Lirios pa’ la Pelu.


Eso pensé cuando los vi en la estantería de las flores en Dominick´s. Los lirios son sus flores favoritas y si le preguntás cuál es la razón te dirá que le recuerdan a su mamasembrándolos y podándolos en el jardín de la que un día fue nuestra casa en Ciudad Peronia. Te dirá que tiene fresco el recuerdo en su memoria de su mama cortándole cada lunes  un ramo de lirios para que se los llevara al trabajo y los pusiera en su escritorio. Te dirá que los lirios guardan en su aroma la nostalgia de sus años de infancia y de las  manos blancas y trabajadores de su mama. No, no te dirá eso, porque no expresa lo que en sus adentros rebosa, te dirá simplemente que le gustan.

Compré el ramo de lirios y la sorprendí cuando regresó del trabajo, un miércoles por la tarde mientras llovía y el cielo lucía encapotado, la invité a aventarnos a perforar la autopista y a estancarnos en la enorme cola del tráfico con tal de ir a disfrutar de un asado argentino al otro extremo de la ciudad. Me dijo: “¿estás segura Negra venís cansada hoy te tocó limpiar una casa?” Le dije: “¡qué cansada ni qué nada nos vamos!” y así en mi ropa de limpieza –pants y playera- nos fuimos, en el trayecto las gotas de lluvia que mojaban los vidrios del automóvil han de habernos invitado a recordar, nuestras empapadas de camino a la aldea en busca de leche de vaca las los cumes de la casa. Hemos de haber recordado los días en que soñábamos con probar el jamón y en la ausencia de recursos comprábamos lechugas en la aldea y las hojas las cortábamos en forma de pan y las llenábamos con mostaza, sala de tomate y mayonesa, la doblábamos en dos y les hacíamos creer a los cumes que era un pan con jamón.

En la tarde nublada volviéndose noche habremos de haber saboreado las tortillas calientes con miel de caña que fueron nuestras cenas, los pedazos de panela canche endulzando el café Miramar o Quetzal.

La escucho decirme mientras manejo: “Negra sos una salvaje sólo a vos se te ocurre venir en pleno aguacero a la ciudad” Pero me lo dice por molestar, ella sabe que los días de aguaceros y niebla me alegran el humor y me espantan el estrés. Del radio sale ronroneando una voz, es Mocedades. Le subió el volumen y afinamos las gargantas para maullar con elegancia, la vi sobre un escenario cantando frente a un auditorio numeroso de incontables personas. Tiene una voz privilegiada escucharla emociona, de pronto me he quedado en silencio gozándome su voz, entro en los coros para maullar con más fuerza arruinándole su presentación.

 La enorme fila de carros caminando a vuelta de rueda, los vidrios empañados  en el horizonte lejano  y un cielo encapotado cubriéndose con el manto oscuro de la noche, tiñen ese instante con la nubosa nostalgia de nuestra infancia extraviada.

Es mi hermana-mamá, llamarla hermana sería bajarla de rango, sería faltarle al respeto, sería no reconocer que mi crianza ha estado en sus manos, es la única persona en este mundo que conoce hasta mis parpadeos, mis cambios de ánimo y las ocasiones en que tengo hirviendo dentro de mí un remolino a punto de explotar, entonces me mira y me dice: “¡Negra sacálo no te quedés con eso hablá!” Para mí es fácil hablar, pero si esa misma frase se la dijera a ella, olvidáte se cae el cielo esa mujer es una tumba, me toca andar adivinando a través de su mirada, salvo cuando el vaso se llena y a tumbos se desbordan sus adentros. Entonces agarráte porque es temporal el que se avecina  y no te librás ni con una buena limpia con siete montes y una chilqueada, ni aunque le fumés el puro a Mashimón. Por eso temo decirle: “¡Pelu habla!” Porque cuando lo hace me deja muda.

