It is not easy, ¡pero te libera!


Hacía muchos años que no disfrutaba tanto un agosto, perdón un August.
Hacía años que no  me liberaba del todo y que no prestaba atención, a esas pequeñas cosas de la vida, que pasan desapercibidas, para quien en su agonía, y en el encierro de su pequeño mundo, no abre las ventanas para respirar la brisa suave y de decho  cierra los ojos, para no ver lo hermoso y perderse del embrujo, del instante vivido.
No recuerdo la última vez que sentí las pulsaciones cardíacas enloquecidas, como me sucedió en el ocaso de este verano que agoniza de prisa, emergente, vulnerable y ya anciano.  August,  no tengo idea, de  cuántas veces rechacé y renuncié a llamar a August por su nombre anglosajón, le clavé en castellano agosto; y es un profundo abismo el que los separa, más allá de las fronteras impuestas por el hombre, la naturaleza tiene su propia ley ingobernable, y son las estaciones del tiempo, de  la ciudad en donde vivo se marcan perfecto.

August sin embargo ha perdonado mi  osadía, y se dedicó a engalanarme, con sus girasoles amarillos, su brisa – y mí brisa que también acampó- seca y rala, casi imperceptible para el bochorno y los fogorones del octavo mes del año.

Me había negado, a abrir los ojos y dilatar las pupilas, todo este tiempo me lo dediqué a caminar a tientas; de vez en cuando, con la ayuda de un candil, que por momentos se apagaba y quedaba de nuevo  en la penumbra de mis adentros, extraviada en los laberintos de mi desconcierto migratorio.

Me perdí durante siete años, siete veranos seguramente hermosos, por andar desbarrancándome en mis emociones inestables, de panzazo me tiraba, tipo clavado, con  mi gusto y con mi gana. Y caía pues,  año con año, en  las profundidades perversas de mi bien emancipada  pero retornada depresión.

Este verano ha sido tremendamente sorpresivo para esta humilde mortal, me debatí a muerte súbita con mis más agazapados miedos; los enormes vacíos existenciales, que pretendí llenar con evadir y esconderme, para evitar enfrentarme con el espejo y hablar con su reflejo: de cara a cara.

Difícil  tarea, para quien  ha vivido huyendo toda su vida, de: las puertas abiertas en la madrugada, de las pesadillas, de los insomnios, de la tartamudeadera cuando  tiene ansiedad, del estrés que prefirió adoptar en lugar de emancipar.

Sin embargo, no pude más, y aunque quise volverme alquimista para detener el paso del tiempo, todas las fechas se llegan,  con y sin tu autorización, con y sin tu gusto, con tu probable desencanto, o tal vez emoción. Pero llegan, en su momento, no en el tuyo, y muchas de ellas, te toman desprevenida; como me ha sucedido a mí, que del susto perdí toda  cordura para enfrascarme y debatirme a los puños, con la temible Voz Interior, la única que sin tu autorización se atreve –porque le compete- a tomarte del cuello y cortarte la respiración, hasta que por medio de la asfixia, incongruentemente: te hace reaccionar y despertar a tu realidad.
Así me sucedió a principios de August, cuando más extrañaba agosto, y quería cambiar el bochorno por los soberbios aguaceros de mi terruño.

Hasta que una mañana después de despertar, me levanté y fui directamente hacia el espejo, y vi a la mujer que se reflejaba junto a la luz del nuevo día. La observé en silencio, de pies a cabeza, allí estaba frente a mí, con su cuerpo desnudo, y sus agónicos 31 años tapizando su piel. La toqué, la palpé, admiré y chuleé sus nuevas canas que pronto surcarán sus sienes.

Y pensé en la cantidad de ocasiones en que me  he parado frente a ese espejo y me he observado, distraída, mientras me cepillo los dientes, mientras me peino, mientras me alisto, siempre: a las carreras… viviendo de prisa,  siempre con sed, agonizando, dejando atrás los segundos de tiempo, los instantes, que juntos forman una película de tu vida.

Aquell
a mañana, decidí cambiar de actitud, ya que era lo único que tenía y he tenido a mi alcance, vos sos quien decide controlarla. Desperté en August y me despedí de agosto, le lancé un suspiro a los jocotes de corona y cambie de rumbo, tratando de llevar el paso firme.
Decidí abrir los ojos y dilatar las pupilas, extender los segundos, los minutos, las horas, los instantes: vivirlos, decidí: vivirlos. Respirarlos, disfrutarlos.

¿Una caída más? Qué más daba, ya tengo las tabas despeltradas de andar rodando. Aquella  mañana frente al espejo yo me acepté, cosa que creí haberla hecho antes, pero que por el contrario, había sido un autoengaño –suele suceder-. Me vi, me critiqué, me abrecé, me admiré y finalmente me acepté tal cual soy. Con todos los defectos que un ser  humano pueda tener.

Me liberé; aquella acción me hizo sentir libre; de culpas, de temores, de miedos, de fantasmas, de errores cometidos,  de equivocaciones. Salí al balcón y llamé telepáticamente a mi brisa, para que viniera a disfrutar junto a mí, el mes más engalanador del año.

Y aceptó, le dio  un cierto aire de encanto al bochorno de los últimos días del verano. Este verano aprendí, a disfrutar de los instantes, de aquellas cosas sublimes y a veces desapercibidas que viven de incógnitas, agazapadas bajo las sombras de los rascacielos.

