La sangre llama.

Es tarde de verano calurosa y húmeda de brisa rala y seca. Tengo una michelada en la mano y he hecho más para quienes quieran meterse el pichel de jugo V8 condimentado, más las cervezas que invernan en el refrigerador.

Desplayada sobre la hamaca que guinda de dos ramas de Sauces,  el olor de los tomates verdes del sembradillo en el jardín despierta mi nostalgia por la manos oscuras de mi Tatoj y las querencias  al recordarlo sembrando en el jardín sus hierbas y sus cebollas. Silbando siempre silbando.
Me levanto  y camino hacia el sembradillo, hay sandías, chile dulce, güicoyes, fresas, milpa, cebollas, repollos, coliflores, berenjenas  y el infaltable tomatal. Solo  le falta la toma de agua a un costado para que sea un típico sembradillo zacapaneco.

 No sé si es la michelada o es  la añoranza, pero  ese sembradillo me ha erizado la piel y aguado los ojos.

Los veranos, son tan distintos en tierra gringa como distinto es todo. De pronto quisiera evocar esos palos de almendros, los tamarindos y los cocales del Teculután de mi papa, las sandilleras y las tabacaleras con las enormes hojas verdes colgando secándose sobre los tapescos gigantes.  Las matas de guineos y el jocote marañón. Los mangales.

La sangre llama dice mi  Nanoj y la tierra también. 
Las matas de hierbabuena tienen ese olor a menta  incomparable, que impregnan todo el jardín. Estamos mi hermana  y yo de paseo en casa de la prima. Recuerdo el día en que la conocí, hace ya más de un año.
Nos alistamos y salimos pué rumbo a la cita. Una semana antes mi hermana me había dicho que “apartá el sábado Negra que vas a ir a conocer a tu prima”, y así fue aparté ese sábado de  invierno y llegado el día jalamos en busca de  la mentada prima. Llegamos.

La prima: hija de la hermana mayor de mi Tatoj, una del puñado que  parió mi tía Antonia.
Crecí escuchando a mi Nanoj decir que “la Evelyn es toda la cara de la Antonia, el modo de ser, hasta el de andar, es una Oliva completa, del Corado solo tiene el pelo colocho”.  (La Evelyn es mi hermana-mamá)

Pero no tenía  un punto  de comparación,  no crecimos con nadie de la retahíla Oliva alrededor como para ver si era cierto, (y hoy sí que ver va) y comprobar los comentarios de mi Nanoj que hicieron mella  en nosotras como lo hace el cayo en el pie.

Y sí la Pelu es diferente, tiene ese aire de –caquera- elegancia mero extraño que no encaja en la crianza que tuvimos, era una niña vendedora de helados de canillas choreadas  mera fifí,  pero tiene solo es el aire menos mal, porque es de apariencia pero ya pasando la puerta del corredor agarra aviada y es más mica que las que hay en la Aurora.
La prima su esposo y sus crías recién llegados de Miami habían decidido cambiar de rumbo y vivir en Chicago, ese invierno al abrir la puerta del apartamento de mi tío me encontré con el fantasma de las palabras de mi madre, me tambaleé cuando la vi, sí mi madre tenía razón la Pelu es una Oliva en toda la extensión de la palabra.

Me quedé en la puerta, asoleada viendo cómo mi hermana la abrazaba y entonces comparé, la textura de las pieles, la forma de pararse de ambas, las miradas, la forma del rostro, la forma de hablar y ese aire de elegancia que nunca he visto en nadie más.

Se me aguaron los ojos y escuché la voz de mi Nanoj susurrándome, “la  sangre llama” la abracé y en ese abrazo se vinieron a saludarme generaciones de familiares, ancestros y ancestras de la Palmilla de mi papá, esa familia que no conocí y la manada de primas y primos que aún no conozco.

Su voz,  había algo en su voz indescriptible con ese acento del oriente que distinguís a  kilómetros de distan
cia, esa mirada que llevaba esqueletos de caminos de amaneces y de inicios. Vi en sus ojos su infancia en Teculután y su presente en Estados Unidos. La abracé.
Mientras conversábamos yo preguntaba y preguntaba, que me contara de  la familia de mi Tatoj, de nuestros tíos, de la tierra esa de donde viene mi raíz paterna.

A pesar de llevar más de veinte años viviendo en Estados Unidos, su esposo de Teculután también, las crías nacidas en tierra gringa. No pierden la esencia, el acento y la cultura del oriente zacapaneco.

Ese oriente del que no tengo muchos recuerdos, y que los pocos parecen nubes grises que las sopla viento llevando la tormenta a otro lado.

Voy por otra michelada, la casa de mi prima y su esposo tiene un patio enorme en donde les cabe una piscina armable, las matas de hierbabuena y el sembradillo, los árboles de sauce y un manzanal.

El olor a carne asada comienza a despertar el apetito de los comensales, las crías salen de la piscina, mi hermana y la prima están asando los últimos pedazos de carne. Las micheladas se han acabado. Comemos en el mentado deck que le dicen.

El aparato de sonido comienza a ronronear canciones de Los Tigres del Norte, entonces sucede… que mi hermana por primera vez en su vida  no me busca para bailar las rancheras con ella, yo me quedo sentada en una de las sillas observando cómo se dirige en busca de mi prima mientras las veo bailar  pienso, “la sangre llama”  el mismo ritmo, el mismo paso… la misma sangre que por fin de reencuentra después de tantos años de camino, curiosamente en suelo extraño.
Me encanta escucharla hablar con ese acento zacapaneco, a su esposo  contar sus aventuras de infancia en el río Motagua y a sus crías hablar en ese español sin acento, que piensan en Guatemala como la tierra de sus Tatas siendo Estados Unidos la de ellas.

Es cuatro de  julio, es país está celebrando la independencia  y nosotras… la  llamada de la sangre.
Ilka Ibonette Oliva Corado.
Julio 25 de 2012.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Ilka linda: Un bello y emotivo encuentro familiar, contado como sólo vos sabés hacerlo.
    Abrazos desde la tierra en donde dejaste enterrado el ombligo. Chente.

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