Es tan mosquita muerta que me desespera, la otra vez la invité a ir de compras a una de esas tiendas, de aquellas hombre, de esas, una de esas en donde encontrás un parque de diversiones exóticas, ¿sabés qué me dijo? Que yo era una hija del demonio, de mente maquiavélica y de bajos instintos, una depravada sexual; le dije que estaba bueno pero cuando me viera la inversión, ¡que no me anduviera prestando nada!
Me consiente tanto que me abruma, hace mi comida favorita cuando menos me la espero y siempre tiene ramos de claveles rojos en el apartamento, tiene alma de decoradora se conoce todas las tiendas de segunda mano del Estado y consigue cada cosa en oferta, ¡que te asombrás! Esas famosas botas de otoño que ustedes miran en mi fotografía con ella, me las compró el año pasado y me las puse a fuerzas para consentirla pero me siento maneada, mi estilo es otro pero decime vos ¿cómo negarme a consentir a mi hermana-mamá? En lo único en que la he mandado a la goma es con su atizamiento de querer pintarme el pelo canche, ¡imagináte vos semejante dundera!

Llegamos por fin al restaurante para disfrutar un asado argentino, para nuestra sorpresa tenemos que esperar mesa está lleno a reventar, según ella que la gente no salía bajo la lluvia; pero es que es cuando el romanticismo hace de las suyas y el re bandido de  Cupido  anda suelto. Nos disponemos a devorar la carne barnizada de chimichurri, pero es inevitable recordar los días lejanos cuando comer carne asada era toda una odisea: cantinearnos al señor de la carnicería del mercado para que no nos diera chirajos en lugar de carne, aparte que nos la diera fiada y tener la firme confianza que a la siguiente semana se la pagaríamos o empeñar la palabra a cambio de la hielera de helados, una vez al mes nos dábamos el lujo de devorar carne roja, porque el resto nos tocaba devorar la negra, en la olla tiznada llena de frijoles. Que eran deliciosos porque por ahí bajo de agua llegaba a la mesa de nuestro hogar, un queso fresco y un vaso de crema, el bucul de tortillas no se daba abasto.

Esa cantidad de carne servida en el restaurante nos alcanzaría en aquellos tiempos para los seis de la familia y todavía había que guardar. Del postre, un flan de no sé cuántas leches, cremas y guindas no teníamos idea, el flan que endulzó nuestra infancia  era el que hacía la Pelu  de Maicena: ¡el mejor que ha degustado mi paladar!

Mi hermana-mamá que es re fufurufa para vestirse, me ha dado la pescoceada de mi vida dice que dos ladies no pueden entrar a un restaurante en esas fachas, ¡y menos sin pintalabios! Pero como a mí me entra por un oído y me sale por el otro, ya vas que me voy a pintar la trompeta va… la pobre cristiana lleva no sé cuántos años tratando de depilarme las cejas pero por más malabares  y llaves chinas que me haga, lamento decirle que perdió el combate, primero me pongo minifalda a depilarme las cejas.

Se toma tan en serio el papel de mamá que hay días en que me dan ganas de mandarla en un telegrama emergente para un barrilete de noviembre y le daré más hilo. Cada vez que salimos a “socializar” y logra sacarme de mi cueva me recita un rosario de indicaciones: Negra no vayás a andar contando esos chistes sucios que contás, -sucios les llama ella  de persignada-  que mirá reíte con moderación y hablá bajito. ¿cómo que bajito querés que me agache cuando hable? Ya estuvo que con esa pregunta me suelta la sarta de condiciones, pero siempre pierde. Pero es la consentida de nuestras amistades –de las contadas con los dedos de las manos- ella es la chica dulce que siempre sonríe y dice gracias cuando se sirven algo, la que dice “¿te ayudo?” a la mesera del restaurante, la que siempre le anda consiguiendo trabajo a las personas y encima si no hablan inglés va con ellas a las entrevistas, por lo regular la gente siempre le termina pagando mal y ella queda como toda su cara con las “patronas” pero no cierra la puerta y vuelve a caer de nuevo pero siempre me dice que más de alguna habrá que sea responsable y que realmente necesite trabajar. Para mí fuera, yo no confío en las segundas oportunidades, con una tengo para cerrar la puerta con candado y doble tranca.

La sala de nuestro apartamento rentado siempre está lleno de tiliches que le regalan las  señoras en donde limpia casas, y cuando le pregunto que para qué tanto chunche, me dice que es para dárselas a  gente necesitada en los suburbios menos acomodados de la ciudad y agarra camino pues, con su carro lleno de tiliches al rato regresa sin nada, siempre encuentra gente que necesita y ella siempre tiene cosas para ellas. Ella es de las pocas personas que ponen en práctica aquello de: ser culta para servir.

