De heladera a escritora.


Hace algunos días le comenté a un amiga lo que me estaba sucediendo y me contestó: “dejá que hablen los familiares que se te atribuyen, no les pongás coco, tomálo suave”. Esto cuando le conté que resulta, que en Chicago y en Estados Unidos, de la nada, me salieron familiares, aclaro: no familiares de Ilka la que limpia casas, si no de la Ilka que escribe.

Por el apellido Oliva y en otros lares por el Corado. Estoy degustando una pizza mientras escribo estas letras,  desde el balcón veo el horizonte tornándose en colores flor de fuego, las hojas tiernas de los árboles agonizando junto al ocaso, escucho el vendaval soplar y mecer las ramas de los maples. Desde este apartamento la vista hacia la arboleda es espectacular; frente a mí tengo un arce que en octubre colorea los días con pinceladas chiltotas.

Saboreo la pizza  hawaiana –que es mi favorita-  y entretengo  el paladar con la lluvia que cae en gotas finas como alfileres, la tarde está empachada de neblina otoñal. El embrujo de la estación me atrapa y yo encantada me dejo seducir por su encanto.

La pizza: no sé cuántas veces  pasamos caminando frente a Pizza Hut , mi Tatoj, mi Nanoj, mi hermana-mamá  y yo, en aquel entonces éramos dos crías nada más.  Nuestros paseos de los fines de semana eran caminar desde la zona 8, en donde vivíamos,  hasta La Avenida las Américas y regresar igual caminando. Aquel recorrido  nos tomaba el domingo entero. No sé cuántas horas pasamos caminando sobre los rieles de la vía férrea que atraviesa La Terminal, hasta llegar al zoológico La Aurora y tocar el agua a los pies de Tecun Uman  para luego, correr entre la arboleda que engalana Los Arcos. En el trayecto, siempre nos topamos con Pizza Hut de la zona 9. El olor a pizza nos alborotada las tripas, más nunca hubo recurso económico para entrar y degustar una. Y en las mismas, se nos pasó la infancia.

No sé por qué razón se me ha venido ese recuerdo en este instante,  pero sí sé por qué lo estoy escribiendo. Y es para no olvidarme: quién soy y de dónde vengo. Sin embargo como dato importante aquí nunca he ido a comer Pizza Hut. Curioso. No me llama la atención, ni por chancear.

Hace exactamente siete años,  cuando estaba extraviada emocionalmente en este país, busqué enloquecida  círculos de lectura, en donde se me permitiera participar, interactuar con otras personas que al igual que yo amaran leer. En aquella ocasión toqué muchas puertas, ninguna se me abrió. No me aceptaron por ser guatemalteca, patoja y mujer. Así de frío y cruel.

Los círculos de lectura eran –son- dirigidos mayoritariamente por  personas mexicanas y chicanas. Y los pocos centroamericanos eran hombres: machos-machistas.

Recuerdo un círculo en especial. De esos en donde llegan docentes universitarios y escritores, cuentistas,  poetas…  que ya tienen su media docena de libros publicados.  En aquel momento yo no sabía que se trataba de un círculo tan “caquero y refinado  por aquello de las etiquetas  y títulos universitarios”. De la manera más fría me dijeron que no podían permitirme participar,  y darme el espacio  porque no tenía noción de: las letras, de terminologías, drama y semántica.

Yo lo único que buscaba era leer e interactuar, conocer personas que tuvieran la misma relación con las letras, yo quería aire, me estaba muriendo como inquilina en un nuevo país.

Hoy, siete años después y con las vueltas que da la vida, he recibido una llamada telefónica, por el director, presidente o encargado –como vos querrás llamarle pué- del famoso círculo que me cerró las puertas en las narices, lo escuché decirme: “ señorita Ilka, nuestro círculo de lectores, escritores y poetas se honraría en contar como miembro del grupo  a una escritora como usted, queda totalmente invitada a participar con su letra y nos encantaría contar con su presencia los días… a la hora de la lectura y estudio de las obras…”

Lo escuché hablar y me hizo retornar de un tetuntazo al otoño aquel, en que me acerqué a la recepción de la oficina y él mismo me negó la entrada. Sin ningún tono sobresaltado le agradecí la oportunidad  y su llamada, pero no acepté participar y no porque no tenga tiempo, si no porque me discriminaron por mi condición de guatemalteca, patoja y mujer.  Sin ningún tipo de soberbia y altanería, agradecí y me despedí del ahora  -según me dijo- lector de mi blog.

