó el nixtamal y se fue al molino a hacer masa,  de regreso   en el camino se encontró con  su tío el único hermano de su madre quien sin mediar palabra la lanzó sobre la hierba y la desfloró. Antes le amarró un pañuelo en la boca para que no gritara. Benita tenía diez años de edad y su tío treinta y dos. La amenazó con  matar a su familia  si se atrevía a denunciarlo. A partir de aquella tarde su tío Dimas comenzó a abusarla todos los días a la misma hora cuando su madre se encontraba lavando ropa ajena y  no había nadie más en  casa.
Tres años habían pasado y  una  noche de un  fin de semana que su padre estaba de visita sintió una mano áspera bajo sus sábanas hurgando en su cuerpo era  la  de su padre quien totalmente ebrio la ultrajó. Benita quedó preñada aquella noche. Lo supo cinco meses después cuando acarreando agua del río  resbaló sobre una laja y cayó golpeándose el vientre con una rama seca, perdió ahí mismo la cría. En la aldea fue rechazada por  furcia porque nunca quiso decir quién era el padre de su criatura. Su madre también la rechazó y la echó fuera de la casa.
Benita fue a  hablar con  la dueña de la única tienda de la aldea quien le encontró trabajo en la capital como sirvienta. Su primer mes de pago  lo tuvo que entregar por el favor. Juntó lo suficiente en un año  para abordar un autobús  rumbo a la frontera, había escuchado hablar  a  otras trabajadoras del sector acerca de un tren donde se trasportaban emigrantes que iban rumbo a Estados Unidos. Sin necesidad de  tener que pagarle a un coyote. Compró una mochila en la dieciocho calle de la zona uno, un suéter negro, tenis del mismo color y dos mudas de ropa oscura. Benita tenía quince años cuando emigró. No se despidió de nadie. Desde Tapachula, México llamó  por teléfono a la señora de la tienda de su aldea y le dejó el encargo de avisar a su madre que estaba bien y que iba rumbo al norte que cuando estuviera en Estados Unidos  la volvería a llamar.
Han pasado siete años y su madre no  sabe nada de su paradero. Ha tocado incansablemente las puertas de consulados, hospitales, morgues, iglesias y estaciones de policía buscándola. Ha llorado sobre las tumbas de los muertos del tren,  un sitio donde se entierra en fosas a los cuerpos que yacen sobre los rieles sin ser identificados.
Ahí en ese mismo camposanto está el cuerpo de Benita a escasos cien metros de donde ha llorado su madre. Endosado con el de otros que vivieron el mismo infortunio.  No cayó del tren nunca se subió a éste. La  tarde que llamó a la señora de la tienda fue secuestrada cuando caminaba por la orilla de la línea férrea. Un grupo de jóvenes que esa noche  formarían parte una mara realizaron con su cuerpo el ritual de iniciación. La violaron veintitrés hombres y  viva le sacaron el corazón  que después  se comieron en pedazos,  la desmembraron y sus extremidades dejadas dentro de un costal en la orilla de la misma vía férrea donde Benita alguna vez soñó con saltar sobre el tren en marcha esconderse en un vagón y escapar hacia aquel enorme país del que tanto hablaban las muchachas que trabajan limpiando casas en La Cañada.
Ilka.
Mayo 13 de 2013.
 

2 comentarios

  1. sin más comentarios, tragedias que se repiten…ah! este sistema machista que niega la vida, corta esperanzas, se ensaña con los cuerpos de las niñas.

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