Ya se le ha quitado el trauma de ir todos los domingos a misa a darse tres golpes de pecho, pero en su cuarto tiene al Cristo Negro de Esquipulas, como tres vírgenes que no sé cuáles son, y reza el rosario, enciende veladoras blancas para atraer la paz a la casa.  Yo en mi cuarto tengo un atrapa sueños  para que me espante las pesadillas.

Durante siete años de mi autoexilio no apartó sus pies de los míos porque sabía que no sentirla a mi lado  durante la noche me hundía en un abismo lleno de pesadillas e insomnios. Hasta que decidí independizarme y mudarme de cama me abrazó y me dijo: “ya estás lista extendé tus alas y volá”. Me mudé al cuarto vecino, una frágil pared  de cartón y duralita nos separa pero ya soy independiente y puedo dormir sola sin que los insomnios, las pesadillas  y mi propio llanto me levanten en las madrugadas.

Lirios pa´la Pelu pensé cuando los vi en las estanterías, pero también le compré una maceta con crisantemos color mostaza, o para ponértela más fácil, color corazón de conacaste canche –porque hay uno chiltoto rojizo-. Si con un ramo de lirios yo pudiera devolverle a esa mujerona todo su apoyo, le compraría todos los de los viveros del Estado, pero ella no acepta regalos ni palabas de agradecimiento ella se da, se entrega sin esperar absolutamente nada a cambio y se ofende cuando pretendés devolver el favor.

Somos tan parecidas físicamente pero en el interior estamos cortadas con diferente tijera. Hasta  hace poco entendió que mi bitácora no tenía la finalidad de ventilar los asuntos íntimos de la familia, tampoco que su función era lapidar a mi Tatoj y a mi Nanoj ni gritar a los cuatro  vientos la casta de mis abuelos campesinos y analfabetos, hasta hace poco entendió que esa bitácora ha sido mi catarsis, mi forma de canalizar, mi auto terapia.

Ahora ha comprendido que tiene una hermana escritora que el día que ya no escriba será porque seguramente cambiará de nombre y de planeta de residencia, ha entendido mi naturaleza y prefiere verme escribiendo que pegada a una botella de licor o llorando por los rincones, pasando las noches en vela y despertándose todas las madrugadas a las tres justo antes de que salga la alborada. Fueron suficientes siete años en esos trotes en los que fue testigo de mis encuentros salvajes con mis fantasmas y mis miedos, de mis iras y mis desafueros.

En cambio yo, no conozco los suyos porque los esconde en lo más profundo de su interior, de pronto quiero ser adivina y percibir e imaginarme pero es tan difícil cuando una persona forma una roca alrededor suyo, traspasarla no es problema de agarrar un martillo y derrumbarla el trabajo es aun mayor y más fino: trabajo de escultora. Ella ama los días soleados y calurosos, las noches de luna llena y cielos desnudos, la deprimen los días oscuros, fríos y nublados de pronto esos alfileres finos de lluvia a ella le caen como un temporal. En cambio yo deliro con la neblina, en l
as tardes oscuras y frías del invierno divago en algún lugar del universo, extraviada, ensimismada perdida en mis adentros.

Lirios pa´la Pelu  pensé cuando vi sus colores vivos, para aquella niña que se olvidó de su infancia para convertirse en mamá de tres. Mientras yo jugaba al avioncito y a las paradillas en alguna vecindad de la zona ocho, ella preparaba mi cena y revisaba mis tareas, planchaba mi uniforme y  por las noches me cepillaba los dientes y me trenzaba el cabello. ¿Y a ella? ¿A ella quien le planchó el uniforme y le preparaba la cena? Nadie, no tuvo quien lo hiciera por ella. ¿Quién le revisaba las tareas? Nadie y siempre fue abanderada de la Escuela José María Fuentes,  en la zona ocho que nos vio aterrizar en la capital. ¿Quién le daba las buenas noches? De cuando en cuando su papa –mi Tatoj-  que llegaba a envolvernos en un viejo poncho de toto, de cuando en cuando nos deleitaba con un desayuno de plátanos con leche.

