La pedida de mano.


La recuerdo de bebé, prietita con su pelo murusho, murusho. Apenas de meses de nacida. Ahí en el apartamento que alquilábamos y que compartíamos con mi tía Fita. La tía Fita es hermana de mi Nanoj, es la que le sigue. Es la que media Peronia pensaba que era mi mamá. Porque es morena, con sus pómulos pronunciados pelo murusho y labios carnosos. Cuando llegué por primera vez a Comapa la gente del pueblo me decía: “¿vos sos de la Malfi?” y a mí  me tocaba contestar “no, soy de la Lila”.


La “Tili” como yo llamo de cariño a mi prima Patricia es verme a mí dice la gente que nos conoce. Mi tía dice que “es hija de Guayo” mi papá. Morenas ambas, brabuconas y con carácter fuerte. No nos gusta lavar platos. Con la salvedad que la “Tili” es delgada tirándole a flaca, es más baja de estatura que yo y ahora con los años se le alisó la murushera.

Hoy llegan a pedir su mano, -¡porque el resto del cuerpo ya se lo entregó al novio en abonos durante diez años!- ayer me enteré y el ánimo se me vino pa´l suelo.  Es de esos sentimientos contrariados. Porque estoy feliz que formalizará con “El Patilludo” así le clavó de apodo la tía Fita a su yerno cuando le vio las patillas espesas que le guindaban de las orejas y así le seguimos diciendo el resto de la familia. Su nombre es Edras.
De aquella bebé prietita y brabucona guardo tantos recuerdos, cuando vivíamos en la zona ocho y compartíamos apartamento en la vecindad yo la andaba a tuto a cada rato, la chineaba y la zangunbeaba de tal manera de la ishtía terminaba devolviendo la leche y por supuesto mi tía jalándome las crines.

Cuando nos mudamos a Ciudad Peronia el sitio en donde emergió la casa nos parecía un potrero inmenso comparado con la cárcel que era para la manada  aquella vecindad en la zona ocho. Entonces entre hombres mujeres niños  niñas, ideamos hacer adobes y construir otro cuarto para que viviera mi tía Fita su esposo -el tío Carlos Pecho (otro apodo puesto) – y sus crías. Al igual que mi Nanoj tienen tres mujeres  y un varón.

Por las noches nos sentábamos a escuchar en radio Ranchera Tradiciones de Guatemala y no dormíamos con las historias del Sombrerón y la Ciguanaba.  Hicieron un corredor al estilo de la casa de su infancia en Las Crucitas, Comapa. De los horcones colgaba una  hamaca a la que le dimos vuelo día y noche. Era nuestro avión. Allí  nos encaramábamos  y volábamos hacia las alturas viendo hacia las montañas que nos separaban de San Lucas Sacatepéquez y de la aldea Sorsoyá. Que después sería durante muchos años nuestra fuente de trabajo y alimentación.

En la hamaca se subía La Pelu –mi hermana mayor- Iván, -el hijo mayor de la Fita- la Dalia Azucena –hermana mayor de la Tili- la Tili y yo. (Los otros primos estaban bebés de lo contrario aquella hamaca hubiera dado de sí con la marimbita) Entonces empezábamos a agarrar aviada hasta que la hamaca surcaba los cielos viajábamos por los aires tocando con las yemas de los dedos  las copas de los pinos  y cipreses que emergían en el Destacamento Miliar acunado en el corazón de las montañas. Hasta que un día la soga que nos sostenía con todo y  hamaca se reventó y caímos justo cuando íbamos en lo más alto de nuestro viaje ¡pongón! Sonamos al caer. Eran llantales  revueltos con carcajadas y para terminar de chapalear la chicoteada de las dos hermanas cada una a la parte de sus crías que le correspondía. Así que pintas nos dejaron las nalgas y las canillas más el dolor de haber perdido nuestro único medio de transporte a las alturas.

Eran tiempos hermosos comíamos tortilla con sal y mantequilla prácticamente los tres tiempos, pero éramos tan  felices que aquella arada se convirtió en  nuestra libertad. La arada hoy en día está convertida en una colonia llamada Jerusalén. En el recuerdo quedaron los zacatales y los mirasoles, los palos de nance, las matas de quilete y verdolaga, los palos de jocote de corona y de nísperos. Allá arrumadas en las nostalgias quedaron las tardes de cielos rojizos fuego y la manada de primos y primas que no pasaban de los diez años de edad, nosotras con nuestros calzones de repollito el primo con su pantalón brinca charcos.

