Rajas de leña.

De: La Gaceta Independiente.
La mañana soleada de las pocas que aclaran en los días de invierno. El viento gélido sopla intempestivo. Provoca que el carrillón de viento –o campanero- que tengo colgado en el cielo del balcón armonice mis días con suaves sonidos y sea música de cuna en mis noches de autoexilio. La mañana se presta para salir a tomar fotografías, agarro mi cámara y salgo en busca de viveros que para estas fechas están hasta el copete de árboles de navidad, pascuas y adornos naturales para las fiestas de fin de año. (Las hojas de pacaya  y redes de pino son las ausentes siempre, sin contar los pesebres y  los canastos de aserrín pintados de colores).

La mula  siempre tira pa´l monte dicen en mi caso no es literal –no lo de mula claro- porque siempre busco lo verde y  lo natural. Una enorme parva de leña sobresale en el patio de uno de los viveros, -de esos ubicados en suburbios de judíos en donde emergen inmensas mansiones de cinco chimeneas cada una-  al observarla desde la avenida me preparo porque sé que al acercarme  al oler  y al  tocar su textura un viaje relámpago me espera.

Pido permiso para acercarme y tomar  algunas  fotografías, aun hay nieve congelada sobre las rajas de leña.
El camión se acerca, el conductor un  hombre de barba espesa y canche de ojos color hojas de tabaco verde es quien la hace sonar avisando de su arribo a la casa con cerco de adobe, corre uno de los primeros  meses del año ´89  en la recién estrenada Ciudad Peronia el bulevar  y las calles principales aun no han sido asfaltadas  y con los vientos de principio de año lo único que se logra divisar son polvaredas constantes.

Ahí está llegando en ese camión de carrocería uno más de los sueños por lograr levantar  la cabeza para salir del atolladero, ya hemos intentado con el palenque: hecho en el patio de la casa más no funcionó porque los amigos ricos de mi papa sólo llegaban a comer y a beber de gratis y mi papaen su fidelidad no supo distinguir en que lo estaban utilizando como el campesino fiel y leal que respeta al de pantalones Dockers  y carros de último modelo. Tan así que para no quedarse atrás en las apuestas terminaba apostando lo de las ganancias del día llevándose aquel sueño de palenque a lo más profundo del precipicio, porque las jaranas fueron tantas que un día le rebalsaron la bilis a mi mama y ella misma con hacha, machete y piocha en mano deshizo con sus propias manos lo que nos estaba llevando de pique como familia.

Estaban por venir muchos más intentos en los años siguientes los cuales  también los luchamos con uñas y dientes pero que en la misma forma del palenque no fructificaron.

Las cáscaras de encino en tierra gringa  en tiempo de invierno son enrolladas con nailon para  evitar que la nieve cuando se derrite la moje, hay rajas y troncos de todos tamaños. Con la novedad de que  el vivero en donde estoy captando las imágenes  cuenta con el recurso de varios tractores para movilizar de un lugar a otro las parvas de leña, en partes la veo jateada en otras aperchada, el frío está quemando la yema de mis dedos y mi nariz la está poniendo más roja que de costumbre. Pero sigo ahí tocando las texturas y respirando el olor a árbol cortado.

Un puñado de patojos corren despavoridos atrás del camión que viene hasta con copete de troncos de leña de encino precedentes de Zapaca, el hombre de barba espesa y canche se baja, los recibimos las mujeres de la familia: mi mama, mi hermana-mamá y yo – los dos cumes  son aún bebés: macho y hembra- entre mi hermana  mayor y yo juntas no sumamos ni veinte años somos apenas dos niñas aprendiendo responsabilidades de gente adulta –y es que el hambre y la necesidad tienen cara de chucho. 

Hemos pedido fiada un libra de carne adobada que se convierte en el almuerzo del hombre de la barba espesa y canche, un pichel de fresco de rosa jamaica y un muñeco de tortillas. La carne solo la vemos freírse en el sartén el olor nos despierta el apetito pero no hay lo suficiente para nosotras, en su lugar comemos frijoles con tortilla a una hora distinta de la del comensal para que no note nuestra necesidad.

Mientras el hambriento comensal se devora la carne adobada la manada de niños se encarga de bajar rodando  del camión los troncos de encino con ayuda de tablas que sirven de –resbaladero-  puente. Ahí comienza la nueva hazaña, el nuevo intento y el inicio de una nueva empresa. Ahí estamos saltando –porque fui cabra de aquella marita– jugando con las cáscaras de encino. Esa primera entrega la hemos conseguido fiada con la promesa de dar el primer  pago en una semana y en tres terminar de saldar la cuenta. Y al mes siguiente en los primeros días descargar la segunda camionada. Ese pacto en honor de las viejas amistades de la juventud de mi papavivida en Teculután.

De pronto el patio con cerca de adobe es tomado por asalto con enormes troncos de encino que hay que buscar la manera de convertir en rajas con pulmón y no con maquinaria. Al día siguiente nos vamos mi mama y yo a La Terminal a comprar almáganas y cuñas regresamos con el recurso para que Tío Lilo siga dejando sus pulmones pegados en las causas que su hija mayor y su yerno deschavetado emprenden sin triunfo alguno. Él también es utilizado, su trabajo como rajador de leña no es remunerado como debería, pero él tan humilde y paciente se conforma con un plato de comida,  ha viajado desde Comapa para no dejar a su hija sola en la tarea.
Es él quien me enseña a tomar  la almágana y colocar la cuña en el corazón del tronco de encino para partirlo en dos después de tres golpes y proceder a convertirlo en rajas con el hacha. Terminar el día con las manos ampolladas y llenas de astillas es normal como dice Tío Lilo “ganarse el sustento no es sólo  soplar y hacer botellas”. Colocar las rajas de leña en parvas, aprender a contarla por cargas, pares, aprender a dividir y conocer la zaraza de la verde y de la seca. Las cáscaras venderlas por medida al igual que las astillas. La medida hecha de un costal o bien de una pana de plástico grande.

