Copos en febrero.

Y me como dice aquella de Sabina,  … y me dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres…  y la nieve no deja de caer. Se dio al anuncio en la mañana de que al filo del medio día comenzarían a caer catizumbadas de nieve y fue así efectivamente, toda la tarde, toda la noche y gran parte de la madrugada.
Febrero es galante y generoso es el mes más blanco del invierno su despedida no podía ser para menos silenciosa, describiría el invierno como algo maravilloso porque a mí me gusta, porque no me deprime y porque hay magia en cada copo, otra persona tal vez te dirá que se le baja la moral porque nunca o casi nunca sale el sol, que detesta los días nublados y grises, que el frío quema, que limpiar la nieve aburre y que detesta las atracazones en la carretera.
Lo cierto es que cada instante, cada día, cada época tiene su lado de luz y su lado oscuro yo pienso que ambos hay que disfrutarlos o sufrirlos según sea el caso con la misma intensidad, porque las cosas a medias no sirven, es mi forma de ver la vida y de vivirla estoy encaramada en una constante montaña rusa, pa`rriba y pa`bajo.
Traté de dormir como seguro trató de hacerlo el resto de la ciudad pero fue imposible y no porque el efecto nevada tenga el mismo de la lluvia cayendo sobre las láminas oxidadas en las covachas de Ciudad Peronia, sino porque  el ruido de las palas raspando la nieve crean un sonido ensordecedor que lujo fura si se pareciera al de las chicharras despertando en los últimos días de febrero para engalanar el marzo de allá pondieuna.
 
A las diez de la noche pasó el primer carro de palangana con su enorme pala raspando la nieve en la calle y un puñado de hombres armados con palas limpiando las banquetas y las puertas de los edificios. El ritual se realizó cada hora hasta las cinco de la mañana.
Quedándome medio cuajada iba cuando otra vez aparecía la mole con su pala eléctrica, ahora con la adicción de un motor lanzando sal y un hombre encaramado en una máquina muy parecida  a las de cortar grama de esas que recogen la nieve y por medio de una especie de embudo la van lanzando hacia un lado.
Me levanté vi el reloj era la una de la madrugada con cuarenta y cuatro minutos, me asomé a la ventana y observé el espectáculo: me detuve en los hombres algunos con triple chumpa, los que tuvieron suerte y el dinero les dio para comprar botas de invierno  los otros con zapatos normales y con la nieve congelándoles las pantorrillas,  con guantes y bufandas unos y otros con una simple gorra de verano cubriéndoles la cabeza, todos latinoamericanos y me atrevo a afirmar que centroamericanos y mexicanos que somos quienes en  general realizamos este tipo de trabajo.
Y digo realizamos porque mi hermana y yo también lo hicimos, recién llegadas a este país de ensueños fantasmagóricos y de adormecidas letanías de triunfos fallidos,  limpiamos nieve  éramos de las hormiguitas muy parecidas al puñado de hombres que vi hoy en la madrugada, con pala en mano limpiando la nieve de las banquetas. En invierno dormíamos con el celular encendido esperando que a cualquier hora de la noche y madrugada timbrara teníamos cinco minutos para abrigarnos y salir, conducir hasta el punto de reunión y treparnos en las moles de palas eléctricas,  el recorrido por centros comerciales, pueblos, duraba  largas horas, terminábamos con los brazos molidos, los pies congelados y la nariz roja como un tomate, las orejas tiesas y el hambre a tuto. El salario mínimo nos felicitaba por la ardua labor.
También entre los mil oficios fueron dos inviernos limpiando la basura del estacionamiento de un enorme centro comercial, llegábamos a las seis de la mañana y a limpiar pues las cuadras y cuadras llenas de basura, cuando nevaba el clima entibiaba pero cuando había nevado la noche anterior era toda una expedición ir a realizar el trabajo.
Entonces te das cuenta que la discriminación se ha propagado mucho más que en siglos pasados aunque intentemos maquillarla con mil frases distintas, una mirada lo dice todo, un gesto, una palabra. A nosotras los gringos que iban en sus carros de último modelo nos fulminaban con la mirada, temían que nos acercábamos a sus carros pensaban quizá que en un descuido los podríamos abrir  para asaltarlos, tu apariencia los asusta,  andás recogiendo basura, con guantes sucios cargando bolsas negras plásticas y vos olés a residuos de todo tipo. Trabajo que dignifica como cualquier otro.
Esos inviernos son inolvidables en mi vida. En la parte de atrás del centro comercial estaba el recipiente de basura una especie de furgón, eran esos días… tan agrios en mi vida de migrante, me odiaba y odiaba todo lo referente con mi nueva vida en este país, conversábamos con mi hermana durante todo el recorrido, ella en un lado del estacionamiento y yo en el otro calle por calle de ida y vuelta, ella me exigía aprender inglés para tener la opción a limpiar casas de lo contrario  me dijo que me pasaría limpiando estacionamientos toda mi vida, y yo le decía que lo mismo era limpiar inodoros en un lugar que en el otro, pero después comprendí que no es lo mismo, en uno te pagan más aunque la humillación es la misma, aunque yo  he contado con la suerte de tener patronas con el nivel de conciencia un poco más elevado al de  la media, y en otros casos también me he topada con lacras del racismo y xenofobia. Algunas veces me he negado a trabajar y prefiero comerme las uñas pero en otras la tripa obliga y la mensualidad del alquiler del apartamento. Entonces aprendés… aprendés… aprendés que en la vida  el trabajo honrado dignifica aunque tu ego se sienta abatido es una lucha que le da equilibro a tu vida y que si sabés aceptar y comprender te das cuenta que el ego es solamente un estorbo que no te permite ser.
Yo odio limpiar pero aprendí a tenerle respeto a ese tipo de trabajo y a agradecerle mi sustento.
 
