Niñera en tierra gringa.

De: La Gaceta Independiente.

Esa tarde fuimos a conocer la  “escuela”  en donde estudiaría el niño. La “escuela” no era un centro educativo en sí, era una guardería en donde llegan a arrumar las crías las madres que trabajan durante todo el día o bien las que prefieren gastar el tiempo en mañanas de té y yoga y tardes en centros comerciales. 
A control remoto la recepcionista abre la puerta de vidrio reforzado, una elegante alfombra de colores vivos  cubre el piso de madera. Nos anuncia que en pocos minutos llegará la maestra encargada del salón. Voy de niñera, uno de mis tantos oficios en este país. Las niñeras aquí como en todos los países del mundo somos Seres de segunda categoría; relegadas al oficio de cuidar crías ajenas como si fueran las nuestras y entregarles el amor de madres que llevamos dentro, siempre o generalmente nuestros servicios no son remunerados con un salario justo, -¿pero en dónde sí lo es?- con las prestaciones laborales y ni siquiera con un trato humano honesto.

En el salón de la recepción pegadas a la pared más de una docena de pantallas de televisor, desde ese lugar se puede observar cómo las “maestras” dirigen las clases y las actividades que se están realizando en ese justo momento, todo es en vivo.

Retrocedí y me desbarranqué en un guindo de recuerdos, viendo a través de la frágil y macilenta luz del tiempo mi labor como docente en Guatemala. Una ola de nostalgia me arrastró hacia la reventazón, me vi con mi puñado de crías caminando sobre las vigas de equilibrio, saltando los aros y coordinando la motricidad. Bah… los recovecos de la nostalgia…

Aparece la “docente” titular que enseguida presenta a la mamá de la cría con la nueva maestra que se encuentra en “entrenamiento”, aquí todo requiere de entrenamiento  hasta para el trabajo más mínimo, pero no así para los oficios que realizamos mayormente personas latinoamericanas, para los/las mil usos no existen “entrenamientos”, te vas a rajar ocote tal como venís, si tu machete tiene filo es cuestión tuya y si te ampollás las manos también.

Mientras la madre me presenta por mi nombre de batalla en los mil oficios estadounidenses, la maestra me inspecciona de pies a  cabeza, ha de estar asombrada que no calzo zapatos y accesorios Gucci como la mayoría de madres que entran y salen del lugar. Ha de imaginarse que soy recién llegada y que la tecnología y la elegancia del lugar me parecerán como salidas de una pantalla de cine. Yo me hago  como que no es conmigo el asunto. Las dejo hablando de los pormenores y me doy una vuelta por el lugar, afirmando y confirmando mis sospechas; estoy dentro de uno de esos establecimientos que marcan las enormes diferencias de clases.

¿Cómo describirlo? Lo más cercano y fácil de comparar sería Disneylandia en miniatura. Ahí no hay crías mayores de cinco años de edad y las reciben desde los dos años , incluso hay salones en donde observo cunas y una enorme cocina en donde “hacen” las pachas para las más pequeñas.

Estoy siendo lo más real y objetiva posible, estoy cercando a mi imaginación para que este tushte no se convierta en cuento de ficción. Así como lo veo lo cuento.

Los salones son pequeños castillos pintados de colores pastel, una tranquila fuente de agua con riachuelo artificial te avisa del camino que empezás a recorrer, peces de color  jugo fresco de naranja de Rabinal y los plateados tirando a la tonalidad de las repescas de Amatitlán.

Sigo caminando con las manos metidas dentro de mi chumpa típica, salones de español el cual lo hablan las “maestras” con acento mexicanizado. Un día me dijo una de ellas cuento llegué a recoger a mi cría de leche: “ahí le dejé la chamarra” le respondí que la cría no llevaba chamarra que ésa la deja en su casa en su cama, la patoja ha de haberme gritado en sus adentros “¡odiosa!” pero pues… se supone que enseñan castellano y no debe de mezclarse con los acentos y variantes que tenemos en los distintos países.

Un salón de cocina en donde el ishtalito no hace ni pura estaca,  antes de ser mil usos soy maestra y a mí que me vengan a pelar los dientes con sus programas fantasmas con las que embaucan a la mamás que bien que con gusto entran en el juego, con tal que entretengan a las crías.

Ellas  -las maestras- me observan desde sus salones a través de los vidrios claros que son las paredes, igual la misma rutina de inspección en mi ropa y en mi rostro, yo sigo con las manos metidas dentro de las bolsas de mi chumpa y sigo recorriendo el lugar. Biblioteca de juguete, cocina de juguete, un salón de comedor al estilo más selvático posible con nombres de restaurantes mexicanos. Es tan normal, habitual y regular que encasillen a la comunidad latinoamericana con  un solo país, piensan que todas/os comemos jalapeños, pero es porque no dan espacio para los chiltepes por ejemplo.

