It is Harvest time!


Así leo que dice el rótulo en la entrada del vivero. ¿Vos has escuchado aquella expresión: “las mulas siempre tiran pa´l monte”?,   pues lo mismo me pasa, vivo en una urbe enorme, impregnada de tecnología en todo lo que ven tus ojos. De no tener  la conciencia de que todo lo que hay aquí ha sido obtenido a la mala, te diría que es un lujo poder gozar de semejante privilegio. De hecho lo es, pero pagás un precio muchas veces invaluable. Y si agregás las personas que han muerto y los pueblos enteros que han sido sometidos y ultrajados para que aquí vos podás caminar en el lujo de autopistas futuristas y trenes que falta poco para que vuelen.

Es tiempo de la cosecha, el otoño comienza a acantonarse y con  el: los colores chiltotos, las hojas moribundas, cielos taciturnos y días nublados, cogollos color flor de fuego y empachos de neblina se apropian de las mañanas grises. Frío y vendaval.

Esta mañana no fue la excepción: chipi chipi y niebla,  una mañana ad hoc para mi gusto e inspiración.  Me sosiego en el tiempo de otoño, aterrizo en tierra y dejo de divagar. Recargo energías.

Agarro mi cámara fotográfica me trepo a mi troncomóvil y  voy en  busca de un vivero, el primero que me viene a la mente es uno que está ubicado en un sector de judíos y europeos.

Quiero ver crisantemos, rajas de leña y ayotes. Aunque camuflajeo muy bien como hindú, también soy guatemalteca y latinoamericana: el color cáscara de encino en mi piel es innegable.

A veces el color de tu piel sirve para que te chuleen, y en otras para denigrarte. Con los hombres de tés blanca es mi pegue, pero con los morenos que son mi debilidad no sirve de nada.
Me bajo de mi nave, y camino buscando los crisantemos, realmente mi intención no es comprar flores, si no fotografiar, que desde siempre ha sido una pasión escondida y un relajante en mi vida con resultados increíbles. Bien es sabido que hasta hace dos años me di el lujo de comprar una cámara fotográfica semi profesional,  un sueño que me llevó 16 años cumplir y seis ahorrando.

Ahora que la tengo, me la llevo a todos lados, congelar instantes me distrae y me relaja.
Pero cuándo y dónde menos te lo imaginás sufrís los envistes de la discriminación; en ocasiones se te olvida que vivís en un país en donde abunda la xenofobia, pero  hay quienes te lo recuerdan y con un tino…

Voy vestida con un pants, un sudadero, tenis y mi cabello amarado en una cola; no tengo el cabello rubia, soy de estatura más bien baja,  y el inglés que hablo tiene acento latinoamericano. Me recibe una señora de las que trabajan en el lugar, de la tercera edad. Elegante, sonriente y dispuesta. Pregunto por una maceta de crisantemos chiltotos, la compro y también le pregunto si puedo tomar algunas fotografías, ella me autoriza a hacerlo.

Así es que entro en otro mundo: mi lente y yo, más nadie. Tiempo de cosecha dicen y encontrás ayotes de colores variables: anaranjados, verde musgo, verde botella, verde vaina de ejote de frijol camagua, verde hoja de palo de aguacate y verde repollo. Los famosos pumpkins que se apropian del otoño hasta el día de Acción de Gracias, que los que no han sido utilizados de adorno para el día de brujas, se convierten en pie de ayote para esa cena especial.

El vivero está lleno de crisantemos y flores de muerto, en varios colores, ayotes y mazorcas de maíz, milpas secas amarradas en tercios, las rajas de leña igual, en lugar de pita las envuelve un plástico transparente.

No me siento cómoda, me siento observada mientras tomo las fotografías,  me percato que no es mi percepción, efectivamente me están observado, dos empleados  gringos del lugar, que caminan en cámara lenta y  un tanto distraídos, pensando quizá que me embolsaré un ayote miniatura: de los que barnizan para adornar oficinas y mesas de comedor.