Ahora resulta que soy escritora. Y que  hay personas  con las cuales no comparto lazos sanguíneos y que por casualidades de la vida nos une el mismo apellido, se adjudican ser parientes de esta potranca salvaje, vaya pué dije yo. Se andan haciendo pasar por parientes de Ilka la que tiene un blog. Pero me pregunto, ¿porqué no les salen los lazos de apellido cuando me toca que ir a limpiar una casa? ¿Por qué no dicen que son mis familiares cuando ando limpiando baños y trapeando pisos? Y no sólo en Chicago, sucede en varios Estados de la nación gringa. Son parientes de la Comapense de Pura Cepa. ¡No jodan muchá! Yo no niego mi sangre, pero no acepto que personas que no tienen nada que ver con mi árbol genealógico se adjudiquen semejante gloria.

Para aclarar: soy hija de un tractorista zacapaneco de Teculután y de una hermosura jutiapaneca de Comapa,  campesina y labradora: cortadora de algodón en la finca la Pangola por aquel entonces: ninguno de los dos, llegó a cuarto de primaria.

Soy: una de las dos heladeras que surcaron las calles polvorientas de Ciudad Peronia, para  buscarse el sustento y   el pan del saber. Soy maestra de Educación Física y no llegué al tercer año de universidad. Tengo la sangre caliente: oriental por padre y madre.

No tengo tarjeta de crédito, y mi carro no es de modelo reciente, no he comprado ropa desde hace cinco años, y tampoco me hace falta con la que tengo es suficiente.   Los muebles de mi apartamento rentado los hemos comprado en tiendas de segunda mano; unos, y otros los hemos recogido en las calles de suburbios en donde los ricos cambian decoración prácticamente en cada estación de las cuatro del año.

No sé de semántica, de drama y trama –la de comer sí-  más sí conozco la dignidad.
Nunca me he manejado con conectes, no conjugo con eso de andar haciéndole la barba a nadie, por lo mismo no necesito que me la hagan. Si las personas quieren llamarme escritora por los 200 artículos que hay en mi blog, háganlo no me molesta ni me incomoda, pero tampoco me ensancha; no conozco la arrogancia ni la prepotencia, yo sé muy bien de dónde vengo y no me avergüenzo de ser mujer de canillas  cenizas y manos gretadas.

 Yo no puedo evitar que la gente quiera -a estas alturas- literalmente colgarse de mi apellido y de mi etiqueta de escritora. Me encantaría que un día se decidieran con la humildad del caso a colgarse también de mi  nombre,  pero cuando me toque limpiar  casas; sería sumamente agradable para mí, si un día me fueran a ayudar y allí hombro a hombro restregáramos los inodoros.

Estoy por terminar  de zurcir este artículo y cerrarlo con  nudo ciego, frente a mí observo mi cama, que compré al año pasado, cuando decidí independizarme de los pies de mi hermana-mamá, y lo logré hasta cuando me emanciparon: las pesadillas, los insomnios, mis miedos y los terribles fantasmas internos.

La observo tiene puesto un edredón;  ayuda mucho para pasar la época de frío que acampa desde octubre hasta marzo. Un edredón, no los conocía, aquí vine a saber lo que eran y para qué servían, esa palabra era desconocida en mi vocabulario de heladera. Mis sábanas fueron de lana  con figuras de flores, compradas en manos de los vendedores de escobas, ponchos y afiladores de cuchillos, que  pasaban  por las calles de Ciudad Peronia ofreciendo su producto: cargándolo a tuto o a mecapal.

Aquí vine a conocer el atún y el salmón. Decir que se me asustaron las tripas sería lo más leal.  