Estoy chipe. Cuando pienso en  esa parte de la familia en las dos hermanas de mi Nanoj que se fueron a vivir a Ciudad Peronia con ella y en las primas y primos con los que crecimos como hermanas y hermanos. Cuando pienso en eso también siento una terrible nostalgia por la tía que emigró y con las crías suyas que no las siento mis hermanas y hermanos, porque no compartimos el llanto de una chicoteada, las raspadas de rodilla y un colazo en virula prestada.  Porque no compartimos  los huevos revueltos con tomate y cebolla preparados por las manos de la tía Fita.

La tía Fita  prepara los huevos revueltos más ricos del mundo y es tanto su amor que  dos huevos dos tomates una cebolla y un muñeco de tortillas le alcanzan para alimentar a un batallón. Ella es de las que piensa que las penas se van comiendo.  Los abrazos de la tía Fita son los más sinceros que yo he sentido porque te los da con el corazón desnudo. Fue la tía que ocupó el puesto de mi mamá en mis años de primaria, cuando mi mamá se negaba a ir a recoger mi libreta de calificaciones o a inscribirme para el año siguiente mi tía Fita decía: “Lila hombre querés que la patoja se queda analfabeta” entonces agarraba ella y se iba conmigo a recoger las notas y  a poner su huella digital cuando se trataba de firmar algún documento.

Cuando mi mamá se ensimismaba y perdía el control agrediéndome no
había poder humano que lograra quitármela de encima, las vecinas de la cuadra se lanzaban sobre de ella a manera de arrancarla de mi cuerpo acurrucado pero les era imposible, entonces mi hermana mayor corría hacia la cuadra vecina a buscar a la tía Fita, la cual llegaba enfurecida y la agarraba del pelo más una sarta de insultos a modo de hacerla reaccionar, “la vas a matar hija de puta” “es tu hija vos la pariste” “ si le pegás en la cabeza la vas a dejar dunda” “ingrata parecés cocha le vas a quebrar las canillas”.  La súper tía Fita tenía el poder humano de hacer entrar en razón a mi Nanoj pero para cuando ella llegaba después de correr como desalmada de la cuadra vecina a mi casa, yo ya tenía el cuerpo reventado por los golpes de mi Nanoj,  era entonces cuando me transformaba  y una cólera rebalsante se apoderaba a mí, ya no sentía vergüenza de salir a la calle con las canillas pintas porque era normal, no pasaba un día sin que mi mamá me pegara, salía con la sangre hirviendo a hacer  masa al molino, a acarrear agua, a pastorear las cabras o la manada de coches y el  primer patojo de la cuadra que me remedaba me le lanzaba encima a punta de puñetazos. Hasta que aprendieron a respetarme y a entender el dolor ajeno.

 De pronto llegaba la Aidé (así el digo de cariño a la Fita es su segundo nombre) y me abrazaba, calmaba mis revoluciones ese abrazo me tranquilizaba y me permitía llorar en su regazo. Siempre le pregunté si mi Nanoj era en verdad mi mamá y ella decía: “sí dunda cómo vas a creer que no te parió si sos la única que estamos seguras que es de ella y que no te cambiaron en el hospital, lo que pasa es que tu nana es bruta por eso te pega como animal”.
Con el tiempo he comprendido que mi mamá no ha hecho más que criarnos de la misma forma en que la criaron a ella, que tiene sus dolores acumulados como cualqueir mortal,  que mi abuela también las crió de la misma forma en que la  bisabuela, que la bisabuela de la misma forma en que la tatarabuela y así y así… Romper esas cadenas y patrones de crianza no ha de ser tarea fácil para la descendencia.
Hoy van a pedir la mano de la Tili y nos vamos a perder ese momento. Porque de seguro ahí estuviéramos también,  ya que  aunque somos primas y primos nos criaron como hermanos. Usando la misma ropa y zapatos, las que los iban dejando los iban pasando a las que seguían. Dormimos en la misma casa, comimos de la misma comida, compartimos la mamá las penas los miedos y las alegrías. Vimos los mismos amaneceres y contamos las mismas estrellas, cuando la vida no era tan cruel cuando la existencia no nos había puesto un camino a cuestas. Y si lo tuvimos no nos percatamos porque nos teníamos las unas a las otras y porque lo que sobraba era amor.