Un trabajador seguramente gringo se acerca para preguntarme si trabajo para alguna revista, le contesto que no, que es uno de mis pasatiempos tomar fotografías a esas cosas insignificantes de la vida pero que a mí me llenan de energía. Sonríe y me deja sola en mi mundo, en mis recuerdos.

La noticia de la primera venta de leña en las  calles de talpetate del alfoz de Ciudad Peronia se riega como pólvora, pronto nuestro patio es invadido por puñados de mujeres y hombres en busca de leña para cocinar, la luz eléctrica todavía no forma parte de los avances en aquella periferia. Abundan los polletones,  las cocinas  hechas de lepa y chozas y covachas que sirven como viviendas. El agua llega  durante tres horas un día sí y un día no. En las tardes la bomba de agua que emerge al final de la calle Río Danubio  es asaltada por enormes colas de gente que esperan llenar sus recipientes, ahí estamos nosotras también esperando llenar los nuestros para las pachas de las crías cumes y para lavar los pañales.

La venta de leña se abre a las cuatro de la mañana y se cierra a las once de la noche, ahí está mi madre con un sombrero de paja sobre la cabeza bajo el sol ardiente contando las rajas de leña y las cargas cuando es para las panaderías. Al filo de la media noche nos vamos a dormir en una cama las cuatro crías y en otra ellos dos; un cancel  de tela floreada es la división.  Mi padre sigue trabajando como agente de seguridad de un viceministro de Salud Pública. Lo vemos poco, su vicio por las peleas de gallos lo alejan durante días del hogar. Eventualmente regresa en las madrugadas con un puñado de gallos de pelea muertos, a esa hora nos levantamos a hervir agua y a desplumarlos serán nuestra comida durante los días siguientes.

Cada día las venas en las piernas de mi madre se inflaman más, carga la planta de los pies llenas de astillas finas, sus labios reventados por el viento, su piel quemada por el sol, sigue siendo hermosa con sus ojos color miel y su pelo canche, con la piel tostada por el sol pero blanca como la leche recién ordeñada. Mi abuelo cada día más cansado y más mayor descansa cada media hora cuando se le empapa la camisa de sudor, entonces agarra una  bola de masa y la hace fresco aun no hay  venta de  hielo en ningún lugar,  la luz eléctrica es inexistente nos alumbramos con candelas y con candiles que cuelgan de los bloques de adobe, un radio Philips de cuatro baterías es la que  nos acompaña en las jornadas de trabajo sintonizamos Radio Mundial, Radio Ranchera y Emisoras Unidas. Nos aprendemos de memoria la radionovela de Porfirio Cadena -¡el ojo de vidrio!- Leyendas de Guatemala narradas en Radio Ranchera al medio día y a la media noche.

Mi padre ayuda de vez en vez si es que no está ocupado alimentando sus gallos de pelea  y ejercitándolos para las apuestas que siempre pierde y se llevan  el sueldo del mes.

Tenemos variedad de leña entre encino conacaste y pino. Éste último  traído de Salamá. En uno de los viajes  el hombre de barba espesa y canche aceptó llevarme como copilota  y tuve la oportunidad de conocer la tierra roja y el olor exquisito del anís que crece en el monte.

Realmente el negocio de la leña no daba más que para pagar el sustento a fin de mes siempre se destapaba un agujero para tapar otro, pero ayudó a la experiencia y nos ayudó a darnos a conocer en la colonia para cuando nos hicimos vendedoras de helados –otra de las empresas a conquistar- nuestros rostros eran conocidos pero nunca nuestros nombres porque siempre fuimos llamadas: las heladeras -¡y a mucha honra!-.
Nos venimos en picada después de cinco años vendiendo leña, de pronto llegó la luz eléctrica las ventas de gas propano y otras ventas de leña más barata que conseguían las lepas de pino partidas como astillas en aserraderos, mientras todo lo que llegaba a nuestro patio eran troncos expresos para venta de leña, el encino es difícil de conseguir y es una de los mejores para el carbón y cocinar en polletón.

Nos despedimos de la empresa fracasada de la venta de leña y nos embaucamos en la nueva que vislumbraba en el horizonte: vender helados en el mercado de la colonia, la aldea vecina y en el Destacamento Militar, ahí también Tío Lilo dejó pegada gran parte de su vida con tal de  no ver a su hija mayor caer en picada.

Observo los rollos de leña hecha en raja para colocar en las chimeneas de esas mansiones que emergen en los suburbios en donde vive gente europea gringa y judía, que por lo regular son las que mejor acomodadas económicamente están y tienen casas  con puñados de chimeneas, ahí lucen esas rajas de leña como parte de la  decoración al encenderlas, mientras que allá en los años extraviados de mi infancia fueron sustento y sirvieron para cocinar en el polletón los atoles de masa, incaparina y cocer el nixtamal.

Me despido del propietario del vivero dando las gracias por  el permiso para tomar fotografías a las simples rajas de leña que adornarán la estación hasta que llegue marzo y con éste la primavera, pero de mí, de mí jamás se irán aquellos recuerdos hermosos de mis años de ayudante de vendedora de leña.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
15 de diciembre de 2011.
Estados Unidos.

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