Lourdes, Artemia y Emilia.

A mi esposo lo desaparecieron, cuenta Lourdes. Y relata la desgarradora historia. Entraron a su casa hombres que bajaron de una panel blanca botaron la puerta a patadas y golpearon a su esposo un maestro de la universidad de San Carlos mientras lo acusaban de comunista, antes de llevárselo la violaron frente a él y a sus cinco hijos. Lourdes recobró el conocimiento dos días después en la sala de un hospital, le habían cortado de tajo los pezones. Emigró, se cruzó la frontera de mojada con sus cinco hijos, de su esposo nunca supo nada.
Lourdes perdió a cuatro hermanos y a dos cuñados, todos siguen desaparecidos.
Ha llegado el trovador prepara su guitarra y comienza a cantar, la gente se acerca y se abraza, hay cirios blancos encendidos, se está quemando pom, en el recinto una nube de recuerdos se desploma de pronto y se convierte en niebla que puebla cada poro, cada alma, cada memoria, cada ser. Las huellas del genocidio perpetuado en Guatemala están ahí latentes.
“¿Quién dijo que todo está perdido?, yo vengo a ofrecer mi corazón, tanta sangre que se llevó el río, yo vengo a ofrecer mi corazón…” cantan mientras unos lloran con las heridas vivas en la memoria.
Se sirven café y caminan hacia una esquina, se repesan en la pared y siguen conversando. Al mío, cuenta Artemia, lo sacaron del rancho llegaron los soldados y le prendieron fuego al jacal. Lourdes y Emilia la escuchan en silencio. Estábamos organizando las mazorcas y el quintal de frijol cuando entraron y le pegaron con las puntas de las botas, le dijeron que él era un comunista que ayudaba a la guerrilla y que debía pagar por eso, ahí en el suelo del jacal le cortaron los dedos con un verduguillo, tres dedos recogí yo.
Lo colgaron de una rama de un árbol y le empezaron a pegar a mis dos niñas también las violaron como a mí, la menor no sobrevivió tenía cinco años, la grandecita estuvo una semana en el centro de salud no abría sus ojitos dormidita todo el tiempo yo pensé que se me iba a morir pero sobrevivió. A mí me arrancaron el corte y me rompieron el güipil desnuda me dejaron tirada en el monte, no sé cuántos fueron los que me violaron pero eran muchos me desmayé y un vecino nos encontró. De mi compañero jamás volví a saber nada.
“Nace una flor todos los días sale el sol, de vez en cuando escuchas aquella voz…” Artemia también dejó su natal Huehuetenango como lo hicieron miles y buscó refugio en otra tierra. Aprendió a hablar español en Estados Unidos. Ahí fue a parar después de rodar por territorio mexicano durante cinco años.
“¡No!, Permanecer y transcurrir, no es perdurar no es existir, ni honrar la vida!…” Por primera vez en la historia de Guatemala se está llevando a cabo un juicio contra uno de los genocidas que en su gobierno masacró, torturó y desapareció personas. En el recinto se ha reunido un pequeño grupo de las miles de personas que fueron golpeadas por los años sangrientos que vivió Guatemala.
Cantan, recitan, se quedan en silencio y vuelven a emerger con recuerdos, nombran a los desaparecidos, a las torturadas y los masacrados a las violentadas, a los que nunca se han ido porque están vivos en la memoria colectiva, a las que nunca dejaron de existir porque siguen respirando en el día a día de quienes se niegan a olvidarlas.
Emilia sorbe un poco de café, tiene la mirada perdida en la nada, el humo blanco del pom le recuerda su natal Quiché, es orgullosamente Ixil y porta su ropa con la elegancia propia de su identidad . Salió corriendo junto a docenas de personas para internarse en la selva, le mataron a toda su familia fue la única sobreviviente, la violaron los soldados cuando regresaba de la parcela con su papá, a él lo mataron ahí mismo y a ella la dieron por muerta después de que le pasó por encima más de una docena de esbirros. Emilia cuenta que tenía diez años de edad cuando eso sucedió. Entró a territorio mexicano y luego emigró hacia Estados Unidos.
“Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos…” están ahí reunidas las almas que se niegan a olvidar, las que celebran que por fin la justicia esté despertando. Ahí representando a las miles de personas que abandonaron el país obligadas por la persecución de un gobierno de genocidas.
Lourdes, Artemia y Emilia son tres mujeres marcadas con el estigma de la violencia perpetuada en sus cuerpos, tres de las miles y de los millones en la historia de las dictaduras en el mundo entero.
El trovador sigue tocando su guitarra las voces no paran de cantar, al unísono a pulmón abierto, con el corazón desgarrado y la memoria en carne viva. Proclaman, ¡justicia, Guatemala nunca más!
¡Justicia, Guatemala Nunca Más!
Ilka.
Marzo 26 de 2013.
Tabucolandia.

5 comentarios

  1. Cuanta brutalidad cruza la historia humana…y no deja de ocurrir. Muy buen artículo Ilka, un abrazo grande.

  2. Vicente Antonio Vásquez Bonilla

    Cómo unos pocos, lo que toman decisiones, pueden manipular a tanta gente y afectar a miles de inocentes.

  3. Ahora estamos en el tiempo en que la justicia pudiera hacerse justa… ojalá!

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