Chompipeando.

Agarro mi cámara fotográfica y me encaramo en mi troncomóvil atravieso la ciudad y llego al corazón del barrio mexicano de Chicago. Mi idea es capturar en imágenes la celebración del festival del 5 de Mayo.  Estoy a un costado del arco de la Villita, como le llaman en español a ese pueblo.
Camino entre las calles aledañas al centro comercial de la entrada y me topo de frente con una desolada y sin asfalto centros mecánicos y hueseras le hacen vaya, no es posible –pienso- nuevamente ese cúmulo de emociones, otra vez las aristas asomando, respiro a bocanadas y regreso hacia donde está el automóvil con el pretexto de revisar si lo dejé bien estacionado.
Pero puede más mi nostalgia y retorno a trastabillones a la  calle de las hueseras aledañas a la entrada de la Terminal   por el lado de la Bolívar, ahí está mi Tatoj con camisa a cuadros y  su Prieto con su vestido de revuelitos y calzón de repollito ambos caminando tomados de la mano hacia la Terminal a comprar las patas para el caldo. Patente siento sus pasos sobre el adoquín, uno, dos, tres, el corazón palpita acelerado respiro…, trato de llenar mis pulmones para que mis ojos no se nublen de agua salada, saco mi cámara fotográfica y guardo la imagen  de una  pared que han pintado con grafiti, la vía del tren hace resonar el eco del tren cruzando por los rieles de la Terminal de mi infancia.
Camino trato de aligerar el paso pero me pesan los pies los arrastro es como si un imán tratara de detenerme, sí es el imán  de las mañanas bajando por las gradas cerca de la melonera, es el hechizo del olor a tomates maduros, a perchas de panela canche y a piñas a   medio pelar.
Me sujeta la seducción de las flores reventando junto a las ventas de yuca y máiz. Camino lentamente como  si tratara de salir de un pantano de recuerdos enmielados en colmena de aldea.
Busco fotografiar el arco del poblado pero me encuentro con un centro comercial muy particular entro a ver si consigo pulseras típicas hechas a mano de esas que son  parecidas a las que venden en las calles de Antigua Guatemala la ishtas y los cipotes que calzan caites de hule de llanta de tractor, los mismos caites que calzan los cargadores de bultos de la Terminal.
Un estrujo de melancolía me recibe en la puerta, nuevamente esa sensación de ahogo, de no poder respirar, de sentir que se acaba el aire y desfallecer sin una gota de agua en mis labios secos. Salgo. Se han aglomerado los recuerdos quieren a la vez lanzarse en el resbaladero  gigante del Hipódromo del Norte y caer justo aquí en la entrada del mercado de la Villita, quieren seguramente llevarme de la mano por los callejones que recorrí en  mi infancia, desean hablarme al oído y seducir mi locura de adulta para que no se percate cuando retorne a la niñez  de canillas cenizas y vestidos de revuelitos.
Ya respuesta vuelvo a entrar con cámara en mano y comienzo a congelar los instantes  de los años idos, estoy dentro del mercado La Placita, El Guarda Viejo, La Terminal, La Presidenta y hasta en los corredores de la 18 calle, todos se han compactado en uno solo. Veo gente probándose  zapatos hechos de cartón para uso de un solo día en fiesta de quince años, boda o bautizo, las botas que me  recuerdan la galantería de mi abuelo materno en calle de talpetate comapense, los trompos que no son de guayabo ni con filo de clavo, los batidores para hervir el café en el rescoldo del pollo.
Los vestidos de novia y las vendedoras siempre ajenando con amabilidad. Pelotas pláticas que recurren al recuerdo de las de tripa de coche en la entrada del zoológico Aurora y en Esquilandia.
Los radios usados para carro, los rosarios y las contras. El olor de los siete montes de pronto me ha poblado busco entre los corredores la chilca, las herraduras de caballo y las trenzas de ajo. Las playeras de tres por cinco y las mochilas colgadas en cerchas en los  locales de la dieciocho calle.
Los tamalitos de frijol tostados en brazas y las escudillas  de atol blanco los veo justo en el pasillo donde venden las candelas de colores, las rajas de ocote y las redes de carbón.
El zapatero pegando las suelas en la entrada de los sótanos de La Terminal. Aquella oscurana iluminada con luz macilenta de bombillo a punto de quemarse. Los zapatos usados que cuidaron mis pies de ishta saltando en la arada  y en los charcos de mayo . Que hacían florear los escobillo.
Salgo con el corazón a punto de renunciar a su emancipada soberanía, cautivo y esclavo de la evocación.
Me han dicho que el parque Douglas se está realizando la actividad del festival del 5 de Mayo, llego está atestado de policías un mariachi solitario abriendo el concierto cantando las rancheras de don Antonio Aguilar la gente camina comprando algodones, tacos, helados, granizadas. La feria  ha llegado con el festival: la lotería, tiro al blanco, elotes locos, la rueda de Chicago. Los comerciantes anunciando bajas tarifas si te enjaranás por pagos.
La gente celebrando el Cinco de Mayo sin saber cabalmente el significado de la fecha que en Estados Unidos es excusa perfecta para los comerciantes que hacen su agosto en días de primavera. Salgo del parque con el olor a los algodones recitando odas de feria de arrabal.
Se realiza en Festival del Barrilete en la calle Montrose  frente al lago, voy en busca de la actividad y multicolores son los que alegran el cielo desnudo, nuevamente noviembre ha vuelto a mí con sus vientos y sus tardes frías de ocasos color flor de fuego, las nubes descansando sobre las montañas color verde botella,  pero no los barriletes son triste imitación de los telegramas que enviamos en la infancia por el viaducto del cáñamo e hilo.
Son de nailon prefabricados ésos que no requieren del arte y de la invención, de tardes buscando varitas de zacate y de bambú, de Resistol y yuquía, hilo, tijeras y papel periódico, de envolver tostadas y china. No, los que están frente a mí no tienen la esencia ni el genio y tampoco hay telegramas siendo enviados con la urgencia del viento que reventará los hilos.
Sigo chompipeando, al otro lado de la calle bajando la loma está la playa para caninos y un  puñado de criaturitas se lanzan a las olas del lago despierto, las veo jugar entre la arena y el agua fría, corren   libres y enloquecidas saltando  una  a una las nostalgias que el día entrampado me tendió.
Nota: aquí dejo las fotografías. http://www.flickr.com/photos/95474089@N05/sets/72157633409901375/
Ilka.
Mayo 05 de 2013.
Tabucolandia.

Un comentario

  1. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Colochita linda: Sí que pega duro la nostalgia. ¿Verdá? Besos, Chente.

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