El sabor de la nostalgia.


Es tan difícil expresar ese sentir.  La nostalgia de pronto aparece. De la nada. Hace acto de presencia  aunque siempre está ahí: de bajo perfil, adormecida, en otras como sombra, en el aire que respirás. Ahí está con vos observándote  y metida  en tus poros, sobre tu piel. En tan solo un instante en un soplo de viento, aquella suave brisa de pronto se torna en huracán. Y entonces pué hace estragos… detona, tus emociones explotan  y la añoranza te hace tambalear.

Eso me sucedió el fin de semana pasado, me tambaleó. Aunque la mano del Ser humano en el avance de este mundo tecnológico e inalámbrico es innegable, todavía no he encontrado un rascacielos que me robe el aliento, como sucede cuando observo detenida,  la belleza  de una flor silvestre. Ha de ser porque irremediablemente hay dentro de mí, un alma montuna.

Entrando a la ciudad y al centro de Chicago, lo último en tecnología te sorprende, la elegancia y la alcurnia la tanteáshasta en los vidrios de las ventanas. Es otro mundo total una atmósfera distinta con la que no logro conectarme, me siento ajena tan aislada de ese estilo de vida y del barniz de  presunción.

Es otoño época de cambios drásticos en la naturaleza. De pronto en el soplo de un vendaval, los árboles botan toda aquella capa de hojas que los ha abrigado y se quedan en pampa, esperando en su desnudez, el frío invierno, para ser cubiertos de nuevo con la nieve algodonada.

Y yo; yo con la nostalgia de la tapisca a flor de piel. No resistí e intenté engañarla, tomé mi cámara fotográfica y me fui en busca de arces y cerezos agonizantes, quise congelar instantes con mi lente. Quise  tal vez anidada en la añoranza vestir este otoño con hojas de milpa seca. Más la belleza de este colorido tiene nombre propio, -el tuyo- y sería un pecado capital, pensar siquiera en endosarle pinceladas de tintura ajena.

Pero como el universo confabula y soy una niña bien portada, -ajá- al otro lado de la avenida me esperaba un campo de cosecha. De esos extraños  que parecen islotes en medio de los suburbios y pequeñas ciudades. Pequeños pulmones que permiten respirar a seres de alma montuna como yo. Y para allá me fui. En tres saltos ya estaba metida entre el zacatal y los girasoles de semilla seca, con el pantalón lleno de mozote y los brazos rayados por el zarzal.

Ahí estaba mi lente captando mazorcas blancas estampadas en las milpas secas, en mi nostalgia las torné; negras y amarillas. De pronto me atrapó el olor del atol shuco y las memelas de máiz amarillo. Al otro lado, la avenida era surcada por automóviles de último modelo, ignoré el bullicio y sucumbí ante el olor del monte seco.
Pero la tarde estaba por sorprenderme el horizonte era cubierto por tonalidades flor de fuego y cáscara de mango maduro, entre el color cáscara de zapote me encontraba  cuando las pupilas de mis ojos se dilataron de pronto, las palpitaciones cardiacas aumentaron su ritmo, dentro de mí explotaba el pulso de una batucada. Pensé estar cerca del quinto cielo, y que ese instante sería el último que disfrutaría en esta vida terrenal. Sentí ser invadida por un paro cardíaco,  mi arritmia  se  convirtió  en taquicardia y de ahí pa´l real ya no le atiné al ritmo –de la noche- porque no entendí nada de aquel pentagrama musical que se plantaba entre las flores de ayote que miraban mis ojos.

La máxima expresión de la nostalgia hacía acto de presencia en  mis pulsaciones cardiacas. Un nudo de sal se detuvo justo en mi garganta,  contra todo intento se mantuvo en el mismo lugar. Y con el agua detenida en el umbral de mis ojos  no encontré manera de derretirla. Extendí los brazos y quise gritar, tampoco pude. Mi cuerpo no respondía. Opté por tomar mi cámara y congelar los pétalos de las flores de ayote y el anaranjado de aquellos… de aquellos   en instantes ovalados que yacían abandonados después del tiempo de la cosecha.

Una manada de patos surcó el horizonte y mi nostalgia se profundizó cuando entre las enredaderas y las guías, entre las flores marchitas y las raíces expuestas, entre los anaranjados llamados pumpkins,estaba solito un ayote sazón de color verde. Lo acaricié en la mata y lo detuve en el tiempo al congelarlo con mi lente. No era un pumpkin, ¡era  un ayote sazón! Salí del lugar con mi ayote en la mano, el dueño del field of harvest notó la nostalgia en mis ojos y se dio por bien pagado con mi sonrisa.

Caminé entre la arboleda  de hojas color ocre y me volví a maravillar con semejante encanto;  me robó la respiración también el esplendor del paisaje del país en donde sigo siendo una inqu
ilina de paso. Comprendí  que no se puede huir de la nostalgia, es una fina capa de niebla que  baña el camino por donde transitamos. Rechazar el presente y no disfrutar de la belleza que me regala sería la forma más vil  y desleal,  una  completa afrenta para  aquella sutil añoranza que en noches sin luna, es candil para la oscuridad de mi alma montuna.

El sabor de la nostalgia… el sabor de la nostalgia viene a mí en esta noche otoñal, en la revoltura: del ayote sazón con leche azúcar y canela. Deshilando  en mi memoria el recuerdo de las noches  octubrinas  que agenciaron mi infancia en Ciudad Peronia.

 Qué será de mí, cuando el retorno sea inevitable y extrañe en suelo propio, este otoño ajeno que hoy me abriga en el destierro. Entonces…  seguramente  desahuciada evocaré  de nueva cuenta  a la nostalgia, para que con su mágica neblina me acune en su vaivén.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
12 de octubre de 2011.
Estados Unidos.

2 comentarios

  1. Alguien; un filósofo o un poeta, habló algo a cerca de la eterna recurrencia de las cosas: “Que tal, si en un día o una noche un demonio furtivamente en la mas solitaria de tus soledades te dijera»: ῾Esta vida que ahora vives y como la has vivido, tendrás que vivirla una vez más e innumerable veces más᾿… No te dejarías caer, chasquear tus dientes y maldecir el demonio que te ha hablado así? O has alguna vez experimentado un tremendo momento cuando le habrás contestado: ῾Tu eres un dios y nunca he escuchado nada más divino.᾿

    Felicidades y Larga Vida.

  2. wow…

    Un dia iba yo manejando en un fwy que tiene 14 carriles, y me puse a pensar en que esto ya es parte de mi vida.

    este es un pais lindo… quizas como usted dice, no es el nuestro, pero poco a poco yo he pensado y sostengo, que esta si es mi tierra, mi planeta tierra.

    I love LA!

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