Adepta y embobada.

Cuando era adolescente me enamoré con locura de un patojo canilludo, tabudo y andalón era para mi el Jean-Claude Van Damme de Ciudad Peronia, el cipote me hacía tartamudear cada vez que lo veía, me sudaban las manos, sentía que de pronto era invadida por un ejército de hormigas coloradas , eso de las maripositas en el estómago no me hacían mi cuillo, conmigo siempre todo fue rudo, ¡hasta los trinques!
Pero con él viví un amor platónico, el imposible, el que sólo formulás en tu maceta, con el que te acostás soñando que sus manos palpan cada poro de tu piel, ése amor que sentís pegado al cuello sintiendo tu respiración, así lo sentía yo en la cama de metal que rechinaba con las cuatro crías durmiendo sobre el lado de la pata coja. Un baño a guacalazos con agua fría no bastaba, el asoleado me tenia al borde del precipicio, ¡más nunca se lo dije! Tampoco se lo di a entender, cuando lo veía inmediatamente formaba un caparazón que me cubría, nunca demostré mi debilidad , claro excepto por mi tartamudeadera, crecimos juntos yendo a la iglesia, en la primera comunión, en misa, la confirmación, muchas navidades llegó a darme el abrazo de media noche, me buscaba en las cuadras donde me encontraba bailando con los patojos me veía con esos sus ojos color miel y me sonreía de tal manera que me provocaba agarrarle el choreque a mordidas. Su cercanía, el olor de su piel me enloquecían, pero fui capaz de contenerme para no estamparle un beso en el choreque y demostrarle que me hacía delirar, en cambio me trincaba con otros enclenques sin menor pena. Ése canilludo fue mi perdición durante años yo besaba a otros pensando en él – la típica mampluza de telenovela-.
Hasta que un día fue a mi casa a compartirme la noticia que se iba a casar quise agarrarlo a trompadas por imbécil, por aguacate, por no besarme, por no declarme su amor, por no apagar el fuego que me consumía, me quedé callada escuchando la noticia tenía a su novia embarazada, ahí en ese instante me enteré que tenía novia nunca lo había visto con nadie ésa tarde lo desterré de mi vida y de mis pensamientos, ya no era necesario el caparazón era un hombre totalmente prohibido para mi.
Pasaron los años y emigré de pronto en una tarde de invierno recibí una llamada telefónica era él, declarándome su amor con puntos y comas yo no pude resistir soltar una carcajada, reía y reía ya no era la adolescente, ya no estaba en mi cuerpo la efervescencia de aquellos años y su declaración de amor me pareció tan infantil estando casado y ya con media docena de crías. Su razón para no haberlo hecho antes, “es que tú le pegabas a todos los trompeabas y yo te tenía miedo pensé que si te decía me ibas a reventar la boca” . Ahí con esa llamada terminó la historia de aquel amor platónico de adolescencia.
Algo así me ha pasado con mi querida Isabel Allende, mi locura por ella terminó de pronto sin aviso, sin pena y sin gloria se alejó. Y sucedió cuando reelía Mi País Inventado ese libro suyo que fue el primero que leía en mi condición de emigrante con el que lloré mares en cada página, tanto que marcó mi vida. Se esfumó es hechizo, se deshizo el entuerto de su realismo mágico. Sabía que sucedería siempre me pasa cuando releo un libro, se desvanece aquella primera impresión. La ilusión de amor a primera vista. Sería con ella porque mi estado emocional de aquellos años era digno de que pegara un tiro en la cabeza y volarme la tapa de los sesos, así de profunda era mi depresión, ella ayudó a que pudiera flotar en el mar bravío, sin balsa y sin remo alguno.
Y en mi agradecimiento por haberme salvado de ahogarme en mis propias tormentas le profesé un amor fiel durante todos estos años, pero ya no puedo ya no puedo mentir, ya no puedo jugar a estar enamorada con ese ahínco de antaño.
