Dos chonitas en Macy´s.

De:  La Gaceta  Independiente.


Después de pasar años debatiéndome a los puñetazos con el Síndrome de Ulises y las consecuencias del estrés crónico y múltiple, después de vivir variar veces el desengaño y la decepción propios de quien se  convierte en proveedor/a y tus afectos se transforman en remesa y se tornan del color verde  del dólar, después de pasar años completos comprando en tiendas de segunda mano con la finalidad de ahorrar y enviar lo poco acumulado hacia el país de origen, después… de llorar la traición y la poca conciencia de quienes se quedaron y que con el paso del tiempo desarrollaron la habilidad  de extender las manos en espera de la remesa.

Ninguna carta, ninguna llamada telefónica salvo para preguntar por la tardanza de la remesa. Después… de enfrentarme a noches enteras de insomnio y a días sonámbula. Decidí invertir en mí y comprarme mi primer par de botas de invierno nuevas y mi primer abrigo de invierno nuevo. Sin ningún cargo de conciencia y sin reparar en  el precio.

He de formar parte de la estadística no   conozco a ninguna persona que viva en el extranjero a la que sus familiares y sus amistades no hayan visto como alcancilla, como nacimiento de agua en donde sólo tiene que ir a ponerse la boca del cántaro y llenarlo. En donde los afectos van siendo relegados por el color del dólar y la cantidad y regularidad de las remesas enviadas. Fría y cruel realidad que no se puede colorear con las tonalidades del arcoíris  porque trae impreso el claroscuro.

Aprender a vivir con esa realidad requiere de mucha valentía y sangre fría, es ahí en donde entra el estrés y las depresiones y los insomnios y aparecen los demonios, es difícil de comprender y asimilarte con el valor sentimental de una remesa. De recibir una llamada telefónica en donde la otra voz de diga: “¡hola cómo estás, llamaba para saludarte! Y… ¿será que tenés ahí unos quinientos dólares que me prestés?” Voces que no has escuchado durante todo el año y que de pronto se recuerdan de que existís. Y si les decís que no tenés, entonces como por arte de magia te avisan que se les ha terminado el saldo de la tarjeta telefónica y que te llaman pronto, y volverá a pasar un año sin que te llamen hasta que de repente se les aparezca en el camino otra necesidad económica.

Los afectos y los sentimientos se van desapareciendo no por  el frío de la diáspora sino en la forma en que te convertís en objeto y dejás de ser persona para quienes se quedaron “extrañándote”.

Y entonces después del Síndrome de Ulises te toma por el cuello el Síndrome del Abandono ó de Diógenes, tan normal y habitual que estos dos se apoderen de tu autoestima. Caés en precipicios profundos de los cuales se torna el proceso de salida cada vez más y más lejano. Y entonces… y entonces la gente cambia, ya curtida de haber sido durante años un objeto, una máquina que envía remesas mensualmente. Mi enorme debilidad son los afectos, soy una persona muy interna y mis emociones son mi talón de Aquiles, pareciera que vivo en un mundo al que no termino de adaptarme y tampoco de asimilarme parte de el. Siempre estoy esperando que las personas se muestren claras y transparentes pero nunca sucede o generalmente no. Y ahí voy yo birinbundeando como hoja seca de otoño soplada por el  gélido vendaval. Siempre esperando que alguien más me dé lo que soy incapaz de darme.

Es viernes negro,  un día después del día de Acción de Gracias los centros comerciales abren sus puertas desde las cuatro de la mañana a esa hora ya hay enormes filas de personas esperando para lanzarse sobre los pasillos a acaparar la mayor cantidad de ofertas y descuentos. Día de trabajo para quienes no cuentan con los  beneficios laborales. Llamo por teléfono a  mi hermana y le dijo: “te espero a las cinco de la tarde en la puerta de Macy´s” mi hermana asombraba comienza como tarabilla a sentenciarme que: “Negra no tenemos dinero qué vamos a ir a hacer a una tienda de esas, ahí todo es caro” Le contesté; “no me interesa te veo ahí vamos a ir a comprar nuestros abrigos para el invierno” mi hermana no tuvo otra opción que esperarme en la puerta de la tienda.

Y juntas nos lanzamos a la nueva  y primera aventura de comprar un abrigo y un par de botas nuevas. El centro comercial está lleno hasta el copete de consumidoras/es loqueando corriendo de pasillo en pasillo, comprando los regalos para la Navidad. Caminamos directo hacia las gradas eléctricas buscando el segundo nivel y la sección de abrigos.

Después de pasar hora  y media midiéndonos y probando estilos compramos  nuestros abrigos que nos costaron el precio de dos semanas de trabajo, nos tocaría contarnos las costillas para ajustar pagar el alquiler del apartamento pero comprar un abrigo nuevo valía la pena. A la hora de pagar ya en la línea de espera frente a  la cajera mi hermana todavía me jaló de la chumpa y me dijo al oído: “Negra de verdad es mucho dinero el que vamos a pagar, devolvámoslos” le quité su abrigo de las manos y lo junté con el mío para evitar que saliera encarrerada a guindarlo de la cercha y en las mismas saliera despepitada  hacia el estacionamiento.

Pagamos los abrigos y por primera vez en los siete años de mi estadía en tierra gringa no sentí culpa  comprar de  algo nuevo para mí, no sentí culpa  de consentirme, de abrigarme. Como tampoco sentí culpa de comprar las botas nuevas   ese viernes negro fue el primer paso para liberarme de las  culpas que no hacen  más que dañar  a quien carga con ellas  y a ninguna otra persona.

El proceso ha sido lento y he sido acusada de haberme convertido en náufraga en el inmenso  mar de la vida estadounidense, de haberme olvidado de quienes se quedaron esperando mi regreso, de quienes después del llanto habitual encontraron la facilidad de extender las manos en espera constante de remesas.

Liberarme del peso de las culpas y ap
render a amarme no ha sido fácil trabajar en mi autoestima tampoco, es un trabajo diario del que me caigo todos los días y todos los días me levanto es un proceso a veces tedioso y en otros emotivo. Aprender a valorarme también me ha costado y son las luchas constantes con los fantasmas que aparecen durante las noches en el armario de mi habitación.

Ese viernes salimos de Macy´s con los abrigos y las botas ¡puestas! Cabal como arrabaleras, ahí mismo en la puerta me clavé el abrigo y metí en la bolsa plástica la chumpa vieja. Intenté caminar con elegancia pero me fue imposible las botas me maneaban y el largo del abrigo me hacía sentir fuera de lugar. Abracé a mi hermana-mamá y nos fuimos a celebrar la compra y el importantísimo primer paso de liberación, con una taza de chocolate con leche y un pedazo de pie de manzana. Esa noche dije a mi hermana que algún día escribiría de esa pato-aventura libertaria y  ella entre carcajadas sugirió el nombre de: Dos Chonitas en Macy´s.

Un año ya. Y el proceso de liberarme de las culpas sigue siendo un arduo trabajo diario del que aprendo a conocerme y a amarme cada minuto de cada hora. En cada amanecer y cuando la oscurana cubre con su manto las noches en tierra estadounidense, paso a paso se avanza ¡Y con un abrigo negro y un par de botas  de invierno mejor!
Ilka Ibonette Oliva Corado.
Noviembre 24 de 2011.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Ladran los perros, Sancho, ¡Cabalgamos! Orson Wells.

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