Mientras nevaba.

La voz de la trabajadora social la termina de despertar, le avisa que tiene que abandonar el hospital, que han estudiado su caso y  no es aplicable para la ayuda gubernamental.
No es la primera vez que Joaquina se encuentra en esas circunstancias. No es la primera vez que desde su cama de hospital observa tras la ventana el cielo estrellado de verano, no es la primera ocasión en que la sacan del hospital porque su caso como el de miles no le permite recibir atención médica. No lo es y nunca lo será, su condición de indocumentada le niega optar a beneficios que tienen residentes y ciudadanas estadounidenses.

Aun adormitada observa a la trabajadora social una africana de nombre Yumei la conoce desde la primera vez que llegó a la sala de emergencias del John  H. Stroger Jr. La versión de lujo del San Juan de Dios.

Es cáncer terminal le habían dicho en la clínica pública  cuando se realizó exámenes de rutina por una extraña irritación del colon, nunca  imaginó que esos resultados le cambiarían la vida.
Fue referida al hospital púbico de la ciudad, donde se le explicó tendría que  llenar docenas de papeletas y toda clase de papelería que pudiera ayudarla a solicitar la ayuda económica del Estado para poder tratar su cáncer.

No era la única en esas circunstancias, todos los días encontraba largas  filas de enfermos esperando ser atendidos en la sala de emergencias, muchos morían ahí mismo porque su situación migratoria y  el no tener seguro de salud no les permitían recibir el beneficio de atención médica. La morgue del hospital estaba llena de cadáveres de personas indocumentadas, que se tardaban meses en ser repatriados.

Antes que un médico la atendiera siempre salía a recibirla una trabajadora social, con las preguntas de siempre con la frialdad de quien trata con una máquina y no con personas.
Es cáncer colorectal, le confirmó un médico español que se presentó como  Iñaki. Usted tiene cáncer colorectal y es urgente atenderla porque ya ha hecho metástasis. Esas  palabras retumbaron en la sien de Joaquina una y otra vez. Cerró los ojos angustiada  mientras caía en un abismo del que pensó nunca podría salir, las manos del médico la devolvieron a la superficie cuando éste la abrazó y le dijo que existían tratamientos y que no todo estaba acabado que existían  sobrevivientes que habían logrado vender al cáncer.

Metástasis, Joaquina no sabía el significado de esa palabra tan enredada el médico le explicó que se trataba de la reproducción de la enfermedad a otros órganos y partes del cuerpo.
Le habló de pólipos de colon, de histología, de rayos X, de sigmoidoscopia, colonoscopia, biopsia, endoscopia,  y todas esas terminologías que la paciente no entendía, le contó del tratamiento que seguirían si se lograba obtener la ayuda económica.

Le explicó de  una posible cirugía, radioterapia, quimioterapia y de la terapia dirigida.
La condición de indocumentada no permitió que Joaquina pudiera recibir la ayuda médica. Después de dos días de exámenes en el hospital la trabajadora social le informa que debe retirarse y tratar de pagar la cuenta de ocho mil dólares por los dos días de exámenes realizados. Joaquina no cuenta con esa cantina de dinero.

Es indocumentada trabaja limpiando oficinas en horario nocturno y en las mañanas en una veterinaria aseando a los animales. Gana menos del salario mínimo y no cuenta con ningún beneficio, ella es como la mayoría en su condición una sombra nocturna imperceptible.
Ha comenzado a perder peso y  a vomitar a cualquier hora del día, sufre de fuertes dolores estomacales y ha perdido la energía hasta para caminar, se duerme parada mientras limpia el polvo de armarios y aspira alfombras, el cansancio la domina.

Renta un estudio en un edificio, vive sola, cruzó sola la frontera y se fue para el norte de Estados Unidos con la ilusión de conocer  la nieve y ahí se quedó en la ciudad que tiene un lago que parece mar.

Huérfana creció en  Casa Alianza de donde se escapó  cuando aun no le había  bajado la sangre, ya no era pura sus propios compañeros la habían abusado una y  otra vez. Vivió en la calle y durmió durante años bajo el puente del Trébol cerca de la estación de bomberos, comía de los alimentos que encontraba en el relleno sanitario de la zona tres. Su comida favorita  eran los medallones de Pollo Campero, que ya llegaban descompuestos y por los cuales le tocaba pelearse a  punta de navaja contra los otros adolescentes del sector.

A los veinte decidió ir a conocer la nieve, aun no conocía el mar pero le llamaba más la atención la nieve que veía en  las películas de navidad en los televisores de las vitrinas de la sexta avenida.

Junto a otros cinco compañeros de Casa Alianza emprendieron el viaje, pidiendo jalón a traileros favores que les tocó pagar con sus cuerpos. Cruzaron  el río Bravo y llegaron a tierra estadounidense ahí se despidieron y cada uno tomó un rumbo distinto. Nunca volvió a saber de ellos.

