Myrna Mack Chang: a veintiún años.



Cuando ella murió yo tenía once años de edad, -reparo ahora que estoy leyendo su biografía- estaba repitiendo cuarto grado primaria. Yo sabría de Myrna Mack, hasta cuando cursé la educación superior, en la clase de antropología en primer año de psicología. Fue una unidad, una exposición y un trabajo en grupo que equivalía a cinco puntos.  Más nada.

Me desconecté de esa parte de la historia  y emigré; hasta el año pasado, que la vida me presentó la oportunidad de conocer  a una persona amiga suya, y que me ha mostrado a Myrna Mack, en otra perspectiva: la de amiga, la de migrante, la teórica y mujer de lucha.

Es diferente el tono, a lo que leés en los lugares en donde está su biografía y su aporte a la antropología y la investigación de comunidades refugiadas y desplazadas en aquellos tiempos crueles de la Guerra Interna. Porque  al escucharlo de la boca de alguien que la conoció, afloran los sentimientos y los recuerdos viajan en el tiempo para plantarse serenos en el  presente: la indignación es doble. Cada once de septiembre sucede lo mismo con quienes la quieren. Vuelve esa fatídica noticia.

Ese es el once de septiembre negro para Guatemala y para nuestro género, porque representa la forma vil en que fue segada su vida. Pertenezco a la generación de la ignorancia inducida, la que vive y nada en la amnesia colectiva. Por si fuera poco, me dividen más de siete mil kilómetros de distancia de mi terruño. Así es que busco mecanismos y herramientas distintas para informarme. He entrado a la página en Internet de la fundación que lleva su nombre, para leer y conocer un poco más de ella y de su profunda huella en el camino de la antropología y la investigación en Guatemala.

Una vez más el flamante Ejército del Estado Mayor Presidencial, viola los Derechos Humanos de una ciudadana guatemalteca, arrebatándole la vida, ensañándose en violentarla, la forma en que la cegaron fue brutal. No sobrevivió a la política represiva del ejército del país. En aquellos años –según he leído-  pensar diferente y atreverte a expresarlo  te convertía en  una  persona subversiva. Y aportar al cambio te sentenciaba automáticamente a ser candidata a formar parte de las estadísticas de personas desaparecidas, torturadas y asesinadas.  Involucrada o no en el movimiento “insurgente” si eras sospechosa para los radares de los militares, te hacían desaparecer. No puedo  imaginar cómo era la vida  en aquel ambiente hostil. Como tampoco las condiciones infrahumanas a las que lograron sobrevivir aquellas  Comunidades de Población en Resistencia. No logro imaginar las movilizaciones masivas de pueblos enteros para internarse en las selvas. Mucho menos la barbarie en que se  convirtió su eliminación por medio del ejército. Los crímenes de lesa humanidad por los cuales no han sido juzgados y que por si fuera poco gozan de la libertad, se osan de tal desvergüenza y se atreven a impulsar una plataforma presidencial. Pretenden que olvidemos.

 Y no asombra el proceder del sistema de justicia, de la policía y del ejército –porque como sociedad ya estamos acostumbradas/dos a que las pistas desaparezcan y se encubran a autores materiales e  intelectuales- porque la impunidad ya se convirtió en la inseparable sombra que camina junto a nosotras/tros.
Asombroso ver más de doce jueces involucrados en el caso y la tardanza de más de diez años en el proceso del esclarecimiento de su muerte, y de aplicar la justicia a los culpables. Aunque como buenos militares, son expertos en borrar huellas, cayeron unos, pero otros andan libres, caminando por las calles, tal vez nos hemos topado con ellos, y ni cuenta nos hemos dado que a la par tenemos un asesino de esa magnitud: disfrazados con el saco de la pulcritud. Son expertos en ejecuciones extrajudiciales. Su muerte parecida al modo operativo con que se dio la de Monseñor Gerardi,  días después de publicado aquel famoso libro.

Según leo: a ella se le vinculó con un documento publicado por las Comunidades de Población en Resistencia –CPR- en los medios de comunicación. Razón suficiente para eliminarla. Nunca imaginaron que su nombre se convertiría en un estandarte  de la lucha contra la impunidad y violencia de género.

Observo las fotografías en el Acto de Reparación, y aparecen los genocidas: entacuchados y en primera fila: ¡vaya descaro! ¡Vaya osadía! Sólo en Guatemala claramente comparten en el mismo salón victimarios y víctimas, unos tienen de su lado el largo brazo de la impunidad, y mientras que las otras, desde donde se encuentran ruegan porque la justicia llegue un día y los atrape. Pero sea como fuere, es un logro tremendo el que ha alcanzado la Fundación Myrna Mack, en el proceso y en la investigación. Es de admirar la labor de su hermana Helen Mack y el tesón con que se ha enfrentado al mancillado sistema de justicia guatemalteco.
Por medio de su página me entero que hay una calle con su  nombre, también una placa en AVACSO.

El nombre de Myrna Mack Chang, se ha convertido en una insignia por la lucha contra la impunidad y el régimen de opresión que vive Guatemala.

Un Ser que rompió con la barrera de las clases sociales, se atrevió a voltear a ver hacia abajo, y lo que observó no le gustó y por eso tomó la decisión de descender y conocer y trabajar por aquellas personas  que sucumbían en la pobreza y el anonimato, por aquellas comunidades maltratadas, silenciadas e ignoradas, descendió a los sótanos de las clases sociales: a la podredumbre los arrabales.

Una mujer que rompió con paradigmas y estereotipos. Su biografía asombra y conmueve, pero también llena de orgullo saberla guatemalteca y mujer. Emigró, estudió en el extranjero y retornó a aplicar lo aprendido en territorio marginado y olvidado. Su compromiso social con el pueblo ante todo.

Han pasado veintiún años ya,  muchas cosas han cambiado en Guatemala, el ambiente hostil ya no corre por manos del ejército –no abiertamente- y ya no te mandan a eliminar por medio de la ejecución extrajudicial al atreverte a exponer tu pensar, se han abierto nuevos espacios y formas de explorar parte de la historia.

Hemos avanzado a pasos lentos, pero seguimos caminando. En aquella época quedaron vidas valiosas de guatemaltecas/cos  que pagaron con ella, su intento y su derecho a exigir el tan anhelado cambio que todavía no ha llegado. El caso Myrna Mack es uno de los miles, de las barbaries cometidas por el ejército guatemalteco.

Hay tanto que aprender de la historia de aquellos años, tienen mucho que aportarnos en el presente: el pasado no se puede ni se debe de olvidar. Sería como ignorar que un día aquellas valientes personas existieron.

El aporte que deja a Guatemala, a la antropología, al magisterio y a nuestro  género es el de una semilla que está germinando, porque  fue bien sembrada. El tiempo  y su hermana se están encargando de  abonarla.  Una mujer progresista y ejemplo invaluable de lo que es trabajar e involucrarte  en busca de la igualdad, de la justicia y del avance por crear una Guatemala democrática e unitaria. Una mujer digna de imitar.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
Septiembre 27 de 2011.
Estados Unidos.













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