Juntas vimos caer la oscurana en las noches de la zona ocho, sopeando champurradas frías con café de tortilla, o sopeando bananos maduros en café Miramar. Las bolsas llenas de pan frío que nos regalaban en la panadería de la esquina nos alimentaban los desayunos durante la semana.  Los días que en la carnicería nos daban el desperdicio para perros que nosotros lo volviámos caldo para el almuerzo. Yo que reniego de todo y ella que da gracias a la vida hasta por la tragedia más grande, siempre agradeciendo hasta de sus lágrimas y de su nostalgia porque dice que todo camino recorrido ha sido necesario para afrontar el que nos falta por conocer.


Dice que tiene una hermana famosa que es escritora, pero que no permite que a la otra se le suba el mosh, ahí la tiene pianito, pianito, al ras del suelo para que la emoción no la eleve y la distraiga de la realidad. Más que el lazo de la sangre nos une el camino recorrido, entre penurias, sustos y lágrimas, sonrisas y sueños que algún día veremos hechos realidad.

Yo soy un huracán de invierno, ella es brisa de primavera su voz es canto de sinzonte en mi nostalgia pueblerina, ella es la raíz más cercana y la más fuerte que me permite sostenerme en mis pasos por este autoexilio, sus enormes brazos son robles, nunca la he visto derrumbarse y si llora lo hace a solas en su habitación, siempre quiere aparentar ser fuerte e invencible, se toma en serio su papel de mamá.

Su sonrisa luce como árbol de flor de fuego en verano, como arcoíris después de la tormenta, su mirada… su mirada me permite caminar por la infancia de nuestras nostalgias: observar a aquellas dos niñas saltando en las vías del tren, buscando algodones de sabores en La Aurora o corriendo en la madrugada bajo la tormenta en busca de leche de vaca para los cumes.  El día que la vida nos separe temo perder todo orden de razón ya no tendré quién revise mis textos antes de publicarlos, me perderé en la sequilla en busca del manantial que brota de sus adentros, me abrazará el delirio cuando no encuentre sus pies que me dan paz, no tendré ya más quien sepa instantáneamente qué me sucede con ver mis ojos, quien al escuchar mi voz descifre mi malestar.

El día en que la vida nos separe habré perdido la otra mitad de mi ser, y me sentiré mutilada, extraviada y sin rumbo, mi vida perderá el norte porque ella es el candil que guía mis manos y acompaña mi camino. Ella es el roble que no ha permitido que mi alocada familia se derrumbe en un alud. Es el soporte, la consejera, la que siempre perdona, la que olvida pronto y la que siempre ama.

¿Qué será de mi vida Pelu? ¿Y vos?  Dejáme ser egoista un momento y pensar en mí. Contáme un cuento que narre qué será de tu vida cuando tu Negra, cuando tu Negra ya no te jorobe la existencia.

Lirios pa´la Pelu pensé y se me aguaron los ojos al imaginarme el día en que los lirios  pierdan su belleza porque ya no estarán tus manos para llenarlos de vida. Lirios pa´la Pelu pensé,  y di gracias a la vida por tener el privilegio y la enorme suerte de tenerte como hermana-mamá.

Lirios pa´la Pelu… lirios para el candil que alumbra mis días oscuros, lirios para esa luz de luna que embellece las noches de mi alocada existencia, lirios para el roble de raíces profundas,  lirios para esa hermosa mujer que no predica y que por el contrario actúa calladita la boca.

Lirios para ese extraordinario ser humano que siempre dejo hablando solo, que siempre la ignoro cuando escribo, la que se enoja cuando no lavo los platos y cuando dejo las calcetas tiradas en la sala, lirios para esa generala que  me castiga cuando no arreglo mi cama, lirios para esa preciosura de mujer que a pesar de las heridas y de las traiciones siempre tiene el corazón abierto.

Lirios pensé y te escribí este cuento que dure toda una eternidad.

Ilka –tu Negra- Ibonette Oliva Corado.
Octubre 27 de 2011.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. waw que heromosura de escrito y descripción de tu hermana-mamá…!!! me encanta leerte…saludos y abrazos para ambas 2…

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