Don Doroteo Guamuch vaya y corra…


… y alcance los laureados parajes de la inmortalidad.
Con una nota simple y sin mayor emotividad, puesta esta tarde en Prensa Libre, me entero del fallecimiento de don Mateo Flores. Y digo a revisar otros periódicos, y la misma nota, de unas cuantas líneas.

Bah… un laureado de  nuestro deporte, una leyenda, un hombre de talante, y se anuncia su despedida así, con la simpleza  de  la muerte misma.
Con un nudo en la garganta, escribo estas letras. Es de esos hombres que ya no nacen, ¡como tío Lilo! Se nos están marchando las leyendas, los pilares, esos hombres de los que las generaciones futuras deberíamos de empaparnos. Mi abuelo, no es ni atleta, ni académico, es un campesino analfabeta, pero  de quien aprendí que la palabra vale más que la firma,  a hablar con la verdad y a respetar mi dignidad, que sin ella –me dijo- el ser humano no vale nada.

La primera vez que caminé en la Ciudad Olímpica, recuerdo haber visto, desde el puente que está junto a la CDAG, aquel inmenso estadio, y su nombre que se divisa perfecto: Mateo Flores. Iba –recuerdo-  en camino hacia la Escuela de Educación Física, en un enero de 1,996.  Las pruebas de ingreso duraban una semana. Fue la primera vez de ese encuentro con su nombre pintado con letras rojas –o azules no recuerdo ahora- en aquel estadio. Había escuchado el nombre, por televisión cuando veíamos los juegos de fútbol.

Supe que se trataba de un atleta de la disciplina de atletismo, hasta cuando ya estaba cursando el cuarto magisterio. Allí en la materia que llevaba el mismo nombre,  me enteré de su trayectoria y su hazaña –cosa que ningún otro atleta con muchos más recursos ha vuelto a repetir, por eso digo que los hombres como él, don Ponchito, Teodoro y mi abuelo, nacen no se hacen-.

Ya hubiera querido él y Teodoro,  haber tenido una pista de tartán para entrenar  y un par de spikes para alivianar el trote y cuidar los ligamentos y las rodillas.
Con forme los meses, recuerdo que recibíamos la clase práctica de atletismo en el Mateo Flores, y el profesor nos contaba que semejante gloria del deporte, trabajaba en una esquina, frente al Centro Comercial de la zona 4,  vendiendo periódicos por las mañanas.

Era algo que no comprendía, ¿cómo un hombre con semejante hazaña realizada, con un estadio que llevaba su nombre, trabajaba vendiendo periódicos? Así es el tamaño de la desigualdad y del olvido en que sucumben y perecen nuestras glorias.

Una  mañana, rumbo a la escuela,  bajando por la Avenida Bolívar, para salir al Centro Comercial de la zona 4, recuerdo haberlo visto, -como lo veo en este instante patente- con una pantaloneta corinta, playera blanca y encima una gabacha color verde, que anunciaba que era voceador de periódicos, su cabeza cana la cubría una gorra blanca también, con el anuncio de Banco G&T.

Como cualquier voceador, con sus dos manos ocupadas de periódicos,  caminaba entre las filas de carros, ofreciendo el matutino escrito. Sentí un no sé qué, cuando lo vi. Cierto desencanto, de esas emociones que no les podés dar  nombre en ese instante;  no me cabía en la cabeza, ver a una  gloria deportiva, en esas circunstancias. Claro, es un trabajo digno como cualquier otro; pero teniendo la capacidad y la habilidad, la experiencia en la disciplina de atletismo, vos te preguntás: ¿por qué no está de entrenador?

Y es allí en donde entran esas cuestiones que solemos llamar: ¿conectes? ¿Monopolios?

Vuelvo a ese instante, en aquella mañana y lo vuelvo a ver, gritando y ofreciendo la noticia del día.  ¿Cómo era posible que mientras en la Escuela estudiábamos su trayectoria, él vendía periódicos? Con todo y todo, me sentí intimidada ante la presencia de aquel hombronazo,  no sé cuántas veces
bajé por la misma calle en los siguientes tres años, con tal de ver sus piernas rollizas, con los músculos delineados y torneados; su piel bronceada y su cabeza cana.