Mi amor por ella no se ha ido del todo creo que ha cambiado de lugar y ha dejado espacio para que me enamore de otras almas.
Una mañana de lluvia perenne pensé como solía cuestionarme en las tardes de lluvia y cielos nublados siempre, ¿existirá en este mundo otro ser que como yo deambule y sienta desfallecer cuando llueve? Y mágicamente apareció Luis Alfredo Arango con su poema Antes de Que Llueva, que fue para mí como un terronazo en la cabeza lanzado con honda y con piedra de talpetate desde el tercer estanque de agua de la aldea El Calvario, lo leí docenas de veces con los ojos aguados y el corazón emancipado, suspiré. Había encontrado a mi alma gemela y lo confirmé cuando leí El Andalón.
Después moribunda y toroleca me adentré en las venas de Ligera y Diáfana de nía Luz Méndez de la Vega, mujer de la que ni siquiera había escuchado mentar, cada poema era un revelación. La lozanía de la prosa, de la candencia, del sentir… me enamoré con la urgencia de un amor desmedido. Su libro es mi biblia de todos los días.
A estas alturas ya había en mi vida dos amores intensos el de Luis Alfredo Arango y el de nía Luz, bueno mita mita dije para que no se peleen, pero apareció nuevamente la Violeta del Carmen Parra Sandoval, precisa y con el arpón en la mano y lo lanzó directo al corazón leo sus canciones como poesía, como lectura diaria, como ejercicio del alma para que no olvide el monte y el olor a agua fresca en cántaro de barro.
Y sucede como en las camionetas cuando pasa el ayudante diciendo que “por favor córranse para atrás, porque van a meter más gente” ya estaba Virginia Woolf, poderosa e intelectual, mi Benedetti amado, pero se presentó con una maleta de paso –muy parecida a la de la inquilina migratoria- en la parada de autobús la argentina que me haría hervir la sangre y sentir nuevamente ese amor loco de adolescencia ella era Alejandra Pizarnik.
Me declaro una embobada adepta de su prosa, de sus versos tristes y opacos pero profundamente honestos y desnudos. Totalmente identificada con sus grises depresiones y cambiantes estados de ánimo, que aun sedada con pastillas fue totalmente cuerda como para identificar las revoluciones del inconsciente y sobria para enfrentar el subconsciente adyacente.
Sí, me he enamorado perdidamente como el amor suyo por Silvina Ocampo, me he pegado la colgada de mi vida como en mi adolescencia, por los versos en su diario, por las cartas a su amante, por la piel en carne viva, por su forma de expresar lo que las almas sometidas a sociedades moralistas se empeñan en castigar.
Mí Alejandra del sur tenía que ser, de ese sur de mis querencias, de mis embobamientos… de mis ensueños y quimeras. Mí Alejandra la moribunda alma acongojada que de suspiro en suspiro pintò oleos de cielos accesibles a la realidad. De venas abiertas que no sangraban que eran ríos de torrentes de pasión. Mí Alejandra la poeta tímida y silenciosa que el amor convirtió en poesía y el dolor en prosa.
Mí Alejandra la argentina que llenó los vacíos existenciales con óvalos hechos de versos desnudos.
Y yo que de consuelo para sentirla cerca, propia y mía me abrazo a su poesía como lo hace febrero a la flor de pito, como lo hace el jocote rojo a la orilla del río Paz, como lo hacen las golondrinas a las noches de Escuintla, como lo hace la madre a la cría cuando la va a amamantar, como lo hace el rescoldo en la madrugada al abrigo del polletón y como lo hace este invierno al vaho de las nubes bajas.
Ilka.
10-02-2013.
Tabucolandia.

3 comentarios

  1. Hermoso texto, me encanta como la definis a Alejandra! Bravisimo!
    Un abrazo.

  2. Más que un Comentario merecés Una Elegía… Gracias por tus enaltecedoras descripciones de los arraigos que te motivó Alejandra la argentina. el_ju(Who?)

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