Al otro lado del cerco.

Del tapial, del muro, del río, del desierto…
“ Quièn dijo que todo esta perdido, 
yo vengo a ofrecer mi corazòn 
tanta sangre que se llevo el rìo, 
yo vengo a ofrecer mi corazòn.” –Fito Paez.
Donde abundan los rascacielos, los lagos artificiales, las autopistas de ocho carriles, y donde pernocta el fantasmagórico sueño americano metiéndole zancadilla a toda alma prodigiosa que crea en la falacia de estar viviendo en la tierra de las oportunidades.
Aquí también se ha cuajado el dolor de miles. Han sacado raíces, retoños y terceras generaciones. Sus almas guardan aquel infierno de pasado que los persigue desde tiempos del genocidio y las desapariciones forzadas. El exilio les llamó o bien salieron a buscarlo como única opción para salvar sus vidas, forzados  y forzadas a aventurarse a dejarlo todo y buscar refugio en otra tierra, aquí en Estados Unidos también  miles no han dormido esperando durante décadas  el día de hoy y celebrar por fin que se ha avanzado en la búsqueda de la justicia.
Y yo… y yo… una ishta  de canillas chorreadas que no viví aquellas atrocidades mi memoria está limpia de esos recuerdos, soy de la generación a la que se le inyectó  la amnesia, la otra versión de la verdad, la maquillada historia oficial. De la que niega que existió el genocidio, de la que dice que seguramente en algo andaban metidos por eso los mataron, de las que confía en su ejército y en sus autoridades. A esa generación pertenezco. A la que le lavaron el coco y le dijeron que lo mejor viene de afuera y que  la identidad es un cuento de los libros de Colección Claudia.  Ésa es la verdad de mi generación pero no la mía y tampoco lo es la de muchos y muchas.
Nosotras nos salimos del redil, no escapamos del guacal, somos las almas subversivas que exigimos justicia, las que no se cuecen al primer hervor, las sublevadas que no se dejaron ir con la finta, las que hoy celebramos el inicio de un nuevo episodio en la manoseada justicia.
Y qué dolor el que siento por Jacoba  a quien le desaparecieron su compañero y que abusaron sexualmente un grupo de soldados hasta dejarla inconsciente en las faldas del altiplano.  Hoy camina en las calles de Chicago sonámbula a veces –cuando  los recuerdos se le desboronan de golpe-  y en otras más despierta que nunca, atenta y juiciosa, fuerte y decidida.
Por Margarita a quien le torturaron al esposo y a su hijo hasta dejarlos deshollejados  y en sangre viva en la cuneta de una carretera. A ella la milicia le cortó un seno y desfilaron sobre su cuerpo hombres encapuchados que le dijeron que su esposo poeta no era más que un comunista y las esposas de los comunistas unas putas, estuvo en el hospital veinte días tratando de salvar su vida. Es sobreviviente de ese brutal abuso.
En los ojos de esas dos mujeres se observan mares bravíos de lágrimas saladas y la gente las abraza y les dicen que esperan que los culpables paguen.  Pero los abrazos no son suficientes ni compartir el dolor, tampoco encomendarse al santo cristo de Esquipulas, rezar el rosario y cinco Ave María, el deber ciudadano, moral y humano es exigir a las autoridades que castiguen a los culpables, nuestro deber es mantener la memoria histórica fresca, vigente, es empujar la oscura noche de la impunidad hacia la alborada de la justicia.  Es compartirle a las siguientes generaciones el valor de la conciencia colectiva.
¿Cómo? Empezando por leer  lo que el sistema se niega a publicar y  por no negar la realidad. Dejar de  pensar en que el pasado hay que dejarlo quieto, porque eso nos  convierte en cómplices en solapadoras  de un sistema podrido por el tráfico de influencias.
Aquí al otro lado se pudren  en el dolor muchas almas que migraron huyendo de aquel infierno de país.
A José lo torturaron le cortaron las yemas de los dedos y le quebraron ambos brazos, también con cigarrillo le quemaron los genitales, José trabaja en una fábrica armando tapaderas de inodoros, su caso sigue en la clandestinidad sin ser investigado tampoco la desaparición de su hermano, un estudiante de magisterio que un grupo de hombres que descendió de una panel blanca secuestró a plena luz del día a un costado del edificio de Tipografía Nacional. José tiene cincuenta años de edad y  tiene apariencia de un hombre mucho mayor, su cabeza poblada de canas y grandes bolsas oscuras bajo los ojos, lleva décadas sin dormir, las pesadillas lo martirizan y los recuerdos de un hermano gritando de dolor cuando lo golpeaban mientras lo subían a la panel blanca.
José tiene tres hijos que nacieron en territorio estadounidense, -paradójicamente el país que orquestó semejante genocidio- una nieta que habla inglés y que lleva la misma sangre de un tío abuelo que se atrevió a soñar y luchar por una Guatemala mejor, ésa Guatemala que para ella es el lugar de donde viene su herencia, hoy José, sus hijos y su nieta esperan como miles el inicio del cambio.
Cuánta historia guardan las calles y avenidas de mi país, como para que nos neguemos a olvidar éstas nos recuerdan que hay un pasado que necesita paz, pero para lograrla se tiene que desmantelar la empresa de un  gobierno, de un ejército… de una sociedad manipuladora y de doble moral.
Pareciera que tenemos todo en contra y que estamos dando pasos a ciegas, pero no es así hoy es un día histórico y  hay que celebrarlo, por las  vidas que se perdieron, por las voces que silenciaron, por las fosas clandestinas que desde el centro de la tierra están clamando justicia.
Por las almas anónimas, por las que creyeron en un sueño, por las mujeres que violaron, por las  niñas que torturaron, por los cuerpos desmembrados, por las voces que cantan desde el eco de un pasado que se niega a morir. Por nosotras y nosotros para tener un presente libre de impunidad y poder caminar hacia un futuro que nos permita decir que en Guatemala existe la justicia.
Hoy que se pudra lentamente el genocida Ríos Montt porque la justicia le ha dado la cara y él tiene que entregar  cuentas, aunque sabemos que no será sentenciado ni castigado como corresponde, lo sabemos de sobra porque el sistema está corrompido y la conciencia no alcanza para tantos, pero habremos avanzado en esta carrera a cuestas que nos ha tomado décadas descifrar.
Les han de estar temblando las tabas a aquellos que chafarotes, orejas y criminales disfrazados de justicia también llevan las manchas de sangre de inocentes sobre sus culpas.
En un día como hoy me pregunto, ¿de qué manera se puede honrar la vida?
«¡No! permanecer y transcurrir
no es perdurar, no es existir
¡Ni honrar la vida!
hay tantas maneras de no ser,
tanta conciencia sin saber
adormecida…
Merecer la vida no es callar  ni consentir,
Tantas injusticias repetidas…
¡Es una virtud es dignidad!
Y es la actitud de identidad ¡más definida!
Eso de durar y transcurrir
No nos da derecho a presumir.
Porque no es lo mismo que vivir…
¡Honrar la vida!»
Eladia Blázquez. Honrar la vida.
Ilka.
Enero 24 de 2013.
Estados Unidos.

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