Más de alguien lo reconocía y le bocinaba, él se quitaba la gorra y saludaba. En una ocasión lo llevaron  para  participar en una caminata en pro del atletismo, organizada por la federación de esa disciplina y la Escuela Normal Central de Educación  Física: allí lo conocí.

Recuerdo  a aquel patojal abrazándolo, tomándose fotos con él, tocándolo, y él… él en su humildad, tan chiveado accedía y recibía gustoso las muestras de cariño. Yo también lo toqué, sentí su piel bronceada y ya para aquel tiempo, surcada de arrugas. Con la misma gorra del banco cubriéndole la cabeza. Su playerita vieja y una pantaloneta cualquiera, sin mayor gala. Él sí era aquello que dice: “no es la ropa es la cercha”.
Pasaron los años, y me hice maestra. Ya no caminaba seguido por aquella esquina en donde lo vi por primera vez. En una ocasión, para motivar a la patojada que cursaba los básicos en un colegio burgues en donde yo laboraba;  al departamento de Educación Física y Deportes  se nos ocurrió llevar deportistas para que dieran una charla y por supuesto que firmaran autógrafos, se tomaran fotos con la patojada.

Y vi la gran diferencia de las clases sociales. Cuando desfilaban deportistas  pertenecientes a la  burguesía –porque los hay y por montones, esos que papi y mami les pagan entrenador personal-  escaladores de montañas y cerros, y lomas…  ciclistas que sus bicicletas su papi y su mami se las mandan a comprar a Europa y nadadoras/res que practican en club privado.

Con ellos/ellas la patojada se desvivía. Recuerdo que ellos cobraban hasta  la gasolina, y no digamos su tiempo de “aire” para ir a motivar a la muchachada.

En cambio don Mateo Guamuch Flores,  -que contactamos por medio de la Federación de Atletismo- llegó en bus, a él no se  le pagó ningún emotivo bono, porque no pertenecía a cierta clase social. Recuerdo patente que  sólo una botella de agua pidió mientras daba su charla.  Mientas que las/los otras/tros, poco faltó para que pidieran bebidas energéticas traídas de la propia sede de los Juegos Olímpicos de Sídney.  Llegó en un pants y sudadero azul, de aquellos que hacen en la zona cinco, en la Palmita, una playera polo blanca y su infaltable gorra del mismo color.

Su humildad en su vestir, desencantó a los patojos burgueses de aquel colegio, el mío como maestra fue aún mayor. La camada aquella, había pasado las clases de Educación Física de madrugada, no sabían de él, más que el nombre.

Lo vieron pasar como si de un encargado del mantenimiento de la jardinería del colegio se tratara.  Alguien del  departamento de Educación Física,  salvó el momento haciéndole entrega de una plaqueta. Me sentí frustrada, como maestra y mucho más como guatemalteca. -Menos mal, yo laboraba en el departamento de preprimaria y no en los básicos  que de  haber sido así, ¡hubiera colgado a la patojada de la viga más alta del colegio!-

Se reían de su forma de hablar tan humilde y pueblerina, él no tenía el garbo y la clase de los otros atletas que estaban acostumbrados a ver. Recuerdo, que en una ocasión, cuando   me dio por entrenar por las tardes en la Federación de Bádminton,  me encontré a uno de los púberos del colegio, bajando del carro de último modelo de su mami, yo iba a pie, con mi bolsón en la espalda, la mamá no podía creer que yo estuviera también entrenando en el mismo espacio que su hijo burgués. Se lo leí en la loza y en la expresión que hizo al saludarme de: “hola Miss”. En los colegios burgueses, vos no sos maestra, sos “Miss”. Y es un poco complicado laborar en esos lugares, en donde está tan marcada la diferencia de clases, pero sos maestra, sos educadora y es tu obligación, trabajar para que esa actitud cambie y se fortalezca la igualdad.
La plaqueta de don Mateo.
¡Cómo si de plaquetas viviera el hombre! ¿Cuántas plaquetas habrá juntado a lo largo de su vida? ¿Cuántos desencantos y frustraciones? Un atleta de talante, arrumado en algún rincón oscuro, en el olvido mismo de la sociedad.

