Arcadia

Lo ve asomar con sus once ovejas, cayéndose macho de bolo se ha gastado el sueldo del mes nuevamente.
A Arcadia le contaron que lo vieron desde el medio día chupando en el bar de la Maruca Quezada.
Desde la ventana de la cocina lo mira subir la cuesta de adoquín, atrás camina la yegua con el aparejo vacío el asoleado no ha comprado el frijol ni el máiz.
Ni la media de gas, ni las candelas, ni la libra de azúcar. Ni la sal ni el bicarbonato, ya no hay cal para cocer el nixtamal, ni la media de aceite para hacerle el purgante el cipote que está embotado.
Se asoma a la ventana nuevamente y le habla como si lo tuviera ahí a la par suya, Alcides mueludo desperdiciaste el día ingrato no fuiste a trabajar porque sabrá Dios desde qué horas de la mañana andás bebiendo que hasta mojado trés el pantalón de meado que venís.
Sigue torteando tragándose el humo de la leña verde, pone a hervir agua en el batidor para prepararle café amargo. Su angustia crece porque cada vez que Alcides se emborracha me mete unas penqueadas que me deja en cama doctor y ya no quiero estar viniendo al dispensario, por vida suya hable con el Alcides para que se enderece y deje el trago.
El doctor la revisa en esta ocasión ha perdido dos dientes más, ha perdido el cincuenta por ciento de la piel de la espalda, el dedo meñique de la mano izquierda está quebrado, un edema en el lado derecho del rostro a la altura del pómulo, las rodillas sangrando.
La primera vez que la atendió fue para el parto de su primera hija, Arcadia tenía quince años de edad y llegó con la fuente rota a punto de componerse, él trajo al mundo a María del Carrizo, era un secreto a voces en el pueblo que uno de los tíos la había abusado y la había preñado, nadie lo juzgó, ningún policía llegó a detenerlo, ningún alcalde hizo escuchar su voz. Arcadia tenía quince y el tío la preñó después de estarla abusando durante tres años.
Ve sus ojos son azules como el cielo de Jalpatagua en marzo, sus rizos rubios, su piel blanca como la leche recién ordeñada, sus labios de mulata, Arcadia tiene veinticinco años.
Su hija mayor tiene diez años, Bartolo cinco y Jacobo el menor un año. Conoció a Alcides para una feria patronal, éste llegó a vender hamacas , arcilla y vainas de cuero para machetes el negociante era de otro municipio, ella le compró dos batidores y él se enamoró de su estampa de yegua salvaje de las que abundan en los cerros del oriente guatemalteco.
Antes de que la feria terminara fue a hablar con los papás de Arcadia y arregló la dote que consistía en dos vacas, una ternera, cinco cabros lecheros, una red de gallinas del país, cinco gallos ingleses, tres cargas de leña y cinco mil quetzales en efectivo.
Por estar la novia ya mancillada la dote no requirió de la media docena de caballos ni de matrimonio por la iglesia, ni por el civil.
Un día llegó y la fue a recoger para llevársela a otro pueblo, Arcadia tenía dieciocho años y una hija de tres. En una caja de cartón acomodó la ropa de la niña y en un costal la suya, los tres caminaron hacia la estación del bus que los llevaría a otro destino.
Arcadia está dándole vuelta a las tortillas en el comal cuando entra Alcides con el corvo envainado en la mano, la comienza a golpear en las pantorrillas, luego en la espalda, en los brazos, le pega con odio, con radia, nunca le pudo perdonar la mancilla, ¡el castigo de juntarse con una mujer jugada por otro!, ¡ser el sobado del pueblo!, ¡unirse con una mujer que ya había parido una hija de otro!
Suelta el corvo y empuña la mano y comienza a agredirla en el rostro hasta que le revienta los labios y le arranca dos dientes, con un leño quiebra el comal y le lanza el batidor de agua hirviendo sobre la espalda. La niña mayor se esconde con sus hermanos en el granero, trata de que su padre no la encuentre porque cuando toma la golpea y le dice que no es su hija, ¡que no lo llame papá!
Desde un agujero en la puerta trancada ve cómo su papá arrastra a su mamá por el patio, le ha amarrado las manos y la sujeta del cabello, se sube a la yegua la corre a galope y arrastra a su madre por el camino de adoquín hasta llegar al talpetate del camino real, las vecinas escuchan los gritos de dolor, los lamentos de Arcadia pero solo la observan porque a la mayoría los esposos les hacen lo mismo.
Alcides la deja tirada cerca del cementerio del pueblo y se va a seguir la farra al bar de la Maruca Quezada allá las mujeres lo consienten pues las invita a los tragos y les compra ropa a las que se portan bien con él.
Hace mucho que dejó de ser comerciante ahora trabaja de caporal en una de las fincas de tío Edelmiro Suárez uno de los hombres más ricos del pueblo, hermano del alcalde. Ahí mantiene a raya a los mozos que siembran el frijol, máiz y maicillo.
El doctor trata de curar las heridas en la espalda expuesta algo que ya lo ha realizado en varias ocasiones a la mayoría de mujeres del pueblo, pues los ha escuchado decir en el bar que un buen macho de oriente no debe de dejar que la mujer se le monte encima y si está mancilla antes del matrimonio los derechos son negados en absoluto,¡ por putas!
Arcadia ya ha perdido dos crías que el mismo padre se las ha sacado a patadas cuando ha estado borracho.
Arcadia nunca lo dejará porque fíjese doctor que si lo dejo me va a buscar para matarme, yo no valgo nada ningún hombre me va a querer con tres hijos, y tampoco lo voy a denunciar porque solo me pega nada más, Alcides es un buen hombre me aceptó con una hija que no era suya.
Esa noche Arcadia se encuentra en su cama convaleciente por las heridas de los golpes y de la arrastrada sobre el adoquín, Alcides entra y tranca la puerta la busca en la cama y la monta una y otra vez sin su consentimiento, Arcadia se tapa la boca con las manos ahogándose en llanto y dolor, no quiere que sus crías se despierten y vean a su padre abusándola.
El abusador ahogado en alcohol la estrangula hasta que ya no la siente respirar. Yace satisfecho en el mismo instante en que Arcadia muere.
Nadie pregunta, nadie sanciona, nadie investiga, nadie busca justicia, Arcadia es una más de las difuntas en el cementerio del pueblo, de las transgredidas que se vuelven polvo, de las que son viento, de las que son ocasos que abrazan los cerros. De las que son historia, de las que florecen en marzo convertidas en izotes, pitos, chactés y alimentan a las crías del oriente convertidas concienzudamente en flor de chipilín.
Alcides toma como su mujer a María del Carrizo la hija de Arcadia, que tiene diez años y tres meses de edad.
Ilka.
Marzo 11 de 2013.
Tabucolandia.

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