Carrito de cojinetes.

El semáforo marca el color verde presiono el acelerador, la calle está vacía es Viernes Santo. Acelero un poco más, tratando de no sobrepasar el límite de velocidad permitido. Voy ahí sola en la carretera distorsionando mis pensamientos como suele suceder muy a menudo.
Ya no tengo que acelerar ni tampoco los patojos empujarme es la bajada del bulevar la que me hace agarrar aviada, voy trepada en el carrito de cojinetes bien agarrada del lazo tratando de timonear, de dirigir las dos ruedas, salen chispas cuando topan con el asfalto. Cuatro lepas nos regaló tío Tan el de la lepería de la calle Éufrates, le ayudamos a juntar las astillas en costales y a cambio nos regaló cuatro lepas de las astilladas de ahí construimos nuestro carrito de cojinetes. Yo llevé la muestra en mi maceta de niña de ocho años, patente la imagen de los cargadores de bultos de la Terminal así diseñé el carrito, los dibujamos en una hoja de papel y luego conseguimos los materiales. Yo quería un carrito como el de los cargadores de bultos de la Lerminal y mis dieciséis hombres me lo concedieron.
Acelero el automóvil veo en la carretera el anuncio del límite de velocidad permitido, voy bien no lo he pasado. De pronto no puedo detener mi carrito de cojinetes es demasiada velocidad, sé que al llegar a la estación de buses si no logro detenerlo a tiempo iré a parar al barranco, atrás escucho a mis dieciséis hombres que corren como caballos salvajes tratando de alcanzarme, me gritan tratando de alertarme pero sus palabras se las lleva el viento no logro entenderlas comienzo a gritar, ¡jueputa! Pero no me escuchan algunas palabras llegan a mis oídos zigzagueando, ¡necia te dijimos que le faltaban los frenos! ¡pero de potranca te subiste sin avisar! ¡Tiráte Negra, tiráte!
No me puedo tirar si lo hago me despeltro las tabas, sujeto el lazo pero de nada sirve no puedo maniobrar, falta poco para llegar a la estación de buses tengo que tirarme o caeré al fondo del barranco.
Es Viernes Santo la carretera está vacía. El tráfico ha disminuido, desciendo la velocidad.
Salto del carrito de cojinetes y me despeltro las tabas tal cual lo imaginé, mis dieciséis hombres acuden a mi rescate, los escucho en un hormiguero de palabras, estoy llorando me he despeltrado las rodillas y nadie se compadece de mí, de mi dolor, de mi pellejo reventado, no nadie, ninguno de ellos solo me levantan y revisan si no me quebré las mandíbula o se me salieron las tripas. El carrito de cojinetes se detiene al empotrarse con una parte de la baqueta del estacionamiento de buses, es el turno del siguiente, lo empujamos cuesta arriba para que al igual que yo, agarre aviada en el bulevar donde la infancia siempre será un tesoro escondido en un cofre enllavado que ninguno de los diecisiete piratas revelará su ubicación.
Estaciono el vehículo y bajo las bolsas de ropa entro a la lavandería. En una de las mesas observo a una señora de tercera edad entretenida en el crucigrama de un periódico ruso.
Dos chicas en la puerta juegan con sus teléfonos celulares, otra está inmersa en las páginas de un libro de novela rosa. Camino hacia las máquinas y coloco las monedas, es tan automático todo esto de la industrialización, robotizado, fácil y dinámico pareciera, veo cómo da vuelta mi playera negra, el suéter celeste y las toallas, en la otra lavadora el puñado de multicolores parecido a un arcoíris girando entre espuma y agua.
Pienso en el carrito de cojinetes de lepa parecido al de los cargadores de bultos de la Terminal, el bulevar y los frenos que nunca le pusimos al animal.
Ilka.
Marzo 29 de 2013.
Tabucolandia.

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