Lo mismo
le pasaba cuando iba a otros colegios burgueses, lo viví como en cinco ocasiones en que asistí a entrega de premios y esas cosas de los campeonatos intercolegiales. Si yo me sentí frustrada, ¿te imaginás vos cómo se habría sentido  él?
Luego emigré, y pasaron los años. Hoy escribo desde mi autoexilio,  con un nudo en la garganta, con una reverencia hacia aquel hombronazo, deportista de los que nacen y no se hacen. Un hombre  que marcó historia, creó una marca personal y del cual me siento orgullosa de haber conocido, y tocado y acariciado.

Un hombre del que hablaré a las generaciones futuras, porque seres como él, son inmortales.

Vaya pues don Mateo Guamuch Flores, usted es un orgullo para la clase campesina, obrera y proletaria. Usted es uno de los de abajo, una voz, un ejemplo. Me honro en haberlo conocido.

Sus tenis, ningún otro atleta, por mucha habilidad que posea, los podrá calzar.
Sí, el mismo Doroteo Guamuch Flores, que Eduardo Galeano recordara así:

 «El maratonista Doroteo Guamuch, indio quiché, fue el atleta más importante de toda la historia de Guatemala. Por ser gloria nacional, tuvo que cambiarse el nombre maya y pasó a llamarse Mateo Flores.
En homenaje a sus proezas, fue bautizado Mateo Flores el estadio de fútbol más grande del país, mientras él se ganaba la vida como caddy, cargando palos y recogiendo pelotitas y propinas en los campos del Mayan Golf Club».

Vaya y corra, disfrute esa última competencia que lo llevará, ¡al laureado pódium de la inmortalidad! Desde mi autoexilio le aplaudo, le abrazo y lo despido. ¡Como guatemalteca, es mi orgullo y como campesina y obrera mucho más!
Ilka Ibonette Oliva Corado.
Agosto 11 de 2011.
Estados Unidos.

5 comentarios

  1. ¡Felicitaciones! Me encantó leerla. Esta semana me sentía un poco mal, no por la muerte de Mateo Flores (todos moriremos), sino por la forma en que nos olvidamos de la gente que tenemos a nuestro lado y no la apreciamos sina hasta que nos han dejado…

  2. ¡Qué homenaje hermoso, Ilka! Gracias por eso.

  3. Gracias Ilka por tan lindo homenaje, me recuerdo de haber leído otro donde lo habias mencionado, como siempre muy acertados tus puntos de vista, QEPD,el Gran Doroteo Guamuch Flores…

  4. Guatemala de verdad que es un país extraño , un país donde el olvido es la norma, la forma más fácil de vivir, nos gusta el olvido, somos un país de gente extraña.

    Después de esa épica hazaña, la maratón de Boston 1952, jamás ejecutada por deportista alguno en toda la historia de Guatemala. El indio Doroteo Guamuch, como ha sido costumbre en el seno de la clasista sociedad guatemalteca, fue recibido con bombos y platillos, declarado héroe nacional y no sé que más vainas, para luego ser marginado y olvidado . Uno no termina de comprender que, como es posible, en un país, que se ha caracterizado por la ausencia de triunfos resonantes y de personajes ejemplares que realcen el nombre de Guatemala, a quellas/aquellos que si lo logran, se les de ese trato. Contrario a lo que sucede en otras latitudes en donde, personajes de la talla y estirpe de Doroteo Guamuch , son dignos ejemplos a imitar para las generaciones futuras.

    Gracias Ilka, por tan merecido homenaje, a quien en vida fuera el Gran Doroteo Guamuch Flores, QEPD, y que, ojalá su hazaña y su memoria perdure para siempre en la Guatemala del olvido.

  5. Así es negrita. En nuestra Guatebalas, lo que vale es el tacuche y las fichas que van en él.
    Qué tristeza. Mateo, descansa en paz que ya nadie puede alcanzarte, estás más allá de la meta.

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