Pagando con favores sexuales llegó  a Chicago, Joaquina nunca ha besado otros labios y nunca ha sido acariciada, desconoce  la ternura y el amor. Desconoce el significado de las palabras papá y mamá.  Desconoce el calor de un hogar. En cambio conoce a la perfección cuando un hombre está excitado y quiere poseerla, sabe leer el deseo en los ojos vidriosos y en la piel hirviendo, en el tono de voz y cuando la golpean cada vez que la dominan. No importaba si en cambio le darán comida, un techo y le adelantarán un poco en su trayecto. Ella sueña con conocer la nieve. Es caminante sin rumbo sin norte ni sur viaja como hoja seca a donde la  sople el viento.

Va al cine de la Villita a  la media noche de cuando a en cuando,  a ver cómo se acarician las parejas, cómo se besan y cómo se tocan.
Joaquina nunca imaginó que aquel médico se  convertiría en la persona que la ayudaría a tramitar papelerías, solicitudes para ayuda pública, quien  a costa de favores con colegas la beneficiaría con exámenes y medicina gratuita. Iñaki había pertenecido a Médicos sin Fronteras, sabía  a la perfección el significado de la pobreza, su nobleza y calidez humana  no le permitían dejar a alguien morir sin antes haber intentado hasta lo imposible por salvar su vida.

 Por su condición de migrante indocumentada Joaquina estaba destinada a morir, su bajo salario no permitía solicitar formas de pago para acceder a tratamiento médico siendo el del cáncer uno de los más costosos en el país.

Iñaki un aventurero y bohemio, un cuarentón,  un turista de mochila en mano había viajado por el mundo entero ofreciendo su conocimiento de forma  gratuita, por su eminencia fue invitado a trabajar durante dos años a Estados Unidos, él escogió Chicago por la belleza enigmática del lago  azul. Por primera vez en su vida recibía un salario a cambio de su trabajo. Fue hospedado en un lujoso apartamento en  un hotel de la  avenida Michigan, disponía de un automóvil de último modelo y una tarjeta de crédito que no sabía cómo utilizar. Soltero codiciado por mujeres bellas y sensuales.

En la mirada desolada de Joaquina veía el reflejo de su propia soledad. Encontró en la paciente desahuciada un mar de fuego, un calor capaz de entibiar su fría vida de aventuras, iluminó sus noches en penumbra. Ella  representaba la paz del lago que veía todas las mañanas desde la ventana de su apartamento.

Pero el cáncer de Joaquina es terminal y está inundándola minuto a minuto.
La ayuda pública nunca llegó, Iñaki ha optado por internarla en el hospital y ser él quien se encargue de los gastos del tratamiento, Joaquina ha tenido que renunciar al trabajo la metástasis no le permite siquiera levantarse de la cama, ya no hay quimioterapia que haga efecto, su cuerpo lentamente está muriendo.

Iñaki la acompaña todas la noches, cuando no está de turno la saca del hospital y la lleva en silla de ruedas a dar un paseo cerca del lago, ahí se comen un helado y ven caer la tarde de fuego apagarse en las aguas del lago.

Joaquina es una chica de veintitrés años, callada y tímida. En las noches que está de turno Iñaki llega a su habitación y le lee novelas de Corín Tellado. La paciente no sabe leer ni escribir. En cambio sabe abrir puertas con ganzúa, abrir carros sin que suenen las alarmas y se salta cercos con la ligereza de una gacela.

La salud de Joaquina  ha empeorado, Iñaki decide llevársela a su apartamento  esa noche la luna azul los saluda se ha acurrucado sobre la ventana, es la última noche de agosto y se marca el fin del verano.

Con el otoño  llega la enfermera que la cuida cuando Iñaki va al hospital. Le inyecta morfina para el dolor los días son más largos y oscuros, llenos de tedio y sueño.

 Joaquina comienza a experimentar por primera vez en su vida un sentimiento incontrolable, una sensación de bienestar nunca antes vivida cada vez que ve a Iñaki acercarse a ella. Lo espera impaciente por las noches y los días en que él no está de turno y los pasan juntos los sientes irse como agua entre sus manos.

Llora  porque es incapaz de expresar  el fuego que le quema dentro cada vez que él toca su piel. Iñaki se ha enamorado  perdidamente de una paciente muda y moribunda. Ella se ha enamorado de su doctor  y de la novelas de Corín Tellado que éste le lee todos los días.
Con el paso de los días Joaquina comienza a hablar  incansablemente sin parar y a contarle de las veces en que uno tras otro sus compañeros jugaban a el papá y la mamá y se acostaban sobre ella, le cuenta de la vez que se salvó de ir a la cárcel porque le robó una cartera a una señora en el mercado La Terminal, que le tocó dejar que los policías se acostaran sobre ella para que no la llevaran a la cárcel.

