La tapa de la lavadora.


Ese día como todos de lunes a viernes Nicté tiene entre las muchas obligaciones de los que haceres en su trabajo,  la de lavar la ropa de  todos los miembros de la familia.

Canastos y canastos entrando y saliendo del cuarto de la lavandería. Entre que aspirando, limpiando la cocina, lavando platos, arreglando camas, lavando baños. Cada minuto de las ocho horas de trabajo diario, es destinado a una labor doméstica.

Sacudir el polvo de las chimeneas, regar las plantas, tirar la basura. Limpiar el refrigerador y organizar la comida en contenedores plásticos, partir fruta  y cortar verduras.

Trapear el piso de madera con agua y vinagre. Planchar las camisas y pantalones de vestir. Doblar ropa y colocarla gaveta por gaveta en cada habitación correspondiente.

Años haciendo lo mismo responsablemente, sin robar tiempo a su horario de trabajo. Años de fidelidad a la familia, a su patrona.

Años viviendo de indocumentada en una nación en la que a  pesar del paso del tiempo se sigue sintiendo una extranjera recién llegada. Aunque entiende mucho mejor el idioma y el sistema, le sigue pareciendo todo aquello un derroche de dinero de falsedad y de racismo.

Años cumpliendo a puntualidad sus horarios y su trabajo que gracias a su responsabilidad le  ha dado techo y comida. Ha escuchado hablar a sus conocidas que las patronas son miel sobre hojuelas cuando éstas realizan el trabajo a cabalidad. Que las presentan con sus amistades no como las criadas si no como sus amigas, las amigas que a cambio del salario mínimo les limpian hasta los achaques de la edad. Las fieles con el trabajo y con el silencio.

Las amigas migrantes indocumentadas, las que caminan siempre con temor de que un día su propia sombra las delate con la migra. Las que ajustan sus salarios cada fin de semana para enviar las remesas hacia sus países de origen; la mayoría para sus crías que siguen en la lejanía esperando verlas retornar.

Madres solteras, viudas y divorciadas. Las que salieron huyendo de la violencia intrafamiliar, las que emigraron en busca el sustento, las que llegaron a tierra estadounidense y no por casualidad. Cada una tiene su historia, su afán.

Nicté ha acompañado en varias ocasiones a otras criadas al hospital general, y ha sido testigo de lo mal que se trata a la persona indocumentada en un país como Estados Unidos. En la sale de emergencias son siempre las personas de segunda categoría, sin importar la profundidad de la herida o del malestar, son las que siempre esperan turno durante horas y muchas salen sin ser atendidas siquiera, debido a su carencia de los documentos del país.
En esos momentos de accidentes laborales, las conocidas le han contado que las patronas se transforman de ovejas a cayotas. Son las que las desconocen, las amenazan con deportarlas si se atreven a decir que el accidente sucedió en su lugar de trabajo. Se niegan a brindas la ayuda económica y a transportarlas a una sala de emergencias y muchas terminan siendo despedidas.

Ella que siempre ha sido sana, joven y robusta nunca pesó que el día de su prueba estuviera tan cerca. Y llegó y la tomó desprevenida.

“Mi patrona es distinta” siempre refutó a los comentarios de sus conocidas cuando se reunían en la parada de autobús a la hora de salida. “Ninguna es distinta, todas son iguales” le contestaban las otras, “esperáte que se ponga a prueba”.

El día de la prueba llegó y fue un martes por la tarde, Nicté se quedó sola en la mansión entretenida con el puñado de labores por terminar. Dejó la aspiradora arrumada en una esquina y se apresuró al escuchar la alarma de la lavadora, a dirigirse al cuarto de   la lavandería. Levantó la tapa metió las manos para sacar la ropa mojada y cuando levantó la cabeza la tapa de la lavadora la sorprendió, dándole con el filo de la orilla en la nariz.

Nicté sintió el golpe y la trozada en la nariz justo en el puente nasal, por unos segundos la vista se le nubló perdió el equilibrio y como pudo se agarró de los gabinetes. Caminó tambaleante hasta  unos de los baños, en busca de un espejo. Llegó y vio la cortada en la nariz más adentro el hueso  blanco y unos cables de colores que parecían ser finos nervios, instantes después la sangre comenzó a salir a bornollones. ¡Pitos de sangre!

Se comenzó a marear, tambaleando con una mano sosteniendo su nariz y con la otra agarrándose de la pared buscó  el teléfono en la cocina, llamó a su jefa que en ese momento se encontraba  jugando canasta con un grupo de amigas, le explicó lo sucedido y creyó necesario irse al hospital a que le revisaran la nariz y probablemente a que le pusieran puntos.

La jefa no se inmutó y con la tranquilidad de una patrona adinerada le contestó que “sí, puedes irte al hospital pero  hay dos cosas: una que te pedirán papeles y eres indocumentada tendrás problemas, te saldrá demasiado caro y no tienes dinero para pagar eso, y segundo más problemas tendrás conmigo si se te ocurre decir que te sucedió el accidente en mi casa en horas de trabajo” en ese momento Nicté entendió a lo que sus conocidas se habían estado refiriendo siempre.

Su jefa, su patrona que siempre la presentaba con sus amistades como su amiga latinoamericana, la que siempre le pedía favor de  cuidar a su perro cuando salían de vacaciones y no le pagaba ni un centavo por el trabajo, la jefa que siempre que tenía fiesta la quería exclusivamente a ella sirviendo la comida y atendiendo a las personas sin importar  que el tiempo no estuviera en su horario de trabajo. La jefa que le pedía favor de zurcir los uniformes de béisbol de sus hijos, la jefa que la hacía quedarse trabajando horas extras y que le agradecía con un abrazo. La jefa a la que ella le crió a sus hijos, les ayudó con las tareas, se los llevó al parque durante interminables tardes después de su horario de trabajo, mientras ella se iba con las amigas a jugar al casino.

Esa misma jefa le estaba diciendo por teléfono que  iba a tener problemas con ella si se le ocurría decir que…
Sintió Nicté el peso de los documentos y de la injusticia de una patrona a la que ella ha había sido fiel y ha servido con puntualidad y rectitud.

Respiró profundo, arregló hielo en una bolsa de plástico se lo puso en la nariz y llamó por teléfono  a una conocida para que la transportara en su carro hacia una clínica privada. Una de las tantas en que las doctoras/res se vuelven millonarias/os con las emergencias de personas indocumentadas como ella.

Tres puntos fueron necesarios y el pago de una semana de sueldo. Ha comprobado Nicté que no hay fidelidad que valga, no hay responsabilidad ni puntualidad que sirvan cuando la empleada indocumentada necesita en caso de emergencia que sea la jefa quien le brinde apoyo por lo menos moral.

En la clínica le aconsejaron ir a un bufete de abogados a levantar una demanda en contra de la jefa por el accidente laboral y así poder obtener un beneficio monetario. Pero Nicté al igual que miles de mujeres indocumentadas, prefiere guardar silencio y no perder su trabajo, ya que en casa a miles de kilómetros de distancia sus tres hijas que no pasan de los doce años de edad esperan la remesa para poder alimentarse e ir a la escuela.

Nicté es un caso de los miles que enfilan los actos de injusticia propiciados por patronas injustas que no  son todas pero sí la mayoría que se aprovechan de personas indocumentadas.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
Marzo 22 de 2012.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Podés darte cuent q no solo en nuestro país hay tortiyas voltiadas… U know! Por eso s mejor enseñar a las hijas e hijos q lo + valioso d la persona humana es la dignidad; Y tu pueblo con ánima fiera ¡Antes muerto que esclavo será! el_ju(Who?)

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