Sale la dueña del lugar, a la que minutos antes fui a pagar mi maceta de crisantemos, me pregunta si soy fotógrafa profesional, si las fotos las quiero para colocarlas en alguna revista, le digo que no, que es mi gusto tomar fotografías, no mucho me la cree, le parece extraño ver a una mujer latina, de mi apariencia, captando instantes con una
cámara semi profesional. No es la cámara la del problema, soy yo; la incomodidad que siente de ver a una latinoamericana tomando  fotografías a sus ayotes.

De reojo me percato que llama a uno de los trabajadores latinos del lugar, enseguida llega un patojo que me dijo era mexicano, con casaca me hace la misma pregunta, pero él sí aprovecha la conversación para relajarse y contarme hasta de la cicatrices que le dejó el desierto cuando lo cruzó.

Gana –me djo- siete dólares la hora, es oriundo de Oaxaca,  su trabajo es el más pesado; cortar la leña, movilizar de un lugar a otro las cajas con los ayotes y las plantas, siete dólares la hora, mientras que en el sector los pagos oscilan en dieciocho la hora,  con la planta que yo compré la dueña del lugar cubre tres horas de pago del muchacho.

Mientras conversamos comienza a llover, y los trabajadores gringos corren a  refugiarse del agua bajo el techo de la galera, en ese instante se convierten en jefes automáticamente y envían a los muchachos latinoamericanos a mover las plantas  que están comprando los clientes y subirlas a los carros, que están estacionados  a la intemperie, mientras los otros observan serenos con los brazos cruzados.

Sigo tomando fotografías y me encuentro con el sector en donde están las mazorcas de maíz colgadas, maíz negro y rojo chiltoto, maíz amarillo y blanco. Tres mazorcas por la módica cantidad de ocho dólares. Le dejan la tusa amarrada, se ven preciosas. El significado de la cosecha del famoso: harvest time gringo. Y en donde vos pensás: ¡que sería de aquella gente si supiera el significado de la palabra cosecha! Si supieran de: devastar, abonar, deservar, sembrar, y tapiscar.

El enorme significado que tienen para nuestro pueblo las mazorcas de maíz,  -la semilla de nuestro principal sustento- y para ellos es un adorno elegante. ¿Sabrán de cosechar realmente de trabajar la tierra y de la labor campesina?

Me parece insultante en momentos  eso de harvest time. Lo siento una burla. Ver las mazorcas expuestas y adulteradas: de estas si supieran sacamos: atol  shuco la herencia Xinca en el oriente jutiapaneco, los ticucos y pishtones en los pueblos y aldeas del país. Toritllas, tamales, y la variedad de atoles que alimentan los sueños del campesino trabajador.

Aquí, cuelgan de las puertas de las casas, o descansan sobre las mesas de los comedores y el family room. También sorprende la forma en que parten los ayotes para las decoraciones de noche de brujas   y que  todo el sustento se va a la basura. ¿Pero qué más se puede esperar de una nación que no ha trabajado para disfrutar lo que tiene? El desperdicio es parte de esa forma holgada de vivir.

Los congelé en el lente de mi cámara y salí del lugar, no sin antes agradecer a la señora de la tercera edad por haberme dado el permiso y al patojo de Oaxaca por la amena conversación.

Mientras conduzco camino a casa, reparo en que ya están los manzanos, los duraznos y los perales, con los frutos maduros. Los árboles rojean en los jardines de las casas y las mansiones, en los parques. 

Caen y se pudren en el suelo,  pero  no los comen, nos los venden y mucho menos los regalan, y pobre de vos si te acercás y recogés uno de esos frutos, porque inmediatamente llaman a la policía y si notan tu rostro latino, de una vez a los agentes de migración. Así de grande es el desperdicio en el país más rico del mundo. Así de abismal es la diferencia con quienes mueren de hambre. Así de distinto es el tiempo de su cosecha y el de la nuestra. El de ellos  el  famoso harvest time, y el nuestro: el tiempo de la tapisca –y del atol shuco-.

Ilka Ibonette Oliva Corado.
Septiembre 25 de 2011.
Estados Unidos.

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