Un área recreacional al aire libre de encanto lo más nuevo en tecnología. Aviones de plástico del tamaño de  un helicóptero para que el ishtalito juegue a ser un piloto aviador, te imaginás vos a los pegostes ahí tratando de encaramarse y no les da el largo de las piernas.

No logro salir de mi asombro el lujo es eso un exceso, una farsa, un barniz. Pasan en los corredores las “maestras” que no han estudiado magisterio la mayoría son patojas que terminaron los básicos y fueron a llenar papelería esperando la llamada de la suerte; pero vos tenés que llamarlas “Miss” cuando vas a recoger las crías. Miss aquí, Miss allá, maracuyá. Me causa risa el verlas lo encopetadas que se muestran
cuando me acerco a la hora de la salida, estoy junto a las otras mamás la mayoría viste ropa de marca y con marca, entre más grande la letra es mejor más visible más notable el grado de tu nivel económico.

Los  pegostesasisten en uniforme, pantalón caqui y camisa tipo polo, tenis blancos o negros depende el día. El bolsón como el uniforme debe ser comprado expresamente en la tienda del establecimiento –como en todos lados- y por cada ración de comida extra que la cría pida se les cobra el doble al final de la quincena a los padres. ¿Qué van a andar comiendo doble el ishtalitode dos años de edad? Pero ahí va en el cheque del pago, hasta los pañales extras y las veces en que la niñera, ah porque tienen también niñeras que aparte me miran ¿cómo es que dicen, sobre el hombro?  Osea que entre las niñeras también hay categorías. Pues te decía te cobran las veces en que la niñera llevó a la cría al baño.

Los vasos de agua individuales y el material didáctico que viene siendo absolutamente nada. Me refiero al material no al pago. No voy a negar que los crías aprenden en un guardería porque sería faltar al objetivo docente, a esa edad las mentes parecen esponjas imprimen todo y entre más se les acerquen los recursos mejor para éstas. Pero de una guardería a una escuela formal hay mil años luz de diferencia. Y esto está repellado de alcurnia educativa tapizada y barnizada, trabajo artesanal de quien muy bien sabe de qué manera trabaja lo de las clases sociales

Las maestras circulan entre los corredores transportándose de salón en salón,  saludan con una reverencia y especial delicadeza a las madres que llevan ropa fina, a mí me ignoran o por lo menos ponen todo su esfuerzo en que yo lo crea así.

Ya han pasado meses desde ese primer encuentro con aquel “centro educativo”.

Sin embargo hay ocho personitas que no me ignoran, me esperan con ansias a la hora de salida y cuando entro al salón a recoger la mía, se me lanzan encima en avalancha para que juguemos. Les hablo en inglés y en castellano, ahí hay de herencia polaca, filipina, hindú, y de las multiculturas y revolturas diversas. Con ese pegostalito fluye y sale mi vocación de maestra, el tiempo de pronto se detiene y vuelvo a Ser…  los abrazos de las crías no me los pueden prohibir las madres que se visten fino, ni la envidia de las “maestras” que juegan a ignorarme. Son pocos minutos a la semana en que me revitalizo con el encanto de la infancia. Aunque después esas crías cuando crezcan y  lleguen a ser iguales  y entren en el mismo juego, se asimilen distintas y poderosas en el escalafón de las clases sociales –como en The Help-. Mi labor es darles amor y si de ribete tengo la oportunidad de jugar a ser doncente es un plus que encantada tomo.

Un día la maestra no se aguantó las ganas y me preguntó qué hacía yo en mi país, de qué laboraba y le  contesté con el pecho inflado como gallinita inglesa: ¡soy maestra de Educación Física! Me hubiese gustado tomarle una foto y congelar su expresión de sorpresa me dijo que ya quisiera ella tener esa química con the children. ¡Qué se cansa mucho, son demasiados! Le dije que no se quejara que era so lucky al tener nada más eight children en su salón de clase, que aunque no lo creyera en mi país pasan de los sesenta en las escuelas públicas y ya quisieran las maestras contar con esa cantidad de recursos. Le dije que lo disfrutara porque la vida da tantas vueltas que cuando menos lo esperara esas ocho crías, serían un fugaz recuerdo en el paso del tiempo.

Salí del salón llena de plasticina y estampada de abrazos en miniatura, despidiéndome con un see you later babies esperando yo también guardar en mi memoria mis días de niñera en tierra gringa.


Ilka Ibonette Oliva Corado.
17 de noviembre de 2011.
Estados Unidos.

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