Estaba ahí parada repesada en la ventana eran las dos de la madrugada preparé café y les llevé al puñado de hombres limpiando la nieve con palas, sus rostros sorprendidos lo agradecieron antes que lo hicieran sus palabras que salían congeladas de sus labios. Qué ilusión ver sus miradas lo que hace una simple taza de café a las dos de la madrugada.  Subí nuevamente a mi cuchitril  y les dije que me dejaran las tazas en la puerta del edificio. Me acosté en mi cama  con la mirada clavada en el techo con la luz apagada, pensando en esos días limpiando nieve y limpiando el estacionamiento del centro comercial,  de la ilusión que tuve de poder tomarnos una foto con mi hermana ahí recogiendo basura y limpiando nieve para recordar cuando la memoria nos fallara, así como tanto quise tener una de niña vendiendo helados pero nunca tuvimos dinero para un lujo de esos,  las imágenes difusas se columpian en  mis sesos cuando la urbe de esta ensombrecida ciudad trata de enamorarme, entonces aparece inmediatamente la niña  heladera con sus canillas cenizas, echa pistola corriendo con su hielera a tuto tratando de esconderse el cobrador que no la dejaba vender en los callejones del mercado, cómo quisiera tener en mis manos una fotografía de aquella niña guindaba de los autobuses ofreciendo los helados y apeándose al pedalazo en la parada más cercana para luego abordar otro y realizar el mismo ritual. Pero no hay ninguna no hay tales de regresar el tiempo, solo tengo prestados  los recuerdos que temo  que algún día confabulen y armen su propia manifestación y se larguen lejos de mi memoria, ese día moriré porque no sabré quién soy y de nada me servirá la vida.
 
Un día limpiando  un inodoro en casa de una señora recuerdo que le dije a mi jefe que me  tomara una foto con mi teléfono celular ahí limpiando el baño y él se sorprendió me preguntó que para qué quería una foto en el baño y limpiándolo además, entonces le dije que a veces el ego traiciona y cuando eso sucediera yo tendría esa foto en mi mano para arroparme en ella y no despegar los pies del suelo.
 
Hoy en día tengo una cámara fotográfica que es mi amante, amiga, confidente, compañera de aventuras que emprendemos ella y yo solamente. Cómo hubiese querido contar con ella en mi infancia, pero la tengo ahora y el presente  hay que vivirlo con la intensidad de que puede ser el último día de tu vida.
Es febrero el galante mes del invierno que generosamente se viste de blanco para enamorarme y yo no me puedo resistir a su encanto, el día amaneció gris y las nubes se confunden con el humus que emana de la tierra, y yo desvelada, pasmada y toroleca me alisto para irme a trabajar y despedir el mes con el respeto que se merece.
Posdata: sigo en los mil oficios lo cual no es ninguna tragedia sino una tremenda universidad.
Ilka.
27 del mes del jocote rojo y de la flor de pito, de allá pondieuna.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

3 comentarios

  1. Hoy me dejó callado… Llevo mas de 250 minutos pensando en su publicación… Mis mejores amigos en el trabajo que desempeñé durante muchos años, fueron, son y seguirán siendo precisamente esas grandes cuadrillas que se encargan de mantener limpias las calles de esta nuestra Guatemala adolorida… Niños, jóvenes, adolescentes, adultos y hasta ancianos en esa labor tan vilipendiada. No se imagina lo que produjo en mi… La quiero y la respeto muchísimo.

  2. Gracias dulzura, solo cuando has vivido y sentido en carne propia los envates de la vida, Dios prepara tu corazón y tu mente a una solidaridad con tus semejantes. Cosa que jamás lo harán los que han vivido en cuna de seda. QUE DIOS TE BENDIGA, ABRAZOS….

  3. ooooh encantado de leerte, siempre me dejas divagando y pensando en mis paisanos que por alguna u otra razón residen por esos lares…

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