Me sucede que cuando asisto a “eventos sociales” –que les dicen- me presentan con personas como “la escritora fulanita de tal”, ellas inmediatamente me preguntan si se pueden tomar la foto conmigo, yo accedo –pensando en la jodida que les daré adelante- y minutos después de captada la instantánea, entre la conversación les dejo ir el golpe a la yugular, les comunico que mi sustento me lo gano limpiando casas. Basta para quitármelas de encima,  sus rostros se desencajan y les viene una especie de arrepentimiento instantáneo, al pensar en la fotografía que se acaban de tomar con una limpiadora de casas. Nunca utilizo el auxiliar del arbitraje, porque el efecto es al revés, rueda me  hacen, les parece increíble tener frente a ellas a una mujer árbitra de fútbol.

Tengo tanto que aprender en la vida –como vos- que cada minuto es una oportunidad para adquirir la experiencia y disfrutar el instante vivido. No me interesan las etiquetas, ni los aplausos, ni mucho menos que se me pongan de escalera o de alfombra –el lenguaje peroniense-  porque es denigrante ver a un ser humano caer en esos abismos de la charlatanería.

A
rrabalera soy;  vengo de los sótanos de las clases sociales, no me vendo y tampoco me interesa comprar aceptaciones, cariños y elogios de nadie. No escribo para agradar a nadie. Escribo porque se ha vuelto mi forma más leal de expresión. Tengo un blog, como los hay millones en la Internet, cosa que no me hace particularmente especial.

Y para hacer el nudo ciego diría que: tal vez un día, me siente a escribir una novela y le pondré de nombre: “De heladera a escritora”, pero eso será para  cuando ya sea escritora, por el momento sigo siendo heladera.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
Septiembre 29 de 2011.
Estados Unidos.

7 comentarios

  1. Gracias, aunque no lo creas se un poco de lo que hablas, un poco, porque a ti la vida te a exponenciado en toda su amplitud, por eso das tanto, solo hay gratitud hacia ti infinita.
    Honestidad y autenticidad, de eso que ya no hay a ti te sobra, y además combinado con valentía.
    Muchas gracias.

  2. Dante Barrientos Tecún

    Muchas gracias por su texto, es muy hermoso.

  3. Como vos decís, gotita, yo aun tengo mis colchas de lana con figuras de gato y mi primer edredón me lo vendió la suegra de mi hermana hace como cuatro años. Me llegan las personas como vos, auténticas y orgullosas de su identidad, de su origen. Un abrazo!!!

  4. Respetable Ilka, yo no sabía nada de usted, encontré el mensaje y lo abrí; luego me enganchó la lectura de su artículo. Me encantó la franqueza, me pareció tan auténtica y tan parecida a muchas mujeres, cuyo recorrido ha de guardar enorme similitud con el suyo.
    Reciba mi saludo codial y admiración sincera.

  5. A mí me llena de orgullo ser amiga de esta heladera, maestra, trabajadora de casa particular (o empleada doméstica, como más te guste), árbitra y escritora (o medio escritora, como más te guste) y lo único que lamento es que la distancia no permita tomarnos una foto juntas. Al menos, todavía no.

    Sin importar los nombres y los títulos, sos una mujer de mucha luz y de un don de la palabra, y eso te hace admirable. Gracias por compartir este blog que me ha hablado al alma.

  6. A mí me llena de orgullo ser amiga de esta heladera, maestra, trabajadora de casa particular (o empleada doméstica, como más te guste), árbitra y escritora (o medio escritora, como más te guste) y lo único que lamento es que la distancia no permita tomarnos una foto juntas. Al menos, todavía no.

    Sin importar los nombres y los títulos, sos una mujer de mucha luz y de un don de la palabra, y eso te hace admirable. Gracias por compartir este blog que me ha hablado al alma.

  7. Refrescante, Ilka, ver muy de vez en cuando gente que no intenta venderse como lo que no son. Valiente aceptarnos como somos: únicos, irrepetibles, con nuestras bondades y nuestros errores.

    Mis respetos para la heladera convertida escritora…

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