Y de pronto las cosas cambian de sopetón, las dos sobrinas mayores emigramos y el lazo se rompió. Hay un vacío  imposible de llenar allá y aquí. Aquí habemos dos, allá está el resto de la manada que hasta tías nos hicieron ya. Y nos perdimos los nacimientos, las navidades, las Semanas Santas, los cumpleaños. Nos perdimos tantas cosas en estos años que llevamos en el extranjero. Se pierde más de lo que se gana cuando se emigra. Aquí podes juntar pisto que a la  larga no es más que papel arrumado en un banco, pero por el contrario el tiempo pasa en su ritmo sigiloso y no perdona. Lo único que tenés es un puñado de billetes verdes con los cuales no te podés comprar un pasaje de avión, ni una bolsita de mangos verdes, mucho menos un abrazo y un “te quiero”.  Aunque yo nunca le he puesto coco al pisto porque nunca lo  he tenido, pero el puñado que cargo en la pantaloneta a mí no me ha permitido comprar una sonrisa y el sentimiento más sublime porque simplemente las cosas más bellas en este mundo no se pueden comprar.

La casa de mi Nanoj y el Tatoj siempre fue la del terreno más grande, las más espaciosa,   la de mi tía Reina (la cume de las hermanas de la Nanoj) siempre la mejor amueblada  la de la tía Marina nunca supimos cómo porque la hizo en otro país, pero la de mi tía Fita a pesar de ser la más humilde siempre fue la única que tuvo el calor de hogar en la que se encontraba refugio sin importar la hora ni el día. Siempre con los brazos abiertos, oídos  prestos y el corazón rebosante de amor.

Ahí se hacían las fiestas de la familia. Que consistían en poner unos casetes de los Tigres del Norte en la grabadora, sentarnos en las tablas sostenidas por bloques y cubetas plásticas y comer lo que hubiera. Siempre fueron de gala porque el amor rondaba por las cuatros esquinas. En el suelo de talpetate bailamos en inolvidables ocasiones, es que no hacía falta invitar gente, con la pura familia se llenaba el patio. Bailábamos primas contra primas, abuelos contra yernos, hermanas contra hermanas y aquella revoltura acababa al amanecer.

Estoy chipe, anoche me acosté chipe. Hoy le decía a mi hermana que no sé cómo, pero que este esfuerzo que estamos haciendo al estar aquí tiene que valer la pena. Que estos años que nos hemos pasado “encerradas” tienen que tener sus frutos.
Que tenemos que tener aguante, que tenemos que esforzarnos un poco más. Porque ninguna de las dos concebimos nuestras vidas en este país. No vemos nuestro futuro aquí. Porque ninguna de las dos queremos envejecer yendo de la casa al trabajo  y del trabajo a la casa. Porque ambas queremos volver a comer un plato de frijoles cocidos en olla de barro y disfrutar los muñecos de tortilla en compañía de la gente que nos vio crecer y con la que compartimos entre lo agrio también lo dulce de la existencia. Aquí la frialdad de la emigración no te permite compartir, al contrario te mulita.

Porque ambas soñamos con volver a aplanar el suelo de talpetate de la casa de la Fita. Y porque ambas  vemos como nuestro único hogar Guatemala, aquí es un nido rentado. Del que no reprochamos porque nos cubre de la lluvia y las tempestades de todo tipo, pero que al fin de cuentas es solamente un espacio en el que somos inquilinas de paso.

El esfuerzo tiene que valer la pena ya estamos cansadas, desilusionadas, bien trabajadas como lomo de  mulas, pero requiere un poco más de sacrificio. Si la vida nos concede la venia vamos a regresar y no con los pies por delante,  haremos  tinajas de fresco de semilla de morro, olladas de atol shuco, vamos a echar pishtones y a comer  ticucos, vamos a empacharnos de  mangos verdes con sal y limón y  de chistes a la orilla del fogón.
Vendrán, vendrán esos momentos llegarán.

Hoy van a pedir la mano de la Tili y estoy chipe porque es la otra Ilka de la familia y  no estamos ahí para disfrutar de ese momento tan especial en la marita Corado.
Agridulces que tiene camuflajeado el verde del dólar. No es queja es solamente una reflexión. Es la realidad y hace falta tener el suficiente temple para aceptarla tal cual es. A veces es imposible asimilarla.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
Febrero 19 de 2012.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Animos Ilka, Algún día llegará el día del Retorno, un gustazo leerte nuevamente!!!Saludos un abrazo a la distancia…

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