Pedaleé mi bicicleta hasta cansarme, empapé mi ropa de sudor y fotografié abejas mientras comían polen en los jardines enormes de parques y arriates, de flores montunas y podadas. Escuché el concierto de grillos mientras el ocaso se tornaba en ese enorme poncho oscuro que favorece a la luna y las estrellas.  Fotografié: flamingos, coyotas, y hasta creí que pijijitos, pero estos últimos eran imitación, o ya yo toroleca por la humedad del verano confundí con patos del lago Michigan.

Me vestí de los colores del arcoíris  en versión fluorescente -¡alagrán, me pelé!-  nadé más tiempo en la piscina, me ajusté el sostén y caminé con la espalda recta, -pero no aguanté mucho tiempo, el sostén atosiga y es rico caminar con la panza de fuera-.
Me tiré sobre la grama, con la panza al aire, y me solté el pelo. Agradecí la disciplina de algunas personas atletas, que gracias a ésta, te permiten disfrutar de músculos torneados y bronceados. Me acosté algunas noches sin cepillarme los dientes. Me puse aretes y me amarré un pañuelo sobre la maceta, imitando   el estilo de negra Afroamericana. 

Encendí el radio y bailé con la aspiradora y apercollada al palo del trapeador mientras hacía limpieza en mi chante. Cantando las canciones de Juan Luis Guerra y Las Chicas del Can. (Ta pillao)


Este verano le abrí la puerta a mis sentimientos, para que dejaran de atosigarme y se fueran hacia donde les apuntara su nariz, o que fueran a parar la cola a otro lado, pero que me dejaran en paz. Una patada, les di el empujoncito que necesitaban. Son las horas y no han regresado, una de dos: se extraviaron o ya encontraron en donde anidar y me dejaron “pepe” de dolores y alegrías,  de desencantos y de pasiones.

Necesito que regresen, sin sentimientos, vos caminás en línea recta, sin ninguna dirección, sin extravíos y curvas que te permitan cambiar el ritmo del paso y no varía la respiración, sin estos, vos  perdés tu color y tu tonalidad, para quedar expuesta a la salvedad de salir por las noches convertida en un: cutete. Para que nadie te pueda ver, salvo que cantes, como lo hacen estos entre la penumbra.

Este verano, asalté con mi bici, la ciclovía del Lake Shore Drive, la de las reservas  forestales, dejé las cuatro paredes del gimnasio, sólo para nadar. Y me olvidé de las pesas, y de las clases de Spinning.  Ensucié mis tenis nuevos,  y los domingos por las tardes, los atolondré con el encanto de las micheladas. Me despreocupé de la barriga cervecera.

Admiré, la belleza de las flores veraniegas y el privilegio de poder; ver, respirar, tocar, sentir y amar. Mi carro pasó surcando autopistas con la bici enganchada  a cucuche.
Este verano me atreví a decir: te amo desde lo más profundo de mi corazón y de mis entrañas. Lloré y reí, abracé y respiré la esencia de  aquella brisa veraniega que siempre que aparece escondida entre las ramas de los map
les,
me transporta a espacios siderales, me llena de energía, y de inspiración.

Ayer mientras caminaba por los pasillos de una tienda de Half Price Books, me encontré con libro que me llamó la atención, su fuerza, su imán, porque logró atraparme antes de que me atreviera a abrirlo. Lo hojeé y leí una frase escrita por una mujer de 69 años: “Let it go, if it´s bothering you, let it go”. Me quedé suspendida en el tiempo durante unos minutos, preguntándome, ¿cuántas vivencias  me han mantenido atada a ellas, y me he negado a dejarlas ir… aunque con su presencia ahonden sobre la herida?

Seguí hojeando y me encontré con otra escrita por una mujer de 67: “The most important thing is to try and enjoy life- because you never know when it will be gone.
If you wake up in the morning, and you have a choice between doing the laundry and taking a walk in the park, go for walk.
You´d hate to die and realize you had spent your last day doing the laundry!”
Así que hoy no fui a trabajar a los campos de fútbol, llamé a un compañero que me cubriera, hoy yo no quería escuchar insultos ni descontentos por parte de jugadores y entrenadores.

Hoy me di el lujo de tomarme el día libre,  y aunque ya es día con clima otoñal, igual me puse mi pantaloneta y mis tenis, en una bolsa de papel eché una botella de vino y una copa, un libro y mi cámara fotográfica. Hoy cambié los insultos, por una mañana sentada en las entrañas del quiosco que adorna el parque que engalana la cuadra en donde vivo.  Estaba solitario, en calma sin bullicio, salvo el sonido de la brisa otoñal que comienza asomar, ella me acompañó  a disfrutar de la lectura, del vino y del colorido de las hojas de los arces, que comienzan a tornarse en chiltotas.

El laundry, esperó,  y  mi ropa se está lavando mientras escribo estas letras. El verano acabó, me dejó un exquisito sabor de boca y mis emociones en paz, quien acampa es September, con sus días fríos y de vendavales, y la agonía lenta de los árboles que embellecieron el verano y que sin duda alguna engalanarán mi época favorita del año: The Fall.
A todo esto se me ocurre preguntarte:
¿Y vos ya lo dejaste ir…? Remember: if it´s bothering you let it go. It is not easy… pero te libera.

Posdata: me faltó ponerme mi pititanga y tirarme de panzazo en las frías aguas del lago Michigan. Pero el otro año, cuando aprenda a patinar, con todo y patines me lanzaré.
Ilka Ibonette Oliva Corado.
Septiembre 04 de 2011.
Estados Unidos.

Un comentario

  1. Negrita linda: Nunca es tarde para aprender las lecciones de vida, aprovecharlas y cambiar. Besos, Chente.

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