Toca las sábanas finas de la cama y le cuenta que en su adolescencia se cubría con cartones y periódicos. Que sus almohadas fueron  bolsas de basura y que sus noches las entibiaban los cuerpos de los otros vagabundos. Que le gustaba más cuando en lugar de un  hombre se subía sobre  ella otra mujer, entonces dormía tranquila porque sabía que no le haría daño.
Teme  morir sin antes haber conocido la nieve. Iñaki se acuesta en su cama y la abraza, nunca había estado junto a una mujer en la misma cama sin estar desnudo y sin hacerle el amor, Joaquina le ha despertado el más profundo de los sentimientos, se llena con verla dormir y un extraordinario placer lo abraza cada vez que respira su piel.

Las horas que duerme Joaquina son muy pocas el dolor  no la deja descansar, cualquier postura  la  incómoda, necesita ayuda de la enfermera para todo inclusive para llevarse un vaso de agua a la boca, su piel ha palidecido tanto que parece  hoja de papel, sus venas las puede ver como ríos y quebradas surcando su cuerpo,   sabe que morirá muy pronto. Y no extraña nada solo siente una cierta nostalgia por la  nieve y por los padres que no conoció.

 Iñaki  pide cambios de turno para estar con ella más tiempo para abrazarla, siente cada día como su fuera el último, teme regresar el trabajo y encontrarla dormira, durmiendo para siempre. Ha pedido sus vacaciones  por adelantado, ha cambiado de planes pensaba ir a pasarlas a  Andalucía para fin de año, pero prefiere estar cerca de ella  para respirarla y cuidarla. Para leerle novelas de amor, para juntos esperar la llegada del invierno.   Por las  noches enciende  fuego en la chimenea y  lo escuchan crepitar  en un lenguaje que suponen es  el de dos enamorados.
    
Iñaki ha cambiado su alimentación para comer lo mismo de Joaquina, se bañan juntos y la enjabona mientras ella se acuesta en la tina porque no puede sostenerse de pie, palmo a palmo llena de espuma su cuerpo y acaricia su piel demacrada, peina su cabello ralo y  sin vida,   llena de crema sus piernas y sus muslos, le  besa los pies y la acerca a su regazo no quiere desprotegerla, no quiere dejarla sola, no quiere sentirse solo, la necesita es ella el oxígeno que respira, su motor su energía. Es ella su gran amor, su fantasía. Es ella con quien quiere convertirse en padre, sueña con  llevarla a Andalucía quiere que estudie en la universidad,  llevarla de la  mano y caminar en los bosques nevados de Galicia. Llevarla a conocer Asturias   y caminar por las calles que  inspiraron a Corín Tellado.

Quiere contarle la historia de Sancho Panza y el Quijote, decirle que es ella su Dulcinea. Quiere llevarla a conocer el mar donde llegan emigrantes marroquíes en pequeñas embarcaciones, y contarle que corren por sus vidas escondiéndose de la guardia civil  a la que le canta Joaquín Sabina.

Quiere cantarle todas las mañanas al despertar esa canción de Mocedades que ella representa my bien, porque es ella como una  promesa, como una mañana de verano, porque ella es el fuego de su hogar.
Quiere que ese último hálito de vida se prolongue hasta la eternidad para que el tiempo no lo consuma, quiere hacerle el amor sin premura. Quiere que ella lo arrulle con canciones de cuna. Quiere que la agonía que la consume lo consuma a  él, para darle a Joaquina  unos minutos más de vida y permitirle a su amada conocer la nieve.

Una noche de las  más frías de las últimas del otoño Iñaki besa por primera vez la boca  desencajada de Joaquina, ella duerme sin sentir  el roce de los labios que  la aman con locura. Al despertar ve a Iñaki inerte a su lado  lo toca su cuerpo está frío,  ha muerto de un ataque al corazón no resistió la fuerza del amor. Esa mañana comienza a  nevar es el primer día del invierno, Joaquina observa desde la ventana los finos copos que caen con lentitud en una marcha fúnebre que su corazón llora. Dos días después fallece en la misma cama donde por primera vez conoció el amor. Tenía bajo un brazo una fotografía de Iñaki y una novela de Corín Tellado.

El cuerpo del doctor fue repatriado a España y  Joaquina fue inhumada como XX en un cementerio de Chicago en un mañana de invierno  mientras nevaba.
Ilka Ibonete Oliva Corado.
Septiembre 03 de 2012.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Negrita linda: Dentro de su tristeza y dolor, es una historia de amor muy bella. Muy bien narrada, de tal manera que atrapa y toca el corazón del lector. La literatura es lo tuyo. Nunca dejes de escribir. No desperdicies el don que Dios te dio. Besos, Chente.

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